Historias Reflejadas
“Palabras liberadas”
Palabras liberadas
Hilos de letras se entrelazan para contornear los fragmentos del alma que calla y prefiere el olvido.
Detrás, un vacío tácito, cargado de sombras, deja escapar las sílabas que se convierten en voces escritas.
En los espacios intermedios, allí donde se resguarda lo negado, nace el deseo de dejar caer las máscaras que constituyen la trama del silencio.
Existen fisuras por las que emergen apuradas las sensaciones dormidas, trozos diminutos capaces de convertirse en historias.
Un vaivén de sensaciones estalla y se multiplica en imágenes delimitadas por palabras que logran contenerlas en un abrazo de líneas.
Todo vibra y el ser se deja arrastrar para dar lugar a la fermentación de lo viejo y transmutarlo.
Gotas de tinta derramadas en busca de libertad, no de la propia sino la de quien escribe, se vuelven densas en las formas que las obligan a avanzar o retroceder.
Hay un punto de quiebre, ruptura de aquello que no pudo ser, espejos enfrentados que muestran a lo lejos tan solo una sombra de lo que hemos sido.
Palabras liberadas fluyen para contar aquello que hemos olvidado y provocan en el alma la alquimia de un recuerdo.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Pintar el tiempo”, de Sara Bonfante; “En breve cárcel”, de Sylvia Molloy; “En el eterno sur”, de Magalí Varela; y “El secreto de Jane Austen”, de Gabriela Margall.
Historias Reflejadas
“Mimetismo”

Mimetismo
Un silencio blando se derramaba sobre el paisaje. Desde los árboles colgaban palabras, eran voces dormidas, murmullos imperceptibles, de colores, que se alargaban en sombras inquietas.
Sobre el suelo, el movimiento ondulante de esas sombras convocaba a una danza. Las figuras expandidas en el fuego despertaban historias e iluminaban misterios, era en el calor de las llamas donde se completaban los ciclos. La noche se hermanaba con el día, luna y sol abrazados en el cielo.
Todo giraba en las manos que habían sembrado, entonces las semillas eran fruto y cosecha, pinceladas de deseos, memorias de la tierra, que guardaba el recuerdo de quienes habían cruzado las fronteras para regresar, la vida enredada en la muerte, mimetizándose con las voces del paisaje, aquietándose en sus formas, como si cada pieza fuera necesaria, como si las palabras fueran parte del silencio y giraran.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “El dragón”, de Gustavo Roldán con ilustraciones de Luis Scafati; “Lo que cuentan los iroqueses”, de Márgara Averbach con ilustraciones de Alejandro Ravassi; “Cuando llega el dragón”, de Maricel Palomeque con ilustraciones de Rosa Mercedes González; y “Makemba”, texto e ilustraciones de José Rivadulla.
Historias Reflejadas
“Cimientos”

Cimientos
Las voces permanecían aglutinadas entre los ladrillos. Cada tanto, se desplazaban desde el cemento de los recuerdos y eran sombras que deambulaban por aquella casa quebrada. Sobre las paredes, en huecos de silencio colgaban sus nombres.
Por debajo, enredada en los cimientos, la historia encontraba su origen y crecía. Las raíces se expandían hasta alcanzar muebles y objetos, ocupándolo todo, provocando la asfixia de las palabras.
Los rincones escondían sus partes fragmentadas y guardaban el polvo de lo que habían callado, los espectros se movían con certeza abriendo las puertas que antes cerraron.
Una luz apenas perceptible iluminó las oscuridades desparramadas en el suelo, como si quisiera señalarlas, lágrimas secas que buscaban hidratarse.
La casa prolongaba sus formas y era una con las otras, un espacio contraído, sin palabras.
Alguien arrojó la llave, adentro sólo quedaban los fantasmas.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia las siguientes obras: “La casa partida“, de Karina De Blasis; “Casa Tomada”, de Julio Cortázar; “Una casa llena de gente”, de Mariana Sández; y “La casa encantada”; de Virginia Woolf.
Historias Reflejadas
“La sombra de la muerte”

La sombra de la muerte
Habían muerto muchas muertes. Una sombra arrastraba ríos de emociones sobre sus cuerpos, eran las voces encarnadas en sus voces, las sensaciones que no se atrevían a despertar, como si necesitaran quedarse allí, debajo de esa cáscara de miedos y de silencios, un agujero debajo de sus muertes.
En el aire sobrevolaban los mandatos, las palabras que los definían. Una sucesión de gestos y de tonos se alargaban por debajo y eran seres que se perpetuaban en las oscuras galerías de la memoria.
Habitaban casas muertas, sin límites ni formas, los objetos se desvanecían en rincones indelebles, puntos del destino donde todo permanecía quieto, como el polvo que guardaba sus muertes, al costado de la vida.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia las siguientes novelas: “Cuerpos sucesivos”, de Manuel Vicent; “Indeleble”, de Paula Tomassoni; “Un perro en la puerta de la casa velatoria”, de María Soledad Fernández; y “Casino casa grande”, de Mariana Muscarel Isla.
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