

Entrevistas
Catalina Peña: “Estudiar canto es retomar la libertad que se tiene cuando se es chico”
Por Walter Omar Buffarini
Vibra en el aire el sonido silencioso de lo que sonó una vez y nunca volvió callar. El espacio se presume armonioso y entonado. Libre, esa es la palabra. Igual se presenta Catalina Peña, armoniosa, entonada y con la libertad que le da hablar de lo que más le gusta: la música.
Cata nació en la ciudad de Buenos Aires, pero adoptó a La Plata como su lugar, urbe que no la vio nacer pero la contempló adoptar la canción como su forma de ser.
Se desplaza, crece y sobrevive a ritmo de jazz, swing y soul. Se dice feliz sobre un escenario, pero confiesa que por nada cambiaría el mundo mágico de enseñar a los demás a encontrar su propia melodía.
En diálogo con ContArte Cultura en las salas de ensayo Black, Catalina desanda con placer un largo camino recorrido y muestra lo feliz que uno puede ser cuando ama lo que hace y logra vivir de lo que ama.
—¿Cuándo y cómo encontraste el camino de la música?
—Fue al poco tiempo de haber venido de Buenos Aires a La Plata a estudiar Antropología; tenía 19 años y comencé a formar parte del coro del Museo de Ciencias Naturales. Ahí conocí a Cecilia Milazzo y Luz María Suárez Pepe, quienes me estimularon un montón para que estudiara canto. Y así arranqué, casi como un hobbie en forma paralela a la carrera en la facultad. En ese momento, la primera profesora a la que acudí me dijo que ya estaba grande para empezar a cantar.
—No fue la forma más auspiciosa para iniciar tu carrera…
—La ignoré, como hago casi siempre con todo. Arranqué estudiando canto clásico, aproximadamente tres años, y a la vez me fui contactando con gente que hacía música y se inició un camino imparable. Luego comencé a cantar con una profe que se llama Natalia Varela y así una cosa fue llevando a la otra. De a poco la Antropología se fue quedando en el camino, a tal punto que faltando poco para recibirme dejé la carrera, en el año 2002, y comencé a dedicarme plenamente a la música.
—¿Y cómo llegó esa decisión?
—Había comenzado a cantar en un grupo vocal que se llamaba Eva se fue y me apareció la oportunidad de empezar a enseñar gracias a una recomendación de Natalia Varela. Ella me estimuló para que empezara a dar clases. En esa época estaba embarazada de mi primer hijo y verdaderamente encontré en la docencia, en el canto, en la música, el lugar en donde me sentía realmente libre y cómoda. En realidad, me enamoré de la docencia. De todas las cosas que he hecho, dar clases es la que más feliz me hace y más me conmueve.
—¿Y sos de seleccionar a tus alumnos?
—No creo que la palabra sea seleccionar, pero procuro no trabajar con niños. Mis alumnos arrancan en los 14 o 15 años. Estoy convencida de que la técnica vocal es una exploración sumamente consciente del cuerpo. El tipo de abordaje que yo le doy al trabajo vocal necesita de una madurez y una autoobservación que un chico no tiene la necesidad de hacer. Y no hablo de que no tenga la capacidad, sino la necesidad. Los chicos tienen que jugar, entonces creo que meterlos en un camino de autoobservación cuando ellos naturalmente tienen el don de cantar, no es necesario. Para mí, la preparación vocal, el estudiar canto, es un redescubrimiento de la fonación natural. Es volver a las fuentes, regresar a ese lugar donde se supo estar. Es retomar la libertad que se tiene cuando se es chico.
—Entonces es mucho más que aprender canto…
—En realidad, lo que uno hace es redescubrir su propio sonido. La historia corporal, la emocional, las cosas que uno fue viviendo, hicieron que el curso natural de la vos se fuera amoldando, acomodando a esas experiencias, al cuerpo que uno trae, a su historia. Entonces descubrimos que lo que está bueno del proceso de aprender canto, es descubrir esos lugares por los que uno anduvo y desconfigurar el sonido para encontrar libertad.
