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Mariana Sández: “Una cosa es pensar y otra ejecutar; en lo creativo, plasmar esa ensoñación se vuelve duro”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini

Los libros son espacios habitados, entre sus renglones una multitud se aferra a las palabras, sus ojos curiosos se pierden entre letras cargadas de voces. Son esas voces las que se deslizan sobre delgadas paredes de silencio, filtrándose en los oídos atentos, como si fueran fragmentos de vida necesitados de completar una historia.

La escritora Mariana Sández, en la voz de uno de sus personajes, ha definido a la literatura como una “gran casa llena de gente”, es allí donde autores y lectores se encuentran más allá de cualquier distancia espacial o temporal.

Los libros, puntos de llegada y de partida, son puertas que se abren y se cierran, ventanas a otras vidas, ladrillos que, como se vislumbra en su novela, nos constituyen.

En diálogo virtual con ContArte Cultura, la autora recorre la arquitectura de las emociones y vivencias que la llevaron a escribir sus obras.

—¿Recordás el momento en el que decidiste atravesar la realidad con palabras para convertirla en ficciones?
—Mirando a mi prima mayor, a los cinco años descubrí que se podía aprender a leer y me obsesioné con lograrlo. Ya en la primaria escribía mis diarios, poemas, cuentos, cartas; los momentos favoritos eran las horas de lectura y visitar la biblioteca de la escuela para sacar libros. Un poco más tarde debo haber pedido una máquina de escribir porque me la regalaron, todavía la tengo. En la secundaria mis compañeros me pedían ayuda en literatura o que escribiera los discursos en nombre de todos. Mis papás me rogaban que mirara los paisajes y no las páginas de un libro durante los viajes. No era nerd aunque lo parezca (risas).

—Contanos cuáles son las hebras que entrelazan los cuentos de tu libro “Algunas familias normales”.
Algunas familias normales es mi primer libro de cuentos publicado. Desde la ironía y el absurdo, los distintos relatos narran historias que tienen como centro las relaciones atravesadas por esa idea insólita pero tan común de llevar vidas “normales” para lograr la felicidad a partir de estereotipos sociales. Una familia tipo, cabello en el lugar indicado, pareja armoniosa, hijos sanos, una bonita imagen, éxito profesional. En su conjunto buscan mostrar que siempre hay un detalle fuera de lugar, una foto mal sacada, cielo que sobra, algo que perturba o que falta para que lo “normal” se cumpla y lo feliz sea una mentira ideal. Así como hay diversas relaciones entre personas cercanas o extrañas que, de modos bastantes particulares, terminan funcionando como una forma particular de familia.

—¿Qué hechos o ideas dispararon el argumento de tu novela “Una casa llena de gente”?
—Para la novela se entrecruzaron dos ideas que rumié bastante tiempo. Por un lado, una nena de entre 8 y 10 años se representaba la vida de sus vecinos a partir de los ruidos en un edificio, donde las paredes y ventanas permiten enterarse mucho de la vida de los demás, incluso peleas y sexo entre parejas. En paralelo, tenía la idea de una madre que le escribe un diario en segunda persona a su hija desde que nace y le va describiendo las distintas cosas que le pasan en su crecimiento. Tiene como idea dárselo a los doce o trece años para que la hija los lea, pero en el camino ocurre un incidente por el cual ya no puede compartirlo con ella. Me pregunté qué podía pasarle que la inhibiera, algún hecho muy íntimo e inconfesable, y así se fue gestando el resto de la historia. Esa madre escritora que le dedica un diario pero de pronto el diario se convierte en un territorio privado, secreto; esa chica curiosa que husmea la vida de los vecinos, entre quienes hay un muestreo de los diversos tipos de familia: con y sin hijos, ensambladas…

—¿De qué manera construiste los escenarios en los que se mueven tus personajes?
—Los escenarios son un poco la combinación de dos edificios en los que viví, de construcción no demasiado sólida y con espacio verde donde airearse del calor.

—La novela tiene el índice y sus distintas partes seccionados en las etapas de construcción de un edificio o vivienda: cimientos, andamiajes, exteriores, interiores, escombros y reconstrucción. ¿Cumple alguna función?
—Hay dos o tres razones para eso: por un lado, la más evidente es la relación entre la historia que transcurre en un edificio a estrenar y la vida de distintas familias durante los años posteriores. En segundo lugar, porque un aspecto protagónico es la voz de la casa: el hecho de que los “ruidos” de cada parte del edificio se manifiestan a diario y nos dan información de lo que está pasando. El edificio termina configurándose como un personaje principal alrededor del cual gira todo. Pero por otro, se vincula con el tema que subyace en la novela: cómo se construye o “edifica” una personalidad. La historia muestra los hechos que se van produciendo desde la infancia de Charo, así como las personalidades que la rodean, para intentar explicar de qué manera influyen hechos y personas en la formación de nuestra identidad. Cómo nos marca cada persona cercana, qué nos dejan, qué intentan heredarnos, qué buscamos imitar, desviar, torcer, cuestionar, convertir en algo distinto o hasta oponernos; qué resultado somos después de todo eso. Por supuesto, es un tema tan inmenso e intangible que es difícil retratarlo, pero da una idea del tema a partir de una vida concreta.


