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Carola Lagomarsino: “Desde que supe escribir, empecé a fabricar universos paralelos gracias a las palabras”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las especies se entrelazan, una suspensión de aromas se balancea en el aire, los colores abrazan a las formas, los sonidos se superponen en el espacio y todo se transforma en el cíclico devenir de la selva. Allí , en los renglones de la naturaleza, abrazadas por la humedad de la tierra colorada, nacieron las palabras.

Carola Lagomarsino es parte de la abundancia de ese paisaje. Sus ojos capturan lo invisible, aquello que permanece latente y que con habilidad convierte en palabras, voces por encima de las voces, que se transforman en sus personajes, llegados desde otro tiempo para narrar una historia que la estaba esperando.

En diálogo con ContArte Cultura, la escritora franco-argentina comparte sus vivencias en el mundo de las letras y cuenta cómo llevó adelante el proceso creativo de “La dama de las misiones”, primer libro de una trilogía que promete.

—Vamos a sumergirnos en la selva misionera, escenario de tu novela “La dama de las misiones”, si pudieras elegir dos especies de la flora y de la fauna del lugar que hablen de vos, ¿cuáles serían y por qué?
—Si tuviese que elegir una especie vegetal con la cual sienta cierta afinidad, elegiría el helecho. Es muy común en la selva misionera, crece en la sombra y hasta puede hacerlo en altura, sobre los troncos de los grandes árboles. Es una planta prehistórica de un verde intenso y para mí representa los ambientes que más me gustan en este planeta, que son los bosques, de cualquier tipo, sean fríos o tropicales. En cuanto al reino animal, elegiría sin dudar las lechuzas. Considerados animales mensajeros en la antigüedad y luego atribuidos a las brujas, ese animalito es de gran utilidad para el ecosistema de Misiones. Allí tenemos dos especies muy características: el Caburé y el comúnmente llamado Ñacurutú. Son especies pequeñas que tienen un canto melancólico y la particularidad de ser bastante temerarios y de acercarse a las viviendas. Me atrae su vuelo silencioso y el misterio que las rodean, parecen portadoras de mensajes ancestrales.

—¿Recordás en qué momento la escritura pasó a formar parte de tu vida?
—Siendo hija única de padres artistas, me tuve que acostumbrar desde temprano a la soledad y a una forma de estar con el otro sin perturbar el acto creador. Mientras mi madre pintaba sus cuadros o mi padre escribía sus obras de marionetas, creo que se me presentó como un instinto natural para crearme también un mundo donde refugiarme. Desde que supe escribir, empecé a fabricar universos paralelos gracias a las palabras. Mi primer idioma literario fue el francés, puesto que viví en París hasta los 23 años, luego me animé a escribir en español tras residir diez años en Buenos Aires. Mi primera novela la terminé a los 15 años, pero ya hacía años que escribía poesías, cuentos y relatos fantásticos. Luego, los ensayos de filosofía y la historia del arte captaron mi atención durante mis estudios. En Argentina, mi encuentro con la psicología clínica y el psicoanálisis enriquecieron mi universo y le aportaron una profundidad interesante para la construcción de mis personajes.

—¿Cómo nace la idea de contar la historia de “La dama de las misiones”?
—La novela surgió a raíz de la gran aventura que resultó, para mi marido y para mí, la construcción del Soberbio Lodge, un hotel boutique lindero a la biosfera Yaboty y a los Saltos de Moconá, en plena selva paranaense. Los obstáculos encontrados durante los tres años que duró la obra me hacían pensar constantemente en lo que habrían vivido los primeros colonos y aventureros que llegaron a Iguazú. El pueblo de El Soberbio es un lugar fascinante, un lugar de frontera entre Brasil y Argentina, donde sus habitantes, en su mayoría, todavía trabajan en las chacras. Son descendientes de colonos europeos o brasileños y siguen viviendo como sus abuelos, transmitiendo creencias, supersticiones y sabidurías antiguas. Es un lugar todavía muy conservado en cuanto al medio ambiente y la cultura. Conversar con sus habitantes y conocer sus historias de vida me resultó apasionante. Francesca, mi personaje, nació en el museo de las esencias del pueblo, una pequeña casa antigua de madera donde, entre perfumes de patchuli, citronela, cúrcuma y otros aromas exóticos, se me apareció la necesidad de contar la historia de una mujer cuyo destino la lleva a Misiones y a ser botanista. Recuerdo haberme dicho “esto va a desaparecer, lo tengo que contar para que no se olvide”. Creo que uno de los deberes del escritor de novelas histórico-románticas es ser testigo de una época, plasmar con exactitud un tiempo histórico, a la vez que atrapa a su lector en un relato de aventura romanesca. También disfruto mucho “invitar” a personajes de nuestra historia a participar del libro, como es el caso de Horacio Quiroga o del botanista Charles Thays.