“A la gente que viene
rebotada de otros lugares,
con esa frase de
‘vos no podés cantar’,
los defiendo
a capa y espada.”
—¿Y enseñar ese camino te provoca satisfacción?
—Es mágico. Uno hace magia. Cómo no voy a tener satisfacciones. Dar clases es mágico, es completo. Uno logra ver a alguien que se encuentra con sí mismo, que se descubre, que se destraba, y decís “estoy acá para ayudar a esta persona, para acompañarla”. Esa persona logra levantar vuelo y vos te sentís un portaaviones. La docencia es lo más lindo que existe. A mí me encanta cantar, amo el escenario, ahí soy super feliz, pero no hay nada, nada, nada que reemplace la sensación de acompañar a alguien que venía todo trabado, que estaba super censurado, que tenía un montón de cosas que no podía destrabar de sí mismo y verlo cantar, y descubrir que esa persona está siendo feliz y que vos tuviste que ver con eso.
—Al mirar tus quince años de profesión ¿qué es lo que más destacás?
—Me quedo con una actitud, que es el coraje. Veo que me banqué las cosas y seguí, me reinventé constantemente. Me quedo con mi capacidad de remar esta profesión, que no es fácil. Y si debo agradecerle a alguien por lo que he logrado en la música, esa es Natalia Varela Olid, sin duda. Me emociono al decirlo porque Naty fue mi gran maestra. También hay mucha gente más a la cual agradecer. En teatro tuve la posibilidad de tener a un gran profesor como Gastón Marioni, también Claudio Gallardou, Germán Crivos. Toda gente que ha sumado un montón en mi vida. Pero realmente Naty ha sido la persona por lejos más influyente, porque fue la que me dijo “vos servís para esto, éste es el camino que vos tenés que seguir”, y no se equivocó.
—Y si hablamos de economía, ¿vivís más de la docencia que de la interpretación?
—Siempre mi fuente de ingreso fue la enseñanza, la docencia. Pero trabajé de otras cosas. Fui actriz, hice humor en radio. Siempre abriendo muchos “kioscos” para poder sustentarme: la radio, el teatro, la música, cantando, dando clases.
—¿Tu sueño es vivir de cantar o tal vez abrir una academia de enseñanza?
—Es difícil decirlo cuando en realidad se está viviendo el sueño. En realidad, es un devenir. La vida del artista es así. Uno no se instala en alguna situación en particular diciendo “mi objetivo es tal cosa”. Uno vive gestando y armando proyectos. El trabajo del artista es conseguir trabajo. Entonces es generar y generar y generar. Sí, la idea en un futuro sería armar un espacio en el que se pueda gestar un movimiento dentro de lo que es la enseñanza y el aprendizaje del canto. Un lugar en donde los profesores puedan ir a dar talleres, pero algo más itinerante, no con la rigidez de la estructura de una escuela. Tuve una formación bastante heterodoxa, entonces trato de gestionar algo así, distinto.
—Sin duda que todos encontramos piedras en nuestro camino profesional, ¿cuáles fueron las tuyas?
—En principio tengo que reconocer que siempre tuve mucha suerte. Siempre encontré gente que me ayudó un montón para llevar a cabo mi trabajo. Gente que me ha dado manos enormes, que me ha brindado trabajo, que me abrió espacios, entonces es difícil hablar de piedras. La tosca principal es uno mismo cuando se boicotea, cuando se autolimita, más allá de los traspiés lógicos de la profesión. Y en verdad es una profesión que te caga a palos. Perder el trabajo es lo más normal que te puede pasar. Es parte del laburo el rechazo. Es parte que a la gente no le guste lo que hacés. Y para la mujer es un poco más difícil en el arte. No sé si tanto en el teatro, pero en la música sí hay un temita con las mujeres, pero insisto que yo he tenido muchísima suerte, a pesar de haber tenido que lidiar con el prejuicio de género. Sobre todo, con aquello que sentencia que la mujer es histérica, que es loca.
—Cuando la elección es tuya, ¿te inclinás por un hombre o una mujer para encarar un proyecto?
