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Fernández Díaz: “En la Argentina no hay una mafia única porque somos demasiado desorganizados”

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Por Analía Paez (*)

“La Herida”, último libro del periodista y escritor Jorge Fernández Díaz, un entramado de persecuciones, deslealtades y traiciones donde la muerte ronda a los personajes con el agente Remil a la cabeza, desterró hace semanas del primer puesto de los rankings al escritor norteamericano Dan Brown, lo que habla a las claras del interés de los lectores locales por conocer el lado oculto de la alta política y los engranajes del poder.

Fernández Díaz fue redactor especial y cronista policial de La Razón, en épocas del editor Jacobo Timerman. Luego se instaló en la Patagonia para ser jefe de redacción de El Diario de Neuquén. A su regreso a Buenos Aires, asumió la jefatura de Polí­tica de El Cronista y, más tarde, fue subdirector de las revistas Somos y Gente. También ejerció como subdirector y miembro del grupo fundador del diario Perfil y director de la revista Noticias, y junto a Tomás Eloy Martínez fundó el suplemento semanal ADN Cultura del diario La Nación.

Para esta entrega, Fernández Díaz volvió a sacar al ruedo a Remil, ese agente despiadado, ex combatiente de Malvinas, al que rodeó de ocho mujeres que en algún momento caerán en sus brazos, aunque ninguna logrará ganarle el corazón.

Así es como de la mano del columnista y miembro de la Academia Argentina de Letras cobran vida “Belda”, la operadora polí­tica; “Diana”, una diva perversa; “la Inglesa”, una periodista idealista; y “Mariela”, la monja que desaparece y da comienzo a esta historia.

—¿El periodismo le quedó corto para contar historias?
—No, sucede que fui escritor de ficciones mucho antes de ser periodista. Pero los límites del periodismo para contar fenómenos mafiosos o sentimentales de la vida privada siempre fueron, para mí, un aliciente para cruzar esas fronteras con las armas de la ficción. Allí­ donde el periodista se detenía, el novelista avanzaba. Eso me pasó con la mafia del fútbol, la industria del secuestro extorsivo, la narcopolí­tica, los servicios de Inteligencia y la intimidad del populismo, pero también con el amor y el deseo, las angustias personales, los problemas inconfesables y las diversas neurosis de la clase media.

—Hace varias semanas está primero en la lista de los libros más vendidos. ¿Los lectores lo elijen por su credibilidad o porque saben que va a contarles cosas que como periodista no puede?
—La Argentina es el único paí­s de Iberoamérica donde Dan Brown no va primero en ventas. “La herida” lo pasó por arriba. “¿Quién es el argentino que derrotó a Dan Brown?”, se preguntan los editores en los foros internos. A mi todo eso me divierte mucho. “Mamá” ya había vendido más de 190.000 ejemplares, “La logia de Cádiz” y “El puñal” vendieron 90.000 cada uno. Son cifras increíbles para el género novela en nuestro paí­s. Y el éxito de “La herida”, por lo tanto, solo es producto de ese largo trabajo, veinte años, donde los lectores me fueron acompañando en el gusto por leer novelas populares argentinas, pero libres de clichés. Mi modelo ha estado en la literatura clásica, pero también en el cine que tanto me influyó y me sigue fascinando. Historias populares que no renuncian por ello al gran calado y al arte. “El puñal” fue un one shot. En “La herida” apostábamos a ver si era posible crear una serie. La serie Remil. Ese agente de inteligencia, héroe infame, que opera en la trastienda del poder. Allí­ también hay un contrato de lectura: los lectores saben que yo conozco esa parte indecible de la política, y que esta no se puede contar con las herramientas del periodismo. A veces hace falta la ficción para contar la realidad. Y esa paradoja ha cruzado toda mi literatura.

—¿En qué posición lo coloca ser la persona que deja a la vista la punta del ovillo de temas tan delicados como los que expone en tus textos?
—Las historias de Remil no son novelas en clave. Cada personaje es ficticio, y cada situación es imaginada. Pero sí­ es cierto que todo está basado en conocimiento, experiencias, confidencias, documentación, expedientes que me sirven para crear equivalencias literarias. Son novelas de espías y de aventuras, pero también thrillers políticos, cruzados siempre por un fuerte sabor a realidad. Muchos lectores me han dicho que se han metido gozosamente en esas tramas, y que les parecía al principio que eran “una de espías”. Pero que invariablemente había un momento de la lectura en que sentían un escalofrío: “La Argentina es esto”, se decían. ¡Claro que es esto! En la Argentina no hay una mafia única ni un cartel de Cali, tal vez porque los argentinos somos demasiado desorganizados (risas). Pero hay un entramado de mafias, con epicentro en el Estado, que ya no es colateral sino central en la política argentina.

