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Dolores Reyes: “‘Cometierra’ es una novela que no te deja indiferente, que te interpela y te hace emocionar”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

La tierra guarda palabras y las reinventa. Hay en su memoria restos de voces, partículas de silencio, formas imprecisas que toman vida y emergen desde el fondo para contar aquello que alguna vez fue sepultado.

La tierra tiene el sabor de los recuerdos, el olor de lo callado y es allí, justo en el borde de la muerte, donde la vida se manifiesta.

Dolores Reyes es docente y escritora, pero sobre todo es una observadora de la realidad, se introduce en sus rincones, escucha, absorbe sus historias y tiene el deseo de contarlas.

“Cometierra” es su primera novela, una obra nacida en las esquinas de la vida, inmersa en lo más duro de lo cotidiano y capaz de atravesar el silencio con las palabras justas, gracias a la libertad que da la ficción.

En diálogo con ContArte Cultura la autora regresa a los primeros pasos que dio para narrar esta historia y cuenta cómo vivió su proceso creativo.

—En este renglón, la puerta de entrada a esta entrevista, te entregamos la palabra “tierra” para que sea la llave que nos permita entrar a tu mundo, ¿cuál es la forma que ves emerger desde el fondo de ella, desde los ángulos de sus letras? ¿Cuál es su aroma y qué tiene de vos esa palabra?
—La tierra es un principio femenino para todas las culturas antiguas. Si pensamos en Grecia, la tierra es Gaia o Gea y es justamente un principio femenino que viene después de la separación del caos originario. Es decir, se separa el caos en el cielo, que es masculino (Urano) y la tierra. Si vamos a cualquier otra cultura, como podría ser la judaica, Adamah es tierra y es femenino, en nuestra América la Pachamama, la madre tierra, es también un principio femenino. Entonces, la tierra desde ese lugar me resultó súper significativo. Porque también es la tierra que da la vida, la que hace germinar a las semillas, y también es la tierra que recibe los cuerpos cuando el ciclo se completa. Es el origen, el principio, y el final de la vida. Eso me sirvió para pensar un montón de cosas que tienen que ver con Cometierra.

—¿Cómo construiste el universo de “Cometierra“, sus palabras y sus silencios?
—Con muchos años de trabajo, de escritura, revisión, reescritura, corrección. Pensando siempre en la voz del personaje, en el desarrollo de la historia. Y también en varios planos que incluyeron cómo ella descubre el don que tiene y cómo va a adquirir o buscar adquirir cierto control y conocimiento de esos poderes de videncia. Al principio de una forma un poco intuitiva, porque fue sin querer que descubrió su don, cuando se comió la tierra para despedirse de su madre y guardarse algo de ella y se dio cuenta que podía ver y es ahí que comienza a tantear qué es lo que pasa con esa videncia. Entonces, todos esos años de trabajo, de escritura, tuvieron que ver con eso, con el desarrollo de la historia, de los personajes, ver quiénes van entrando y saliendo de esa casa, cuando llega Miseria, cuando llegan los amigos del Walter, cuando está Hernán y a la vez se va, el rol de la Policía… Entonces, por un lado, un montón de preguntas que necesitarán tiempo para decantar, madurar y adquirir la forma que finalmente tiene la novela y, por otro lado, a la vez que se cuenta una historia también se trabaja mucho en cómo contarla, por lo que en la novela también hay mucho trabajo con el lenguaje, con la voz de los personajes, la construcción de cada una de esas formas de hablar. Y eso sin duda es tiempo y trabajo.

—¿Qué elementos históricos o de la realidad colaboraron en el proceso creativo de tu novela?
—Más que material histórico yo lo llamo material social al que está presente en Cometierra. Es un montón y tiene que ver con problemas sociales que están muy abiertos y candentes, como el tema de la violencia de género y las violencias en sí, que implican tener una vida precarizada no solo en cuestiones de vivienda y de acceso al trabajo, sino núcleos familiares afectados por esa violencia, por la exclusión. Todos esos materiales, que provienen de la sociedad, me sirvieron para tomarlos y desde ahí construir ficciones.