—El prejuicio de género existe y mucho, y la verdad es que encontrás hombres que son bastante histéricos también. Pero me parece que lo que en definitiva una elige son personas. Si tuviera que definirme no tengo dudas que soy sumamente feminista. Soy autogestiva, soy independiente y siempre me manejé sola, pero a la hora de los proyectos no elijo ni hombres ni mujeres, elijo personas. Si tiene talento, tiene buena energía, tiene ganas de laburar, no importa si es mujer u hombre. En la música he trabajado más con hombres porque es lo que más rápido encontrás, pero sin dudas trabajaría y he trabajado con mujeres, como en el caso de Eva se fue.
“Me parece que pensar
el arte con perspectiva
de género atrasa.
Son justamente prejuicios
de género y nada más.”
—Por tu experiencia ¿qué recomendarías a otras mujeres?
—Hay ámbitos que son más machistas que otros. No voy a negar el machismo del rock o del jazz, que son los espacios en los que me muevo. Es real, es difícil, existe. Una mujer en el rock es una remadora, y en el ámbito del blues ni hablar. Y tiene que lidiar con esos prejuicios. Creo que hay mucho de la cultura de la música que limita la inserción de la mujer y es cierto que muchas nos hemos sentido amedrentadas y entramos como pisando huevo, vamos viendo, tratando de no molestar a nadie, pero igual creo que en definitiva es dialéctico, y ante ello lo que tenés que hacer es plantarte y sostener tu deseo y tu arte. No es fácil, no creo que sea fácil para la mujer en ningún ámbito, y creo que la música no escapa a eso. Igual, entiendo que ahora hay otro pensamiento gracias a un enorme cambio cultural. Sin duda hay otra cabeza funcionando, a pesar que el rock sea el ámbito que más atrasa en eso.
—¿Y dentro de tu actividad en la música cómo llevás la familia?
—No es fácil ser músico y tener una familia. Tal vez por eso mis parejas han sido músicos, porque conocen y te entienden. Pero si, se lleva bien. En mi caso mis tres hijos me acompañan a todos lados. La familia entiende que es el trabajo y mi rol es ese. Sin duda, todo depende del diálogo. Hay que hablar mucho porque no es una vida “normal”. Lo que tengo claro es que si fuera médica mis hijos se tendrían que acomodar a mis guardias, si fuera maestra se tendrían que acostumbrar a verme trabajar corrigiendo en casa. En el caso de ser cantante, profesora de canto o preparador vocal, tienen que convivir con los horarios, con los alumnos gritando en casa, pero todo se acomoda.

Entrevistas
“Vientos de libertad”, la gesta sanmartiniana en la nueva obra de Luis Carranza Torres

Por Andrea Viveca Sanz /
Edición: Walter Omar Buffarini
Cruzar las fronteras del tiempo y del espacio, animarse, como si existiera una continuidad, un rumor de páginas que necesitaran volver a leerse.
Con una trama que pone la mirada en los detalles, en los paisajes interiores de los protagonistas, en el pasado, pero también en el presente y en el futuro, Luis Carranza Torres avanza, cruza sus propias montañas y da vida a una historia que se ramifica, un entramado donde las pasiones y el amor son protagonistas.
“Vientos de libertad” es la nueva novela del escritor cordobés, quien con sus letras lleva al lector a épocas de la gesta sanmartiniana, para adentrarse en algo más de lo que cuenta la historia.
— ¿Qué te llevó a elegir este renglón de la historia para invitar a tus personajes de ficción a vivir los hechos reales?
