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Historias Reflejadas

Historias reflejadas: “Confusión animal”

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Confusión animal

Los animales de un libro estaban aburridos de tanto aburrimiento y solo por eso decidieron emprender un viaje. Los que ocupaban las primeras páginas comenzaron a caminar hacia adelante, en cambio los que estaban en las últimas se desplazaron en sentido contrario. Hubo un punto de encuentro, exactamente en la página 20, justo en la mitad del libro.

Cuando todos se miraron descubrieron las diferencias, de color, de textura, de altura y de peso, pero además también descubrieron muchas habilidades que cada uno de ellos no tenían.

En ese revoltijo de patas, pelos, dientes y manchas, muchos de ellos quisieron ser otros y por un instante alguien muy especial les concedió el deseo. Tal fue la magia del momento que cada uno se arriesgó demasiado y terminaron en el suelo sin saber quién era quién. Una vaca presumida se arrepentía de haberse probado la vestimenta de una oveja. Mientras tanto esa oveja lloraba cuando descubrió las manchas de su amiga vaca moverse sobre su cuerpo y taparle la cara. Un yaguareté viajero se perdió escuchando los consejos de un armadillo y un hipopótamo se agotó tratando de trepar a un árbol.

Un cuis muy gris se tropezó con todos cuando buscaba un ramito de menta para su mamá, pero se levantó muy rápido y se cruzó con un lobo que necesitaba amigos y lo invitó a su fiesta de cumpleaños. Tras apagar las velitas se despidió del lobo y siguió buscando la página en la que estaba su cueva.

De repente, un lápiz seguro y una goma ayudaron a los animales a recuperar su aspecto, y despacito cada uno de ellos fue volviendo a sus respectivas páginas tal cual eran.

El dibujante estaba contento de haberlos ayudado y ellos habían descubierto que allí no todo era tan aburrido.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Animalísimo”, de Pablo Bernasconi; “El lobo Rodolfo”, de Claudia Vera y Nora Hilb; “El viaje de un cuis muy gris”, de Perla Suez; y “El yaguareté que quería viajar”, de Adela Basch.

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“Despedida”

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Despedida

Dialogás con la muerte. Las palabras viajan por las venas, una tras otra se disuelven en la sangre. Como si pudieran anidar en tu cuerpo y en nuestras conversaciones, se animan a instalar un silencio. El espacio se contrae. Te acomodás en ese intervalo de vida, aferrándote a las sábanas y a la historia. Ella pronuncia tu nombre y nos quiebra, es una mancha que avanza y retrocede para ramificarse en pasillos sin aire, en rincones donde los recuerdos forman colinas de sedimentos.

Te aferrás a los sedimentos apilados. Tus ojos revuelven muebles y objetos, perciben el vacío futuro, las ausencias a uno y otro lado, cuando las palabras se desintegren y caigan de tu boca como restos imposibles de juntar.

Vas y venís. Oscilamos. Nos vemos obligados a revolver los escombros que por momentos nos cubren con olores conocidos. Pero la incertidumbre es inolora.

¿A qué huele la muerte?

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia las siguientes novelas: “Vos”, de Natalia Zito (Emecé); “Acá todavía”, de Romina Paula (Entropía); “Papá”, de Federico Jeanmaire (Edhasa); y “Las gratitudes”, de Delphine de Vigan (Anagrama).

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“El silencio”

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El silencio

La historia colgaba de las ramas. Cada tanto, una brisa suave balanceaba las palabras. Era allí, en ese movimiento imperceptible que ocurría a pesar de los agujeros negros, donde la maravilla se manifestaba. Y aunque el agua y el fuego habían arrastrado los sonidos cotidianos, aunque el miedo y la culpa se enredaran una y otra vez, en los bordes de los cuerpos siguieron adelante. Todos sabían. El vacío de las voces tenía la textura de las cosas que no se nombran. Áspero y rugoso, lo que no se pronunciaba crecía y se desparramaba desde el fondo de las bocas cerradas.

Fue entonces, en un claro del camino, en un punto de ramificación del lenguaje, cuando descubrieron que el simple gesto de nombrar abría alas y ventanas.

Y una palabra llamó a la otra y esta otra a otra más. El murmullo creció y se multiplicó, como un rumor. Como si cada verbo fuera capaz de volar y con su vuelo pudiera mover una parte de la historia que colgaba de las ramas y del tiempo. Como si se tratara de un rugido en el centro de un silencio.

Andrea Viceca Sanz (@andreaviveca)

Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “Los agujeros negros”, de Yolanda Reyes con ilustraciones de Daniel Rabanal; “Lo que Teo no dice”, de Gabi Casalins con ilustraciones de Laura Aguerrebehere; “Los dinosaurios son pura historia”, de Márgara Averbach con ilustraciones de Daniela López Casenave; y “Un rugido en la selva”, de María Fernanda Karageorgiu y Alejandra Karageorgiu.

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“Círculos”

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Círculos

Deja correr las nubes. Una detrás de la otra.

¿Están escritas todas las palabras?

¿Dónde comienzan los hilos que prolongan las letras?

¿Dónde nacen las voces del árbol y del trueno?

Debajo, en las raíces, donde el silencio y el agua conjuran los nombres.

¿Cuántos hilos tejen cada vida?

Por aquí y por allá, detalles, una brisa que separa, antes.

Antes de las guerras, cuando la poesía colgaba de las ramas.

Antes de las plumas desparramadas y de los ojos en la arena, sin tiempo.

Antes de la oscuridad.

¿Quién decide la caída de las hojas, el viaje hacia el subsuelo, fugaz?

Alguien mira los detalles. Cerca.

Después del viento, los relojes mudos, la muerte y la vida anudadas, como si fueran la misma cosa. Unas y otros iguales, diferentes.

Nunca es el mismo otoño.

Ni la misma historia.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia los siguientes libros que recomendamos: “Crecí hasta volver a ser pequeña”; de Adela Basch y María Delia Lozupone; “Una versión de Dios”, de Liliana Bodoc y Ana Luisa Stok; “Uno y siete”, de Gianni Rodari y Beatrice Alemagna; y “Mirar de cerca”, de Margara Averbach y Eugenia Nobati.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
Registro DNDA Nº 2022-106152549
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