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Entrevistas

Susana Vaquero: “Siempre pienso que a quien lee no hay que darle todo, sino despertarle la curiosidad”

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Por Walter Omar Buffarini

Apegada a las letras desde la primera infancia, se erigió en vocera de los hechos cotidianos y convirtió en poesía su día a día, con una mirada aguda y no carente de humor de la realidad.

Sus textos, en cuentos, novelas o relatos a través de la redes sociales, se transformaron en una sana costumbre para la propia autora y para sus lectores.

En diálogo con ContArte Cultura, la escritora Susana Vaquero, nacida en la provincia de Buenos Aires “por un mandato familiar”, pero pampeana por adopción, brindó detalles de cómo llegó a hacer de la literatura una verdadera forma de vida.

¿Cuándo comenzaste a escribir y en qué momento decidiste publicar?
—Lo hice toda la vida, desde muy chica, y nunca dejé de hacerlo. No hay un día que no escriba, mayormente de noche, aunque sea un ratito. Soy psiquiatra y trabajé en el Hospital de Romero muchos años. Cuando hacía guardias escribía poesías hablando de las cosas que allí sucedían, de las noches agobiantes. Siempre tuve lectores a quienes les mandaba los textos por mail y que podría considerárselos mis “lectores cero”, pero nunca se me hubiera ocurrido publicar, ya que siempre me conformé con la gente que me leía. Eran muchos y en verdad estaba bien. Pero cuando empecé a escribir la novela “Aromas de manzanillas”, una amiga con la que siempre viajaba me insistía con que tenía que pasarla al papel. Ella luego enfermó y creo que finalmente la publicación del libro fue en su homenaje. Como contaba, no era lo que más me interesaba, con que me leyera la gente que me conocía para mí era suficiente.

Comentabas que escribías poesías en las guardias, pero ¿cómo fue que terminaste escribiendo una novela?
—En realidad, la novela no iba a ser tal, sino que iba a ser un cuento, ya que yo me siento mucho más cómoda con ellos, pero en un momento las cosas se me fueron de las manos. Como decía, la idea era un cuento que tenía que ver con las vivencias en distintos pueblos y lugares, y en eso se me cruza un material de cuando Perón llegó a Ezeiza, que siempre me pareció algo muy interesante, y empecé a investigar en diarios sobre qué se había escrito en distintos lugares de provincias en esa época. Así empezó a tomar forma lo que finalmente sería la novela.

Y tenés un libro de cuentos…
—Publiqué un libro de cuentos del que acaba de salir la segunda edición. Con ese libro pasó algo muy lindo, porque la gente me lo empezó a pedir para leerlo, así fui sumando lectores y descubriendo que escribir tiene muchas formas. Son historias contemporáneas que, aunque muchos parecen naifs, entre líneas tienen alguna denuncia social. Siempre pienso que a quien lee no hay que darle todo, sino despertarle la curiosidad, que investigue lo que pasó. Por eso es que en mis textos siempre dejo alguna cosita que debe completar el lector.

También viviste la experiencia de la narración junto a Graciela Aletti…
—Si. Con Graciela éramos compañeras de hospital y después nos reencontramos, ya que ella es narradora oral y hace muy poco hizo un espectáculo con cuentos míos que fue un verdadero éxito. Lo hicimos en un lugar llamado Jazz Bar, de avenida 53 y 10 de La Plata, y fue muchísima gente. Fue algo muy curioso y sorprendente. Primero me pareció raro ver cómo se adaptan los cuentos propios, y después estar escuchándolos fue muy interesante. Eso hizo que ahora esté trabajando en guiones para otros narradores, porque me pareció una experiencia y un camino nuevo de la escritura que no se me hubiese ocurrido, más allá que en YouTube hay un montón de textos y cuentos míos leídos por distintas personas. Pero eso es lectura, no narración.

¿En qué estás trabajando por estos días?
—Estoy en un proyecto literario que involucra a muchas personas, pero del que no puedo contar casi nada. No es un trabajo solamente mío, sino que significa visibilizar muchos autores de cuentos, en principio de la ciudad de La Plata. Participan personas comunes: el verdulero, el carnicero… personas que tienen otros trabajos y que también pueden dedicarse un tiempo a leer y escribir. Es un proyecto muy amplio y que hace un año que venimos dándole forma. También involucra a distintas comunidades latinoamericanas que viven en la región. Pero lamentablemente no puedo adelantar más.

¿Y en lo particular?
—Estoy abocada a unas historias, unos cuentos largos, que pienso que estarán para el año que viene. Son historias de mujeres, porque yo escribo sobre mujeres. Además, tengo una fanpage en la que escribo algunos artículos de humor que tienen que ver con mi barrio. Son cosas que me pasan a mí pero que le pueden pasar a cualquiera. Historias con cierto humor y que siempre terminan en el supermercado chino. Siempre estoy atenta a lo que sucede y los personajes involucrados.