— Me gustan los momentos bisagra de la historia, y este período en que transcurre la novela lo fue para nosotros. Nunca es en vano recordar que la Independencia argentina se sancionó, a diferencia de muchas otras, en el peor momento posible. Sin recursos, derrotados nuestros ejércitos en el Alto Perú, amenazados por los cuatro costados por los españoles, los portugueses y los indios. Nacimos, por tanto, en la esperanza, pero también por el coraje de no rendirse ante la adversidad. Eso es lo que busqué reflejar en la novela. Y es algo que sirve más allá del orgullo por nuestro pasado, en la vida diaria de cualquier persona. Se trata de la prehistoria, por así decirlo, de la Argentina que hoy conocemos. Cuando todavía ni nos llamábamos de esa forma. A la par de la evolución de los personajes, existe también la de una sociedad que busca ser de otra forma, liberándose de muchas cosas. A partir de esa declaración de independencia, se produce un gran sinceramiento colectivo de lo que queríamos ser, y de lo que podíamos lograr solo con dos cosas: un liderazgo apropiado y la capacidad de esfuerzo que nos caracteriza individualmente, pero articulada en conjunto. La gesta del cruce de los Andes muestra a lo que podemos llegar cuando hacemos bien las cosas.
— ¿De qué manera trabajaste para poner en palabras los escenarios naturales que recreás en los distintos capítulos?
— Me esfuerzo por poner atención a los detalles, esos que le confieren autenticidad a la trama. Cuando se estructura la trama, uno también va buscando el escenario para plantear determinada escena. Aquí, en “Vientos de Libertad”, no las determinan tanto los actos exteriores sino la interioridad de los personajes, que el paisaje esté a tono con lo que le pasa por dentro a quién protagoniza la escena. Fue eso lo que busqué plasmar. Te diría que aun con la presencia de una referencia geográfica de tanto peso como los Andes, la cuestión pasa más por los lugares culturales o sociológicos de ese tiempo: los espacios de sociabilización como la Alameda o la Plaza Mayor, las conversaciones en el río de las lavanderas, las sala de recibir de las casas, el cuartel militar como preparación para el cruce. Es algo que no busqué, se dio naturalmente. La cordillera está, pero a la vez no está y hay otras todavía más inmensas que sortear. A veces los libros te llevan a eso. A pesar de que he estado en los Andes de norte a sur, desde la puna al estrecho y hecho andinismo en la zona del Tupungato cuando era jóven. O quizás por eso, la presencia no es tanto física como simbólica. Los lectores decidirán (risas).
— Además hay otros escenarios que muestran la vida doméstica de José de San Martín junto a Remedios de Escalada. ¿Por qué te interesó hacer foco en esas vivencias cotidianas?
— La relación entre José de San Martín y Remedios de Escalada ha sido muy bastardeada, por usar una palabra de la época. Con ella, sobre todo, siempre invisibilizada y desmerecida injustamente. Fue Remedios una mujer excepcional, tan valerosa, rebelde y libre como la sociedad de su época podía permitir, e incluso algo más. Asimismo, mostró un compromiso personal y propio con la causa emancipadora, aun desde antes de conocer al Libertador, con la misma firmeza de carácter que luego tuvo en el manejo de los asuntos patrimoniales de la pareja, ya que fue ella quien administró todo mientras San Martín hacía sus campañas, teniendo incluso la plena patria potestad de la hija de ambos. Por extraño y hasta paradójico que parezca, bien podemos decir que la Remedios histórica es muy diferente de aquella que la historiografía nos ha pintado. Por su parte, José de San Martín es bastante más de lo que usualmente tenemos en consideración. Era un hombre ilustrado, curioso de casi todo lo que se movía a su alrededor, que leía mucho, en inglés y francés además del castellano. Tocaba la guitarra, cantaba bastante bien, pintaba cuadros de paisajes, sobre todo de la cordillera, era un apasionado del ajedrez y gustaba de las nieves de limón -antecedente de nuestro actual helado de ese gusto-. Creo que la frase que el Libertador pone en la tumba de Remedios ilustra bastante respecto de la relación que tuvieron: “Esposa y amiga del general San Martín”. Recordemos que él valoraba la amistad en un grado superlativo dentro de su escala de valores. Tanto uno como otro fueron personas adelantadas a su tiempo. Y que se atraían por compartir esos valores, sintiendo admiración mutua. Es lo que quise reflejar en la historia en cuanto a ellos. La relación de igual a igual que, a juzgar por toda la documentación fidedigna, tuvieron en un gesto inaudito para la época. Parecen más un matrimonio de nuestros días que de aquellos de 1816.
