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Entrevistas

Gabriel Rodríguez Molina: “La poesía tiene un diálogo cotidiano, nunca la puedo abandonar, siempre me habla”

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Por Walter Omar Buffarini

Un embajador de la literatura en la ciencia. Un representante de la ciencia en el arte. Cualquiera de las dos frases podrían describir al autor platense Gabriel Rodríguez Molina.

Habitante de las letras desde temprana edad, no duda en sostener que la poesía puede transformarse en un camino de sanación, de sostén para aquellos que atraviesan difíciles situaciones de salud.

Lector insaciable, encontró en la escritura la forma de llenar un espacio que se le presentaba incompleto, y así abrazó a la poesía como compañera de ruta.

Invitado por ContArte Cultura, presentó su obra y a sí mismo en una extensa charla que dejó al descubierto al fructífero escritor y al hombre sensible que lo contiene.

—¿Cómo nace tu relación con el arte?
—El abuelo de mi padre es de Bolivia, hace folklore, es solista en guitarra y muy tradicional. Así, tengo un poco la tradición folclórica boliviana, más la sencillez del pueblo, que hacen un híbrido interesante. Siendo joven, esto es como entrar a un mundo muy posmoderno con una arquitectura más tradicional. Es interesante.

—Como comentás, sos muy joven y con una interesante actividad literaria, ¿cómo te presentarías?
—Tengo 23 años. Dos libros publicados y estoy con una obra de teatro. También escribo una novela, tarea que no apuro porque me parece que es un género más complicado de corregir. A mi entender, la poesía es más complicada de escribir, pero la novela tiene muchas páginas y me resulta muchas veces más tediosa. Creo que cuando abandonás una novela lo hacés casi por completo, en cambio, la poesía se va nutriendo siempre. La poesía tiene como un diálogo más del cotidiano, nunca la puedo abandonar del todo, siempre me habla. Es algo que siempre me está enseñando. Lo siento como un género más puro.

—¿Cuándo empezaste a escribir?
—Alrededor de los 16 años. Ahí aparecieron los primeros impulsos de empezar a escribir. Yo tenía mucho el formato canción, que fue mutando más al lenguaje de lo escrito. Son interesantes esas mutaciones que van sufriendo las canciones. El trovar con lo escrito, pero que no se pierda la oralidad de ese escrito. Me resultaba muy interesante dialogar desde lo poético con el lenguaje del canto, que tiene que ver más con algo ritual, con algo más ancestral. Creo que, si hay algo que intento rescatar, por más que no escriba en código de canción, es esa energía de vocación de dioses o lo que hacían los antepasados. Eso me resulta interesantísimo abordarlo desde la poesía.

—¿Heredaste de la familia el tema de la escritura?
—No mucho. Mi abuelo boliviano sí escribía. Mi padre aportó desde el canto y la lectura. Mi mamá es traductora, por lo que también siempre leyó mucho. Entonces el aporte de la lectura sí existió, pero el tema de la expresión en lo escrito no tanto. Fue más separarme de lo que hacían ellos. Escribir fue el camino para buscar mi propia identidad. Mi papá se dedicó más a la interpretación y no a la creación. Me parecía que había una necesidad en ese sentido.

—¿Cómo es tu formación más allá de la escritura?
—Si bien culminé el secundario en el colegio María Auxiliadora, mi escuela siempre fue el Normal 3 de La Plata. Creo que también en mi inclinación literaria tengo algo de eso. Era escuela de lenguas vivas, con el nombre de Almafuerte dando vueltas, el tema de la historia dura de La noche de los Lápices. Tengo memorias vagas de ciertos homenajes. Rescato que siempre he tenido maestros excelentes y sobre todo la impronta de lo público, como algo que todavía está. Ahora estoy estudiando Medicina, pasando a cuarto año, y también estudié filosofía dos años en Humanidades. Si bien en algún momento coexistieron ambas carreras, ahora estoy más dedicado a Medicina por una cuestión de carga horaria. Estoy realizando algunas guardias en el Hospital San Martín, y también estuve cursando en el Hospital Rossi.

