Entrevistas
Gabriel Rodríguez Molina: “La poesía tiene un diálogo cotidiano, nunca la puedo abandonar, siempre me habla”
Por Walter Omar Buffarini
Un embajador de la literatura en la ciencia. Un representante de la ciencia en el arte. Cualquiera de las dos frases podrían describir al autor platense Gabriel Rodríguez Molina.
Habitante de las letras desde temprana edad, no duda en sostener que la poesía puede transformarse en un camino de sanación, de sostén para aquellos que atraviesan difíciles situaciones de salud.
Lector insaciable, encontró en la escritura la forma de llenar un espacio que se le presentaba incompleto, y así abrazó a la poesía como compañera de ruta.
Invitado por ContArte Cultura, presentó su obra y a sí mismo en una extensa charla que dejó al descubierto al fructífero escritor y al hombre sensible que lo contiene.
—¿Cómo nace tu relación con el arte?
—El abuelo de mi padre es de Bolivia, hace folklore, es solista en guitarra y muy tradicional. Así, tengo un poco la tradición folclórica boliviana, más la sencillez del pueblo, que hacen un híbrido interesante. Siendo joven, esto es como entrar a un mundo muy posmoderno con una arquitectura más tradicional. Es interesante.
—Como comentás, sos muy joven y con una interesante actividad literaria, ¿cómo te presentarías?
—Tengo 23 años. Dos libros publicados y estoy con una obra de teatro. También escribo una novela, tarea que no apuro porque me parece que es un género más complicado de corregir. A mi entender, la poesía es más complicada de escribir, pero la novela tiene muchas páginas y me resulta muchas veces más tediosa. Creo que cuando abandonás una novela lo hacés casi por completo, en cambio, la poesía se va nutriendo siempre. La poesía tiene como un diálogo más del cotidiano, nunca la puedo abandonar del todo, siempre me habla. Es algo que siempre me está enseñando. Lo siento como un género más puro.
—¿Cuándo empezaste a escribir?
—Alrededor de los 16 años. Ahí aparecieron los primeros impulsos de empezar a escribir. Yo tenía mucho el formato canción, que fue mutando más al lenguaje de lo escrito. Son interesantes esas mutaciones que van sufriendo las canciones. El trovar con lo escrito, pero que no se pierda la oralidad de ese escrito. Me resultaba muy interesante dialogar desde lo poético con el lenguaje del canto, que tiene que ver más con algo ritual, con algo más ancestral. Creo que, si hay algo que intento rescatar, por más que no escriba en código de canción, es esa energía de vocación de dioses o lo que hacían los antepasados. Eso me resulta interesantísimo abordarlo desde la poesía.
—¿Heredaste de la familia el tema de la escritura?
—No mucho. Mi abuelo boliviano sí escribía. Mi padre aportó desde el canto y la lectura. Mi mamá es traductora, por lo que también siempre leyó mucho. Entonces el aporte de la lectura sí existió, pero el tema de la expresión en lo escrito no tanto. Fue más separarme de lo que hacían ellos. Escribir fue el camino para buscar mi propia identidad. Mi papá se dedicó más a la interpretación y no a la creación. Me parecía que había una necesidad en ese sentido.
—¿Cómo es tu formación más allá de la escritura?
—Si bien culminé el secundario en el colegio María Auxiliadora, mi escuela siempre fue el Normal 3 de La Plata. Creo que también en mi inclinación literaria tengo algo de eso. Era escuela de lenguas vivas, con el nombre de Almafuerte dando vueltas, el tema de la historia dura de La noche de los Lápices. Tengo memorias vagas de ciertos homenajes. Rescato que siempre he tenido maestros excelentes y sobre todo la impronta de lo público, como algo que todavía está. Ahora estoy estudiando Medicina, pasando a cuarto año, y también estudié filosofía dos años en Humanidades. Si bien en algún momento coexistieron ambas carreras, ahora estoy más dedicado a Medicina por una cuestión de carga horaria. Estoy realizando algunas guardias en el Hospital San Martín, y también estuve cursando en el Hospital Rossi.
—¿Y esa actividad te aporta para la escritura?
—Si, totalmente. Yo lo veo desde el tema del dolor, haciendo un paralelismo con la enfermedad o aquello que no está bien y la búsqueda de la sanación que muchas veces se hace a través de la escritura. Cualquier expresión artística tiene que ver con eso, con traer algo que te alivie las angustias existenciales. La Medicina es eso más hecho carne. Ver el sufrimiento, palparlo, sirve para anclar a una realidad. Poesía y ciencia es también un vínculo muchas veces contradictorio: la ciencia busca muchas respuestas y cree encontrarlas donde la poesía busca algo muchas veces absurdo, pero hay veces en que la respuesta está en eso a través de una mirada o en un silencio.
