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Literatura

El Filba y la FED también migran al formato virtual

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Con la decisión de cancelar su tradicional cita en la Rural y reemplazarla por un formato virtual ante las restricciones impuestas por la pandemia de coronavirus, la Feria del Libro trazó una dirección que por estos días retoman otros hitos de la agenda literaria local como el Filba y la Feria de Editores, que ya descartaron la posibilidad de ofrecer sus contenidos en el formato tradicional y planean nuevos esquemas tanto para recrear el vínculo entre escritores y lectores como para impulsar las ventas del castigado sector editorial.

Mientras Europa celebra su desconfinamiento con la reapertura de museos y la confirmación de que algunos de sus eventos literarios más importantes como la Feria del Libro de Madrid y la de Frankfurt tendrán lugar bajo un formato mixto que integrará el programa clásico con una oferta digital, en la Argentina prevalecerá la modalidad virtual, con excepción de algunas actividades que podrían darse en versión presencial si al aproximarse la fecha se flexibiliza el aislamiento social.

Filba

El Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA), que este año va a cumplir su décima edición y se ha convertido en un clásico del calendario cultural, tiene a esta altura la suerte echada: una parte de su agenda se compone de los invitados internacionales que no podrán llegar al país por las restricciones de tráfico aéreo que se mantendrán durante los próximos meses, sumado al hecho de que al momento previsto para su realización no hay certezas de que estén permitidas las congregaciones en espacios cerrados.

Por ese motivo, la organización del festival acaba de decidir por un lado la unificación de la versión infantil –Filbita- y la internacional en una sola edición que se realizará del 16 al 24 de octubre en formato online, aunque no se descarta la incorporación de algunas actividades presenciales que para entonces no contraríen las normas de distanciamiento social.

¿Cómo impactó este escenario imprevisto del coronavirus en la grilla anual de actividades de Filba? “El impacto fue total –relató a la agencia de noticias Télam la directora de la Fundación Filba, Amalia Sanz-. Todos las actividades y programas que realizamos durante el año se construyen desde lo presencial, se dan naturalmente en la palabra y en el encuentro material de las personas. Todo eso tuvo que ser rápidamente reformulado”.

“De todos modos, no salimos corriendo: en medio de la incertidumbre intentamos pensar y dejar que las ideas decanten. Como les pasó a muchos, empezamos a usar las herramientas digitales que estaban a la mano pero que no habíamos experimentado hasta el momento: podcast, streaming, vivos en redes sociales, publicaciones online, etc. La respuesta de los usuarios al Filba Rosario –que se hizo de manera virtual- fue muy buena y nos ayudó a terminar de definirnos”, apuntó la directora.

Sanz confirmó que en la versión ensamblada de Filba y Filbita, “un altísimo porcentaje de sus programaciones serán on line” pero que estarán atentos a los posibles cambios en las medidas de aislamiento y si fuese posible sumarán acciones presenciales, aunque “cada vez tenemos más certezas –y entusiasmo- en migrar a los formatos virtuales que, por un lado, nos exigen incorporar el lenguaje audiovisual y, por el otro, tienen la ventaja obvia y extraordinaria de poder ampliar muchísimo los alcances”.

Feria de Editores

En línea con el Filba, el otro gran hito que marca agenda con sus charlas y propuestas es la Feria de Editores (FED), cuya novena edición está prevista para el 6,7,8 y 9 de agosto. También deberá migrar al formato virtual: “A esta altura nos parece inviable hacerla en formato presencial –indica Víctor Malumian, uno de sus organizadores-. Estamos trabajando en una idea de feria virtual pero que aúne a todos los eslabones de la cadena. Creemos que en tiempos como los que corren la salida tiene que ser colectiva. La idea que estamos trabajando incorporará a las librerías y los distribuidores por esta edición”.

La FED, que le otorga una espacio destacado a los sellos independientes, se consolidó tras un crecimiento paulatino: nació en FM La Tribu, luego se trasladó a Central Newbery, más tarde a Santos4040 y ya en el Konex el año pasado recibió poco más de 14.000 lectoras y lectores en tres días y 250 sellos de todo Latinoamérica.

“La idea de fondo es que las librerías son nuestras aliadas y no es sólo un tema discursivo, hacemos todo lo posible para que las y los lectores que charlan tres días con las editoriales tengan el placer de reencontrarse con el increíble entramado de librerías de nuestro país, en cada una de ellas hay libreras y libreros con un nivel de conocimiento deslumbrante”, cuenta Malumián.