—¿Y esa actividad te aporta para la escritura?
—Si, totalmente. Yo lo veo desde el tema del dolor, haciendo un paralelismo con la enfermedad o aquello que no está bien y la búsqueda de la sanación que muchas veces se hace a través de la escritura. Cualquier expresión artística tiene que ver con eso, con traer algo que te alivie las angustias existenciales. La Medicina es eso más hecho carne. Ver el sufrimiento, palparlo, sirve para anclar a una realidad. Poesía y ciencia es también un vínculo muchas veces contradictorio: la ciencia busca muchas respuestas y cree encontrarlas donde la poesía busca algo muchas veces absurdo, pero hay veces en que la respuesta está en eso a través de una mirada o en un silencio.


“Si no tenés una mirada poética sobre
la vida no es posible abrazar a alguien.”


—¿Buscás tus tiempos para escribir o lo hacés cuando ese tiempo aparece? 
—No suelo ser muy metódico, por lo tanto, me dedico cuando aparece la oportunidad. Ahora que estoy abocado a escribir teatro, tal vez me ocupo un poco más formalmente, por un tema de las escenas, de seguir ese correlato de lo que escribo con lo que se interpreta. Entonces he tomado cierto hábito de sentarme a la noche a releer lo que escribí, para continuar la escena con un hilo conductual. Con la poesía eso me es imposible. En ese caso la obra aunada está como adentro, no la organizás una vez que la escribís.

—¿Con que te animaste a transitar el teatro?
—Mi primer trabajo teatral es “Frío invierno”, una obra que aún no está publicada porque la estamos ensayando. Me interesa mucho verla en escena para detectar si en realidad se expresa lo que yo quería decir al escribirla.

—¿Y en qué te inspiraste para crearla?
—Es una búsqueda que tiene que ver con el encierro. Es un personaje que se encuentra preso y condenado a muerte, por lo que la obra posee símbolos muy fuertes que me llevan a no apurarme a publicarla antes de verla hecha cuerpo. La interpreta Juan Ignacio Sueldo, un actor muy joven que se encuentra estudiando en la UNA (Universidad Nacional de las Artes), en la ciudad de Buenos Aires, y la verdad que estamos investigando mucho juntos. El del encierro es un tema que me ha interesado mucho desde chico, desde la poética de ciertas obras que me habían llamado la atención. Obras como “De profundis” de Oscar Wilde, escrito en la cárcel, la historia de Dostoievski en la prisión, la historia de Jacobo Fijman en el manicomio, Antonin Artaud y su “Van Gogh: el suicidado de la sociedad”. Como que siempre existió interés en mi por el tema, el “qué hay” del encierro que motivó semejantes obras trascendentales. Entonces una primera exploración fue intentar escribir algo de eso desde mi postura, sin haber estado encerrado, sino a través de esas lecturas, para ver si había algo de eso que se me hubiera instalado dentro. Y precisamente esta obra es parte de esa exploración. Como venimos ensayando, y sin el apuro por estrenarla, entiendo que tal vez eso suceda en marzo del año entrante.

—¿Cuál fue el motivo que te inspiró a escribir teatro?
—Primero fue la curiosidad, porque creo que la poesía se está quedando mucho en el escritorio. Hay muchos escritores teóricos o que escriben ensayos que tal vez resulten interesantes, pero se quedan en esa teoría y creo que la poesía debe ir por otro lado. Tiene que ver particularmente con habitarla, de hacerla cuerpo y que sea una forma de ver al mundo. Siento que el teatro tiene mucho que ver con eso. Se hace cuerpo y toda la simbología, el mensaje y el significado de una obra, lo podés ver traducido en lenguaje corporal en esa especie de ritual que se forma con quien va a ver la puesta y es cómplice de toda esa narración. Fundamentalmente esto es lo que hizo al teatro verdaderamente atractivo para mí. Buscar lo poético en el teatro, pero también lo teatral en la poesía.

