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Entrevistas

Fernando De Vedia: “La magia me permite golpear a la puerta de los chicos para después entrar con mis libros”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Vivimos en un mundo habitado por palabras. Palabras que se buscan, se rozan, se miran, se encuentran, se separan y giran, como en una calesita, para volver a encontrarse sobre los renglones del camino.

Son esas mismas palabras las que, empujadas por la brisa de la imaginación, saltan hacia las páginas en blanco y dan forma a otros mundos, los de ficción, desde los que emergen criaturas fantásticas, seres mitológicos o personajes de tinta capaces de atravesar la realidad y transformarla.

Cada libro es un salto hacia otros universos, dibujados por letras, una puerta de entrada a las respuestas dormidas sobre las preguntas.

Fernando De Vedia es escritor y mago. Sus trucos se expanden para construir mundos soñados, puentes que se alarguen sobre la tierra fértil de la infancia, donde siempre es posible plantar la semilla de una idea.

En diálogo con ContArte Cultura el escritor nos acerca a su mundo creativo, cuenta en qué proyectos está trabajando actualmente y revela uno de sus sueños.

—Para dar comienzo a esta entrevista vamos a entregarte una varita. Esta tiene la particularidad de ser invisible, pero en su interior habitan letras de colores, palabras que necesitan ser liberadas. ¿Cuál es la primera frase que escuchás salir de nuestra varita y qué tiene que ver con vos?
—Escucho una palabra: “Infancia”. El mundo de los chicos y de las chicas desde que nacen hasta que cumplen 12 años, es mi planeta preferido. Me entiendo mucho con ellos, los disfruto, me divierten, me cargan de energía positiva y esperanza. Me permiten mantener vivo a mi nene interior y me inspiran con sus ocurrencias, sus pensamientos o sus juegos. Si más seres humanos mantuviéramos vivo un pedacito de nuestra infancia, con los valores en que creíamos entonces, el espíritu lúdico, la creatividad, los sueños, la confianza y cierta dósis de inocencia y capacidad de asombro, el mundo sería un lugar mucho más lindo para vivir.

—¿En qué momento de tu vida despertó el deseo de contar historias?
—A los ocho años, cuando se me ocurrió hacer una historieta que contara las aventuras de dos detectives bastante salames. Se llamaban “Toscano y Narigueta” y me divertí mucho escribiéndola. A partir de ahí no paré de imaginar historias y personajes.

—¿Cómo lográs que germine la semilla de un cuento, la idea que lo hace posible?
—Cualquiera que se lo proponga lo puede hacer, porque las historias están ahí fuera esperando para ser contadas. Eso sí, hay que saber escuchar, estar atentos y ser muy curiosos para poder descubrirlas. Muchos de mis cuentos surgieron de ver o escuchar a mis hijos o a los chicos de las escuelas que visito como autor. Una vez mi hija Clara estaba con una amiga en la playa, haciendo montoncitos de arena con algas y caracoles. Decían que eran remedios para sirenas, para curarlas cuando se lastimaban con los anzuelos. Y yo que estaba haciendo la plancha en el mar dije: “¡Remedio para sirenas! ¡Qué buena idea para un cuento!”. Bueno, hace años que publiqué un libro con ese título. En otra ocasión, mi hijo Joaquín tenía un año y se la pasaba empujando sillas de aquí para allá sin parar. Una costumbre muy graciosa que inspiró mi cuento El empujador de sillas.    

¿Qué no puede faltar en un personaje de Fernando De Vedia? ¿De qué manera trabajás para construir a cada uno de ellos?
—El humor y la ternura me parecen fundamentales. Incluso cuando escribo historias de terror que dan mucho miedo y no tienen ninguno de esos dos condimentos, son presentadas por Morton Fosa, un ser de ultratumba bastante ridículo que sí los tiene. Que un personaje te divierta y sea capaz de emocionarte son dos características que trato de darle a la mayoría de mis personajes, por dos razones: por un lado, porque son dos condiciones magnéticas para chicos y chicas de cualquier edad. Por otro, porque creo que los adultos necesitamos más humor y ternura para entendernos y vivir mejor.

—Muchos de los protagonistas de tus libros son más bien antihéroes que se sobreponen a las adversidades que se les presentan, ¿cómo creas la voz de esos personajes como Paco del Tomate, Lalo Lalupa, Marvin y otros?
—Me gustan mucho los antihéroes, los supuestos “perdedores”, porque son más reales y creíbles que los personajes ejemplares que a veces se les presentan a los chicos. A todos nos cuesta esfuerzo lograr algo que nos proponemos, el camino suele estar lleno de obstáculos que, en ocasiones, si no somos perseverantes, nos frustran o nos impiden continuar. Mis personajes intentan reflejar eso, lo cual facilita la empatía del lector. Tienen siempre una cuota de “fracaso”, pero eso les permite hacerse fuertes y casi siempre conseguir lo que se proponen. Muchos de ellos están construidos con pedacitos de mi vida. Paco del Tomate es un inventor de cosas inútiles, y a mí de chico me encantaba inventar; Lalo Lalupa es un arqueólogo que nunca puede descubrir nada, y a mí me fascinaba la arqueología. Y así…

¿Cuáles son las temáticas que atraviesan tus libros y cómo lográs reflejar algunas de las problemáticas del mundo real a través de la ficción?
—Está muy presente el amor infantil porque, aunque algunos adultos crean que no, como me lo han dicho, los chicos se enamoran y mucho. Incluso de manera profunda. Antes hablábamos del antihéroe, por eso este amor en mis historias suele no ser correspondido. También hablo del valor de la amistad, de los miedos que nos paralizan. Y del poder de la imaginación, de la creatividad, como un recurso divertido e imprescindible para encontrar soluciones y respuestas. Para reflejar estos temas en la ficción, nada mejor que ponerlos en boca y en acción de los chicos, que son los protagonistas de la mayoría de mis historias.

