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Entrevistas

Susana Szwarc: “Escribir es un hacer, es escuchar y llevar al papel eso que se resignifica”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

No hay distancias. Viajamos. Recorremos los caminos de la vida, un paso detrás del otro. Avanzamos y retrocedemos. Duele el desplazamiento. Las palabras se estiran, atraviesan los espacios, que se alargan y crecen con ellas. Nos movemos con las palabras, somos parte del camino. Escribimos en las huellas que nos escriben, sólo para prolongarnos en el paisaje. Nos contraemos en sus sombras. A veces, somos silencio en movimiento.

Y en ese viaje, en ese movimiento que la vida propone, la escritora Susana Szwarc encuentra semillas que se transforman en letras y la letra, su esencia, siempre es palabra convertida en poesía.

Poeta, narradora de historias cotidianas, cuentista y autora de novelas, obras de teatro y libros infantiles, lleva la escritura como una huella de nacimiento, una marca que comparte en cada una de sus creaciones.

En diálogo con ContArte Cultura la autora chaqueña recorre su propio camino y nos cuenta sus vivencias.

PH: Horacio Paone

Empecemos esta charla desplegando un camino imaginario. La tierra que lo conforma está tatuada por dos huellas que marcan el recorrido de las palabras. ¿Cuáles son esas primeras palabras que percibís desplazándose por las huellas de barro? ¿Qué tienen que ver con vos esas letras?
—Tu pregunta, hermosa, me hace recordar el primer libro de cuentos que publiqué y que yo quería que se llamara No camines en el barro, el  último de ese libro. Y prefirió el editor el nombre del primer cuento, El artista del sueño, en homenaje a mi admirado y querido Franz Kafka. En Una pequeña mujer y un pequeño juez, dice:

Llovía. La mujer caminaba por las calles húmedas y sentía el frío y la lluvia confundirse con su cuerpo.
En No camines en el barro hay preguntas, hay tres finales y hay distintas voces.
Crecerán flores de los charcos de las lágrimas.
O
Se formará una zanja de lágrimas, crecerán mojarritas, los niños y las niñas irán a pescar.
O
¿En la zanja se enterrará a los muertos?
(…)
—Tengo miedo, Juan.
—No tiembles, Marilita, yo te abrazo.
—(…) Debo ponerme las botas porque él me decía: “hija, geinisht in de blote”. Y yo le miraba los pies. Usaba galochas (¿así se decía?). Y sus pies eran grandes, muy grandes sobre el barro.

Y en uno de los últimos libros que estoy escribiendo, El libro (no) de los salmos, aparece en casi todos los poemas la pregunta por la letra. Me atrevería a decir que la letra me compone.

—Si pudieras elegir, como si fuera una foto, un paisaje de tu infancia donde nació o se gestó tu necesidad de escribir, ¿cuál sería?
—La foto es desplegable como esa charla que me proponés, y movible. En la foto está un árbol, paraíso se llama, debajo una niña de tres años que pasa sus dedos por la sandía, cada semilla que saca se transforma en letra: y cada uno y cada una que pasa por la vereda dice una letra del alfabeto que la niña va paladeando. A veces las letras cambian de forma. A veces cambian de lengua. Alguien pasa y dice “yvoty”, alguien dice “flor”, alguien más dice “blum”. En la foto se vería el tren, la campana de la estación, que ahora es museo, se vería a las familias enteras cosechando el algodón desde las cinco de la mañana, hasta que el sol comienza a pegar fuerte sobre cada espalda de cada uno de ese grupo de niños, mujeres, hombres, sin importar la edad, sus manos sobre el algodón “que se va que se va que se va” hacia otras manos que se han apropiado, en su hacer creer que así debe ser, naturalizando el algodón y  la explotación del que ha trabajado, cosecheros golondrinas, vidas, que han sido romantizadas en la canción que también dice “Con manos curtidas, dejaré en el algodón mi corazón”. Y sí, los corazones y todo el cuerpo se dejaban. Y la foto puede seguir desplegándose bajo un cielo muy azul. Por supuesto, mientras se recorre la foto, se escuchan chamamés.