“Si no tenés una mirada poética sobre
la vida no es posible abrazar a alguien.”
—¿Buscás tus tiempos para escribir o lo hacés cuando ese tiempo aparece?
—No suelo ser muy metódico, por lo tanto, me dedico cuando aparece la oportunidad. Ahora que estoy abocado a escribir teatro, tal vez me ocupo un poco más formalmente, por un tema de las escenas, de seguir ese correlato de lo que escribo con lo que se interpreta. Entonces he tomado cierto hábito de sentarme a la noche a releer lo que escribí, para continuar la escena con un hilo conductual. Con la poesía eso me es imposible. En ese caso la obra aunada está como adentro, no la organizás una vez que la escribís.
—¿Con que te animaste a transitar el teatro?
—Mi primer trabajo teatral es “Frío invierno”, una obra que aún no está publicada porque la estamos ensayando. Me interesa mucho verla en escena para detectar si en realidad se expresa lo que yo quería decir al escribirla.
—¿Y en qué te inspiraste para crearla?
—Es una búsqueda que tiene que ver con el encierro. Es un personaje que se encuentra preso y condenado a muerte, por lo que la obra posee símbolos muy fuertes que me llevan a no apurarme a publicarla antes de verla hecha cuerpo. La interpreta Juan Ignacio Sueldo, un actor muy joven que se encuentra estudiando en la UNA (Universidad Nacional de las Artes), en la ciudad de Buenos Aires, y la verdad que estamos investigando mucho juntos. El del encierro es un tema que me ha interesado mucho desde chico, desde la poética de ciertas obras que me habían llamado la atención. Obras como “De profundis” de Oscar Wilde, escrito en la cárcel, la historia de Dostoievski en la prisión, la historia de Jacobo Fijman en el manicomio, Antonin Artaud y su “Van Gogh: el suicidado de la sociedad”. Como que siempre existió interés en mi por el tema, el “qué hay” del encierro que motivó semejantes obras trascendentales. Entonces una primera exploración fue intentar escribir algo de eso desde mi postura, sin haber estado encerrado, sino a través de esas lecturas, para ver si había algo de eso que se me hubiera instalado dentro. Y precisamente esta obra es parte de esa exploración. Como venimos ensayando, y sin el apuro por estrenarla, entiendo que tal vez eso suceda en marzo del año entrante.
—¿Cuál fue el motivo que te inspiró a escribir teatro?
—Primero fue la curiosidad, porque creo que la poesía se está quedando mucho en el escritorio. Hay muchos escritores teóricos o que escriben ensayos que tal vez resulten interesantes, pero se quedan en esa teoría y creo que la poesía debe ir por otro lado. Tiene que ver particularmente con habitarla, de hacerla cuerpo y que sea una forma de ver al mundo. Siento que el teatro tiene mucho que ver con eso. Se hace cuerpo y toda la simbología, el mensaje y el significado de una obra, lo podés ver traducido en lenguaje corporal en esa especie de ritual que se forma con quien va a ver la puesta y es cómplice de toda esa narración. Fundamentalmente esto es lo que hizo al teatro verdaderamente atractivo para mí. Buscar lo poético en el teatro, pero también lo teatral en la poesía.
—¿Pasa por tu cabeza dedicarte sólo a la literatura?
—La verdad es que sí, está ahí todo el tiempo. Aunque tengo mis pensamientos acerca de lo que es el mercado y la obra de arte. Es muy contradictorio muchas veces el tema del valor. Yo veo mucho valor en una obra de Sebastian Bach, pero si hoy se editara algo de Bach seguramente mucho no vendería. Entonces, ¿dónde está realmente el valor? Me dedico todo lo que puedo a la literatura y lo valorizo en función de eso. Cuando siento que la obra está y tiene cierta calidad no necesito mucho más.
—Entonces te conformás sólo con que te guste a vos…
—Para ciertas decisiones, con que me guste a mi o sienta que llegué a un estado en el que alcancé armonía, ya no consulto mucho. Soy más mandado y es una forma de evitar las dudas. Una vez que la obra se publicó, obviamente que escucho las críticas, pero rara vez lo hago en la previa.
—¿Qué podés contarnos de tus dos libros publicados?
