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Liliana Cinetto: “La literatura de tradición oral es un puerto al que hay que arribar para zarpar hacia otras historias”

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Por Andrea Viveca Sanz
(Edición: Walter Omar Buffarini)

En un rincón de su infancia permanecen los recuerdos que huelen a tinta y a papel, atrapados en palabras inquietas, capaces de levantar vuelo e invitar a un viaje imaginario.

Sumergida en ese espacio de su memoria, Liliana Cinetto se atreve a avanzar por el camino de las letras para dar vida a personajes entrañables, que se mueven con soltura por las páginas de sus libros, para abrir puertas y ventanas a otros mundos, para invitar a atravesarlas y descubrir que más allá, del otro lado, la magia de las palabras siempre es posible.

En diálogo con Contarte Cultura, la escritora hojea su camino y comparte sus vivencias en la creación de sus obras.

—Supongamos que en este momento un gran libro se abre delante tuyo y te invita a sumergirte entre sus páginas para atrapar una historia, ¿con qué palabras comenzaría el relato con el que te gustaría regresar de ese viaje en el que las calles son de papel y las personas están hechas de palabras?
—Las palabras con las que comenzaría el relato serían “Había una vez…”. Porque creo que los cuentos tradicionales que comenzaban con esa fórmula son como la primera fuente fundamental, en la que yo me sumergí cuando era chica y en la que se tienen que sumergir los chicos. De ahí uno trae personajes como brujas, ogros, monstruos, fantasmas, vampiros, y con ellos puede hacer muchas otras cosas. Creo que la literatura de tradición oral, que para mí es tan valiosa y tan importante, es como un punto de partida esencial. Un puerto necesario al que hay que arribar para poder zarpar hacia otras historias.


El protagonista de “Un cuento desesperado” de mi libro “Veinte poesías de amor y un cuento desesperado”, es un personaje hecho de palabras que busca alguien que lo escriba.


—¿Recordás en qué rincón de tu infancia comenzaste a degustar el sabor de las palabras y cómo fueron esos primeros pasos como lectora?
—Ese rincón fue la biblioteca de mi casa, donde nací, en el barrio de Boedo. Allí, en la parte de arriba, subiendo una escalerita, estaba la biblioteca, que no era un mueble, sino toda una habitación llena de estantes con libros, de mi madre, de mi padre, de la familia toda, que era gran lectora. Yo había elegido la biblioteca como mi lugar preferido de la casa, y ahí jugaba y leía, leía y jugaba, y jugaba a lo que había leído. Por eso los muñecos se convertían en personajes de mis historias, y lo pasaba tan bien que decidí, en ese mismo momento siendo muy chica, que iba a ser escritora.


Le dije a mi mamá: ‘Cuando sea grande voy a ser escritora y voy a escribir libros para que la gente se divierta como me divierto yo”.


También leía los libros que me compraban mi mamá y mi papá, que, aunque no tenían demasiado dinero, todos los meses, cuando cobraban el sueldo, nos traían un libro nuevo a mí y a mi hermana. Pero cuando se acababa ese texto, porque yo era una lectora voraz, revolvía la biblioteca y buscaba otros. Entre todos esos libros fui dando mis primeros pasos como lectora, sumados a los cuentos que me contaba mi abuela, que traía todo un caudal de historias de aparecidos y de luces malas, y de cosas que ella decía que eran absolutamente reales pero que después una se los encontró en cuentos de tradición oral.


La maestra me decía: ‘¿Cómo que leyó Neruda alumna? eso no es para chicos”, y yo no encontraba nada que impidiera que una nena como yo pudiera leer esos poemas maravillosos.


—¿De qué manera nace un texto en tu interior? ¿Creés que las aguas de la imaginación deben agitarse primero para fluir a través de las palabras y aquietarse en la obra terminada?

—La verdad es que el texto a veces nace en mi interior. A veces surge una idea y se va desarrollando casi como un embrión dentro de mí, y va creciendo hasta que llega el momento en que sí, las aguas de la imaginación se agitan hasta que llega el momento en que tiene que fluir ese caudal transformándose en palabras y aquietarse en la obra terminada. Pero no siempre ocurre así, porque a veces tengo que buscar y rebuscar un texto, y no es mi interior, sino justamente en las palabras. Es como el proceso inverso, empiezo a escribir, aunque lo que escriba no me guste, aunque borre tache y tire a la papelera mucho de lo que escribo. Pero de pronto, entre las palabras encuentro la idea, la punta del ovillo de la que empiezo a tirar para construir el texto. A veces construyo el esqueleto de la historia. Lo armo sabiendo lo que va a pasar en cada uno de los capítulos, y a partir de ahí empiezo a buscar las palabras con las que voy a vestir esa estructura. Son distintas maneras de trabajar, creo que es porque los textos también son diferentes y porque eso es un poco mi característica, el no quedarme quieta, el no repetir moldes, que mis textos no se parezcan uno a otro, ni siquiera desde la creación.

