Conéctate con nosotros

Entrevistas

“Juglares”, el desafío de abordar el arte escénico desde la improvisación

Por Andrea Viveca Sanz y Walter Omar Buffarini // Cada objeto está habitado por historias. Hay en su interior un relato dormido

Publicado

el

Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca)
y Walter Omar Buffarini

Cada objeto está habitado por historias. Hay en su interior un relato dormido que es posible despertar, y es justo ahí donde los Juglares entran en escena.

Una máscara los separa del público presente y tras ella se dejan llevar por las sensaciones del ambiente, por la energía de la sala en la que llevan adelante su espectáculo de improvisación.

Así, se apoderan de un libro y de todo aquello que los propios espectadores ponen en sus manos. La historia encerrada en cada uno de los objetos busca liberarse a través de sus cuerpos, que hacen de ella un cuento nuevo, tejido con las hebras del momento y arropado por la música que se manifiesta, improvisada y justa.

De esa mágica interacción entre actores y espectadores, entre músicas e historias, habló con ContArte Cultura Juan Martín Cabana, integrante de Juglares, que cada martes a las 22 despliegan su arte en el bar Guajira de La Plata.

—¿Contanos qué es Juglares?
—Es un grupo de actores compuesto por Matías Lausada, Tutte Frutte y yo, quienes realizamos teatro improvisado, todos los martes desde hace tres años. En realidad, nosotros somos quienes todas las semanas estamos en escena, pero también nos acompaña en cada obra un músico, que puede ser Nahuel Acosta (teclados) o Francisco Cadierno (chelo), y la parte técnica está a cargo de Pali Massaccesi.

—¿En qué consiste el teatro improvisado?
—Podría decirse que la improvisación tiene eso de vivir el momento. Mi compañero hace algo, yo reacciono ante eso y haré otra cosa, y entonces él sumará algo más. También hay una música que incide mucho en la función. El músico improvisa igual que los actores. Él desde la música y nosotros desde los cuerpos. Como en cualquier otro tipo de espectáculos, el músico puede interferir en la escena muchísimo y sin duda enriquecerla.

—Si bien tienen una actuación por semana, también deben ensayar para ellas…
—Cuando se trata de improvisación la palabra adecuada no sería ensayo sino entrenamiento. Y se usa ese término porque lo que se hace es entrenar técnicas, estrategias, y se entrena conocerse con quien compartirá escenario, para generar códigos, vínculos, como en general pasa en un deporte. De esa manera se logra entendimiento, y aunque no te conozcas con la otra persona, si ambas saben de técnicas de improvisación pueden hacerlo en conjunto. Y eso lo posibilita el compartir esa técnica entrenada, ese conocimiento.


Con Matías Lausada conformamos lo que hoy es Chamuyo Compañía Teatral, y Juglares está enmarcado en ella. Estamos auspiciados por el INT (Instituto Nacional de Teatro), que nos dio un subsidio de actividad grupal para realizar diferentes obras.


—¿Cómo inician cada espectáculo?
—Debe ser lo único que se puede reiterar en cada presentación, porque entramos a la sala donde se encuentra la gente, usando unas máscaras que representan a estos juglares que se presentan, y les “robamos” objetos a quienes están presentes y los usamos como disparadores. Particularmente esos objetos pueden ser libros, de los que uno de los actores lee un texto al azar, sin conocer lo que va a leer, y eso da pie para comenzar a contar una historia.

¿Hacen que el público forme parte de la obra?
No, el público no interviene. Solo lo hace con los objetos que le quitamos al comenzar la función.

—¿Las temáticas también surgen en el momento o ya están predefinidas por ustedes?
—Las historias surgen en el momento y es muy difícil que se repitan. En realidad, es como un juego muy de niños, que agarran cualquier cosa, crean algo y ya se inventaron una historia. Puede decirse que hacemos más o menos lo mismo. Por eso es que se habla muchas veces de jugar en escena, porque en definitiva no deja de ser eso. Es entrar y dejarse llevar en ese juego. Como ya explicaba, el primer disparador es el texto.

—¿Y si no hay libros?
—Muchos de quienes presencian nuestras obras ya nos conocen y van a la función con uno. Pero en un principio, cuando no sabían bien qué realizábamos, como es un horario en el que suelen ir muchos universitarios utilizábamos sus textos de la facultad. Pero de a poco fue pasando que comenzaron a conocer nuestros códigos y empezaron a llevar libros y objetos a propósito, para ver qué hacíamos con ellos. Así nos encontramos con textos que van desde manuales de física hasta libros de cuentos, pasando por filosofía, política o poesía. En ese sentido, puede aparecer de todo.


Juglares está pensado y armado para un teatro bar. Para un lugar en donde puedas tener a la gente cercana. Ese ambiente es el que mejor nos va para lo que hacemos.