— ¿Cómo se manifestaron en vos Sebastiana y Justo, los protagonistas de “Vientos de libertad”?
— Ambos son seres literarios por demás interesantes. Complejos, intrincados por dentro y por fuera, y hasta queribles aun en sus defectos. Él ya no puede ser en lo físico lo que sigue siendo en mente y alma: un soldado. Ella, un ser tan castigado por la vida, que termina por volverse una resentida con casi todos. Y el amor como prenda de unión, que da segundas oportunidades para ser feliz, pero también implica renuncias costosas. Si Justo tiene un brazo inútil, Nazarena lleva esas mutilaciones por dentro. Cada cual lidia con ellas como mejor puede, en tanto no deja de advertir que al otro le pasa igual. Para peor, ambos son terriblemente pasionales. En lo bueno y en lo malo. Particularmente, en el orgullo propio. Ninguno cede nada, a pesar de la atracción, del deseo o los fuertes sentimientos que se prodigan. Cada cual quiere lo mejor para el otro, pero a su modo. Y cuando se desilusionan, es en grande. Con todos estos ingredientes, creo que la historia de Nazarena y Justo termina siendo una de las más pasionales que he escrito. Pero también, de las más sufridas e implacables.
— ¿Hay algún personaje secundario que te gustaría destacar?
— La familia Buteler. La historia es verídica en sus líneas generales. Un irlandés que viene con el ejército inglés y se aquerencia al punto de no querer volver a su tierra y plantar raíces aquí. Algunos de los descendientes del Buteler histórico eran vecinos de mi familia en el campo, y de chico escuché alguna de las cosas que aparecen en la novela y me sirvió para darle forma a esa peculiar familia literaria. En cierto modo, es un homenaje a aquellas historias y a las personas que me las contaron. Así como a unos vecinos muy cercanos que tengo como parte de mi historia personal y considero, incluso hoy, como parte de mi familia ampliada. Además, “Vientos de Libertad” se trata de una de las novelas con más personajes secundarios que he escrito. Por lo mismo, se puede leer en varias líneas narrativas. Todas cruzadas por distintos tipos de amor: el de Goya y Tadeo, los esclavos de Nazarena, el apegado a las normas de Isabel y Eulogio, el pasional de Nazarena con Justo, el amor a la distancia entre Mariana y Tulio o el cómplice entre Remedios y José. A la par de eso, hay historias personales muy ricas en matices, como la de Goya, el mismo Tadeo, Mariana en Santiago de Chile o Isabel en Mendoza. Cada una por sus propias y muy particulares razones.
— Vemos que uno de los personajes, Eulogio, lleva un apellido conocido de otras obras tuyas: López de Madariaga. Y que Isabel es una devota lectora de Jane Austen, sin mencionar a la autora. ¿Qué podés contarnos sobre eso? ¿Hay otro texto, quizás implícito, detrás del texto impreso de la novela?
— Son guiños de complicidad para los lectores que me siguen desde siempre. Eulogio es mencionado, ya anciano, en “Palabras Silenciadas”. Es, en sus años mozos como se diría en la época de la novela, el antepasado de la familia que desarrollé en la saga de la Segunda Guerra Mundial que inició con “Mujeres de Invierno”. Antes de llevar a cabo todo por lo que su familia lo recuerda. En el caso de Isabel, sus lecturas son una suerte de homenaje a lo que he visto o me han contado que leen muchas de mis lectoras. Y para recordar que clásicos de Jane como “Orgullo y Prejuicio”, por los tabúes de la época en la sociedad inglesa, se publicaron de forma anónima, sin más datos que su escritora era una mujer. Cosas como estas encajan de maravilla para pintar con un detalle a la sociedad de entonces.
— Mientras todos ellos se preparaban para cruzar una frontera geográfica, vos ibas cruzando las barreras del tiempo para revivir aquellas escenas. ¿Qué fue lo que más te impactó de ese cruce temporal?
