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Historias Reflejadas

“La tierra de la infancia”

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La tierra de la infancia

Había decidido regresar. Subido a las alas de un recuerdo volaba hacia atrás, a un tiempo antiguo guardado en el cofre de su memoria.

Tomó carrera y comenzó a correr. Corría por las veredas de la infancia mientras intentaba atrapar los fragmentos de vida que jugaban en el aire. Llovía un relato que le pertenecía. Las baldosas conservaban entre sus surcos las huellas del pasado y eran testigos de lo que se había callado, por lealtad y por prudencia.

Historias revueltas en los rincones de su mente se enredaban en fotos viejas y sacaban a la luz los objetos olvidados, cuyas voces lo invitaban a viajar a esos universos fantásticos en los que necesitaba reposar.

Tenía que escapar de los fantasmas de la muerte, que abría su boca y mostraba sus dientes, como entonces. Las pérdidas se superponían en capas y dormían en una oscuridad sin formas. Tal vez por eso estaba allí, escarbando la tierra de una niñez que todavía lo habitaba.

De pronto, las imágenes liberaron a las palabras. Palabras e imágenes fueron y vinieron para desatar los nudos de la memoria. Parado sobre ese instante móvil se dejó llevar por el vaivén de los hilos que conectaban su presente con su pasado.

Solo entonces lo supo. La plaza, el campito y el barrio eran parte de su geografía, eran su paisaje interior, el refugio en el que podía encontrarse, tantos años después, con todos aquellos que habían abonado, de una u otra manera, la tierra de su infancia.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Maestra mía”, de Claudio Gómez; “Aspirinas y caramelos”, de Luciano Olivera; “Los dueños del mundo”, de Eduardo Sacheri; y los relatos de “Desde que el mundo es mundo”, del libro “Piratas, fantasmas y dinosaurios”, de Osvaldo Soriano.

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Historias Reflejadas

“Listos para viajar”

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Listos para viajar

El viaje había comenzado. Por delante la vida se desplegaba como un viento rápido que invitaba a avanzar. Un paso y después otro. Había que aprender a ponerse de pie, el sendero estaba marcado, un sendero de encuentros y desencuentros, de emociones que pincelaban aquello que no podíamos ver.

Un silencio, una sonrisa, las manos sobre las manos, los lugares a los que jamás retornaríamos, un nudo de silencios atrapados en un recreo de la infancia, las luces, perdidas en una montaña de sombras, la alegría escondida detrás de una puerta mágica, capaz de transportarnos a un mundo nuevo, invisible a los ojos de otros. El amor que supo esperar paciente mis búsquedas errantes, mis vuelos y mis lágrimas guardadas en una laguna imaginada, todo eso se dibujaba frente a mis ojos mientras la brisa enredaba mis pensamientos de niña y mis palabras de madre sobre mi piel abuela.

La velocidad y luego la nostalgia por regresar. ¿Cuándo fue que llegamos si recién habíamos empezado a partir?

La imágenes se superponían formando un collage de sonidos que abarcaban la totalidad del tiempo, único y diverso.

El viento se detuvo, un silencio tímido dio lugar a una nota nueva. Todo volvía a comenzar.

La vida se desplegaba, apenas brisa. Había que estar preparados…

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “El paseo”, de Pablo Lugones y Alexandre Rampazo; “El árbol de las lilas”, de María Teresa Andruetto y Liliana Menéndez; “El viaje”, de Lorena P. Aguirre; y “Las cosas, el gato y yo”, de Márgara Averbach con ilustraciones de Leicia Gotlibowski.

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“Círculo de voces”

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Círculo de voces

Voces superpuestas atrapan un mandato y lo multiplican, más allá de sí mismas, en otras voces, que se pierden en el eco de los sueños para manifestarse.

La bestia acecha en el bosque de la existencia, asoma pretenciosa detrás de los árboles y cuestiona en el silencio.

Más allá, nuestra imagen se refleja en un espejo invisible, mimetizada con las garras de aquella de la cual escapamos. Todos somos parte del monstruo, nos aquietamos, rígidos en su memoria, y caemos en el abismo en un instante débil.

El hilo se tensa, las palabras se enredan en la duda y la alegría se desdibuja en un tren sin rumbo, cuya marcha se detiene en busca de la felicidad.

Los caminos se cruzan, se entrelazan en un laberinto de colores que llaman. El rojo tiñe las letras que delimitan el tiempo. Un amarillo intenso llama detrás de los árboles, en el murmullo de la bestia.

De esa manera la cadena se rompe y cada eslabón se funde en una libertad verde, para terminar con el círculo de mandatos atrapados en las voces.

Pero un grito ahoga los susurros del viento. Todo es efímero. La alegría y la desgracia se encadenan y todo vuelve a comenzar.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia los siguientes cuentos: “Un gran esfuerzo”, de Samanta Schweblin, del libro “Pájaros en la boca y otros cuentos”; “Si esto es la vida, yo soy caperucita”, de Luisa Valenzuela, del libro “Historias de guardarropa”; “Una racha de buena suerte” y “Un día volveré”, de Perla Suez, del libro “Cuentos de Babel”; y “La larga busca” y “El hilo de la fábula”, de Jorge Luis Borges, del libro “Los conjurados”.

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“Mil vidas”

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Mil vidas

Entre las pestañas, la eternidad se expande en imágenes guardadas en el mutismo de unos ojos cerrados.

En ese espacio infinito convergen la fascinación y el asombro, el descontento y la duda, todo en su justa medida.

Detrás de las pupilas, adherido al silencio, se desenrolla un instante quieto, deseoso de retornar para convocar al pasado que todavía sigue allí, delimitado por sombras que mutan.

Las historias que alguien contó alguna vez, ruedan verdades a medias para abarcar las capas de la memoria atravesadas por el olvido.

Así, la inmortalidad despliega sus brazos en los que la vida se multiplica en mil vidas y da lugar a lo eterno, encerrado entre los ojos, donde es posible descubrir lo que falta para avanzar sobre las garras de la muerte y refugiarnos en la claridad de los sueños.


Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia los siguientes cuentos: “Con un esqueleto bajo el brazo”, del libro “La lenta velocidad del coraje” de Andrés Rivera; “Ser otro”, del libro “Mármara” de Inés Fernández Moreno; “A ojos cerrados”, del libro “El mundo iluminado” de Ángeles Mastretta; y “Vidas”, del libro “Del cielo a casa” de Hebe Uhart.

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