Escribís cuentos, poemas, teatro, novelas, pero si tuvieras que relacionarlos de alguna manera ¿cuáles creés que son los hilos temáticos que entretejen, y de alguna forma unifican, los distintos géneros que brotan de tu interior?
—Creo que sí, que hay hilos temáticos, ciertas repeticiones que nos van constituyendo, tal vez dichas de diversas maneras. Y está lo de la foto. También hay mucha lluvia, o sea que aquel cielo se nubla, y muchas preguntas en mis textos. Hay gente de los pueblos de lo que se llama “el interior” del país como si hubiera un “exterior” dentro del mismo país. Sin embargo, cada lugar es el centro del mundo y gira. También aparece lo que se podría llamar la historia personal, siempre imbricada con la historia social: los campos de concentración en Polonia, los campos de trabajo en Siberia, los tiempos de las dictaduras en Latinoamérica. Supongo que es tratar de entender el por qué de la crueldad entre semejantes. A veces están “los nómades urbanos”, como nombra la poeta y crítica Marta Ortiz a los personajes que viven en la calle de “Una felicidad liviana”. Una forma del paisaje como dice un poema: “…algodonales, algodonales /, pero solo mordíamos naranjas. ¡Ah!, cómo recuerdo/ engaú, esa sed. Y después, mucho después –todavía-,/la frescura en las bocas…”. Tal vez el comienzo de Trenzas explique mejor: “Un bosque enmarañado allá y acá. Tuvo que haber pasado pisado algo entre la maleza, entre el bosque enmarañado, algo entre los ruidos y el aturdimiento y el barullo del macagua, algo entre las matas espesas a pesar de lo impenetrable, algo entre el silencio y el murmullo de los guaicurúes, algo entre la aspereza de los tallos, de las hojas vellosas, de las flores moradas en racimo.” Y  creo que está, simultáneamente, la risa (uso mucho esa palabra), la alegría de la vida misma  y la búsqueda, podría decir, de un relato de continuidad.

—¿Qué ovillos cotidianos ayuda a desovillar la palabra escrita?
—¿Sabés que no sé si la escritura ovilla o desovilla algo de lo cotidiano? La escritura forma parte de lo cotidiano en sí misma. Está en lo cotidiano aunque de manera diferente, ¿en otra vía tal vez? No recuerdo con exactitud, pero me gustó mucho algo que leí de María Malusardi, decía “la escritura no es un Rivotril”, por supuesto ampliado. Me hizo reír y pensar. Se habla de salvación, de algo terapéutico, de una forma de resolver problemas a través de la escritura. Sin embargo escribir es un hacer, es escuchar y llevar al papel eso que se resignifica, y buscar la forma en que llegue a otras y otros que leerán a su manera, es decir, reescribirán. Y compartiremos. En mi caso, cada cosa que hago construye mi vida, y siempre con los demás por supuesto. A mí me ayudan mucho las otras personas. Y creo que la escritura produce transformaciones, transmutaciones, tanto a los que escribimos como a los que leemos y que hace, sí, su efecto en lo cotidiano.

—Tus textos suelen ser muy visuales, hay escenas que bien podrían llegar al cine. ¿Pensaste en esa posibilidad? 
—Me hablaron de esa visualidad y sí, creo que me gustaría que los textos fueran al cine… Tal vez suceda.