— La magnitud de lo que se hizo con muy pocos medios, pero usados muy inteligentemente. La libertad siempre tiene un precio e impone sacrificios. Ellos no dudaron en pagarlo, y por eso es que somos argentinos hoy en día. Tenemos una deuda con esos compatriotas que ya no están, es lo que quise reflejar en la trama de la historia. Otra de las cuestiones que me llamó la atención, y quise rescatar para dar cuerpo a la historia de la novela, es la tremenda preparación logística que implicó. No solo fue un cruce. Debieron llevar consigo todo lo que necesitaban para sobrevivir, desde la leña hasta el agua. Y combatir para apoderarse de las fortificaciones realistas que guardaban los pasos. Pero el éxito de todo dependía de mantener al adversario sin saber por dónde cruzarían. Que se revelara ese detalle hubiera ocasionado el desastre de toda la expedición, y esa es la idea movilizadora que estructura la historia.
— Has dedicado esta novela “a ese soldado argentino, sólo conocido por Dios” ¿Qué razones te movieron a poner esas palabras?
— Es una frase conocida en el mundo castrense. Refiere a aquellos que han caído en combate y no han podido ser identificados sus restos. Solo Dios sabe quién es y cómo sacrificó su vida. A veces ni tumba tienen. Hubo muchos en las guerras de la independencia, por no decir que fueron la mayoría de los caídos en esa época. Son los seres más anónimos de las batallas y guerras. Desde chico, cuando veía la llama votiva por el soldado desconocido de la Independencia a la entrada de la catedral de Buenos Aires, era algo, y lo sigue siendo hoy, que me sobrecoge. Cuando terminé de escribir la novela, supe que era a ellos que debía dedicarlo, para reconocerlos, tal como se hace en cualquier país que cuida sus valores cívicos.
— El viento siempre mueve cosas, ¿qué movilizaron en Luis Carranza Torres los vientos de la escritura de esta novela?
— La gratitud a aquellos que se sacrificaron para tener la libertad que, muchas veces hoy, usamos mal o, peor aún, nos resulta indiferente. Poder decidir nuestro destino es una gran cosa. No solo en lo individual, sino también como sociedad. Quise rescatar eso, pero también lo que entiendo como una paradoja curiosa y hasta cruel respecto del deber: hacer lo que entendemos correcto, implica muchas veces sacrificios muy personales. Y en el caso de los personajes de la novela, como el mismo José de San Martín lo habla con Eulogio, cumplir con el deber es alejarse de los que uno quiere y poner en riesgo de mil formas la propia existencia. Somos lo que somos colectivamente, entre otras cosas, por esos esfuerzos que se cuentan en la novela. No debemos nunca olvidarlo. Eso busqué transmitir, más allá de contar una historia vibrante en lo épico e intrincada y de suspenso también en cuanto a lo amoroso.
Entrevistas
En primera persona: Nair Libonatti, escritora
La artista uruguaya habla de ella misma, de cómo llegó a la escritura y de su obra

Sobre sí misma y su arte
Soy Nair Libonatti, mujer uruguaya de 69 años. Toda mi vida supe que podía escribir, sin embargo, al plasmar mis ideas en una hoja, el resultado no me era grato y terminaba rompiendo.
En el año 2019 una amiga me invitó a “algo” literario y fui. Resultó ser un taller y fue ahí donde comencé a escribir.
Pocos meses después llegó la pandemia, entonces, buscando recursos para mi nuevo despertar, entré en un grupo argentino de Facebook. En él compartíamos textos y comentábamos.
Un buen día me invitaron a participar en el Mundial de Escritura, al principio me parecía inalcanzable hasta que me animé y la experiencia resultó maravillosa.
Sobre su obra
He escrito algunos libros: “Historias del Caldero”, en conjunto con dos amigas, “Constelaciones”, libro que va por su segunda edición y “El Pata de Bolsa y otros relatos”. Estos dos últimos están presentes en la 49a Feria del Libro de Buenos Aires, en el stand de Uruguay.