—Hay situaciones narradas en su libro que nos describen al dedillo como país… ¿no tiene miedo a algún tipo de represalia?
—Francamente, en este país te pueden matar por algo que imaginas. Pero no siento miedo por eso. Creo que a las mafias lo que más les inquieta es el periodismo de investigación: nombre, apellido y datos concretos. Esta visión de fenómeno los tiene sin cuidado. Aun así, este tipo de narraciones ayuda a entender más profundamente a qué aberraciones se enfrenta la democracia.

—¿Qué tiene Remil de vos?
—Remil es el canalla irresistible que todos llevamos dentro. Un tipo al que no invitarí­amos a comer a nuestras casas, pero que nos despierta simpatía. A través de sus aventuras vamos descubriendo un mundo violento, suntuoso, lleno de intrigas y cinismo. Es que la Argentina es una novela negra. Y Remil, un detective y un agente secreto, y a la vez, un guardaespaldas y un conspirador. Es un héroe infame, porque no me creería la idea de un policía de corazón puro, como leemos en otras literaturas del mundo. Remil es un 007 de un país trucho y siniestro, y al mismo tiempo, un testigo de época.

—Uno de sus personajes más nobles es la periodista… ¿Es una especie de reivindicación de la profesión en tiempos de grieta?
—La Inglesa es, efectivamente, casi el único personaje ético de novela. Aún así­, no consigue zafar del hecho de que el poder la termine manipulando. Tampoco resiste volverse famosa gracias a esa manipulación. He puesto mucho empeño en la elaboración de los personajes secundarios, especialmente las mujeres. Hay unos siete u ocho personajes femeninos, y todos son muy distintos entre sí. Los grandes pintores y los grandes cineastas ponen tanta atención en los personajes pequeños como en los protagónicos. La creación de esas ocho mujeres fue muy rigurosa: cada una de ellas tiene su historia completa, aunque solo se muestre la punta del iceberg.

—Como analista polí­tico cree que con el cambio de gobierno muchas de las denuncias cajoneadas, olvidadas o “no vistas” podrán tener una sentencia sanadora para la sociedad?
—Sí­, gracias al oportunismo de algunos jueces, que cajonearon durante años las investigaciones y ahora pasaron de tortugas a liebres. Pero si las investigaciones están bien hechas y las causas jurí­dicas son sólidas, es posible que se calme un poco esa sed de justicia que existe en la sociedad. De todas maneras, el problema de la corrupción y las mafias continuará si el asunto no se aborda desde lo sistémico y cultural, desprendiéndolo de lo partidario, lo moral y demagógico.

—¿Cuál es la herida que más marcas dejó en su vida?
—Todos tenemos una herida fundamental con la que, consciente o inconscientemente, luchamos todos los dí­as. Yo sigo luchando contra una herida fantasmal. Aquella que me produjo mi viejo, que se llamaba Marcial, era asturiano y mozo del bar ABC, de Canning y Córdoba. Marcial querí­a que su hijo fuera médico o abogado. Cuando descubrió que yo querí­a ser escritor, creyó que la literatura era una forma de la vagancia y me dio por perdido. Estuvimos ocho o nueve años distanciados. Hasta que entro en el diario La Razón de (Jacobo) Timermann, y convertido en un cronista policial, comienzo a publicar un folletí­n por entregas. Entonces un dí­a suena mi teléfono, y era Marcial. Estaba en el bar, y me preguntaba cómo iba a seguir al dí­a siguiente la trama. Me sorprendió mucho, le pregunté para qué querí­a saberlo. Todos los clientes estaban leyendo mi folletí­n y le habí­an pedido a Marcial que les anticipara cómo seguí­a. A mí me saltaron las lágrimas. Le conté cómo era el próximo capí­tulo, y cuando corté fui al baño a llorar como un estúpido. La literatura, que nos habí­a desunido, nos reconcilió. Pero yo sigo luchando contra esa herida fantasmal.

—¿Habrá más historias de Remil?
—Supongo que sí­. La realidad trabaja para Remil. Muchas veces me encuentro recortando notas de los diarios y diciéndome: “Esto es para Remil”.

—En la Academia Argentina de Letras ocupa el sillón de Juan Bautista Alberdi. ¿Qué le provoca ocupar su lugar?
—Es un enorme privilegio ser parte de la Academia de Letras y ocupar el sillón de uno de los grandes periodistas ideológicos de la historia argentina. Considero que mi trabajo de articulista también es parte importante de mi obra literaria. El articulismo me parece un género tan importante como el cuento, el poema, la novela o la crónica. La paso muy bien con ese grupo de venerables eruditos con los que nos reunimos cada quince días. Me ha devuelto a las tertulias literarias y me ha obligado a estudiar algunos asuntos, como la historia del columnismo, la novela policial, y los perturbadores cruces entre ficción y realidad según la obra de Tomás Eloy Martí­nez, que es un trabajo en el que estoy empeñado para el año próximo.

(*) Agencia de noticias Telam

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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