—¿Pasa por tu cabeza dedicarte sólo a la literatura?
—La verdad es que sí, está ahí todo el tiempo. Aunque tengo mis pensamientos acerca de lo que es el mercado y la obra de arte. Es muy contradictorio muchas veces el tema del valor. Yo veo mucho valor en una obra de Sebastian Bach, pero si hoy se editara algo de Bach seguramente mucho no vendería. Entonces, ¿dónde está realmente el valor? Me dedico todo lo que puedo a la literatura y lo valorizo en función de eso. Cuando siento que la obra está y tiene cierta calidad no necesito mucho más.

—Entonces te conformás sólo con que te guste a vos…
—Para ciertas decisiones, con que me guste a mi o sienta que llegué a un estado en el que alcancé armonía, ya no consulto mucho. Soy más mandado y es una forma de evitar las dudas. Una vez que la obra se publicó, obviamente que escucho las críticas, pero rara vez lo hago en la previa.

—¿Qué podés contarnos de tus dos libros publicados?
—El primero, El despertar de los ojos glaucos, es un libro mítico, que tiene que ver más con la poesía lírica y es bastante oscuro. Ahonda en el mito de Glauco, quien era el hijo de Poseidón, y es una odisea acuática hacia la muerte. Y al hablar y nombrar a la muerte, hay gente que encontró cierto alivio, pero hay muchos, que me conocían de otros ámbitos, que no se lo esperaban y se sorprendieron. Lágrimas de un pájaro, el segundo libro, es más de contemplación, donde los símbolos de la naturaleza aparecen por sí mismos. Se corre el “yo poético” que había utilizado en la primera obra para dejar el papel a la naturaleza. Es más lumínico.

—¿Ese cambio fue algo buscado o se dio espontáneamente?
—Fue buscado el cambio, no sé si el resultado. Lágrimas de un pájaro lo escribí intentando una estética no sé si contraria, pero sí distinta. Utilicé algunos términos de la poesía oriental, corriéndome del occidente de haber trabajado con un mito griego, y así encontré respuestas en función de la utilización del silencio, la economía de la palabra, como evocar ciertos estados de ánimo a través de la naturaleza. Lo fui encontrando también en algunas mitologías andinas, en los Aimaras de Bolivia y su concepción del tiempo circular y en ese caminar hacia el pasado. Todos esos elementos nuevos me sirvieron para crear una distancia con el primer libro.

—¿Leés en función de lo que escribís o tu escritura es producto de tus lecturas pasadas?
—Hay determinadas búsquedas que nacen a partir de mis lecturas. Estoy leyendo “El farmer”, de Andrés Rivera, que habla sobre la vida de Juan Manuel de Rosas, y eso despertó mi interés de investigar sobre la vida de Mariano Rosas, lo que lo hace una exploración que claramente nace de la lectura. Algo parecido me pasó con la obra de Antonio Di Benedetto, con Zama, o determinadas estéticas de Juan José Saer, más realistas, que llevaron luego a mi subjetividad a explorar otros terrenos. Me gusta mucho hacer dialogar a estéticas poéticas opuestas, como la propia poética de Saer con la de Roberto Arlt. Así, en la novela que escribo actualmente estoy experimentando un cambio de lo rural (Saer) a algo más citadino (Arlt). Y todo eso es generado por las lecturas previas que me llevan a proponer nuevas estéticas. En definitiva, tengo disparadores, pero estoy siempre buscando realizar algo nuevo.

—¿Por qué estudiar Medicina?
—Tiene que ver con una búsqueda del alivio del dolor, de la comprensión del otro, además de haber leído con mucho interés la obra de René Favaloro, particularmente su libro “De La Pampa a los Estados Unidos”, lo que me permitió ir descubriendo una vocación.