Sobre “Constelaciones” puedo decir que es un libro fuerte, con historias bastante movilizadoras, es un intento de visibilizar algunas circunstancias. “El Pata de Bolsa” es en tono más humorístico, un poco más distendido y coloquial.
Son libros de cuentos cortos, escritos individualmente y luego seleccionados para cada uno de los libros.
Su actualidad

Actualmente integro el taller “Ratones de biblioteca”, que funciona en la Casa de la Cultura de Minas, Uruguay, y algunas compañeras me acompañaron a la Feria del Libro de Buenos Aires.
Nair Libonatti junto a Andrea Viveca Sanz, de Contarte Cultura, en la 49º Feria Internacional del Libro de Buenos Aires
Entrevistas
Aguirre–Rodríguez: “El tango siempre estuvo como lengua principal en nosotros”

Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //
Es un viaje dentro de otros, un movimiento sutil, la música desperezándose en gotas de rocío, notas evaporadas sobre las aves del campo, es el vuelo hacia el espacio urbano, un recorrido temporal. Es antes y después. Es ahora y siempre, una melodía que llega desde lejos, de otras patrias, del mismo viento que corre y desparrama en el lugar justo y en el instante oportuno.
“Del Buen Ayre”, el próximo espectáculo y disco del dúo platense Aguirre–Rodríguez es un viaje por el tiempo y por distintos espacios, una relectura en modo actual de la música rural bonaerense.
Contarte Cultura charló con sus integrantes, Cynthia Aguirre y Alejandro Rodríguez para que nos cuenten acerca de ese caminar que la canción propone.
—Porque los espacios y las cosas que forman parte de ellos suelen hablar de quienes los habitan, nos gustaría comenzar esta charla deteniéndonos en su lugar de trabajo, en el espacio creativo de su música y en los objetos que los rodean en este momento. Si pudieran elegir un rincón o un objeto, el que mejor los represente como dúo y nos cuente algo de ustedes, ¿Cuál sería?
—El lugar, nuestra casa, y el rincón nuestra sala, en la que se va gestando todo el resultado final de lo que hacemos como músicos. Creo que estos espacios hablan de nosotros y de nuestra manera de entender la realidad y el arte.
—Y desde ese espacio viajamos en el tiempo, ¿cómo y cuándo se encuentran Cynthia Aguirre y Alejandro Rodríguez en el camino de la música para dar comienzo al dúo Aguirre–Rodríguez?
—Nos encontramos en la escuela de arte de la ciudad de Berisso, hace muchísimos años, en situación de alumna y profesor, pero rápidamente comenzamos a compartir producciones por fuera de la escuela. Con los años volvimos a encontrarnos, ya específicamente en el terreno del tango con la orquesta Los inmigrantes en el año 2005. Cuando el tiempo de la orquesta se terminó, continuamos en dúo.


—¿Cómo fueron esos comienzos?
—Fue un muy hermoso comienzo, pero rápidamente el dúo se fundió dentro de un cuarteto que con el tiempo se convirtió en sexteto de tango. Me refiero a Tangor. Con esa agrupación trabajamos durante más de 10 años. Por otro lado, Cynthia participaba como invitada permanente en el grupo La Sonora, proyecto que venía caminando desde el año 1989.
—Como decías, con el correr de los años el tango se instaló entre ustedes, ¿qué cosas los llevaron a explorar en este género que nos representa?
—El tango siempre estuvo como lengua principal en nosotros. Como una especie de lengua madre. Rastrear el porqué de esto es complicado, creo que tiene que ver con nuestras historias personales y la idiosincrasia de nuestras familias de origen. Lo que es claro es que ha sido fundacional en nuestro vínculo con la música. Nuestra mirada como habitantes de este tiempo siempre nos llevó a buscar puentes entre el tango, otras músicas y otros conceptos artísticos.
—¿De qué manera llega el primer disco “Mundo Tango”, grabado en 2011?
—Ganamos un premio a la Producción Fonográfica del FNA (Fondo Nacional de las Artes) y generamos nuestro primer CD. En ese entonces, si bien el CD se llamó Mundo Tango, abarcamos otros lenguajes musicales, algunas cosas del folclore y canciones provenientes de la cantera del rock.