—¿Cómo se despliega un poema dentro tuyo? ¿Creés que es posible intervenir nuestros mundos con la poesía?
—Es difícil contar el cómo, pero algunas veces pude captar bastante eso. Por ejemplo, estaba en un museo y miraba una pintura, también leía el cartelito de quién, cuándo, el breve relato de un detalle; en este caso unos tilos de Durero. Anoté una frase que fue desplegándose en mí y, ya en el café, se construyó el poema. También en otra oportunidad, necesitaban armar una biblioteca en una escuela, pero en el trayecto el director se arrepintió; mirando los libros, escuchando las voces de los chicos en el recreo, se me fue componiendo un texto. O sea que ese director no me dio el trabajo pero me regaló un poema. Esas veces me fue bastante claro. Por lo general surgen en situaciones cotidianas, de frases que escucho mientras compro frutas por ejemplo o mientras alguien pronuncia alguna palabra y, sobre todo, me parece, de lo que estoy leyendo. Creo que algunas letras se reúnen, me llegan y se mezclan con alguna situación que está sucediendo en mí y en el mundo. Algo comienza a formarse, como una especie de dictado. Creo que están esas letras para todos y algunas personas, a veces, las agarramos. Me pasa que para pensar tengo que llevar las frases al papel. Después, voy moviendo eso, probando, cambiando de lugar, viendo si va en un verso u otro, si va con signos de puntuación a la vista o a modo de respiración, sonido. Por lo general, es como estar escuchando textos de otros. Muchas veces tengo la sensación de estar copiándome. Así, en un poema escribí:

“…cada vez que pronunciabas palabras/y las dejaba caer, sueltas, en la madrugada/.Yo corría a buscar hojas, más hojas: // anotaba como los viejos copistas./Me vi llorar dentro del sueño,/me vi desierta, decirte: si supiera escribir tu música,/las notas exactas de la fiesta de la angustia…”.

Respondiendo a la otra parte de la pregunta, creo que sí, que nuestros mundos ya están intervenidos con la poesía, que ella va haciendo su camino no tan despacio como se nos hace suponer. Es que se tarda un poco en percibir.

Imágenes de la presentación del libro de poesía “El ojo de Celan” en la Biblioteca Nacional. En ellas aparecen, junto a Szwarc, Horacio González y Alberto Szpunberg -fallecidos durante la pandemia de coronavirus-, la actriz chaqueña Susana Varela, Daniel Calmels y el poeta de La Plata Carlos Aprea.

—Algunas de tus obras fueron llevadas al teatro, ¿cómo viviste esa experiencia de ver a tus personajes en un escenario?
—Viví de varias maneras las puestas en escena de mis textos. Una vez me enojé mucho. Recuerdo que Griselda Gambaro, que había ido a ver la obra y  le había gustado, me dijo que una vez llevado el texto por el director o directora, le pertenece. Otras veces disfruté mucho, pero porque ya había aprendido, sobre todo, esa ajenidad.

—Contanos acerca de “Distancia cero” tu libro de microficciones publicado en 2020 por la editorial Desde la gente. ¿Cómo surgió la idea de entrelazar esos cuentos? ¿Qué los une?
—Fue un placer escribir ese libro. Me doy cuenta ahora que recuerdo los lugares donde voy escribiendo. Y no sabía cómo reunirlo, si en capítulos, si por temáticas. Hasta que fue tomando esa forma que es un poco deshilvanada, aunque los textos hallaron su modo de combinarse.

—¿En qué proyectos estás trabajando actualmente?
—Soy dispersa. Tengo dos obras de teatro en un libro para publicar. Libros de poesía: Caracú, otro que creo que se va a llamar Pernuze y uno bastante adelantado El libro no de los salmos. Alguno de ellos tal vez salgan este año y el próximo. Y otros dos apenas empezados. Un libro de cuentos que estoy revisando y en el que dudo aún con el título. También una reedición, en Ediciones Polibea de España, de Bárbara dice, que como tiene varios cambios y agregados se va a llamar Ahora Bárbara dice. Y en meses, por Editorial ConTexto,  la poesía reunida hasta ahora, con algunos textos inéditos con el título de Decir la suerte. Mientras, sigo revisando, corrigiendo, probando, preguntando todo el tiempo a las amistades.

—Para terminar, y volviendo a nuestro camino del comienzo, ¿qué deseo te gustaría ver rodar por esas huellas?
—Hay un poema que me gusta para esas huellas del camino. Es un poema en diálogo de An Lu y dice:

—¿A dónde vamos?
—A un lugar mejor.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
Registro DNDA Nº 2022-106152549
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