En “Una casa llena de gente” varias familias estrenan un edificio y se produce todo tipo de relaciones. Walter Romero dijo que algo así había imaginado Georges Perec para “La vida instrucciones de uso” (1978): un edificio sin fachada y una novela que mostraba lo que ocurría en su interior. Para escribirla se basó en una imagen del célebre ilustrador rumano-americano, Saul Steinberg, “The Art of Living” (1949)


—Hablemos de los personajes: ¿cómo trabajaste para darles vida, tanto en sus aspectos físicos como psicológicos?
—Siempre me interesó la cultura inglesa, entonces derivado de la abuela británica de la novela nace esta línea de mujeres flacas y pelirrojas, las protagonistas: abuela, madre e hija. Al padre lo pensé psicólogo e intelectual, así que de ahí surge su fisonomía: nada deportista, todo mental, y su cuerpo lo refleja. De lo psicológico qué decirte, viene de tantos lugares, tantos… De mí, de toda la gente que tengo alrededor, vecinos, gente conocida o extraños que veo en la calle, incluso de actores en películas o series que me interesaron: su manera de reaccionar, de interactuar, de razonar, hasta tics físicos que observo. Lo psicológico siempre es una enorme y sutil nube de datos, no hay forma de determinar sus pertenencias u orígenes. Es lo que va surgiendo de los personajes mientras uno escribe. Sobre todo, y esto es lo fundamental, porque finalmente todo deriva de mi propia observación, es decir que es una interpretación de lo que otros sienten, piensan, muestran. Y eso también es un punto fuerte de la novela; cada uno ve lo que puede ver según sus circunstancias personales; la realidad depende de quien la esté observando, es múltiple e infinita.

—¿Cuáles crees que podrían ser fragmentos de tu vida, personal o de escritora, caídos como un reflejo en las vidas de Leila o de Charo?
—Particularmente la relación de amor de Leila con la literatura. No la parte traumática que vive ella por no animarse a publicar, ya que yo me animé, eso es todo de ella. Pero sí los miedos, las dudas y sobre todo la sensación de ambivalencia entre obligaciones cotidianas y los libros, el afuera y el adentro de una misma. También tiene de mí detestar lo doméstico, porque refuerza el sentimiento de que se pierde tiempo de estar leyendo o escribiendo; esa relación un poco agónica entre los libros y lo demás. Por eso ella dice que “una casa llena de gente” es la literatura, adonde también hay un mundo de personajes e historias que pasan a formar parte de tu manera de ser y de percibir todo. Padecer el paso del tiempo, en lo micro de cada día y en el macro de la vida, esa especie de nostalgia perpetua, Leila la heredó también de mí.

—A lo largo de las páginas, las voces de los protagonistas y de los vecinos, junto con las palabras calladas que emergen desde el papel, son hilos invisibles con los que la trama se enreda para desenredarse, ¿qué fue lo que más disfrutaste de ese proceso y qué lo más difícil de lograr?
—Del proceso de escribir en general, no solo en esta novela, sino en cualquier texto de ficción, lo que más sufro por momentos es no saber si el proyecto que estoy emprendiendo va a encontrar su equilibrio interno, si va a lograr desplegarse en la escritura como lo tengo diseñado en la mente. Para cualquier actividad que hagamos, una cosa es pensar y otra ejecutar; bueno, en lo creativo, plasmar esa ensoñación se vuelve duro. La parte que en cambio disfruto muchísimo es la posterior, cuando ya sé que lo que escrito me convence y tengo que corregir o repasar. Paso demasiado tiempo ahí, porque de verdad es un momento placentero.

—¿En qué proyectos estás trabajando por estos días?
—Estoy reuniendo cuentos que en su momento no publiqué y escribiendo una novela que creo será breve, una nouvelle, sobre un personaje muy secundario que aparece en Una casa llena de gente.

—¿Qué deseo te gustaría dejar en el umbral de la puerta de esa casa llena de gente?
—Me encantaría dejarles un ejemplar del libro.

(Fotografía: Alejandro Guyot)

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2 Comentarios

2 Comments

  1. Beatriz Curia

    21/07/2020 a 15:49

    Excelente, Mariana. Me parece muy interesante y me alegra que hayas publicado

  2. HUMBERTO NAPOLEÓN VARELA ROBALINO

    21/07/2020 a 17:33

    GRAN ENTREVISTA A MARIANA S´´ANCHEZ, QUE NOS PERMITE CONOCER SU ENORME PERSONALIDAD Y OFICIO DE ESCRITORA

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
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