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Historias Reflejadas

“Laberintos de la cordura”

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Laberintos de la cordura

Dejó caer las palabras como si fueran pétalos secos. Un sonido viejo enmudeció sobre el papel. Los instantes, desparramados en una migración sin fronteras, destejieron la trama. El silencio avanzó como una sombra entre las letras. Tres lágrimas se alargaron en ese segundo oscuro. Volvió a llover esa lluvia sin gotas. Sus recuerdos embarrados se alargaron por encima de las paredes, cada fragmento era una mancha húmeda descomponiéndose en las nubes de su memoria.

¿Dónde era afuera? ¿En qué lugar del silencio era posible atravesar los ruidos de la mente?

¿Dónde era adentro en los límites de aquellas manchas?

La nada crecía sobre ese papel en el que se buscaba. Una coma en el camino, los recuerdos flotando debajo de los recuerdos, las voces del más allá inventando un renglón para aquietarse. Y al final, un punto, como una puerta que encerraba a los fantasmas, como otro silencio; aunque pronto se volviera letras y pudieran atravesar los límites de la locura para trascenderla.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “Invisible”, de Juan Solá; “La pieza del fondo”, de Eugenia Almeida; “Pequeña flor”, de Iosi Havilio; y “Mal de muchas”, de Marcela Alluz.

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Historias Reflejadas

Puro cuento

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Puro cuento

La vida es puro cuento, un ovillo de historias que ruedan sobre los objetos, como si fuera un viaje de palabras. Como si las palabras crecieran y se multiplicaran en las ruedas de mi bicicleta, que arrastra los hilos y los enreda.

En el manubrio, una mariposa naranja sostiene mi canción de primavera, puro deseo de oruga, que de tanto repetirla se le hizo costumbre y de tanta costumbre, letra cantada, siempre distinta, siempre canción, puro cuento.

Una pelota cruza por el aire y atraviesa mi camino, puro cuento. La veo caer y transformarse. Veo un castillo y un secreto que me llevo en las ruedas de la bicicleta, que canta, que viaja, que se convierte en mariposa; hasta que se posa en la tele de mi casa, justo sobre la novela de mi mamá. Y ahí se terminan los vuelos y me tengo que encerrar en mi capullo para no escuchar lo que ya sé de memoria, puro cuento.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “Edelmira Latele”, de Adela Basch; “En la puntita de una hoja”, de Magdi Kelisek; “El sueño de Magrela”, de Rita Taraborelli; y “Secretos”, de Teresa Prost.

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Historias Reflejadas

“Rebobinar”

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Rebobinar

Las palabras buscaban su lugar en la memoria, necesitaban aquietarse en el sitio exacto, el espacio al que pertenecían. Como una correntada que arrastraba los recuerdos, como un viento imprevisto, los hilos del pasado se desenrollaban sobre el presente. Eran barro y cenizas, imágenes sin materia, sólo voces inventadas.

Había huecos sin nombres, mundos vacíos en los que la vida avanzaba sin retorno y, sin embargo, desde allí provenían las voces, resonancias de un tiempo viejo, que se filtraba como un resto, como un silencio obligado a manifestarse.

Las hebras del destino se enredaban en nudos de angustia y de deseo, las partículas de vida afloraban como brotes de esperanza entre los agujeros del miedo. Todo mutaba y todo estaba quieto, como si nunca hubiera sucedido, a pesar de las palabras, más allá de las voces, era suficiente rebobinar para poder avanzar.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia las siguientes obras literarias: “Agosto”, de Romina Paula; “Magdalufi”, de Verónica Sánchez Viamonte; “El lecho”, de Esteban López Brusa; y “Cruzar la noche”, de Alicia Barberis.

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“Mimetismo”

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Mimetismo

Un silencio blando se derramaba sobre el paisaje. Desde los árboles colgaban palabras, eran voces dormidas, murmullos imperceptibles, de colores, que se alargaban en sombras inquietas.

Sobre el suelo, el movimiento ondulante de esas sombras convocaba a una danza. Las figuras expandidas en el fuego despertaban historias e iluminaban misterios, era en el calor de las llamas donde se completaban los ciclos. La noche se hermanaba con el día, luna y sol abrazados en el cielo.

Todo giraba en las manos que habían sembrado, entonces las semillas eran fruto y cosecha, pinceladas de deseos, memorias de la tierra, que guardaba el recuerdo de quienes habían cruzado las fronteras para regresar, la vida enredada en la muerte, mimetizándose con las voces del paisaje, aquietándose en sus formas, como si cada pieza fuera necesaria, como si las palabras fueran parte del silencio y giraran.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “El dragón”, de Gustavo Roldán con ilustraciones de Luis Scafati; “Lo que cuentan los iroqueses”, de Márgara Averbach con ilustraciones de Alejandro Ravassi; “Cuando llega el dragón”, de Maricel Palomeque con ilustraciones de Rosa Mercedes González; y “Makemba”, texto e ilustraciones de José Rivadulla.

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