

Historias Reflejadas
“La aventura de ser”
La aventura de ser
Hace mucho tiempo, protegido por las hojas de un árbol, vivía un pájaro que escuchaba las palabras del viento. Y no solo esas, sino las que susurraba el río y las que cantaba la lluvia. Desde las alturas ponía música al paisaje y conectaba sus plumas con cada uno de los seres que lo rodeaban. Con elegancia y picardía, los invitaba a viajar entre sus alas capaces de mover las ramas de la imaginación. Cada viaje compartido era una fiesta de colores mezclados que se juntaban en pinceladas fugaces que contaban historias.
Desde las alturas era posible descubrir lo que pasaba en los oscuros senderos de la vida.
Así fue que día tras día muchos decidieron subirse a esas alas mágicas y pudieron ver lo que sus ojos no podían.
Allá abajo, un camaleón que recién despertaba, aprendía una lección. Confundir los colores no es cosa seria, porque las apariencias engañan y las diferencias enriquecen. Comprendieron que lo verdaderamente importante anida en el corazón, y es justamente ahí donde nacen las aventuras que se transmiten de boca en boca, como las de un tal Pedro, que atraviesa los miedos y se arriesga a descubrir cosas nuevas. Que es capaz de hacer brotar monedas de un árbol, de cocinar en una olla mágica, de compartir un rato con una perdiz que pone huevos de oro o de saltar con un conejo muy especial.
Y en ese trajinar de plumas también descubrieron que era posible llegar a un planeta en el que los sueños se hacen realidad, que sólo hay que aprender a abrir los ojos interiores, a desplegar las alas y animarse a mirar mucho más allá de lo visible.
Sólo quienes logran subirse a las alas de la imaginación lograrán dar vida a todo aquello que se supone no existe.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Esmeralda, el planeta de los sueños”, de Florencia Bovio; “Cuentos del bosque”, de María Cristina Ramos; “Cuentos de Pedro Urdemales”, de Gustavo Roldán; y “Los colores de Wilmar”, de Walter Rossi.

Historias Reflejadas
“Mirar más allá”


Mirar más allá
Los fragmentos de una historia colgaban de las estrellas. Era en aquellos puntos perdidos en el espacio, en aquellas partículas lejanas, donde se escondía el origen de todas las cosas.
Mucho más allá, donde los ojos curiosos no llegaban a ver, existían otros mundos, tan lejanos que era imposible adivinar sus formas, tan cercanos que había que ponerse anteojos para descubrir la magia que los abarcaba.
Arriba, un cielo extenso guardaba los sueños de aquellos que se atrevían a viajar por las calles de la imaginación, sin equipaje.
Había historias que circulaban en el tiempo, rodaban por encima de los objetos, con los objetos, como si fueran eternas.
Después volvían a aquietarse en la punta de una estrella o en un cráter lunar, justo allí donde los sueños se hacían realidad.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “Imposible”, de Catarina Sobral; “¿Por qué las suricatas miran el cielo”, de Carolina Luzón; “El hombre que viajó a la luna”, de Patricia Suárez con ilustraciones de Nadia Romero Marchesini; y “Simi Tití mira el mundo”, de Liliana Bodoc con ilustraciones de Viviana Garófoli.
Historias Reflejadas
“Rectángulo”


Rectángulo
Todo estaba quieto. En las espiraladas vueltas del destino la niebla del tiempo disimulaba las formas y el dolor se acomodaba en pasillos de silencio.
Las horas corrían por fuera, mientras por dentro cada segundo se atascaba, inmóvil, en acontecimientos simultáneos y sucesivos, como si dieran vueltas por lugares conocidos y regresaran, trazo sobre trazo, superpuestos.
La vida estaba encerrada en esa jaula, en ese cuarto oscuro, en esos días rectangulares de los que no podía escapar. Los sentidos adormecidos, los objetos cercanos adhiriéndose a su cuerpo como si sus partes le pertenecieran.
Las aguas del tiempo lo arrastraban en un sueño sin sueño, en un cansancio sin palabras, mientras los rostros conocidos pasaban a su lado, yéndose, quedándose, tan solo una melodía, un rumor, o un símbolo. Tan solo arena que cae y no se detiene.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia el cuento “Freud en Hampstead”, del libro “Aquello que subyace” de Susana Vaquero; el cuento “Al atardecer un geranio”, de Luigi Pirandello, del libro “50 Relatos Extraordinarios”; el cuento “Bandeo”, del libro “Siete cuentos” de Humberto Constantini; y los poemas “Arte poética” y “Reloj de arena”, del libro “El hacedor” de Jorge Luis Borges.
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“Hilos de amor”


Hilos de amor
El pasado colgaba de un hilo y se balanceaba en un vaivén de recuerdos. Atrás habían quedado los sabores de un tiempo vivo, las ausencias guardadas en un hueco donde se hacían presentes, las voces queridas repitiendo los sonidos y las formas, el desarraigo y la niebla, esa niebla en la que dormían las siluetas, sombras sobre sombras, perdidas en el mar de la memoria.
En un vértice del camino la guerra daba comienzo a la trama, un hilo enlazando a otro, cruzados en los ángulos de las palabras, anudados, como si cada cosa estuviera atada a la siguiente, como si la sangre gritara y buscara aquietarse en los límites del amor.
Más allá, en los márgenes de una geografía nueva, la pasión opacaba los recuerdos y agitaba las olas de la libertad. Un viento de emociones formaba remolinos sobre las arenas del tiempo, la huellas del amor desparramadas en la orilla, solo viento sobre arena distanciándose de la bruma del pasado.
Un hilo colgaba, los recuerdos se esfumaban detrás de la niebla, la vida del otro lado de la muerte, con el aroma del amor.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia las siguientes novelas: “En la arena de Gijón”, de Gabriela Exilart; “Eva y Juan”, de Cynthia Willa; “Jazmines en otoño”, de Cristina Bellizonsi; y “La ciudad de la niebla”, de Claudia Barzana.
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