Historias Reflejadas
Historias reflejadas: “La sombra de la muerte”
La sombra de la muerte
Habían muerto muchas muertes. Una sombra arrastraba ríos de emociones sobre sus cuerpos, eran las voces encarnadas en sus voces, las sensaciones que no se atrevían a despertar, como si necesitaran quedarse allí, debajo de esa cáscara de miedos y de silencios, un agujero debajo de sus muertes.
En el aire sobrevolaban los mandatos, las palabras que los definían. Una sucesión de gestos y de tonos se alargaban por debajo y eran seres que se perpetuaban en las oscuras galerías de la memoria.
Habitaban casas muertas, sin límites ni formas, los objetos se desvanecían en rincones indelebles, puntos del destino donde todo permanecía quieto, como el polvo que guardaba sus muertes, al costado de la vida.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia las siguientes novelas: “Cuerpos sucesivos”, de Manuel Vicent; “Indeleble”, de Paula Tomassoni; “Un perro en la puerta de la casa velatoria”, de María Soledad Fernández; y “Casino casa grande”, de Mariana Muscarel Isla.
Historias Reflejadas
“Palabras mágicas”
Palabras mágicas
La magia, ese personaje escondido detrás de los otros, que asoma entre letras y rueda sobre las palabras transformándolo todo.
Sube y baja, extiende sus manos entrelazando las cosas eternas, aquellas que merecen guardarse en los rincones de la memoria, aquellas que se convierten en recuerdos y que son capaces de expandirse más allá de lo imaginado cada vez que son narradas.
Es justamente en ese juego donde la magia invita y convoca, obligándonos a despertar, a prestar atención a lo importante, a encontrarnos en lo invisible para hacerlo visible.
Ser mago es atravesar los puentes de los sentidos para dejarse llevar por esa luz que modifica todo.
Es lograr que lo imposible se haga posible, desafiando a los miedos y a las dudas, rodando entre las palabras que cuentan nuestra historia.
Es descubrir conejos que se esconden entre las letras de un cuento para acariciar el alma de un niño.
Es escuchar el susurro de sílabas capaces de formar palabras siempre nuevas, que se guardan en las cuevas del tiempo donde sucede el pasado y crece el futuro.
Es descubrir que una página puede cambiar infinitas veces, que todo depende del misterioso contacto entre lectores y autores que hacen incompletas todas las enciclopedias del saber galáctico.
Porque sólo la magia es capaz de completar la página en blanco de nuestra existencia y de convertir cada instante en una nueva oportunidad.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Soy mago”, de Leo Batic; “Saber de las galaxias”, de Adela Basch; “La rebelión de los conejos mágicos”, de Ariel Dorfman; “Hechizos y descubrimientos (Alas para los dinosaurios)”, de Márgara Avervach; y “Relatos de los confines (Oficio de Búhos)” , de Liliana Bodoc, quien permanecerá por siempre con su magia.
Historias Reflejadas
“Un cuento especial”
Un cuento especial
Atrapado en un colorín muy colorado, gritaba furioso un lápiz. De su punta alterada escapaban patadas rayadas, suspiros dibujados y letras rabiosas.
No era cualquier lápiz. ¡No! Este lápiz bailarín era capaz de enredarse en las travesuras más traviesas, y entre tropezones y tropiezos fue capaz de lanzarse sobre un papel que lo miraba, blanco del susto y que de tanto miedo se puso a llorar, o a llover, aunque este detalle ya no era importante. Fue en ese momento exacto cuando ocurrió el milagro. Porque juntos, entrelazados por la lluvia o por las lágrimas, lápiz y papel dieron nacimiento a un cuento pasado por agua.
No “había una vez” en este cuento tan mojado, porque se lo había llevado la inundación y se había hundido tan profundo que era difícil encontrarlo. Tanta agua acumuló el llanto que se convirtió en laguna, mientras el lápiz seguía dibujando animales que se perdían entre risas y cantos, entre sueños y leyendas, entre adivinanzas y enojos. Pelos, plumas y escamas se caían de a trazos cuando el lápiz danzaba. Todos eran uno en esa historia empapada que una abuela contaba en algún lugar del planeta. Y así, de abuela en abuela, llegó a las manos de una que era muy moderna, porque era capaz de guardar sus relatos en un disco, el propio, ya que se trataba de una abuela electrónica. Claro que por su condición ella no podía mojarse y así se complicaron las cosas, las del cuento mojado y las de la abuela, que con el agua empezó a desprender chispas y estas detuvieron el cuento que ya no podía contarse.
Atrapado en el colorín colorado, había una vez un cuento que un lápiz no pudo terminar de escribir.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Había una vez un lápiz” y “Había una vez un cuento”, de Adela Basch; “La abuela electrónica y algunos cuentos de su diskette”, de Silvia Schujer; y “Noches de laguna llena”, de Silvia Paglieta.
Historias Reflejadas
“La aventura de ser”
La aventura de ser
Hace mucho tiempo, protegido por las hojas de un árbol, vivía un pájaro que escuchaba las palabras del viento. Y no solo esas, sino las que susurraba el río y las que cantaba la lluvia. Desde las alturas ponía música al paisaje y conectaba sus plumas con cada uno de los seres que lo rodeaban. Con elegancia y picardía, los invitaba a viajar entre sus alas capaces de mover las ramas de la imaginación. Cada viaje compartido era una fiesta de colores mezclados que se juntaban en pinceladas fugaces que contaban historias.
Desde las alturas era posible descubrir lo que pasaba en los oscuros senderos de la vida.
Así fue que día tras día muchos decidieron subirse a esas alas mágicas y pudieron ver lo que sus ojos no podían.
Allá abajo, un camaleón que recién despertaba, aprendía una lección. Confundir los colores no es cosa seria, porque las apariencias engañan y las diferencias enriquecen. Comprendieron que lo verdaderamente importante anida en el corazón, y es justamente ahí donde nacen las aventuras que se transmiten de boca en boca, como las de un tal Pedro, que atraviesa los miedos y se arriesga a descubrir cosas nuevas. Que es capaz de hacer brotar monedas de un árbol, de cocinar en una olla mágica, de compartir un rato con una perdiz que pone huevos de oro o de saltar con un conejo muy especial.
Y en ese trajinar de plumas también descubrieron que era posible llegar a un planeta en el que los sueños se hacen realidad, que sólo hay que aprender a abrir los ojos interiores, a desplegar las alas y animarse a mirar mucho más allá de lo visible.
Sólo quienes logran subirse a las alas de la imaginación lograrán dar vida a todo aquello que se supone no existe.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Esmeralda, el planeta de los sueños”, de Florencia Bovio; “Cuentos del bosque”, de María Cristina Ramos; “Cuentos de Pedro Urdemales”, de Gustavo Roldán; y “Los colores de Wilmar”, de Walter Rossi.
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