—El primero, El despertar de los ojos glaucos, es un libro mítico, que tiene que ver más con la poesía lírica y es bastante oscuro. Ahonda en el mito de Glauco, quien era el hijo de Poseidón, y es una odisea acuática hacia la muerte. Y al hablar y nombrar a la muerte, hay gente que encontró cierto alivio, pero hay muchos, que me conocían de otros ámbitos, que no se lo esperaban y se sorprendieron. Lágrimas de un pájaro, el segundo libro, es más de contemplación, donde los símbolos de la naturaleza aparecen por sí mismos. Se corre el “yo poético” que había utilizado en la primera obra para dejar el papel a la naturaleza. Es más lumínico.
—¿Ese cambio fue algo buscado o se dio espontáneamente?
—Fue buscado el cambio, no sé si el resultado. Lágrimas de un pájaro lo escribí intentando una estética no sé si contraria, pero sí distinta. Utilicé algunos términos de la poesía oriental, corriéndome del occidente de haber trabajado con un mito griego, y así encontré respuestas en función de la utilización del silencio, la economía de la palabra, como evocar ciertos estados de ánimo a través de la naturaleza. Lo fui encontrando también en algunas mitologías andinas, en los Aimaras de Bolivia y su concepción del tiempo circular y en ese caminar hacia el pasado. Todos esos elementos nuevos me sirvieron para crear una distancia con el primer libro.
—¿Leés en función de lo que escribís o tu escritura es producto de tus lecturas pasadas?
—Hay determinadas búsquedas que nacen a partir de mis lecturas. Estoy leyendo “El farmer”, de Andrés Rivera, que habla sobre la vida de Juan Manuel de Rosas, y eso despertó mi interés de investigar sobre la vida de Mariano Rosas, lo que lo hace una exploración que claramente nace de la lectura. Algo parecido me pasó con la obra de Antonio Di Benedetto, con Zama, o determinadas estéticas de Juan José Saer, más realistas, que llevaron luego a mi subjetividad a explorar otros terrenos. Me gusta mucho hacer dialogar a estéticas poéticas opuestas, como la propia poética de Saer con la de Roberto Arlt. Así, en la novela que escribo actualmente estoy experimentando un cambio de lo rural (Saer) a algo más citadino (Arlt). Y todo eso es generado por las lecturas previas que me llevan a proponer nuevas estéticas. En definitiva, tengo disparadores, pero estoy siempre buscando realizar algo nuevo.
—¿Por qué estudiar Medicina?
—Tiene que ver con una búsqueda del alivio del dolor, de la comprensión del otro, además de haber leído con mucho interés la obra de René Favaloro, particularmente su libro “De La Pampa a los Estados Unidos”, lo que me permitió ir descubriendo una vocación.
—¿Y dentro de esa carrera, que camino elegís?
—Estoy realizando una pasantía en salud mental, en un centro de día en donde además coordino un taller literario con gente que estuvo internada en el manicomio. Es una experiencia muy interesante, en donde vuelve a aparecer el lenguaje dominante del encierro, que se ve en los hábitos, en la escritura, en las mismas formas. Desandar esos caminos me resultan un trabajo interesante. Pero fundamentalmente desde la perspectiva de “qué es la salud”.
—El taller de escritura sin duda te ha aportado interesantes experiencias.
—Suceden cosas maravillosas, sobre todo cuando trabajamos con determinadas lecturas. Me nutro mucho de llevar textos y analizarlos entre todos. Así nacen metáforas, simbologías, formas de ver la vida misma que de no ser en ese espacio nunca se me ocurrirían.
—Habiendo comenzado a escribir tan joven, ¿fuiste acompañado en esa aventura por tus compañeros, tus amigos?
—Sí, pero más desde el silencio y el respeto. Algo que cuesta cuando se dan los primeros pasos. Muchas veces la familia no enfoca igual que uno y ahí es donde nos refugiamos en nuestros amigos. Cuando tuviste una mala racha y estás angustiado, te enfrentás a la hoja en blanco y no escribís por un par de meses. En esos espacios de silencio de mis amigos muchas veces encontré la cobija que necesitaba.
—La presentación de “Lágrimas de un pájaro“ fue algo especial, novedoso…
—Lo sentí como algo explosivo. Se realizó en el Centro Cultural Islas Malvinas de La Plata y fue realmente convocante y a la vez muy emotivo ver tanta gente alrededor de la poesía, que es algo no tan popular. Ya en el primer libro habíamos hecho como un esbozo de lo que finalmente sucedió con este. En ese momento hicimos la prueba de ver cuánto de cierto hay en eso de que todo el arte habla de lo mismo y presentamos junto al libro algunos cuadros y una muestra fotográfica. Como notamos que se entendió lo que buscábamos -que en realidad ese era nuestro gran miedo, que no se entendiera- y hubo cierta aceptación, esta vez fuimos un poco más profundo y a los cuadros y la muestra le sumamos el cuerpo de un bailarín, el de un actor, una guitarra clásica, alguna escultura y una ambientación. Y la gente lo entendió. Entendió esa contradicción entre libertad y encierro, el símbolo de un pájaro volando y en la piedra, la angustia… eso se leyó. Puedo decir que hubo magia.
