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Guilo Villar: “Cada experiencia compartida ayuda a generar inspiración a la hora de crear nueva música”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca)
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las canciones se despiertan, se elevan, giran, se expanden y nos envuelven en un lenguaje universal, único, del que todos formamos parte. Guilo Villar afina su oído y logra rescatar las notas que surgen desde el fondo mismo de su cuerpo, desde la naturaleza de cada objeto donde de alguna manera se esconden los sonidos de una música ancestral que entrelaza las palabras de todos los tiempos y se abre como una flor en su último disco.

En diálogo con ConArte Cultura el multinstrumentista porteño cuenta sus vivencias en el camino de la música y presenta “Amancay”, su nueva obra.

—Para comenzar con una presentación diferente, mirá a tu alrededor y elegí un objeto de la vida cotidiana que te represente porque, al igual que vos, guarda música en su interior.
—Amo pensar en objetos de la vida cotidiana como elementos sonoros. Es un ejercicio que hago constantemente explorando cada objeto con mis manos y mis oídos. Si tengo que mencionar ahora mismo un objeto de los que se encuentran a mi alrededor, inevitablemente pensaría en un vaso de agua que tengo en el escritorio. Ese vaso tiene forma de copa y es capaz de hacer varios sonidos dependiendo de la cantidad de agua que tenga dentro. Puede ser el motor de cualquier música por su capacidad de generar un espacio sonoro amplio, o puede ser simplemente un vaso de agua. 

—¿En qué momento decidiste que querías ser músico?
—Tenía 6 años y vi por primera vez a alguien tocar un piano en frente mío. Fue en un acto escolar, un alumno de séptimo grado estaba tocando “Para Elisa”, de Beethoven. Quedé hipnotizado y con ganas de experimentar que era eso de apoyar mis dedos en unas teclas de las cuales salían sonidos. Seguido de esa experiencia, mi viejo consiguió, en una disquería del barrio, un tecladito Casio que hasta el día de hoy sigo usando y sorprendiéndome siempre de todo lo que se puede hacer en un teclado tan básico (y barato). Fue en aquel entonces cuando mi voz interior se convirtió en una voz que canta constantemente. Desde ese momento nunca lo dudé ni un poco, siempre supe que quería hacer esto toda la vida. 

—Contanos cómo percibís el comienzo de una canción y de qué manera vas hilando las palabras con los sonidos para darle vida y, a partir de allí, cómo lográs conectar tus emociones con la música que emerge de la naturaleza para convertirla en tu propia voz.
—Toda persona sobre esta tierra tiene una voz interior, un pensamiento. Esa misma voz, a veces canta, y es la que viene nada más y nada menos que de nuestras sensaciones. No hay emociones que conectar, porque ellas ya vienen desde cualquier melodía que salga de nuestro cuerpo, y lo más importante a la hora de construir una canción es ser consciente de ello. Y aquí se genera un problema que considero muy recurrente en el ambiente del arte: hay artistas que se olvidan de esto para pensar únicamente en lo que pueda llegar a interesarle al público. Yo elijo pensar más en que soy un sujeto creador que exterioriza sus sensaciones, producto del mundo que me rodea, de la realidad que nos golpea cada día. A esa realidad elijo enfrentarla con música, con arte, con creación. Entonces, dicho esto, para construir una canción lo primero que hago es grabar toda melodía que se me cruza por la cabeza con el celular, o con un grabador de cassette que siempre llevo conmigo. Luego, a ese boceto lo voy pintando poco a poco hasta llegar al resultado final, el que puede llegar en un día, en una semana, o en años. También, estos últimos tiempos me tomé el desafío de ponerle música a palabras ya escritas, dando lugar al proceso inverso. Convoqué a escritores que conozco, entre ellos a mi hermano, para que me traigan poemas. En ese caso, le busco el ritmo a las palabras habladas, leo el poema muchísimas veces en voz alta y desde ahí empiezo a sonorizar, lo cual me ha llevado a lugares que estaban muy en el fondo de mi inconsciente, tal como sucedió en “Cantar de perros”, un poema de mi hermano Lautaro que me llevó a hacer una canción que fusiona músicas del mundo, más precisamente de Europa del Este, con algo que puede llegar a ser considerado parte del Rock o del Metal. 