—Por estos días están en proceso de grabación de su segundo disco “Del Buen Ayre”, ¿qué recorridos espacio-temporales tuvieron que hacer para dar vida a los temas que forman parte de esta obra?
En Mundo Tango nos referimos a una idea acerca del tango, como un estado del ser que no solo aparece en esta región del mundo (por algo el tango impacta como impacta en todo el globo). Aquí nos referimos más a la génesis de este género y la música de la provincia de Buenos Aires. Este nuevo trabajo propone un recorrido desde la música campera de principio de siglo XX (El Gardel Gaucho, pasando por compositores icónicos de ese lenguaje como Omar Moreno Palacios) para adentrarse en el tango clásico de la época de oro y llegar hasta composiciones actuales que revitalizan el género. También este trabajo, a diferencia del otro, está estructurado por un material que fue ampliamente mostrado y fogueado. Es música que hemos tocado mucho en vivo y está planteado desde esa impronta. Los arreglos, si es que los hay, fueron construyéndose a lo largo del tiempo y de las distintas actuaciones. Los músicos invitados jugaron en ese mismo tono también. Se les envió un cifrado y una grabación como referencia, pero el armado de los distintos temas se resolvió en el estudio, mientras Manzana Ibarrart (gran amigo y comandante del Estudio Sonosfera) montaba los mics y seteaba todo. Luego se eligieron las mejores tres tomas de cada tema. El resultado tiene un aroma a “trazos sueltos” que nos encanta en lo particular.
—Sin dudas se trata de un viaje a través de la música, ¿cuál es el aroma que elegirían para simbolizar a este álbum?
—El múltiple aroma de los viajes…si bien es un CD local en cuanto al repertorio, es bastante global en tanto a que lo que suena proviene de muchísimas fuentes y no solo de la tanguera. Lo hemos tocado tanto en tantos países diferentes, que para nosotros tendría ese olor a viaje, a aeropuerto, a trenes.
—El 3 de agosto estarán presentando este disco en La Salamanca, un reconocido espacio cultural platense, ¿qué podrán disfrutar esa noche quienes se acerquen a compartir su música?
—Haremos algunos de los temas de nuestro espectáculo Del Buen Ayre, como antesala al espectáculo Filogenia de Victoria Moran y el Dúo Puentes Reyes.
—Mencionás que ese día estarán acompañados por la cantante Victoria Morán, entonces la pregunta va para ella. Victoria, ¿Cómo nace “Filogenia”, ese recopilatorio de obras de música popular argentina? Contanos quiénes serán parte de ese recorrido el 3 de agosto y qué sentís al compartir noche con el Dúo Aguirre-Rodríguez.
9- Filogenia surge de la necesidad de contar nuestro ADN musical a través de las canciones que nos definen. Es una suerte de viaje musical hacia la fuente, hacia la memoria imperecedera que une un recuerdo con otro. Este espectáculo viene a despertarnos la fibra sensible con canciones que nos nombran, enlazando a Homero Manzi con Víctor Heredia, al Cuchi con Fito, a los que fuimos con los que somos. El compartir con compañeros y compañeras músicos y músicas siempre es una alegría, y en este caso será además una sorpresa para el dúo Puentes-Reyes y yo, porque jamás nos hemos cruzado en un escenario y esperamos anhelantes ese ida y vuelta mágico que siempre augura la música compartida.
—Para terminar, ¿cuál es el próximo destino de la música que los mueve?
—Tenemos por delante algunas fechas en nuestra ciudad, como el próximo 29 de agosto, día en el que estaremos compartiendo escenario junto al cantor Carlos Cabrera en el Café Metro. Octubre nos encuentra realizando nuestra segunda gira europea, con conciertos en países como Italia, Francia, España y Portugal. A nuestro regreso estaremos presentando oficialmente nuestro álbum Del Buen Ayre, con la participación de los músicos que fueron parte de la grabación.
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