—¿Cuál es tu relación con el mundo de los escritores?
—Me cuesta vincularme con círculos porque percibo que son muy cerrados ideológicamente. Sí me han contactado para pequeñas convocatorias, algunas lecturas, algunos encuentros, pero trato de estar siempre con un pie adentro y otro afuera. Creo que si no uno corre el riesgo de perderse. Perderse uno mismo y todo lo que quiere decir. Y es por eso que en ese aspecto trato de tener cuidado. Sí me nutro, charlo, tengo contacto con diversos escritores que me interesan. Ahora, con mi incursión en el teatro estoy encontrando algunos referentes, como Mauricio Kartun, de quién estoy leyendo toda su obra y la idea es el año que viene poder empezar a estudiar con él. Creo que esa sería una buena oportunidad de relacionarme con otra gente del teatro que tienen una mirada de la poesía distinta a la mía. Porque en lo distinto encuentro un potencial aprendizaje.
—¿Hay algo que podés decir que buscaste en la literatura?
—Mi propósito fue tratar de ser yo mismo, y creo que por ahí pasa la pregunta que uno debe hacerse: “¿Soy yo mismo o no?”. Muchas veces, el arte se convierte en un espejismo que es peligroso. Hay artistas que terminan componiendo un personaje en el cual se pierden ellos mismos.
Entrevistas
“Vientos de libertad”, la gesta sanmartiniana en la nueva obra de Luis Carranza Torres
Por Andrea Viveca Sanz /
Edición: Walter Omar Buffarini
Cruzar las fronteras del tiempo y del espacio, animarse, como si existiera una continuidad, un rumor de páginas que necesitaran volver a leerse.
Con una trama que pone la mirada en los detalles, en los paisajes interiores de los protagonistas, en el pasado, pero también en el presente y en el futuro, Luis Carranza Torres avanza, cruza sus propias montañas y da vida a una historia que se ramifica, un entramado donde las pasiones y el amor son protagonistas.
“Vientos de libertad” es la nueva novela del escritor cordobés, quien con sus letras lleva al lector a épocas de la gesta sanmartiniana, para adentrarse en algo más de lo que cuenta la historia.
— ¿Qué te llevó a elegir este renglón de la historia para invitar a tus personajes de ficción a vivir los hechos reales?
— Me gustan los momentos bisagra de la historia, y este período en que transcurre la novela lo fue para nosotros. Nunca es en vano recordar que la Independencia argentina se sancionó, a diferencia de muchas otras, en el peor momento posible. Sin recursos, derrotados nuestros ejércitos en el Alto Perú, amenazados por los cuatro costados por los españoles, los portugueses y los indios. Nacimos, por tanto, en la esperanza, pero también por el coraje de no rendirse ante la adversidad. Eso es lo que busqué reflejar en la novela. Y es algo que sirve más allá del orgullo por nuestro pasado, en la vida diaria de cualquier persona. Se trata de la prehistoria, por así decirlo, de la Argentina que hoy conocemos. Cuando todavía ni nos llamábamos de esa forma. A la par de la evolución de los personajes, existe también la de una sociedad que busca ser de otra forma, liberándose de muchas cosas. A partir de esa declaración de independencia, se produce un gran sinceramiento colectivo de lo que queríamos ser, y de lo que podíamos lograr solo con dos cosas: un liderazgo apropiado y la capacidad de esfuerzo que nos caracteriza individualmente, pero articulada en conjunto. La gesta del cruce de los Andes muestra a lo que podemos llegar cuando hacemos bien las cosas.
— ¿De qué manera trabajaste para poner en palabras los escenarios naturales que recreás en los distintos capítulos?
— Me esfuerzo por poner atención a los detalles, esos que le confieren autenticidad a la trama. Cuando se estructura la trama, uno también va buscando el escenario para plantear determinada escena. Aquí, en “Vientos de Libertad”, no las determinan tanto los actos exteriores sino la interioridad de los personajes, que el paisaje esté a tono con lo que le pasa por dentro a quién protagoniza la escena. Fue eso lo que busqué plasmar. Te diría que aun con la presencia de una referencia geográfica de tanto peso como los Andes, la cuestión pasa más por los lugares culturales o sociológicos de ese tiempo: los espacios de sociabilización como la Alameda o la Plaza Mayor, las conversaciones en el río de las lavanderas, las sala de recibir de las casas, el cuartel militar como preparación para el cruce. Es algo que no busqué, se dio naturalmente. La cordillera está, pero a la vez no está y hay otras todavía más inmensas que sortear. A veces los libros te llevan a eso. A pesar de que he estado en los Andes de norte a sur, desde la puna al estrecho y hecho andinismo en la zona del Tupungato cuando era jóven. O quizás por eso, la presencia no es tanto física como simbólica. Los lectores decidirán (risas).

