

Literatura
Las palabras de Vargas Llosa
por Luis Carranza Torres (*)
Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, marqués de Vargas Llosa, peruano por nacimiento, de nacionalidad española a partir de 1993 y dominicano desde junio de 2022, ha muerto.
De acuerdo con el comunicado de sus hijos Álvaro, Gonzalo y Morgana Vargas Llosa, falleció este 13 de abril de 2025 a los 89 años de edad en la ciudad de Lima, “rodeado de su familia y en un ambiente de paz”.
El cuerpo perece pero su obra resulta eterna. También, universal. Se trata de letras que trascienden el idioma español en que fueron concebidas.
Atesoro muchos de sus consejos literarios, a la par de sus frases. Respecto de las últimas, no puedo no ceder a la tentación por destacar algunas que especialmente me llegaron. Como que: “La pasión por la literatura, como todos los buenos vicios, se acrecienta con el paso de los años”. Gran verdad. O que: “Cuando la realidad se vuelve imposible, la ficción es un refugio”. O una que perfectamente habría podido decir cualquiera en casa: “Nunca te dejes pisotear por nadie, hijo. Este consejo es la única herencia que vas a tener”.
Pocos escritores pueden mostrar tantas premiaciones, desde el Premio Biblioteca Breve 1962, seguido por el Premio Rómulo Gallegos 1967 y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1986, para continuar en la década del 90 con el Premio Planeta en 1993 y el Premio Cervantes en año después. El Premio Nobel de Literatura en 2010, vino a cerrar ese selecto conjunto de distinciones.
En 2011 fue nombrado por el entonces soberano español, Juan Carlos I, primer marqués de Vargas Llosa. Diez años después, ingresó como miembro de la Academia Francesa en el asiento número 18. Se trataba de la primera vez, y al presente la única, de alguien que no ha escrito obras en lengua francesa.
Heredé a Vargas Llosa por parte de padre. Recuerdo de niño, a papá tratando de convencer a la parte castrense de la familia que no era de izquierdas en realidad. Y que “Pantaleón y las visitadoras” era una novela que merecía ser leída. Como puede entreverse, tenía razón.
Don Mario fue polémico en su vida pública, pero con sustancia y compromiso. “En épocas de mucho autor ligth, que por temor a vender un ejemplar menos de su última novela evita opinar sobre la realidad de su país, mi homenaje a este hombre que, además de sus enormes cualidades literarias, supo comprometerse con su tiempo. Ejemplares en extinción, desgraciadamente…”, escribió a propósito de su deceso, un amigo de las letras y la vida como Federico Keenan. Comparto esas palabras letra por letra.
Pero nunca más polémico que en casa durante mi adolescencia, por su novela corta “Elogio de la Madrastra”, a la cual mi madre, después de mucha discusión con mis tías, dejó leer.
En lo personal, las conferencias de Vargas Llosa sobre la escritura me marcaron desde la técnica para narrar. Es quizás, el autor en quien más debo en ese campo. “Cartas a un joven novelista” me marcó tanto como otro, “Conversación en Princeton con Rubén Gallo”. Y por el lado de las novelas, si “La Guerra del Fin del Mundo” me pareció una obra monumental, de la última época me quedo, decididamente, con “Travesuras de la Niña Mala”. No por nada Adèle y Alain en “Los Extraños de Mayo” tienen algo de esa Niña nada niña y su eterno enamorado.
En 2011, el Nobel peruano fue invitado a inaugurar la Feria del Libro de Buenos Aires, pero el grupo Carta Abierta, encabezado por el entonces director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, se opuso. Acababa de ganar el Premio Nobel de Literatura un año antes, pero no era lo literario sino sus ideas de libertad y sus posturas contra Hugo Chávez en Venezuela que provocaron su rechazo.
González expresó que la decisión ”es una ofensa a la cultura argentina” en razón de que era “un hombre de agresividad creciente hacia los procesos populares”, opuesto a “las corrientes de ideas que abriga la sociedad argentina”. Gobernaba por ese entonces, Cristina Kirchner.
La Fundación El Libro resolvió que Vargas Llosa diera el discurso inaugural de la Feria, sino una conferencia al día siguiente, que fue multitudinaria.
Arturo Pérez-Reverte en su cuenta en X, compartió por el deceso una foto en la que aparece junto a Vargas Llosa y Javier Marías, fallecido en el año 2022. De espaldas se puede identificar a Pilar Reyes, la editora de los tres en Planeta.
“Como decía el torero Luis Miguel Dominguín, siempre queda uno para contarlo. Aunque al final siempre hay otros que acaban por contar al que lo cuenta. Son las viejas reglas”, expresa Pérez-Reverte en el texto que acompaña la imagen.
Sí, al final de la cuenta, todo se trata de eso.
(*) Abogado y escritor / Especial para Contarte Cultura