Feria del Libro

La primera en explorar las condiciones y posibilidades de la virtualidad fue la Feria Internacional del Libro, que por primera vez en sus 45 años de historia tuvo que suspender su tradicional presencia en la Rural y reemplazarla por un diagrama de emergencia que tuvo un alcance auspicioso en redes sociales, ya que cosechó más de 324 mil amigos en Facebook, 50 mil en Instagram y 70 mil en Twitter, donde además logró convertirse tres veces en tendencia con los hashtags #VamosFILBuenosAires, #BBBFILBuenosAires y #LaFeriaNoSeRinde.

“La programación virtual y el Mapa de librerías argentinas que subimos en los días en los que la Feria debió haber estado abierta al público tuvieron repercusiones inusitadas, de una dimensión que no habíamos pronosticado. Esto es porque evidentemente el papel de replique y multiplicación por las redes es altísimo e incluso se posiciona mejor frente a la divulgación internacional”, señala Oche Califa, director institucional y cultural de la Feria del Libro.

El escenario imprevisto desatado por la pandemia fue también un disparador para el surgimiento de iniciativas espontáneas con el propósito de reactivar la circulación de textos en el marco de una industria que está en estado crítico desde hace años y que, si bien afecta a todos los eslabones, recae especialmente sobre los sellos independientes con estructuras más precarias para afrontar gastos cuando no hay ventas. De ese panorama surgió la Feria del Libro en Casa, un emprendimiento que tuvo lugar en los primeros días de mayo a través de Instagram, Facebook y Twitter.

“La experiencia fue muy buena: fortaleció el vínculo entre varias editoriales que habitualmente nos reunimos en encuentros o lecturas pero la posibilidad de ponernos a trabajar juntos y diseñar los stands virtuales, la gráfica de la feria y la difusión potenciaron ese trabajo colectivo y conjunto que venimos haciendo las editoriales y librerías también. Y se dio también un feedback muy importante con los lectores”, resume Matías Reck, editor del sello Milena Caserola y uno de los artífices de la Feria.

Según el organizador, la Feria del Libro en Casa permitió reeditar algo de la dinámica que caracteriza a las editoriales independientes. “Por un lado, estamos acostumbrados al trabajo muy encerrado nos da como una continuidad en cierta ‘normalidad’ pero también tenemos la necesidad de salir a la calle, estar en las ferias y recorrer distintos barrios, ciudades y provincias con las valijas para cargar el peso de los libros “, explica.

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Literatura

Alfaguara reedita la obra de Mario Benedetti

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La editorial Alfaguara, parte de Penguin Random House Grupo Editorial, publica las obras del escritor uruguayo Mario Benedetti en Uruguay, Argentina y Chile, gracias al acuerdo firmado con la Fundación Mario Benedetti, titular de los derechos.

Escritor enormemente influyente a nivel mundial, figura clave de la llamada “Generación del 45”, la vida de Benedetti estuvo marcada por la literatura y por la solidaridad con el prójimo. Su legado literario sigue siendo profundamente relevante para los lectores contemporáneos, y su mensaje de belleza poética y compromiso con los demás es hoy más vigente que nunca.

Hasta ahora, la obra de Benedetti ha sido publicada por Alfaguara en España y gran parte de Latinoamérica. Con este nuevo acuerdo, se incorporan los países del Cono Sur, permitiendo que su legado literario llegue a todo el territorio de los lectores hispanohablantes a través del sello editorial de referencia en el campo de la creación literaria en lengua española.

(Fuente: Penguin Random House | Prensa y Comunicación)

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Literatura

Novedades de septiembre de Enero Editorial

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“El espíritu de la niebla” y “Aro de fuego” , de Andrea Cisneros y Cristina González, es una saga escrita a cuatro manos que combina la belleza del lenguaje con una tensión que crece página a página. En esta isla suspendida entre el tiempo y la bruma, cada personaje guarda una parte del enigma. Y solo quien se atreva a enfrentarlo podrá entender qué lo trajo hasta el fin del mundo.
Es una novela sobre el desarraigo, los silencios familiares, los rituales que persisten aun cuando nadie los recuerda.

En “Las casas no mueren” Marcela Orbelli convierte cada relato en un umbral, un archivo que palpita y nos confirma que las casas permanecen en la memoria. Con una prosa límpida y sensorial, la autora desmonta el paradigma del «hogar seguro» para mostrar su revés. Las casas no se derrumban del todo: siguen susurrando lo que fuimos.

“Hasta aquella duna, dije” es un umbral. Un cuaderno abierto al borde del mar, donde la memoria se moja los pies y la escritura camina sola.
Dijo Natalia Romero: “En el recorrido por los poemas de María Gabriela Moreno, nos guía el viento. A veces un graznido: los pájaros. A veces el aire manso en la quietud del verano. Gabriela es una guardiana de la memoria que se entrega al viento para ver que en la fragilidad de las flores se esconde su mayor fortaleza: forman un jardín.”

