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Entrevistas

“Buscamos dibujar un mapa de la literatura japonesa que sirva como hoja de ruta a nuevas lecturas”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Alguien mira más allá, estira su cabeza, ve lo que existe al otro lado de la ventana, se arrastra con su único pie, descalzo de todo. El viaje comienza, los sentidos se abren, son antenas en los bordes de la cabeza que se deja llevar por esa experiencia única e irrepetible.

Con la cabeza erguida también el caracol se me parece” (Shiki) fue el verso que dio vida a la editorial independiente También el caracol, dirigida por Mariana Alonso (directora editorial) y por Miguel Sardegna (director de la colección “Bosque de bambú”).

ContArte Cultura charló virtualmente con ellos para conocer parte del recorrido que propone su caracol y aproximarnos a la profundidad de cada una de sus obras, que sin dudas son puertas a otros mundos.

—Comencemos esta charla con la imagen del caracol que los representa. Pensemos en su cuerpo blando deslizándose a uno y otro lado de las palabras, en su conchilla enrollada y en las antenas que perciben lo que hay más allá. ¿Qué cosas de este caracol imaginario los podrían ayudar a definir el proyecto editorial que llevan adelante? ¿Cuál fue el origen del nombre elegido para la editorial?
—Llegué al punto de que no puedo pensar en un caracol sin recordar a Shiki, uno de los grandes maestros del haiku y el gran renovador de la poesía clásica japonesa. El nombre de la editorial es un verso de uno de los últimos haikus que escribió.

con la cabeza erguida

también el caracol

se me parece

Shiki sostenía que el poeta debía escribir sobre aquello que veía y no sobre lo que otros habían escrito antes, una práctica muy común en la poesía japonesa clásica. La variación alusiva era un recurso por el que se solían introducir pequeños cambios a un poema anterior. El poeta esperaba que el lector reconociera el poema aludido y se regocijara en ello. Shiki proponía lo contrario: basar la poesía en la propia experiencia. Irónicamente, pasó sus últimos meses postrado en una cama con tuberculosis. Habiendo construido toda su teoría sobre la experiencia, de pronto vio la suya reducida a cuatro paredes. Muchos de sus poemas de esa época describen sonidos de la calle, objetos de su habitación. En este poema se describe a sí mismo, estirando el cuello, para poder mirar el jardín a través de los paneles corredizos. Me da piel de gallina cada vez que leo este haiku. Lo veo como una forma de resistencia, de superación. Nos gusta pensarnos estirando el cuello para descubrir cosas, para ver más allá de nuestro espacio personal.

—¿Cómo surgió la idea de crear este espacio que abre las puertas a mundos literarios y culturales desconocidos por la mayoría de nosotros?
—Tanto para Miguel Sardegna, director de la colección de literatura japonesa, como para mí, la puerta de entrada a Japón fue la literatura, de ahí pasamos al idioma y su cultura, a otras artes como la música, el cine, el anime. Podría ser más específica y decir que en realidad nuestra puerta de entrada fue una novela: Mil grullas, de Kawabata. Él fue tendiendo puentes a otros autores. Aun hoy lo hace, si uno mira nuestro catálogo. Miguel tiene la teoría de que la literatura japonesa de principios de la primera mitad del siglo XX orbita en torno a Kawabata, al menos la que más nos gusta a nosotros. A Yokomitsu, el primer autor que publicamos en la colección de literatura japonesa, llegamos a partir de Kawabata, eran amigos y fundadores de la Escuela de las Nuevas Sensaciones. Hace unos años dábamos clases de literatura japonesa en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), y cuando leíamos a Kawabata hablábamos de la Escuela de las Nuevas Sensaciones y tocábamos de costado a Yokomitsu. Pero no había nada suyo traducido al castellano. Pasados más de diez años, seguía sin traducirse. Así que un día nos decidimos a hacerlo nosotros.

—¿De qué manera “recortan” esos pequeños universos de la cultura japonesa para guardarlos en cada uno de sus libros? ¿Cuál es el proceso de selección, investigación y traducción que realizan?
—Nuestros procesos de selección tienen que ver mucho con nuestro recorrido y nuestros deseos como lectores. Hay una costumbre en Japón de asociar a los autores en escuelas literarias. Algunas veces la relación se justifica más; otras, menos. En cualquier caso, en torno a autores ya traducidos como Dazai o Kawabata, hay toda una constelación de escritores que, por algún motivo inexplicable, todavía no han sido traducidos al castellano. Lo más sorprendente es que no se trata de autores menores. Así como Kawabata nos llevó a Yokomitsu, Dazai nos llevó a Oda. Traducimos lo que queremos leer en castellano. Nuestras traducciones son directas del japonés y trabajamos con equipos de dos o tres personas. Creemos que ese intercambio enriquece la traducción.