—¿Quiénes fueron las mujeres que te inspiraron para dar vida a esta protagonista en la que muchas otras encontraron su reflejo?
—Sigo el tema de los femicidios desde mucho antes de que se los conociera con ese término. Recuerdo como central el caso de María Soledad Morales, al que siguieron otros como Nair Mustafá y tantas otras chicas. Y recuerdo también la impresión enorme, el impacto que tiene para una chica joven, casi niña, el darse cuenta que la pueden matar o violentarla de mil formas distintas, muy crueles, solo por el hecho de ser una mujer. Entiendo que es algo que todas descubrimos o vamos a descubrir en algún momento de nuestra vida, seguramente siendo bastante jóvenes. Creo que todo escritor y escritora pone su mirada, sus obsesiones, a la hora de escribir, y que las mías pasaban por ahí. También está el tema de la sustracción de esos cuerpos, de las mujeres, y de las personas que les faltan a sus seres queridos. Me sorprendió y me resultó inconcebible el dolor de esas familias que siguen buscando a sus seres queridos después de que han desaparecido. Pienso en las Madres de Plaza de Mayo, en las Madres del Dolor, en las buscadas del norte de México, en todas esas mujeres y familias a las que les falta un ser querido y que no abandonan la búsqueda, siguen y siguen tras la pista de esa persona a la que alguien desapareció.

—¿Cuáles son los escenarios en los que se desarrolla la trama?
—El escenario es claramente el conurbano, el lugar en el que vivo y trabajo. Me desempeño en la Escuela 41 de Pablo Podestá, a 150 metros de donde está el cementerio en donde empieza la historia y a unas diez o doce cuadras de la Ruta 8 por donde van ellos a comprarle ropa a su hermano y se meten en las ferias con la moto. Esos son los lugares, los de un barrio del conurbano lleno de gente, con verde, con viviendas precarias, con mucha población infantil y juvenil.

—Si tuvieras que elegir tres palabras que definan la temática principal de tu obra, ¿cuáles serían?
—Sin dudas es difícil elegir tres palabras, pero al hacerlo elegiría tierra y chicas muertas.

—¿Qué cosas ha despertado “Cometierra” en los lectores que han llegado a ella?
—Tengo las devoluciones que me llegan y que son muchísimas todos los días. Ha despertado mucha empatía y mucha conmoción también. Es una novela que no te deja indiferente, que te interpela y te hace emocionar. También entiendo que ha logrado quebrar bastante el tema de la automatización y la normalización de la violencia hacia las mujeres y los femicidios. Es un texto que hace que uno sienta las pérdidas de esos cuerpos, de esos seres queridos. Las pérdidas terribles que significan para todos nosotros las mujeres que nos faltan. Creo que eso es un gran logro de la novela, que detuvo la mirada de los lectores y señaló que acá hay un problema abierto y que no podemos seguir haciéndonos los tontos.  

—¿En qué proyectos estás trabajando por estos días?
—Estoy trabajando en varios proyectos de escritura, entre ellos la continuación de Cometierra, siguiendo con sus hilos narrativos de contar cómo están y que están haciendo los protagonistas, qué es lo que hace Cometierra, quiénes son los personajes nuevos que ingresan a su nuevo territorio, cuál es el vínculo de ella con Ezequiel, cuál con la seño Ana que siempre está al pie del cañón exigiéndole y cuidándola también. A la vez, en el tiempo que me dejan libre los eventos y compromisos que me demanda Cometierra, estoy escribiendo otras narraciones y varios cuentos. Uno de ellos va a salir en una colección que se llama Conurbe, que es para la Universidad de Hurlingham, y otro formará parte de una antología de New Weird. 

—Para cerrar la puerta de esta entrevista te invitamos a dejar un deseo literario.
—Me gustaría que todos nuestros chicos y adolescentes tuviesen el mismo acceso a materiales de lectura lindos, atractivos para formar lectores y escritores. Que pudieran acceder a textos de calidad hechos para ellos, como todas nuestras infancias y adolescencias se merecen.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
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