— Además hay otros escenarios que muestran la vida doméstica de José de San Martín junto a Remedios de Escalada. ¿Por qué te interesó hacer foco en esas vivencias cotidianas?
— La relación entre José de San Martín y Remedios de Escalada ha sido muy bastardeada, por usar una palabra de la época. Con ella, sobre todo, siempre invisibilizada y desmerecida injustamente. Fue Remedios una mujer excepcional, tan valerosa, rebelde y libre como la sociedad de su época podía permitir, e incluso algo más. Asimismo, mostró un compromiso personal y propio con la causa emancipadora, aun desde antes de conocer al Libertador, con la misma firmeza de carácter que luego tuvo en el manejo de los asuntos patrimoniales de la pareja, ya que fue ella quien administró todo mientras San Martín hacía sus campañas, teniendo incluso la plena patria potestad de la hija de ambos. Por extraño y hasta paradójico que parezca, bien podemos decir que la Remedios histórica es muy diferente de aquella que la historiografía nos ha pintado. Por su parte, José de San Martín es bastante más de lo que usualmente tenemos en consideración. Era un hombre ilustrado, curioso de casi todo lo que se movía a su alrededor, que leía mucho, en inglés y francés además del castellano. Tocaba la guitarra, cantaba bastante bien, pintaba cuadros de paisajes, sobre todo de la cordillera, era un apasionado del ajedrez y gustaba de las nieves de limón -antecedente de nuestro actual helado de ese gusto-. Creo que la frase que el Libertador pone en la tumba de Remedios ilustra bastante respecto de la relación que tuvieron: “Esposa y amiga del general San Martín”. Recordemos que él valoraba la amistad en un grado superlativo dentro de su escala de valores. Tanto uno como otro fueron personas adelantadas a su tiempo. Y que se atraían por compartir esos valores, sintiendo admiración mutua. Es lo que quise reflejar en la historia en cuanto a ellos. La relación de igual a igual que, a juzgar por toda la documentación fidedigna, tuvieron en un gesto inaudito para la época. Parecen más un matrimonio de nuestros días que de aquellos de 1816.
— ¿Cómo se manifestaron en vos Sebastiana y Justo, los protagonistas de “Vientos de libertad”?
— Ambos son seres literarios por demás interesantes. Complejos, intrincados por dentro y por fuera, y hasta queribles aun en sus defectos. Él ya no puede ser en lo físico lo que sigue siendo en mente y alma: un soldado. Ella, un ser tan castigado por la vida, que termina por volverse una resentida con casi todos. Y el amor como prenda de unión, que da segundas oportunidades para ser feliz, pero también implica renuncias costosas. Si Justo tiene un brazo inútil, Nazarena lleva esas mutilaciones por dentro. Cada cual lidia con ellas como mejor puede, en tanto no deja de advertir que al otro le pasa igual. Para peor, ambos son terriblemente pasionales. En lo bueno y en lo malo. Particularmente, en el orgullo propio. Ninguno cede nada, a pesar de la atracción, del deseo o los fuertes sentimientos que se prodigan. Cada cual quiere lo mejor para el otro, pero a su modo. Y cuando se desilusionan, es en grande. Con todos estos ingredientes, creo que la historia de Nazarena y Justo termina siendo una de las más pasionales que he escrito. Pero también, de las más sufridas e implacables.
— ¿Hay algún personaje secundario que te gustaría destacar?
— La familia Buteler. La historia es verídica en sus líneas generales. Un irlandés que viene con el ejército inglés y se aquerencia al punto de no querer volver a su tierra y plantar raíces aquí. Algunos de los descendientes del Buteler histórico eran vecinos de mi familia en el campo, y de chico escuché alguna de las cosas que aparecen en la novela y me sirvió para darle forma a esa peculiar familia literaria. En cierto modo, es un homenaje a aquellas historias y a las personas que me las contaron. Así como a unos vecinos muy cercanos que tengo como parte de mi historia personal y considero, incluso hoy, como parte de mi familia ampliada. Además, “Vientos de Libertad” se trata de una de las novelas con más personajes secundarios que he escrito. Por lo mismo, se puede leer en varias líneas narrativas. Todas cruzadas por distintos tipos de amor: el de Goya y Tadeo, los esclavos de Nazarena, el apegado a las normas de Isabel y Eulogio, el pasional de Nazarena con Justo, el amor a la distancia entre Mariana y Tulio o el cómplice entre Remedios y José. A la par de eso, hay historias personales muy ricas en matices, como la de Goya, el mismo Tadeo, Mariana en Santiago de Chile o Isabel en Mendoza. Cada una por sus propias y muy particulares razones.