—Hay en la literatura japonesa un gusto por los detalles, por lo breve, que sugiere e invita a completar lo incompleto. ¿Qué hilos temáticos creen que entrelazan a las obras de su colección “Bosque de bambú”?
—No diría que los libros de la colección estén entrelazados por un hilo temático. A simple vista es difícil trazar un hilo temático entre la experimentación y la belleza de Yokomitsu y la escritura combativa de los escritores proletarios o la marginalidad de Oda, pero de algún modo misterioso los puentes existen. Una de las búsquedas que perseguimos con nuestros estudios preliminares es ese: trazar puentes, establecer relaciones entre autores y escuelas literarias, dibujar un mapa de la literatura japonesa que sirva como hoja de ruta a nuevas lecturas.

—Y hablando de esos libros, si pudieran elegir una o dos palabras que definan a cada uno de ellos, ¿cuáles serían y por qué? 
—Estoy segura de que para definir La primavera llegó en un carro tirado por caballos, de Riichi Yokomitsu, Miguel y yo usaríamos palabras distintas. Él elegiría “lo bello y lo triste”, porque en Yokomitsu también se ve algo de lo bello y lo triste que hay en Kawabata. Tienen un perfume parecido. Pero, además de eso, yo a Yokomitsu lo asocio con la forma y la experimentación. Era un escritor de vanguardia, jugaba con la forma y con el lenguaje. Abordar la traducción de sus cuentos es toda una aventura, un desafío enorme. Con los otros, probablemente coincidiríamos. La canción del arrozal, de Lafcadio Hearn es música, es un libro de sonidos, aun en los capítulos dedicados a insectos que no tienen una voz propia, como las luciérnagas. El signo de los tiempos, de Oda, es marginalidad, ironía y “aware”, un término japonés hermoso y muy difícil de explicar, pero que se podría traducir como “compasión o nostalgia por las cosas”. Bajo un cielo oscuro cargado de nieve es revolución y lucha.

—En la editorial tienen, además, una serie de ficciones de autores nacionales, ¿quiénes forman parte de esta colección y cómo llegaron a ustedes?
—Tenemos cinco libros publicados en la colección de narrativa argentina. La primera fue Monoblock, de Karina Sacerdote. La siguieron El cristo roto, de Marcelo Rubio, En la semilla ya está el aroma, de César Díaz; 33 rpm, de Juan Guinot; y nuestra última novedad, Las comadrejas no existen, de María Marcela Vicente. Son novelas muy distintas. Pero si algo tienen en común, es la voz enorme de sus autores, todos ellos con un estilo fuerte y personal. No importa cómo nos llegue, cuando elegimos una novela, necesitamos que nos golpee y nos deje sin aire. Y es lo que nos pasó con todas las novelas argentinas que publicamos hasta ahora, y las que ya tenemos elegidas para publicar más adelante.

—¿Qué elementos o detalles no pueden faltar en una obra de También el caracol?
—Es difícil pensar en un elemento o detalle en particular. En realidad, nos gusta más la idea de mantenerme abierta a distintos abordajes. Nos gustan las voces potentes y supongo que hay un hilo invisible, una especie de musicalidad, que recorre todos los libros que publicamos y que se da naturalmente, por nuestro gusto como lectores.

—¿Cómo llevan adelante el proceso de producción y diseño de las imágenes que forman parte del arte de tapa de cada libro?
—Para la colección de literatura japonesa solemos usar alguna obra de arte japonés, pero depende de cada libro. Pensamos cada tapa. Para el último libro de literatura japonesa usamos un afiche proletario de los años 20 y lo intervenimos. En el caso de la colección de narrativa argentina definimos un concepto y componemos una foto especialmente para cada libro. Las fotos de todos los libros que hemos publicado hasta ahora son de Sofía Varacalli.

—¿Qué nos pueden adelantar de las novedades editoriales que prepararon o preparan para este año?
—Para finales de este año tenemos planificado un segundo libro de Riichi Yokomitsu, en el que ya estamos trabajando. Pero antes se vienen dos libros más de literatura japonesa. El primero va a ser de cuentos de Rintarō Takeda, un autor nacido en Osaka inédito en castellano y que nos encanta. Los cuentos que integran la antología son de una época particular de su producción literaria, quizás la mejor, que se conoce como “asuntos de ciudad”. Recuerdan un poco a Oda por sus personajes marginales, pero tienen también un resabio de su época proletaria y algo del espíritu experimental de la Escuela de las Nuevas Sensaciones. Siento que en él se condensa algo de todos los autores que hemos publicado hasta el momento.

—Para terminar nos gustaría que pongan la lupa en un rincón del espacio editorial que conducen y saquen una foto que sirva de síntesis del camino que recorre También el caracol.
—En lugar de sacar hoy una foto a un rincón, me gustaría compartir una foto de hace algunos meses. Un instante casual captado en cámara que sintetiza a la perfección nuestro camino con También el caracol, tanto el de Miguel como el mío. Que sea yo la que aparece en la foto es algo circunstancial, podría haber sido cualquiera de los dos.

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1 comentario

1 comentario

  1. Karina Sacerdote

    23/04/2021 a 12:46

    Maravilla de nota. El trabajo de También el caracol es impecable y la pasión por lo que hacen se ve en cada uno de sus libros.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
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