Teníamos un abuelo español que era un gran lector. Un hombre de campo, muy curioso pero que no hablaba casi nada. Eso hizo que en nuestra imaginación de chicos creyéramos que era un lobizón.


¿Si tuvieras que contar el porqué de tu afición a la lectura y la escritura, como lo explicarías?
—Sin dudas tiene que ver con que en mi casa se fomentaba mucho la lectura. Se compraban muchos libros, muchos diccionarios, y así todos los hermanos, que somos varios, aprendimos a leer mucho antes de empezar la escuela. Papá tenía la obsesión de que había que leer, siempre había que leer. Todos éramos socios de la biblioteca del pueblo desde chiquititos y nuestro recorrido al centro era para ir a la biblioteca. Así, casi todos quedamos ligados a la literatura, cerca de los libros. Tengo un hermano periodista, otro diseñador pero que también escribe, uno que fue bibliotecario…

Cerca de los libros y con la imaginación a flor de piel…
—Seguramente. Pero para eso también mamá aportó lo suyo. A la hora de la cena era tal el lío en mi casa que ella debía ingeniárselas para lograr tranquilidad. Recuerdo que había una habitación que tenía una puerta con vidrios y cortinas floreadas, entonces mamá nos ponía detrás de esa puerta, en la habitación, y nosotros teníamos que contarle historias a mi hermano más chico, que se quedaba a su lado escuchándonos. Eso hizo que siempre estuviéramos narrando. Cuando nos vinimos a estudiar a La Plata, con mis hermanos mantuvimos esa costumbre. No teníamos demasiado dinero y vivíamos en un conventillo de calle 11 y 57. Por la noche, uno empezaba una oración, otro la continuaba, el otro seguía, y había que redoblar la apuesta para ver quién armaba la mejor historia. En esa época existían unos grabadores grandes en los que poníamos el casete y después escuchábamos lo narrado. Hasta hace un tiempo conservábamos esos relatos, pero de a poco se fueron perdiendo. 


Muchos de mis textos tienen que ver con eso de las soledades y los desamores. Personas oscuras que andan como escondidas y en realidad por dentro tienen esa imagen de un amor que no fue.


—¿A la hora de escribir “robás” un poquito de las historias de tu profesión?
—Siempre evité escribir sobre cosas que tuvieran que ver con pacientes o que roce las patologías, pero muchas veces es inevitable. Me ayuda a la hora de construir un personaje, ya que puedo tener más herramientas. En un tiempo estuve escribiendo unas historias que se llamaban Memorias del sucucho, evocando el cuartito que a mí me tocaba para trabajar en el hospital, que era bastante bizarro como es todo el Hospital Alejandro Korn, que está muy deteriorado, pero que en definitiva no eran relatos sobre los pacientes. Yo ejercía una forma de la psiquiatría que los europeos llaman “de enlace”, que es trabajar el vínculo entre el médico y el paciente, pero más desde lo que le pasa al profesional frente a los internados. Esa forma de trabajo a veces hacía que los pacientes me contaran otras historias de su vida que no iban a la historia clínica. He escrito bastante sobre eso, pero no creo que nunca lo publique, tal vez sí alguna vez lo comparta con la gente con la que trabajé. Si bien no toca cuestiones propias de quienes trataba, eran cosas que ellos me contaban.

¿A parte de esa relación con los libros desde muy chica, te preparaste de alguna manera especial para la escritura?
—No estudié ni hice cursos, porque soy muy tímida para estar en grupos trabajando y soy más de hacer las cosas sola, más con mi interior. Alguna vez pensé en realizar un taller con Gabriel Bañez y fui a una entrevista con él, pero me recomendó seguir sola. Primero pensé que no me había querido como alumna, pero después me di cuenta que no fue así. Sí estudié guion cinematográfico y me fue muy útil para escribir. Cuando me trabo, lo que no me sale lo armo en mi cabeza como un guion y me voy imaginando cómo se va moviendo, como lo filmarían y demás, entonces puedo volver a la escritura. También me gusta mucho el cine y he ido a muchos ciclos, lo que también ha ayudado a mi escritura. Tal vez algún día vaya a algún taller, pero no lo sé. Por el momento disfruto escribir de noche, me gusta escuchar jazz, que nadie me hable, y temo que un grupo me pueda condicionar, aunque reconozco que hay muy buenos talleres.

“Conocí a José Saramago en un Festival de Cine de San Sebastián, y tuve una muy linda charla con alguien muy afectuoso. Eso me llevó a pensar que él había empezado a publicar de grande, no había ido a talleres y tenía bastantes limitaciones también, y dije ‘tal vez los caminos sean estos’.