— Vemos que uno de los personajes, Eulogio, lleva un apellido conocido de otras obras tuyas: López de Madariaga. Y que Isabel es una devota lectora de Jane Austen, sin mencionar a la autora. ¿Qué podés contarnos sobre eso? ¿Hay otro texto, quizás implícito, detrás del texto impreso de la novela?
— Son guiños de complicidad para los lectores que me siguen desde siempre. Eulogio es mencionado, ya anciano, en “Palabras Silenciadas”. Es, en sus años mozos como se diría en la época de la novela, el antepasado de la familia que desarrollé en la saga de la Segunda Guerra Mundial que inició con “Mujeres de Invierno”. Antes de llevar a cabo todo por lo que su familia lo recuerda. En el caso de Isabel, sus lecturas son una suerte de homenaje a lo que he visto o me han contado que leen muchas de mis lectoras. Y para recordar que clásicos de Jane como “Orgullo y Prejuicio”, por los tabúes de la época en la sociedad inglesa, se publicaron de forma anónima, sin más datos que su escritora era una mujer. Cosas como estas encajan de maravilla para pintar con un detalle a la sociedad de entonces.
— Mientras todos ellos se preparaban para cruzar una frontera geográfica, vos ibas cruzando las barreras del tiempo para revivir aquellas escenas. ¿Qué fue lo que más te impactó de ese cruce temporal?
— La magnitud de lo que se hizo con muy pocos medios, pero usados muy inteligentemente. La libertad siempre tiene un precio e impone sacrificios. Ellos no dudaron en pagarlo, y por eso es que somos argentinos hoy en día. Tenemos una deuda con esos compatriotas que ya no están, es lo que quise reflejar en la trama de la historia. Otra de las cuestiones que me llamó la atención, y quise rescatar para dar cuerpo a la historia de la novela, es la tremenda preparación logística que implicó. No solo fue un cruce. Debieron llevar consigo todo lo que necesitaban para sobrevivir, desde la leña hasta el agua. Y combatir para apoderarse de las fortificaciones realistas que guardaban los pasos. Pero el éxito de todo dependía de mantener al adversario sin saber por dónde cruzarían. Que se revelara ese detalle hubiera ocasionado el desastre de toda la expedición, y esa es la idea movilizadora que estructura la historia.
— Has dedicado esta novela “a ese soldado argentino, sólo conocido por Dios” ¿Qué razones te movieron a poner esas palabras?
— Es una frase conocida en el mundo castrense. Refiere a aquellos que han caído en combate y no han podido ser identificados sus restos. Solo Dios sabe quién es y cómo sacrificó su vida. A veces ni tumba tienen. Hubo muchos en las guerras de la independencia, por no decir que fueron la mayoría de los caídos en esa época. Son los seres más anónimos de las batallas y guerras. Desde chico, cuando veía la llama votiva por el soldado desconocido de la Independencia a la entrada de la catedral de Buenos Aires, era algo, y lo sigue siendo hoy, que me sobrecoge. Cuando terminé de escribir la novela, supe que era a ellos que debía dedicarlo, para reconocerlos, tal como se hace en cualquier país que cuida sus valores cívicos.
— El viento siempre mueve cosas, ¿qué movilizaron en Luis Carranza Torres los vientos de la escritura de esta novela?
— La gratitud a aquellos que se sacrificaron para tener la libertad que, muchas veces hoy, usamos mal o, peor aún, nos resulta indiferente. Poder decidir nuestro destino es una gran cosa. No solo en lo individual, sino también como sociedad. Quise rescatar eso, pero también lo que entiendo como una paradoja curiosa y hasta cruel respecto del deber: hacer lo que entendemos correcto, implica muchas veces sacrificios muy personales. Y en el caso de los personajes de la novela, como el mismo José de San Martín lo habla con Eulogio, cumplir con el deber es alejarse de los que uno quiere y poner en riesgo de mil formas la propia existencia. Somos lo que somos colectivamente, entre otras cosas, por esos esfuerzos que se cuentan en la novela. No debemos nunca olvidarlo. Eso busqué transmitir, más allá de contar una historia vibrante en lo épico e intrincada y de suspenso también en cuanto a lo amoroso.