—¿Al ser improvisación, no debe ser fácil manejar sus propios estados de ánimo?
—Muchas veces las obras se ven afectadas por el estado de quienes la interpretan, pero imagino que no sólo pasa en la improvisación, sino también en las obras de texto. Si te pasó algo en el día se ve, el cuerpo lo muestra. Pero en definitiva la idea es dejar un poco la calle afuera aunque no siempre se pueda. Por eso mismo es que en nuestro caso nos juntamos una hora antes de arrancar, preparamos el escenario, acomodamos las cosas y ya nos vamos poniendo en sintonía. Tenemos un momento de charla para compartir algo y saber en qué está cada uno, cómo está, qué le pasó durante ese día. Eso nos va aflojando un poco, acompañado por una etapa de entrenamiento y entrada en calor del cuerpo, para despejarnos y encontrar concentración.

—Antes nos contabas que la gente no participa de la obra, pero, en definitiva, el trabajo de ustedes depende de la gente que los va a ver…
—Sí, seguro. Uno se alimenta muchísimo de la energía de la gente. Muchas veces pasa que el día está pesado, la gente lo siente y está pesada, entonces la función sale pesada (risas). Pero para esos casos es bueno tener en claro que no necesariamente hacemos humor. En general la improvisación va hacia el humor, lo genera, provoca risa, porque tiene esa complicidad con el espectador y lo ocurrente y lo espontáneo genera risa, pero no necesariamente debe ser así. Y particularmente nos gusta buscar otros climas, explorar en el terreno dramático y en muchos otros.


La improvisación tiene eso de poder generar distintas situaciones. De repente surge algo muy disparatado y terminamos haciendo cosas muy de payasos, y otras veces hay momentos en donde hacemos una improvisación física aprovechando la música y es una especie de danza contemporánea que se nos da en escena y que nos encanta jugarla.


—¿Tienen algún límite respecto de los temas que interpretan?
—No, porque tenemos en claro que son los personajes quienes llevan adelante las historias, entonces no nos ponemos límites. Tampoco al momento de expresar opiniones políticas, sociales, que son nuestras pero que las decimos desde el lugar del personaje y desde lo que éste transmite. En definitiva, el secreto es que conocemos a nuestro público y solemos compartir ideologías tanto políticas como sociales, lo que nos permite jugar con eso. Es un espectáculo que gusta, hemos recibido muy buenos comentarios de quienes lo han presenciado.

—Y no hay críticas…
—A veces sí. Ha sucedido que recibimos algunas críticas por el tipo de personajes que interpretamos, pero dejamos en claro que en muchas ocasiones estos son los que nos permiten abordar determinados temas. Lo que si queda claro es que si un personaje es violento no significa que estemos a favor de la violencia. Si interpretamos un personaje nazi, no significa que estemos a favor del nazismo, sino que es una herramienta para poder mostrar un tema y hablar de él.

—¿Por qué Juglares está compuesto sólo por hombres?
—Sólo porque se dio así. Pero hace un tiempo Matías sufrió una lesión y fue reemplazado por Rocío Santamaría, que es una amiga nuestra. También en algún momento hizo suplencias Griselda Panis, quien hoy se encuentra en Bahía Blanca y quien también pertenece a Chamuyo.


Si bien en un principio siempre había algún amigo en la sala, hoy podemos decir que tenemos un público verdadero y variado. 


—¿A quién le recomendarías ir a ver la obra?
—Lo nuestro es principalmente para un público universitario. Ese que sale de cursar y en lugar de volverse a la casa a comerse un arroz, estira un rato más y comparte una cerveza y una pizza con un grupo de amigos y se distiende mirando la función. Por eso las obras son de 45 minutos y a la gorra. La duración es porque somos conscientes que un martes no se puede terminar tan tarde.

—¿Y por qué los martes?
—Cuando surgió la idea charlamos con Matías y nos propusimos hacer algo para actuar todas las semanas. Entonces nos dimos cuenta que podría chocar con otras ocupaciones que nos pudieran surgir, y decidimos hacerlo un día que habitualmente no hubiera nada. Y así surgió la idea de los martes.

—¿Existen proyectos en el corto plazo?
—Nunca nos proyectamos demasiado. Cuando queremos exigirle un poco más a Juglares empezamos a trastabillar y concluimos en que lo mejor es seguir los martes, que es algo que nos gusta hacer, en donde estamos bárbaro y nos divertimos muchísimo.

Sigue leyendo
Haga clic para comentar

Debes iniciar sesión para publicar un comentario. Acceso

Deja una respuesta

Entrevistas

Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

Publicado

el

Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

Sigue leyendo

Entrevistas

Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

Publicado

el

Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

Sigue leyendo

Entrevistas

Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

Publicado

el

Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

Sigue leyendo


Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
Registro DNDA Nº 2022-106152549
Edición Nº