Textos para escuchar
Un día de éstos – Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez lee su cuento Un día de éstos
El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una exposición. Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.
Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía, pero trabajaba con obstinación, pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.
Después de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su abstracción.
-Papá
-¿Qué?
-Dice el alcalde que si le sacas una muela.
-Dile que no estoy aquí.
Estaba puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con los ojos a medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.
-Dice que sí estás porque te está oyendo.
El dentista siguió examinando el diente. Sólo cuando lo puso en la mesa con los trabajos terminados, dijo:
-Mejor.
Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.
-Papá.
-¿Qué?
Aún no había cambiado de expresión.
-Dice que si no le sacas la muela te pega un tiro.
Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la fresa, la retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí estaba el revólver.
-Bueno -dijo-. Dile que venga a pegármelo.
Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la gaveta. El alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla izquierda, pero en la otra, hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días. El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente:
-Siéntese.
-Buenos días -dijo el alcalde.
-Buenos -dijo el dentista.
Mientras hervían los instrumentales, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla y se sintió mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla de madera, la fresa de pedal y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con un cancel de tela hasta la altura de un hombre. Cuando sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la boca. Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.
-Tiene que ser sin anestesia – dijo.
-¿Por qué?
-Porque tiene un absceso.
El alcalde lo miró en los ojos.
-Está bien -dijo, y trató de sonreír.
El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no lo perdió de vista.
Era un cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente.
El alcalde se agarró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura, dijo:
-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.
El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.
-Séquese las lágrimas -dijo.
El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó secándose las manos. “Acuéstese -dijo- y haga buches de agua de sal.” El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.
-Me pasa la cuenta -dijo.
-¿A usted o al municipio? -preguntó el dentista.
El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica:
-Qué carajo, es la misma vaina.
Historias Reflejadas
“Existencias vacías”

Existencias vacías
Desandando la eterna cadena de vida que une a los seres de todos los tiempos, caen presurosos los vacíos tallados en las almas, que astillan y duelen.
Oscuros espacios sin límites atrapan a la nada que devora cada gota de angustia y de miedo.
Ríos de furia se desplazan invisibles entre los corazones que buscan justicia y lloran traiciones. Vientos de fuego que invitan a correr para que la realidad no pueda alcanzar a aquellos que huyen, sobre todo, de sí mismos.
Libertades de carne y hueso disipan las palabras construidas con aire, que se pierden en lo invisible de las formas correctas.
Una inmensa soledad se replica a lo largo de los siglos, desprendiendo preguntas que buscan respuestas en un círculo interminable de ausencias.
Y es justamente en esa búsqueda cuando aparece el encuentro que arraiga y consuela.
Amuletos inventados que sostienen los ladrillos de las vidas derrumbadas frente a lo inevitable. Lo que se oculta en silencio, va revelando verdades a destiempo, manchas de odio y de dolor que se expanden como lava, arrasándolo todo.
Una piedra, lanzada desde la boca del universo, viaja de mano en mano y se adhiere a los vacíos de unos y otros acortando las distancias del tiempo.
Un medallón de hueso es capaz de apartar a los malos espíritus para romper los límites de quienes están dispuestos a arriesgarlo todo, esperando una lluvia que los ayude a sentir aquello que no les está permitido.
Un maletín cargado de sueños se aferra a una mano que necesita soltar, para poder trascender despacio la furia que arde en su interior.
En la eterna cadena de la vida, no importa la forma que tome nuestro amuleto, seguramente detrás de él se esconde algo mucho más profundo, una búsqueda y un encuentro.
Deshilachando la trama del destino, el amor y sólo el amor será siempre el verdadero amuleto contra el vacío que encierra a las almas esclavas de pasiones dormidas.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “El amuleto”, de Bárbara Wood; “Amuleto contra el vacío”, de Laura Miranda; “Los que esperan la lluvia”, de Gabriela Margall; y “Todo arde”, de Marcelo López.
Literatura
“Las visiones venenosas”, de Fermín Eloy Acosta – Ediciones Bonaerenses

Ediciones Bonaerenses presenta la novela ganadora del Premio Hebe Uhart de Novela 2024: “Las visiones venenosas”, de Fermín Eloy Acosta.
La obra fue elegida por unanimidad entre las 282 participantes, provenientes de 62 localidades de la Provincia, por el jurado conformado por María Teresa Andruetto, Hernán Ronsino y Miguel Vitagliano, debido a “la fina urdimbre de las voces que dan forma al relato, las de cuatro mujeres que están reunidas en una quinta porque ‘fueron convocadas’ y esperan la llegada de algo inquietante, sobrenatural y misterioso”.
El jurado también destacó que “con una prosa potente y rítmica que tiende a enrarecer el lenguaje y un universo que orilla la distopía y a la vez dialoga con grandes clásicos de la literatura universal, ‘Las visiones venenosas’ se mueve en una zona brumosa entre lo fantástico y lo anacrónico”.
El premio se otorgó en agosto pasado y la novela se publicó dentro de la colección “Nuevas Narrativas” en marzo de 2025.
Como todos los títulos de Ediciones Bonaerenses, este libro se encuentra disponible en formato papel en bibliotecas públicas y populares de toda la Provincia y puede descargarse gratuitamente en formato digital en nuestra web. También pueden adquirirse ejemplares físicos a través de la tienda del sello o en las librerías El gran pez (Mar del Plata), Malisia (La Plata), La casa Azul (Tandil), La bullanga (Tandil), Patio interno (City Bell), Factottum (Berazategui) y El otro lado (Trenque Lauquen).
(Fuente: Prensa Ediciones Bonaerenses)
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