Entrevistas
En primera persona: Nair Libonatti, escritora
La artista uruguaya habla de ella misma, de cómo llegó a la escritura y de su obra
Sobre sí misma y su arte
Soy Nair Libonatti, mujer uruguaya de 69 años. Toda mi vida supe que podía escribir, sin embargo, al plasmar mis ideas en una hoja, el resultado no me era grato y terminaba rompiendo.
En el año 2019 una amiga me invitó a “algo” literario y fui. Resultó ser un taller y fue ahí donde comencé a escribir.
Pocos meses después llegó la pandemia, entonces, buscando recursos para mi nuevo despertar, entré en un grupo argentino de Facebook. En él compartíamos textos y comentábamos.
Un buen día me invitaron a participar en el Mundial de Escritura, al principio me parecía inalcanzable hasta que me animé y la experiencia resultó maravillosa.
Sobre su obra
He escrito algunos libros: “Historias del Caldero”, en conjunto con dos amigas, “Constelaciones”, libro que va por su segunda edición y “El Pata de Bolsa y otros relatos”. Estos dos últimos están presentes en la 49a Feria del Libro de Buenos Aires, en el stand de Uruguay.



Sobre “Constelaciones” puedo decir que es un libro fuerte, con historias bastante movilizadoras, es un intento de visibilizar algunas circunstancias. “El Pata de Bolsa” es en tono más humorístico, un poco más distendido y coloquial.
Son libros de cuentos cortos, escritos individualmente y luego seleccionados para cada uno de los libros.
Su actualidad

Actualmente integro el taller “Ratones de biblioteca”, que funciona en la Casa de la Cultura de Minas, Uruguay, y algunas compañeras me acompañaron a la Feria del Libro de Buenos Aires.
Nair Libonatti junto a Andrea Viveca Sanz, de Contarte Cultura, en la 49º Feria Internacional del Libro de Buenos Aires
Entrevistas
Aguirre–Rodríguez: “El tango siempre estuvo como lengua principal en nosotros”
Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //
Es un viaje dentro de otros, un movimiento sutil, la música desperezándose en gotas de rocío, notas evaporadas sobre las aves del campo, es el vuelo hacia el espacio urbano, un recorrido temporal. Es antes y después. Es ahora y siempre, una melodía que llega desde lejos, de otras patrias, del mismo viento que corre y desparrama en el lugar justo y en el instante oportuno.
“Del Buen Ayre”, el próximo espectáculo y disco del dúo platense Aguirre–Rodríguez es un viaje por el tiempo y por distintos espacios, una relectura en modo actual de la música rural bonaerense.
Contarte Cultura charló con sus integrantes, Cynthia Aguirre y Alejandro Rodríguez para que nos cuenten acerca de ese caminar que la canción propone.

—Porque los espacios y las cosas que forman parte de ellos suelen hablar de quienes los habitan, nos gustaría comenzar esta charla deteniéndonos en su lugar de trabajo, en el espacio creativo de su música y en los objetos que los rodean en este momento. Si pudieran elegir un rincón o un objeto, el que mejor los represente como dúo y nos cuente algo de ustedes, ¿Cuál sería?
—El lugar, nuestra casa, y el rincón nuestra sala, en la que se va gestando todo el resultado final de lo que hacemos como músicos. Creo que estos espacios hablan de nosotros y de nuestra manera de entender la realidad y el arte.
—Y desde ese espacio viajamos en el tiempo, ¿cómo y cuándo se encuentran Cynthia Aguirre y Alejandro Rodríguez en el camino de la música para dar comienzo al dúo Aguirre–Rodríguez?
—Nos encontramos en la escuela de arte de la ciudad de Berisso, hace muchísimos años, en situación de alumna y profesor, pero rápidamente comenzamos a compartir producciones por fuera de la escuela. Con los años volvimos a encontrarnos, ya específicamente en el terreno del tango con la orquesta Los inmigrantes en el año 2005. Cuando el tiempo de la orquesta se terminó, continuamos en dúo.


—¿Cómo fueron esos comienzos?
—Fue un muy hermoso comienzo, pero rápidamente el dúo se fundió dentro de un cuarteto que con el tiempo se convirtió en sexteto de tango. Me refiero a Tangor. Con esa agrupación trabajamos durante más de 10 años. Por otro lado, Cynthia participaba como invitada permanente en el grupo La Sonora, proyecto que venía caminando desde el año 1989.
—Como decías, con el correr de los años el tango se instaló entre ustedes, ¿qué cosas los llevaron a explorar en este género que nos representa?