“Perros de espalda al río” propone un desplazamiento: un modo nuevo de leer lo cotidiano cuando se lo observa desde el temblor, desde la fragilidad radical de lo que creíamos estable. Emanuel Galante construye cuentos en los que la infancia, el dolor, el cuidado, la ternura y la crueldad se entrelazan sin estridencias, revelando que los vínculos se tejen también en el silencio, en la omisión, en lo que no se puede nombrar.

“Los viejos lugares de antes”, primer libro de cuentos de Leonardo Pirolo, es una obra tan profunda como personal. Estas doce historias de corte realistas, narradas con una prosa pulida, muestran personajes marcados por la erosión del tiempo, esa gota filosa que horada hasta la piedra. Dijo Pablo Ali: “Cada historia se proyecta en imágenes, uno de los lemas de la prosa estadounidense contemporánea. Eso amplía la ansiedad de lectura por descubrir qué esconden esos personajes y cuáles son los sentidos de los objetos, los gestos y las palabras”.

(Fuente: Andrea M. Vázquez – Ave Fénix Comunicación)

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Textos para escuchar

Dos mundiales y un país de fantasía – Eduardo Sacheri

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Eduardo Sacheri lee el texto “Dos mundiales y un país de fantasía” que publicara en la edición de mayo de 2012 de la revista El Gráfico

Hoy ando con ganas de escribir una ficción, aunque no la tengo fácil. Hay ocasiones en que las historias se te ocurren enteritas, de principio a fin, y el escritor lo único que tiene que hacer es dejarse llevar y poner en palabras las imágenes que le han surgido, encadenadas, dentro de sí. Pero otras veces pasa esto: uno tiene algunas imágenes, pero no todas. Entre ellas quedan huecos o mejor dicho, silencios. Eslabones vacíos. Y da mucho trabajo llenarlos. Encontrar el cemento que los aglutine, que les dé coherencia, cuerpo y entidad.

Lo que puedo hacer, por el momento, es compartir con ustedes los elementos que sí tengo. Los materiales y las imágenes de las que sí dispongo.

Imagino esta historia en 1982, en algún país de América del Sur. Tiene que ser de América del Sur porque ese país de fantasía tiene que estar gobernado por una dictadura militar. Y en América del Sur, a principios de los ochenta, esas dictaduras abundan. Y otro requisito de esta ficción que quiero construir es que se trate de un país futbolero, pero muy futbolero. Y 1982 fue un año de campeonato mundial. Y la ficción que tengo en mente incluye, de modo lateral o no tanto, al fútbol.

La cosa es así: este país sudamericano y futbolero se dispone a disputar el Mundial de España, que empieza en junio de 1982. La opinión pública, que no es nadie pero al mismo tiempo son casi todos, abriga muy firmes esperanzas de hacer un estupendo papel en ese campeonato. No son esperanzas infundadas: ese país viene de ganar, en 1978, el Mundial anterior, y en 1979, el Mundial Juvenil. Las perspectivas son estupendas: la base de los campeones del 78 sumados a los pibes del 79. Y entre esos pibes, juega el que –según unos cuantos- está destinado a convertirse en el mejor jugador de fútbol de la historia. En síntesis, la amalgama perfecta entre logros y expectativas, entre experiencia y juventud, entre solidez y lozanía. El alfa y el omega, el ying y el yang, el “nos comemos los chicos crudos” y el “ganamos la copa de punta a punta”.

Sin embargo, algo sucede en ese país de fantasía apenas unos meses antes de la hazaña inminente. El gobierno–ya dije que este país sudamericano que imagino está gobernado por una dictadura- lanza una acción militar para recuperar un territorio colonial que ese país viene reclamando desde hace mucho. Acá tengo mis dudas, con lo del territorio. No estoy seguro de dónde situarlo. Podría ser una región selvática y tropical, digamos, amazónica. Ahí da para hablar de mosquitos ponzoñosos, de un calor húmedo e insoportable, de una naturaleza hostil e intimidante. Otra opción serían sus antípodas: una región fría, helada, insular, aislada en medio del mar o del vacío. También aquí la naturaleza puede aportar una dosis de dolor y de tragedia. Creo que esta opción es la mejor. La del sur, la de unas islas frías en medio del océano. Porque, en cierto momento de esta ficción que quiero construir, necesito remarcar la sensación de soledad de los que están en ese territorio. Sí, definitivamente me quedo con las islas australes. Son un estupendo elemento trágico.