—Si tuvieras que usar imágenes para definir lo que provocan en vos la poesía, el cuento y la novela, ¿cuáles elegirías para representar a cada uno de ellos y por qué?
—Para la poesía, que es lo que más me gusta escribir, elegiría sentimientos, sensaciones, recuerdos, cosas que tienen mucho que ver con mi infancia y mi adolescencia. El cuento, que es lo que menos me gusta, porque tal como dice Horacio Quiroga en el Decálogo del perfecto cuentista tiene que ser justo, se caracteriza por la economía de recursos, no debe sobrar nada, ni una palabra, ni un personaje, es tan medido que tiene que ser perfecto y debe tener la extensión de su lectura, me provoca más una imagen de desafío, como una pelea entre la historia y yo, un reto. Y en la novela me siento a gusto, como cuando estoy sentada en una reposera frente a la playa, mirando el mar, que es mi lugar en el mundo. Sentada frente al mar con un libro en la mano, que siempre es una novela. Esa es mi imagen del descanso, del placer, del disfrute, y creo que representa a ese género.

—¿Cuáles crees que son las puertas que abre la literatura en la infancia?
—Son muchas, pero lo primero y fundamental es la familia la que debe abrir la puerta de las canciones de tradición oral, empezando por las viejas canciones de cuna que nos cantaban, para luego pasar a las canciones de cuna de autor, y luego a la poesía de tradición oral, que viene casi de la mano de la poesía de autor, porque la poesía de tradición oral es poesía en estado puro y es pura poesía. Creo que precisamente la poesía es la puerta de entrada a la literatura.


Los cuentos de tradición oral son textos en los que desde hace siglos la humanidad muestra valores claros a través de símbolos encriptados. En esos cuentos el bueno es bueno, el malo es malo y el que las hace las paga.


Cuando atraemos la atención de los pequeños, incluso los bebés, o antes cuando aún están en la panza, les podemos contar y cantar poemas. Como las etapas de evolución de un niño remeda las etapas de evolución de los seres humanos, la puerta de entrada a la literatura es también la poesía de la mano de la música. Las viejas canciones deben volver a cantarse como un juego compartido, porque en ese momento el niño entabla con la literatura un vínculo afectivo muy importante.

—¿Cómo fue tu experiencia de escribir novelas históricas para chicos?
—Me encantó escribir novelas históricas para chicos. Me fascinó y me fascina la etapa previa, la de investigación, en la que tengo que leer libros de historia, biografías, genealogías, un montón de documentos, cartas, para seleccionar aquellos que van a ser el marco de mi novela, el marco real. Así, como cuando se arma un rompecabezas de muchas piezas uno primero empieza por los bordes, toda esa investigación me permite armar el borde, la frontera que yo no tengo que traspasar, que son los hechos reales. Y dentro de esa frontera puedo jugar con lo que quiero.


Me encanta investigar y encontrar entre los datos históricos una historia que pueda desarrollar y, sobre todo, poder mezclar la realidad con la ficción.


—¿Cuál fue la primera experiencia en ese género?
—La primera novela histórica que escribí fue Un misterio en Tucumán y mientras investigaba encontré al personaje protagonista, que es José Ignacio, que era uno de los hijos del gobernador Bernabé Aráoz, mandatario de Tucumán en la época en que se declaró la Independencia. Yo supe que ese era mi protagonista y lo que le hice hacer, decir, y el amigo que le inventé, fue parte de los permisos que me puedo tomar como autora al escribir una novela histórica, pero respetando el marco que José Ignacio era el hijo del Gobernador. Me divertí tanto escribiéndola que cuando me propusieron escribir la segunda, que fue El sueño de Doroteo, para narrar la epopeya del cruce de Los Andes, también me entusiasmé muchísimo. Y tanto fue así que, aunque no me la habían pedido, propuse escribir la tercera novela que fue Secretos en la recova, porque realmente descubrí que el género de novela histórica me encanta.

—¿Cuál es la función que desempeña el humor en la creación de una historia?
—Para mí el humor es fundamental, es parte de mi estilo. Yo tengo que reírme cuando estoy creando una historia, de manera que, si yo no me divierto, si no la paso bien, si no me da risa lo que escribo, sé que no voy a lograr ese efecto en mis lectores. Para mí, si es un texto de humor, éste tiene que estar presente desde la propia creación. El humor, es sus distintas facetas, es el punto de partida. Desde el humor desopilante, el sutil o el disparate, la elección será mía, pero siempre tiene que provocar en mí un efecto a la hora de escribir. Si yo lo paso bien, los lectores la van a pasar bien.