—El tango siempre estuvo como lengua principal en nosotros. Como una especie de lengua madre. Rastrear el porqué de esto es complicado, creo que tiene que ver con nuestras historias personales y la idiosincrasia de nuestras familias de origen. Lo que es claro es que ha sido fundacional en nuestro vínculo con la música. Nuestra mirada como habitantes de este tiempo siempre nos llevó a buscar puentes entre el tango, otras músicas y otros conceptos artísticos.
—¿De qué manera llega el primer disco “Mundo Tango”, grabado en 2011?
—Ganamos un premio a la Producción Fonográfica del FNA (Fondo Nacional de las Artes) y generamos nuestro primer CD. En ese entonces, si bien el CD se llamó Mundo Tango, abarcamos otros lenguajes musicales, algunas cosas del folclore y canciones provenientes de la cantera del rock.

—Por estos días están en proceso de grabación de su segundo disco “Del Buen Ayre”, ¿qué recorridos espacio-temporales tuvieron que hacer para dar vida a los temas que forman parte de esta obra?
En Mundo Tango nos referimos a una idea acerca del tango, como un estado del ser que no solo aparece en esta región del mundo (por algo el tango impacta como impacta en todo el globo). Aquí nos referimos más a la génesis de este género y la música de la provincia de Buenos Aires. Este nuevo trabajo propone un recorrido desde la música campera de principio de siglo XX (El Gardel Gaucho, pasando por compositores icónicos de ese lenguaje como Omar Moreno Palacios) para adentrarse en el tango clásico de la época de oro y llegar hasta composiciones actuales que revitalizan el género. También este trabajo, a diferencia del otro, está estructurado por un material que fue ampliamente mostrado y fogueado. Es música que hemos tocado mucho en vivo y está planteado desde esa impronta. Los arreglos, si es que los hay, fueron construyéndose a lo largo del tiempo y de las distintas actuaciones. Los músicos invitados jugaron en ese mismo tono también. Se les envió un cifrado y una grabación como referencia, pero el armado de los distintos temas se resolvió en el estudio, mientras Manzana Ibarrart (gran amigo y comandante del Estudio Sonosfera) montaba los mics y seteaba todo. Luego se eligieron las mejores tres tomas de cada tema. El resultado tiene un aroma a “trazos sueltos” que nos encanta en lo particular.
—Sin dudas se trata de un viaje a través de la música, ¿cuál es el aroma que elegirían para simbolizar a este álbum?
—El múltiple aroma de los viajes…si bien es un CD local en cuanto al repertorio, es bastante global en tanto a que lo que suena proviene de muchísimas fuentes y no solo de la tanguera. Lo hemos tocado tanto en tantos países diferentes, que para nosotros tendría ese olor a viaje, a aeropuerto, a trenes.
—El 3 de agosto estarán presentando este disco en La Salamanca, un reconocido espacio cultural platense, ¿qué podrán disfrutar esa noche quienes se acerquen a compartir su música?
—Haremos algunos de los temas de nuestro espectáculo Del Buen Ayre, como antesala al espectáculo Filogenia de Victoria Moran y el Dúo Puentes Reyes.

—Mencionás que ese día estarán acompañados por la cantante Victoria Morán, entonces la pregunta va para ella. Victoria, ¿Cómo nace “Filogenia”, ese recopilatorio de obras de música popular argentina? Contanos quiénes serán parte de ese recorrido el 3 de agosto y qué sentís al compartir noche con el Dúo Aguirre-Rodríguez.
9- Filogenia surge de la necesidad de contar nuestro ADN musical a través de las canciones que nos definen. Es una suerte de viaje musical hacia la fuente, hacia la memoria imperecedera que une un recuerdo con otro. Este espectáculo viene a despertarnos la fibra sensible con canciones que nos nombran, enlazando a Homero Manzi con Víctor Heredia, al Cuchi con Fito, a los que fuimos con los que somos. El compartir con compañeros y compañeras músicos y músicas siempre es una alegría, y en este caso será además una sorpresa para el dúo Puentes-Reyes y yo, porque jamás nos hemos cruzado en un escenario y esperamos anhelantes ese ida y vuelta mágico que siempre augura la música compartida.
—Para terminar, ¿cuál es el próximo destino de la música que los mueve?
—Tenemos por delante algunas fechas en nuestra ciudad, como el próximo 29 de agosto, día en el que estaremos compartiendo escenario junto al cantor Carlos Cabrera en el Café Metro. Octubre nos encuentra realizando nuestra segunda gira europea, con conciertos en países como Italia, Francia, España y Portugal. A nuestro regreso estaremos presentando oficialmente nuestro álbum Del Buen Ayre, con la participación de los músicos que fueron parte de la grabación.
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