De todas maneras, elementos trágicos no me faltan. Diría que me sobran. Para poner las cosas difíciles, la reconquista territorial se hace a expensas de una potencia colonial de primer orden. Pongamos por caso, Inglaterra. Una Inglaterra gobernada por los conservadores. Esos son datos importantes. Porque si fuera un país menos colonialista, o un partido político menos colonialista, tal vez los sudamericanos tendrían una chance de salirse con la suya. De conservar ese territorio recuperado. Pero no con Inglaterra, ni con los conservadores ingleses. Porque Inglaterra va a responder a la invasión con la guerra. Ahí ya tenemos un elemento trágico importante. ¿Hay algo más trágico que una guerra?

Pero cuidado, que existen todavía más elementos para alimentar el costado trágico de la ficción. Porque este país sudamericano enviará al lugar del conflicto, un ejército formado fundamentalmente, por chicos. Habrá algunos soldados profesionales. Pero la mayoría, no. La mayoría serán chicos de dieciocho o diecinueve años. Saquemos cuentas. Serán de la clase 1962 y 1963. Chicos que son eso: chicos sin experiencia militar, chicos sin vocación de soldados, sin preparación de tales. Chicos.

Repasemos los elementos: un lugar frío, lejano y hostil. Una potencia vengadora con deseos de guerra. Un ejército de chicos que no son soldados. Tal vez se me está yendo la mano con esto de la ficción. Tal vez nadie crea posible una historia semejante. ¿Qué sociedad puede estar dispuesta a embarcarse en una aventura así?

Agreguemos algunos detalles. En este país de fantasía, el gobierno militar controla los medios de comunicación. Y aquellos medios a los que no controla, se controlan solos. Se cuidan de decir cosas que molesten al régimen. Entonces la improvisación presidencial no es improvisación sino “un plan largamente elaborado”. Y la aventura de recuperar las islas no es una aventura sino “una gesta heroica”. Y la certeza de que los ingleses van a pulverizar a ese ejército de chicos es una mentira, una vil patraña. Como mentira será la muerte, mentira serán el hambre, el frío, el maltrato y el armamento obsoleto e insuficiente. Dios es nuestro. Dios está con nosotros. Nada malo puede ocurrirnos.

Vuelvo a detenerme. Releo lo que he escrito y sí, la verdad es que se me fue la mano. Es demasiado inverosímil que un gobierno militar lleve adelante una historia como esta. Es delirante. Supongamos por un instante que no. Que hay personas lo suficientemente enloquecidas o insensibles como para intentar algo así. Pero está el freno de la sociedad. ¿Qué sociedad podría acompañar una locura semejante? Más allá de lo que digan los diarios, las radios, la tele o las revistas. ¿En qué cabeza cabe pelear una guerra contra Inglaterra con un ejército de chicos? Supongo que este debería ser el límite de la ficción que estoy construyendo. Hasta acá puedo inventar esta locura. Más allá, no puedo seguir inventando. Porque sería imposible que la sociedad, o buena parte de ella, se comiera ese caramelito ácido de mentiras y falseamientos y exageraciones e improvisaciones atadas con alambre.

Entonces, claro, lo lógico es que la sociedad se mantenga al margen. No puede oponerse abiertamente, porque se trata de una dictadura sangrienta. Pero la población de este país sudamericano, sin dudar manifiesta su oposición a esta locura vaciando las plazas, arriando las banderas, desoyendo las marchas militares. Si este es un país de gente sana, esa gente se refugia en sus casas para evitar aparecer como cómplices de la aventura.

Pero detengámonos un momento. ¿Qué ocurriría si eso no sucede? ¿Qué pasaría, en esta historia de ficción, si la hipotética población de mi hipotético país se entusiasmara hasta el paroxismo con la aventura? No digo todo el mundo, porque siempre quedan personas razonables que podrán condenar lo que sucede con su reconcentrado silencio. Digo la mayoría. Yo sé que es imposible, pero le pido al lector que me acompañe por un rato en esta fantasía. Porque, aunque humanamente esa posibilidad sería terrible, para la historia de ficción que me propongo escribir estaría buenísimo.