—¿Y dentro de esa carrera, que camino elegís?
—Estoy realizando una pasantía en salud mental, en un centro de día en donde además coordino un taller literario con gente que estuvo internada en el manicomio. Es una experiencia muy interesante, en donde vuelve a aparecer el lenguaje dominante del encierro, que se ve en los hábitos, en la escritura, en las mismas formas. Desandar esos caminos me resultan un trabajo interesante. Pero fundamentalmente desde la perspectiva de “qué es la salud”.

—El taller de escritura sin duda te ha aportado interesantes experiencias.
—Suceden cosas maravillosas, sobre todo cuando trabajamos con determinadas lecturas. Me nutro mucho de llevar textos y analizarlos entre todos. Así nacen metáforas, simbologías, formas de ver la vida misma que de no ser en ese espacio nunca se me ocurrirían.

—Habiendo comenzado a escribir tan joven, ¿fuiste acompañado en esa aventura por tus compañeros, tus amigos?
—Sí, pero más desde el silencio y el respeto. Algo que cuesta cuando se dan los primeros pasos. Muchas veces la familia no enfoca igual que uno y ahí es donde nos refugiamos en nuestros amigos. Cuando tuviste una mala racha y estás angustiado, te enfrentás a la hoja en blanco y no escribís por un par de meses. En esos espacios de silencio de mis amigos muchas veces encontré la cobija que necesitaba.

—La presentación de “Lágrimas de un pájaro fue algo especial, novedoso…
—Lo sentí como algo explosivo. Se realizó en el Centro Cultural Islas Malvinas de La Plata y fue realmente convocante y a la vez muy emotivo ver tanta gente alrededor de la poesía, que es algo no tan popular. Ya en el primer libro habíamos hecho como un esbozo de lo que finalmente sucedió con este. En ese momento hicimos la prueba de ver cuánto de cierto hay en eso de que todo el arte habla de lo mismo y presentamos junto al libro algunos cuadros y una muestra fotográfica. Como notamos que se entendió lo que buscábamos -que en realidad ese era nuestro gran miedo, que no se entendiera- y hubo cierta aceptación, esta vez fuimos un poco más profundo y a los cuadros y la muestra le sumamos el cuerpo de un bailarín, el de un actor, una guitarra clásica, alguna escultura y una ambientación. Y la gente lo entendió. Entendió esa contradicción entre libertad y encierro, el símbolo de un pájaro volando y en la piedra, la angustia… eso se leyó. Puedo decir que hubo magia.

—¿Cuál es tu relación con el mundo de los escritores?
—Me cuesta vincularme con círculos porque percibo que son muy cerrados ideológicamente. Sí me han contactado para pequeñas convocatorias, algunas lecturas, algunos encuentros, pero trato de estar siempre con un pie adentro y otro afuera. Creo que si no uno corre el riesgo de perderse. Perderse uno mismo y todo lo que quiere decir. Y es por eso que en ese aspecto trato de tener cuidado. Sí me nutro, charlo, tengo contacto con diversos escritores que me interesan. Ahora, con mi incursión en el teatro estoy encontrando algunos referentes, como Mauricio Kartun, de quién estoy leyendo toda su obra y la idea es el año que viene poder empezar a estudiar con él. Creo que esa sería una buena oportunidad de relacionarme con otra gente del teatro que tienen una mirada de la poesía distinta a la mía. Porque en lo distinto encuentro un potencial aprendizaje.

—¿Hay algo que podés decir que buscaste en la literatura?
—Mi propósito fue tratar de ser yo mismo, y creo que por ahí pasa la pregunta que uno debe hacerse: “¿Soy yo mismo o no?”. Muchas veces, el arte se convierte en un espejismo que es peligroso. Hay artistas que terminan componiendo un personaje en el cual se pierden ellos mismos.

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Entrevistas

Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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