En estos tiempos en los que la imagen pareciera estar por encima de las palabras, ¿cuál es el trabajo conjunto que deben realizar autores e ilustradores para dar vida a un texto?
—En efecto, a medida que nos hemos ido sumergiendo en el adictivo mundo de las pantallas y la imagen parece haberse convertido en la gran tirana de nuestros tiempos, la labor de los ilustradores ha tomado cada vez más importancia y dimensión. Este proceso ha ido de la mano de la aparición de nuevas generaciones de talentos, verdaderos artistas que le han sumado a la ilustración editorial una cuota de frescura, originalidad, profesionalismo y creatividad muy necesarios para que el libro siga siendo una opción entre tantas alternativas que atraen la atención de los chicos y las chicas de hoy. Pero, así como resulta imprescindible que los escritores pensemos historias cada vez más magnéticas, los ilustradores deben convertirse también en narradores. Esto significa que sus dibujos ayuden a contar la historia, la complementen o le sumen nuevos elementos. Está el ilustrador que solo adorna, y está el que narra en imágenes junto con el escritor. Creo que hacia donde va el futuro del libro infantil, cada vez vamos a necesitar más de estos últimos.       

—¿Cómo lográs unir tus dos pasiones, la magia y la escritura, para fomentar la lectura en los niños y niñas de hoy?
—Así como a los ocho años comencé a tomarle el gusto a escribir historias, fue a esa misma edad que mi tía Cuqui me regaló una caja de magia. Desde entonces hasta hoy la escritura y la magia se convirtieron, como bien mencionás, en mis dos grandes pasiones. La vida me ha dado la oportunidad de unirlas en las visitas que realizo a escuelas, ferias e instituciones de todo el país. Siempre digo que la magia me permite golpear a la puerta de los chicos para después entrar con mis libros. Se ha convertido en un gran recurso para captar a chicos y chicas que son nativos digitales y a los que cuesta mucho llamarles la atención. Y al mismo tiempo les cambia y les actualiza la imagen del escritor que muchos tienen asociada a un tipo distante, aislado y silencioso, y esto me ayuda en gran manera a atraerlos y amigarlos mucho más con los libros, la lectura y la escritura.

Contanos en qué proyectos estás trabajando por estos días y qué libros verán la luz a lo largo de este año.
—Los proyectos, a cualquier edad, son imprescindibles para mantener nuestra mente joven y uno de los motivos que nos ayudan a vivir más y mejor. Me siento afortunado y muy agradecido por poder seguir disfrutando de numerosos y variados proyectos. Por un lado, estoy relanzando muchos de mis libros con nuevas editoriales, con nuevos formatos e ilustraciones. Por ejemplo, Sudamericana acaba de publicar mis dos primeros libros de Paco del Tomate, y Planeta mis dos libros de Morton Fosa. En cuanto a nuevos lanzamientos, en breve saldrán con otras editoriales unos libros con pictogramas, que nunca antes había hecho, una colección de libros de bichos y de terror para los más chiquitos, y un libro muy divertido protagonizado por animales de la granja. También me encuentro trabajando en un libro sobre las emociones, que me han pedido. Por otro lado, continúo con una columna de radio sobre literatura infantil para adultos en el programa “Al fin sucede”, de Gisela Busaniche, que va por radio Metro 95.1 los domingos de 18 a 21. Y seguiré dando, de tanto en tanto, talleres de escritura para grupos o instituciones, actividades que me brindan muchísimo placer.

Volviendo a nuestra varita, si pudieras dejar guardado un sueño en su interior, ¿cuál sería?
—Tengo tantos que no me alcanzaría la varita para guardarlos. Pero voy a elegir uno que tiene relación directa con mi actividad. Las investigaciones indican que en nuestro país a cuatro de cada diez chicos de hasta 13 años nunca jamás les han leído un cuento, ni tienen material de lectura en sus hogares adaptados para sus edades. Y esta situación cruza a todos los niveles socioeconómicos. Mi sueño entonces es que esto empiece a cambiar y que nunca más un chico se quede sin la posibilidad de que le lean un cuento. No digo leerles todas las noches, que sería ideal, pero ¿diez minutos tres veces por semana? ¿Una vez por semana? Creo que no es un sueño difícil de alcanzar. Depende en parte de que muchos adultos cambien algunas prioridades. Y no sería un logro solo por los beneficios que ya sabemos que brinda la lectura, sino también por todo lo que significa ese rato de compartir un libro en términos de intimidad emocional, comunicación y cuidado amoroso, que toda criatura en este mundo tiene derecho a disfrutar.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
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