Imagínense. Las plazas rebosantes de manifestantes entusiastas que agitan banderas y vivan al osado general aventurero. Los voluntarios que se agolpan para ir a pelear. Los optimistas que se acercan a cualquier micrófono o cámara disponible para felicitar al gobierno. ¿Se imaginan? Una sociedad que, de buenas a primeras, y mientras espera el mundial de fútbol de España, cambia momentáneamente un deporte por otro. Deja de hablar de delanteros y mediocampistas y se convierte en especialista sobre misiles Exocet y negociaciones en las Naciones Unidas. Deja de analizar los rivales del grupo C de la Copa para analizar las chances de un desembarco inglés y la conveniencia de aproximarse al bloque de Países No Alineados. Una sociedad que deja –por unos días- de enfurecerse porque el periodismo internacional no es unánime en considerarnos los futuros campeones, para indignarse por el no cumplimiento del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca. Ya sé –repito- que es imposible que un pueblo casi entero se comporte así. Pero les pido que me acompañen en la hipótesis.

En esta historia de fantasía, un mes y medio antes del mundial empieza la guerra. Y ahí se va el país detrás, encolumnado. No digo el ejército de pibes, que ya está en ese sitio, y no tiene para dónde escapar de los tiros. Digo la sociedad que los ha enviado. ¿Será posible inventar una sociedad que, enceguecida, se crea a pies juntillas todas las barbaridades ilusorias que le cuentan? Una sociedad que empiece a computar aviones derribados y barcos hundidos como si fueran goles de ese mundial inminente. Una sociedad capaz de borrar de un plumazo la noticia brutal de un crucero propio que se hunde y que se lleva consigo a 323 compatriotas al fondo del mar. Una sociedad que se detiene, cada día, varias veces, cuando en la tele aparece el escudo y la voz en cadena nacional de los comunicados del Estado Mayor Conjunto. Una sociedad que toma lápiz y papel y anota, como en el juego de la batalla naval: A4, agua. F8, hundido. Una sociedad que todos los días se va a dormir cándidamente convencida de que “estamos ganando”.

Para completar la historia, en un momento deben confluir los dos Mundiales, el del Sur y el de España. Se me corregirá que no, que en mi historia no son dos mundiales, sino una guerra y un mundial. Y yo diré que me disculpen pero que lo del Sur, para esta sociedad enloquecida que estoy creando en esta historia, se vive más como un mundial que como una guerra. Una guerra cuyos muertos no vemos, una guerra que se festeja como un torneo que nos tiene sólidos en la punta de la tabla, una guerra en la que nos creemos cualquier mentira con tal de que llegue vestida de buena noticia, una guerra que no aceptamos ver como tal, con todo su peso de tragedia y de muerte. Una guerra que estamos dispuestos a enfrentar como un gran desafío deportivo.

Ya para esta altura de la narración voy a mezclar situaciones imposibles. Por ejemplo: la selección de este país sudamericano tendrá que jugar el partido inaugural del Mundial con la guerra todavía en marcha. Ya sé que es imposible. Que ningún país va a mandar a su selección a jugar un mundial en medio de una guerra. Pero les pido que me sigan el juego hasta el final. ¿Se imaginan? Todo el mundo con las camisetas, las banderas y las cornetas. Toda la sociedad exhumando el carnaval del mundial anterior. Toda esa gente dispuesta a ganar los dos mundiales al mismo tiempo. ¿O para qué carajo Dios es nuestro?

Se me ocurre una escena más imposible que ninguna otra: El primer tiempo del partido inaugural termina 0 a 0. En el entretiempo aparece un comunicado del Estado Mayor Conjunto, uno de esos con la marchita y el escudo, para contar que los valientes soldados de la patria combaten en los alrededores de la capital de las islas, con ahínco y fervor inusitados.

Les ruego que no dejen entrar al sentido común. Porque si lo dejan entrar, ese tiene que ser el momento en que esa sociedad, si no pudo hacerlo antes, ahora sí concluya en que se dejó estafar, se embanderó en una empresa imperdonable, que permitió con su aplauso estúpido que un montón de pibes fueran enviados a pelear en un infierno. Y la gente sale masivamente de sus casas, deja a la Selección Nacional jugando sola en los televisores, y exige que la guerra se detenga ya, que no se dispare ningún otro tiro, que ningún pibe siga en peligro.

En mi historia, no. En mi historia la gente escucha el comunicado con gravedad, con preocupación, intuyendo que las cosas son mucho peores que aquello que los medios venían anunciando –y la gente se venía creyendo-. Pero después empieza el segundo tiempo del partido con Bélgica y la gente vuelve al asunto, porque con Kempes y Maradona juntos no hay Dios que nos impida el bicampeonato.
En mis días buenos me consuelo pensando que, en 1982, yo tenía 14 años. Y que mi juventud me disculpa de mi credulidad, de mi simplismo, de mi ingenuidad cómplice que colaboró con que muchos pibes perdieran la vida, o el deseo de la vida, en esas islas lejanas. Pero en mis días malos me digo que no. Que ni los otros ni yo tenemos disculpa.

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