Nos contaste que nunca pasó por tu cabeza la idea de publicar, pero lo hiciste y te diste a conocer como escritora, ¿cuál sería tu sueño hoy?
—Con conservar la lucidez para escribir ya estoy conforme. Pero sí me gustaría que hubiera en la ciudad algo que permitiera visibilizar a mucha gente que escribe, que es muy talentosa, pero que no cuenta con las posibilidades de publicar. Me interesa hacer algo sobre eso y es un tema que desde hace un tiempo me da vueltas en la cabeza. Otra cuestión que me motiva es buscar la forma que los autores independientes podamos llegar a determinados sectores de la población, como pueden ser los no videntes. Hay muy poco publicado en Braille, y lo que existe es lo clásico. ¿Por qué limitar a las personas a solamente oír un cuento, si a lo mejor lo que quieren es tocar la letra?

¿Cuándo tenés que leer, qué es lo que más elegís?
—Leo de todo y todos los días. A veces tengo varios textos a la par. Ahora estoy leyendo a Juan Solá, que es un chico muy interesante. Estoy leyendo Matadero Cinco de Kurt Vonnegut. Tengo casi terminada Serotonina de Michel Houellebecq, un autor bastante controvertido pero muy interesante. También me regalaron el último libro de Haruki Murakami, La muerte del comendador. Siempre tengo un libro en la cartera. Si tomo un colectivo y tengo tiempo, leo. Leo muchísimo.

“Es muy difícil para un autor independiente vender en las grandes librerías. Primero porque los porcentajes que se queda la librería es muy importante, y después porque los libros no reciben la difusión que necesitan, ni siquiera son puestos en vidriera.”

¿Además de los libros, el contacto con tus lectores es a través de tu fanpage?
—Si. Así es que tengo lectores de los lugares más insólitos, a pesar de escribir solo en castellano. Casi todos los días subo algún cuento corto o voy contando acerca de proyectos que estamos llevando adelante. A veces recomiendo algún libro de otro autor o cuento cosas de otras personas que escriben y que yo respeto. Pero más que nada subo mis textos. Cuando es algo que voy a publicar no lo comparto todo, pero si un pedacito, como adelanto. También subo relatos cortitos que tienen que ver siempre con historias de bares, de mozos, cuentos de fútbol… Todos los días escribo alguna cosita.

¿Qué nos podés contar de Aromas de manzanillas?
—Que es una novela que a mí me sorprendió. Cuando un autor independiente empieza a editar, primero hace pocos libros porque no se sabe a quién le va a interesar, más que a los amigos y los allegados. Pero en este caso se fueron abriendo los caminos, y hasta llegaron a preguntarme si no me parecía que también era una novela para adolescentes. Y la verdad que no lo había pensado. Pero puede ser, porque los personajes son chicos que entran a la facultad, lo que es el inicio del amor, la sexualidad, la amistad, lo que no se debe decir…

¿Y por qué ese título?
—En realidad, tiene que ver con mi propia vida. He tenido una familia muy particular, con una mamá fiel a rajatablas a los mandatos familiares, y un papá socialista perdido por el mundo. Mi madre era de un pueblito en la provincia de Buenos Aires, pegado a Pehuajó, que se llama Francisco Madero, donde se cultivaba y se trabajaba la manzanilla y se vivía de su producción y venta. Vaya a saber uno por qué cuestiones, mi abuela había decretado que todos sus nietos debían nacer en su cama, por lo que, en el caso de mis padres que ya vivían en La Pampa, al llegar mi mamá al cuarto mes de embarazo viajaba y se quedaba en la casa materna hasta que después del nacimiento iba mi papá a buscarla. Después, durante nuestra infancia, viajábamos para el Día de los Muertos, porque era riguroso que todos debíamos ir al cementerio con la abuela para esa fecha. Tengo el recuerdo de los más chicos jugando a las escondidas en aquel lugar. Por lo tanto, yo pasaba todo noviembre con todos mis primos de distintos lugares en un pueblo con olor a manzanilla. Durante mucho tiempo tomé a ese pueblo como parte de mi identidad hasta que, después de mucho análisis de por medio, adopté a La Pampa como mi lugar y me reconozco como pampeana. Francisco Madero era el pueblo de mi madre, con todas sus historias, y yo lo tengo incorporado a través del perfume de la manzanilla.


El conventillo de calle 11


“Vivíamos con mis hermanos en un conventillo que había sido donado por Evita y en el que habitaban unos personajes rarísimos. El dueño era Cleto Ciocchini, el pintor de las barcazas de Mar del Plata y cuyo nombre lleva el museo que está en el puerto marplatense. Era manejado por sus hijos, que eran unos personajes con historias muy densas y a su vez muy ricas. En la entrada del lugar tenía su estudio el pintor platense Ricardo Porto y al fondo había una imprenta clandestina, que obviamente desconocíamos. También había chicos que pertenecían a La Cofradía de la Flor Solar. De ese lugar, que considerábamos horrible, con el tiempo descubrimos la riqueza que tenía haber vivido ahí. Detrás de cada puerta había una historia que hubiera merecido ser la trama de una película. Alguna vez he escrito algunas historias muy curiosas recordando aquella época, pero no las he publicado.


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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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