—Participaste de varias bandas, entre otras, Babel Orkesta, ¿qué experiencias rescatás de esos momentos de música compartida?
—Participar en diferentes ensambles me dio versatilidad a la hora de crear música, pues me ha llevado a explorar ritmos e instrumentos que quizás no hubiera agarrado si no fuera por aquellas experiencias. He trabajado hasta en un grupo de Mariachis cuando tenía 21 años y allí fue donde accedí a recorrer todo el conurbano bonaerense con el acordeón. Trabajé como pianista acompañante de coros, he ido a un crucero con una banda de eventos, y finalmente trabajé en la Babel Orkesta durante dos años, en donde adquirí más soltura con el acordeón. Con la Babel toqué muchas veces en Konex, en Tecnópolis, he grabado para Paka Paka, y he tocado en el CCK. Allí me crucé con el gran Diego Leroux, con quien actualmente estamos trabajando en su música, la que pronto podrá ser escuchada. En síntesis, cada experiencia compartida ayuda a generar inspiración a la hora de crear nueva música. 

—¿Qué instrumentos convencionales son los que más disfrutás al hacer música y cuáles los no convencionales con los que también despertás a las notas?
—El instrumento convencional que más disfruto es el piano, ya que es con el que conviví prácticamente toda mi vida. Lo he explorado mucho y así lo sigo haciendo cada día. El piano es una orquesta portátil, y eso me fascina. Respecto a los instrumentos no convencionales, aún no sé cuál es el que más disfruto porque me falta mucho por explorar. Cada día de mi vida busco nuevas sonoridades, hasta cuando caliento agua para hacer mate encuentro frecuencias sonoras en el agua calentándose que pueden convivir tranquilamente dentro de una canción. De todas maneras, estos últimos años estuve investigando mucho las cajas musicales. De esa manera encontré algunas nuevas que vienen de China, a las cuales uno puede escribirle la melodía que desea en un rollo de cartón. Luego, gracias a la ayuda de Juani Perisutti, le hicimos una rueda para enrollar la partitura, como las de los viejos proyectores de cine, y ahora Diego Leroux está trabajando en una máquina automática. A esta caja le llamo la Caja Amancay y viene siendo un objeto del cual me enamoro cada día, porque me cambió la forma de hacer música y, cada vez que escribo en un rollo de cartón para que la Amancay la reproduzca, me meto en un viaje mágico, único e irrepetible. 

—¿Cómo vivís la experiencia de transcribir sobre partituras la música popular y cuál es el principal objetivo que te proponés al guardar esos tesoros en el interior de los pentagramas?
—Lo vivo con mucho amor, con mucha dedicación y a la vez es un proceso del cual aprendo. Es como si los grandes artistas de nuestra historia me dieran clases de música, porque es meterme dentro de la obra, es escuchar lo que fue grabado y escribirlo en el papel agregándole mi impronta personal. A la vez, es inmortalizar esas obras de alguna manera, para que las futuras generaciones tengan acceso a este material y puedan estudiarlas a fondo haciendo análisis sobre lo escrito. De esta manera, quizás sirva de estímulo a otros para crear nuevas obras, así como me sucedió a mí. 

—Si pudieras elegir dos palabras que definan a tu primer disco “Y nosotros sin el sol”, ¿cuáles serían y por qué?
—Terrenal y adolescente. Terrenal, porque al enfocarme tanto en el exceso de cemento y ausencia de sol en la ciudad quise ver un poco de tierra, aunque sea desde las melodías que se me ocurrían. Adolescente, porque conserva un poco el espíritu de un joven desplegando sus inquietudes frente a una ciudad que elegía olvidarse de sus raíces para seguir aspirando a ser una Europa de cotillón, queriendo tapar nuestras raíces latinoamericanas.  

