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Historias Reflejadas

“El día que la Tierra dejó de girar”

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El día que la Tierra dejó de girar

La Tierra giraba una y otra vez. Día y noche. Noche y día. Una vuelta y la siguiente, al compás del espacio dormido.

En cierta ocasión, en un instante silencioso, el movimiento se detuvo. El viento se quedó mudo y lo que sucedió entonces nadie pudo explicarlo.

En la quietud, un velo muy fino se descorrió de repente y los habitantes del planeta se encontraron rodeados de extrañas criaturas.

Algunos fantasmas atravesaron el muro invisible que los separaba de los humanos y se dispusieron a recuperar sus pertenencias.

Las hadas, que se sintieron descubiertas, brillaron en la oscuridad y se mezclaron en la vida de aquellos que fueron capaces de verlas.

Unos hombres de piedra rodaron desde las montañas para revelar su secreto que dejaría a muchos sin palabras.

Unos se chocaron con otros y en las distintas ciudades se produjo un gran enredo. Nada estaba en su lugar y los pobladores se miraban sorprendidos sin saber a dónde ir.

Tal vez el planeta había querido dar un mensaje. Quizás había que curar viejas heridas para reiniciar la marcha.

En algún lugar del espacio, la Tierra liberó su carga y comenzó un nuevo giro.

Una vuelta y la siguiente. Día y noche. Noche y día. El sol y la luna hermanados acompañaron el tiempo nuevo.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia “Cuentos cortitos para leer en un ratito: El misterio en la ciudad”, de Liliana Cinetto; “Cuentos de Vendavalia”, de Carlos Gardini; “La mecedora del fantasma”, de Franco Vaccarini; y “Las hadas brillan en la oscuridad”, de Graciela Cabal.

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“El misterio de la noche”

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El misterio de la noche

La noche descendía por una escalera invisible, los ojos balanceándose en el borde del sueño. Abajo, al otro lado del día, flotaba el mundo de adentro.

El extraño murmullo ascendía por el hueco de una grieta, como una voz conocida, como el viento de un cuento que despeinada las sábanas para soltar un secreto.

En la cama, justo detrás del sueño, unas ovejas curiosas saltaron para invitar al viaje. Tras ellas, varias hadas provistas de alas transparentes, subieron y bajaron por las páginas de la noche y acompañaron la llegada de unos hombrecitos sin nombre. Éstos, decididos, atravesaron las escaleras de un libro que no podía dormirse. El sueño llegó despacio, tanto que se pegó a la mañana, los ojos bien abiertos sobre la línea del día, un balanceo aquí y allá.

Y la noche, como si fuera parte de la misma página, volvía a vibrar sobre las pestañas. Otra vez…

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “Lorenzo y la escalera misteriosa”, de Irene Goldfeder con ilustraciones de Fernanda Bragone; “Recíproco”, del libro “Mentiras y moretones”, de Pablo Bernasconi; “Cuando no llega la noche”, de Poly Bernatene; y “La oveja imaginaria o viaje en poesía de la noche al día”, de Beatriz Actis con ilustraciones de Sonia Basch.

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“Redondel”

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Redondel

Transitaban un espacio circular, los pies sobre surcos antiguos, los pensamientos como una distancia entre las palabras, el hueco sin voces.

Giraban, sus bocas emitían sonidos, una repetición sobre los pasos, para no olvidar el nombre de cada cosa, como un regreso al punto de partida.

El eco de aquella música lejana sostenía las palabras; una ópera en el cielo, huellas sutiles en los surcos de un vinilo, mentiras dando vueltas en un redondel de silencios.

Algo se mostraba y algo se escondía, el círculo se abría. Y volvía a cerrarse.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “La construcción de la mentira”, de Gonzalo Heredia; “Corbett”, de Matías Esteban; “Rebelión en la ópera”, de Carlos Ríos; y “33 Rpm” de Juan Guinot.

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“Rumor de cuentos”

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Rumor de cuentos

Un rumor resbaladizo se alargó sobre las hojas, como un secreto sin forma, deseoso de multiplicarse.

El viento desparramó las palabras, sus letras flotando en el aire, enredándose, livianas, viajeras, inquietas.

Fue entonces, cuando las historias rodaron de boca en boca, de pelo a pluma, de pata en pata, cubiertas de escamas, libres en los ríos de la memoria.

Fue entonces cuando a las palabras les nacieron alas que se elevaron como un canto antiguo, como una ronda alrededor del fuego, como un deseo nacido de las llamas, en el vientre del monte, en el sitio exacto donde el autor las recolectaba y las convertía en cuentos.

Pura sabiduría escondida en las voces de la tierra, tan sólo un puñado de silencios.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia homenaje a Gustavo Roldán, sus siguientes cuentos: “El monte era una fiesta” (Ilustraciones de Manuel Purdía), “Cada cual se divierte como puede” (Ilustraciones de Claudia Deglioumini), ” Cuentos que cuentan los indios” y “El camino de la hormiga” (Ilustraciones de Juan Lima).

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