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—Se acaba de publicar tu novela “Mientras no muera tu nombre”, ¿qué nos podés contar acerca de las vivencias que te llevaron a escribirla y de lo que sentís ahora que ya levantó vuelo propio?
—”Mientras no muera tu nombre” es una historia que está inspirada en lo que le pasó a mi hermana, que murió hace 20 años, en la relación que tuvo con una persona que ejercía sobre ella violencia psicológica. En esa época el tema de la violencia hacia la mujer, o en sí hacia otra persona, el bullying, o la violencia física, eran temas que por supuesto existían, pero no se hablaba de ellos, no se los visualizaba. Así, en el momento que ella murió hubo muchas cosas que no cerraban, que ni yo ni mi familia entendíamos, como piezas de un rompecabezas que nos faltaban. Durante estos 20 años yo fui buscando esas piezas porque necesitaba terminar de armar esa historia y saber por qué mi hermana había fallecido. Entonces fui preguntando, armando ese rompecabezas que me permitió reconstruir todo lo que pasó. Creía importante no sólo que nosotros como familia recordáramos a Patricia, sino que también se conociera su historia. Hoy, con la novela publicada, se cerró una etapa de mi vida y de la vida de mis padres. Creo que al fin ella descansa en paz y que al haber escrito su historia voy a salvar a otras personas, aunque no haya podido salvarla a ella. Estoy feliz ahora que la novela tomó vuelo propio, porque veo que provocó un efecto de mucha sensibilidad en los que la leen.

—¿De qué manera lograste integrar la escritura con la narración en tu vida?

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—Se integraron casi naturalmente. Descubrí la narración cuando estudiaba para ser maestra y me encantó. Dejándome llevar por la intuición y por los conocimientos que venían de otros aprendizajes como la música, la danza, el teatro, que estuvieron siempre muy presentes en mi vida, fui un poco tanteando a través de las respuestas de mis audiencias, que fueron primero mis alumnos y mis hijos, hasta que un día descubrí que había narración profesional y decidí insertarme en ese mundo. Al principio yo narraba textos de otros autores o de tradición oral, hasta que un día mi querida Graciela Cabal, que fue una gran amiga y que me estimuló y aconsejó mucho, me dijo “vos tenés que narrar tus propias historias”, y empecé a hacerlo y empecé a sentir que ya no encontraba otras historias que me convencieran o que me gustaran más que las mías. Los caminos como escritora y como narradora fueron paralelos, hasta que decidí “jubilarme” de esta última actividad. De igual modo, esto no quiere decir que no siga narrando, siempre lo sigo haciendo. Uso la narración para presentar mis libros, para dar charlas, para capacitar a docentes, para entusiasmar a los padres o a los chicos para que lean los libros.

—¿En qué lugar te gustaría soltar tu próxima historia para que, más tarde, el viento la tome entre sus manos invisibles, la acune y comience a contarla?
—Todas mis historias las suelto exactamente en el mismo lugar, que es el estudio en donde escribo en mi casa, en el barrio de Floresta, que está llena de rincones caprichosos y lugares secretos, igual que mi hogar de la infancia.


Me encanta conocer culturas y lugares diferentes del mundo, caminar las ciudades, de las que me traigo cosas. Soy viajera pero no soy nómade, sino que siempre vuelvo a mi casa, a mi corazón, a mi familia.


Lo mismo me gustaría hacer con mi próxima historia, soltarla en mi casa y que el viento la lleve con sus manos invisibles, la acune y empiece a contarla por todos lados, que llegue a lugares insólitos y la cuente en cualquier parte del mundo, aunque mi corazón siempre esté en mi casa.


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1 comentario

1 comentario

  1. Cristina

    20/06/2019 a 09:38

    Amo a Lili Cinetto,tuvimos el orgullo de tenerla en nuestra Escuela un 20 de Septiembre de 2012 y en junio de 2016 fue la invitada especial a la Primera Feria del Libro de General Paz,en el año del Bicentenario de la Declaracion de la Independencia,Feria de la cual hace unos dias vivimos la cuarta edicion.Tuve el placer de recibir su ultima novela,super emocionante y recomendable.Los mayores exitos para esta bella autora,narradora y persona
    Y por un pronto regreso a General Paz.Felicitaciones por tan gran entrevista!!!

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Entrevistas

Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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