—¿Quiénes te acompañaron en ese proyecto?
—Es un trabajo que fue pensado con Guido Cefaly, productor artístico del disco. Con él nos juntamos todas las semanas de 2013 recopilando composiciones que tenía por ahí, incluso hay en el disco fragmentos de trabajos prácticos del conservatorio, como la pieza para piano Antes del fin. Guido convocó a casi toda la banda que formó parte de las grabaciones. De esa manera conocí a Sebastián Roascio Golear, Martín Nastri, Mauricio Martín, Vicky Ferreyra, Alejandro Hagopián y Juan Mitidieri, quienes formaron parte de las presentaciones del disco y así se fue formando un ensamble estable que juega con estas canciones (y las nuevas también) hasta el presente. El disco fue mezclado y masterizado por Ariel Lavigna, a quien conocí para esa ocasión, y en ese cruce entendí mucho de lo que significa jugar con el sonido. Entendí lo importante que es la figura del ingeniero de sonido alrededor de toda la música, pues hace que todas las tímbricas adquieran brillo y den lugar al espacio generado por los sonidos. Todos estos cruces hicieron despertar en mí una nueva forma de pensar la música. 

—Acaba de ver la luz tu segundo disco “Amancay”, contanos en qué lugar se sembró la semilla de esta obra, cómo fue el proceso creativo y quiénes te acompañan en este viaje en el que los sonidos entrelazan diferentes realidades.
—Así como digo que Y nosotros sin el sol fue un viaje adolescente, en Amancay me fui más atrás, exploré mi niñez, mis inicios con la música y toda la conexión entre lo que captaron mis oídos y las reacciones de mi cuerpo frente a cada vibración. Para eso, fui a buscar mi primer teclado que estaba guardado en un placard, un Casio SA21 con el que jugué toda mi infancia. Allí pensé que hay cierta tendencia a desconsiderar a los instrumentos “de juguete” a la hora de hacer música y es donde hay cierta contradicción, pues hacer música es una actividad lúdica, y quienes elegimos hacerla decidimos no dejar de jugar nunca. Desde esa idea, me propuse buscar instrumentos pequeños, quizás para volver a sentirme como un niño. Así fue como me crucé con la caja de música; con campanas de colores afinadas en escala de Do Mayor; con instrumentos de tecla pequeña que hace algunos años empiezan a aparecer (como el Yamaha Reface, o el Microkorg); con flautas melódicas (que vengo investigando desde mi adolescencia) y hasta me topé con una maquína de escribir que también considero un instrumento de tecla. Todo esto me puso en órbita para desarrollar este concepto llamado Amancay, en donde toda esta paleta sonora conformada por instrumentaciones no convencionales es mezclada al ensamble tradicional de la música pop. En este trabajo me acompañaron Sebastián Roascio, Vicky Ferreyra, Juan Mitidieri, José Sánchez, Daniel Sánchez, Mauricio Martín, Nico Grillo, Amanda Pujó, Áine y Guido Cefaly, dentro de la parte instrumental. También contamos con la participación de Walter Piancioli y Daniel Melingo como artistas invitados. Grabó, mezcló y masterizó Ariel Lavigna y tuvimos el apoyo del Instituto Nacional de la Música para su producción. El INAMU otorga subsidios cada año a artistas independientes de todo el país y este fue el resultado de uno de esos subsidios. El disco ya puede escucharse en todas las plataformas digitales. También estuvo Facu Beccaglia, en las ilustraciones y Maximiliano Torres en toda la parte audiovisual. 

—Si tuvieras la oportunidad de dejar la impronta de un sueño dentro de un disco, en ese espacio único capaz de guardar la música de manera física, ¿cuál sería?
—El sueño de flotar por el aire, que lo asocio directamente con el deseo de ser libres.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
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