—¿De qué manera trabajaste para llevar adelante el proceso creativo de los escenarios y del contexto histórico y social de la obra?
—Imagínense que la novela es un edificio: las bases de sustentación son los personajes; las columnas y la estructura, los datos históricos; y finalmente vienen los revoques y los detalles de la mampostería, constituidos por el relato novelado. Previo a la narración, hay todo un trabajo de investigación a través de relatos de los habitantes del lugar, la documentación y las impresiones propias… el resto llega solo. Misiones es una provincia de una gran riqueza cultural e histórica, la selva en sí misma es un crisol donde cualquier cosa puede suceder. ¡He escuchado relatos donde la realidad supera a la ficción!

—¿Cómo llegaron o despertaron en vos cada uno de los personajes y qué rasgos físicos o psicológicos te gustaría destacar de ellos?
—Algunos personajes, sobre todo los secundarios, son inspirados de hombres y mujeres del lugar, entre Heikki, el hijo adoptivo finlandés, o el capataz Tito.  Otros son una suerte de “cliché” del folclore misionero, como la vieja “polaca”. Pero los personajes principales son una construcción propia. Francesca es una suerte de “avatar” en el sentido que es como un ideal, es la mujer que me gustaría ser, sin dudas. Ella tiene un carácter muy fuerte y ¡es mucho más valiente que yo! El estudio de la psicología humana y de la historia del arte me ayudan mucho a la hora de construir un personaje. Es muy importante ser coherente con sus características, tanto físicas como moral o psicológicas. Incluso si uno describe a alguien incoherente, hay que ser preciso y seguir lo más posible la veracidad de sus actitudes con respeto a su personalidad de base. Por supuesto que, sin ser autobiográfico, hay un poco de mí en cada uno de ellos, pero es un proceso inconsciente y mágico en algún punto. En cuanto a los ambientes, tengo una escritura muy cinematográfica, muy visual, me cuesta mucho escribir sobre lugares que no conozco personalmente, es un desafió que tendré que intentar algún día.

—¿Qué tiempo histórico elegiste para que ellos vivieran sus vidas?
—Las primeras décadas del siglo XX me atraen particularmente, probablemente porque hay un recuerdo afectivo ligado a los relatos que me hacían mis abuelos de esos tiempos en los que eran adolescentes. Creo que la escritura es como una máquina para poder viajar en el tiempo y el espacio. Me gusta esa idea y no me atrae para nada escribir sobre la época actual. Sin embargo, sí tengo un manuscrito inacabado que se sitúa en un futuro lejano. Pero me interesa mucho la historia y la investigación histórica, creo que uno no puede saber dónde va si no sabe de dónde viene. Aprender sobre la historia de la Argentina me ayudó, de alguna manera, a apropiarme un poco de cierta parte de mi identidad. En Misiones, las décadas del ’20 y del ’30 del siglo pasado fundamentales para la construcción geopolítica de la provincia.

—¿Podés contarnos el porqué de ese título?
—El título es lo que siempre más más me cuesta. Me es muy laborioso encontrar uno para mis novelas y en general acudo a la ayuda de mi editorial y termina siendo una decisión en común. Pero por lo general es el primero que aparece el que finalmente termina siendo elegido.  “La dama de las misiones” fue como insinuar de qué se trata. Una mujer con una fuerte impronta en el lugar y que tiene “misiones” que cumplir en estas tierras. También podríamos hablar de un título con varias interpretaciones posibles, por lo que dejo al lector interpretarlo a su antojo.

—¿Qué nos podés decir acerca de lo que se viene, los hilos temáticos que unirán a los próximos libros de esta trilogía con “La dama de las misiones”?
—El hilo temático que une los tres libros es la selva, escenario donde se mueven todas mis aventuras. Mis personajes tienen en sus venas esa tierra colorada y una profunda querencia por su lugar. Mi segunda novela, que saldrá a fin de este año, transportará al lector hacia Bombay, Paris, Helsinki, Londres., pero siempre se vuelve a la selva.

—Contanos cómo es tu espacio creativo, el lugar donde nacen y crecen tus historias.
—Es cualquier lugar donde haya cierta luminosidad y tranquilidad. Puedo llevar mi imaginación y mi notebook a casi cualquier lado. El atardecer es mi momento preferido para escribir y en mi casa elijo una mesa que ubicada cerca de una ventana que da al jardín. En Misiones, en el lodge, mi lugar preferido es la galería desde la cual puedo ver la selva y el río Uruguay correr a lo lejos. Necesito ese contacto con la naturaleza.

—Y mirando esa selva que te seduce, ¿qué deseo te gustaría dejar suspendido en su niebla?
—Mi deseo sería poder, a través de mis novelas, crear una conciencia sobre las riquezas de nuestro patrimonio natural. Humildemente, me gustaría ser parte de una toma de conciencia mayor sobre la importancia de cuidar nuestro entorno. Estoy profundamente convencida de que el hombre, al alejarse de la naturaleza, no hace más que enfermarse física y psicológicamente. Tenemos que obrar entre todos para vivir en armonía con nuestro planeta y dejar de creer que somos los únicos inquilinos. Tengo mucha esperanza en las generaciones futuras. Soy de un natural optimismo, pero no nos queda mucho tiempo para empezar a actuar para salvar nuestra casa.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
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