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Historias Reflejadas

“Sabiduría encriptada”

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Sabiduría encriptada

Enrollada en las letras de los siglos, la sabiduría reclama su palabra y se convierte en chispa que enciende, sutil, las verdades más negadas.

Lo que no se quiere ver, aquello que se entierra porque duele y cuestiona y aun así puja por salir a respirar el aire de lo certero, es más tarde infierno y pasión, ciega guerra de unos contra otros, duelo de creencias enfrentadas, que escinden y empujan al hueco de las diferencias donde cada uno es tan solo una imagen en el espejo de la existencia.

Lenguas de fuego devoran presurosas todo lo que no debe saberse, aquello que molesta porque es capaz de visibilizar lo que parece invisible.

Secretos escondidos, guardados en los profundos y oscuros túneles del olvido, buscan la luz atravesando las tinieblas del miedo y el silencio de la muerte.

Vidas entretejidas que no encuentran la paz, se cruzan desatando los nudos de un destino de mandatos y traiciones.

Más allá de lo que se ve, hay un mundo subterráneo por el que corre la savia que alimenta, aquella que derriba los supuestos que estigmatizan a las personas, muchas veces convertidas por otros en horribles criaturas que en verdad no son.

Descender a las oscuras cavernas para encontrar aquello que nos salva, trascender la opresión de la negrura para dar con el centro del ovillo de nuestra existencia.

Atravesar las noches en las que las sombras envuelven y confunden, es quizás el único camino para dar a luz a la verdadera sabiduría, aquella que sólo se encuentra en la profundidad del ser.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Más allá del temple”, de Lola Nieva; “La hermandad de la sábana santa”, de Julia Navarro; “El maldito”, de Adriana Hartwig; y “El último manuscrito”, de María Correa Luna.

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Historias Reflejadas

“Los muros del silencio”

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Los muros del silencio

Detrás de los muros la vida busca expandirse, pero no lo logra. Espirales de miedo conducen, una y otra vez, al mismo sitio en el que las palabras se han quedado quietas.

Entre los rincones se instala un silencio denso y frío que abraza lo callado y lo esconde para que no se vea.

Una danza continua, envuelve recuerdos sin forma y los atrapa en una repetición monótona y gris.

El viaje, más allá del viaje, duerme en un laberinto de mapas que no conducen a ninguna parte.

Las horas huecas se han quedado inmóviles y la muerte abre su boca para engullir otras muertes, las que la han antecedido, en las sutilezas de lo cotidiano.

La vida se sumerge en un foso profundo donde nada germina, una oscuridad sonora multiplica el silencio que muta y se transforma en túneles imposibles de atravesar.

La verdad se revela y resucita en pesadillas que, como arañas, tejen una tela que atrapa los pensamientos congelados.

Detrás de los muros, un largo silencio apaga la vida…

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia los siguientes cuentos: “El extranjero”, de Sergio Chejfec (libro “Los viajes”); “La tercera resignación”, de Gabriel García Márquez (libro “Ojos de perro azul”); “El último tren”, de Silvia Iparraguirre (libro “Narrativa breve”); y “Ahora”, de Liliana Heker (libro “Cuentos”).

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“La llave de los silencios”

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La llave de los silencios

Adormecidos en las fisuras del pasado, hay recuerdos que se infiltran despacio y amurallan el presente.

Sepultados en las fosas de la memoria muchos secretos anuncian una desgracia.

Una aguja atraviesa las entrañas y sumerge en el olvido lo que lastima y aflora como un puñal.

Gotas de miedo que atan las palabras se evaporan para liberar aquello que, de tanto callar, se encuentra enterrado en un sótano de silencios.

El cuerpo, territorio de historias escondidas, hilvana lágrimas que lavan el mutismo de los sentimientos.

Una foto velada congela el instante que mucho más tarde se revelará nítido, en las orillas de otro tiempo, para manifestarse.

Un dolor oculto en viejos escondrijos espera callado en las grietas del olvido.

Sobre una pared las sombras juegan y se desvanecen borrosas, una y otra vez, ahogando a la verdad que puja por salir.

Hay un cerrojo que calla y una llave que abre los silencios, para que los fantasmas del pasado emerjan desde las cavernas del alma y se conviertan en un haz de luz que todo lo transforme.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “La mujer del tiempo”, de Ana María Bovo; “La estrella prohibida”, de María Border; “La hora del lobo”, de Cristina Loza; y “La casa maldita”, de Bárbara Wood.

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“Más allá de la luna”

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Más allá de la Luna

Alguien se había robado la luna. O una parte de ella. Justo ahora que la otra Luna se había ido sin avisar. En eso estaba el niño, que más tarde sería un grande, cuando pudo escuchar lo que los animales comentaban.

No importa lo que dijo la rana, ni el gato, ni los otros gatos del tejado. Ni siquiera es importante lo que susurró la paloma. Lo verdaderamente terrible es que, fuera por el motivo que fuera, la luna había desaparecido. ¿Cuántas lunas había? ¡Qué confusión!

Tal vez, pensaba el niño, a la luna le gustaba cambiar y como era muy coqueta había días en los que no se dejaba ver. En esas noches oscuras, cuando ella estaba sin estar, muchos artistas la pintaban en cielos dibujados para que nadie dejara de admirarla. “¿Y mi Luna?” se preguntaba.

Había que buscar las tres caras de la luna. ¡Además de la suya! ¿Sólo por coquetería a veces se escondía?  Era necesario bucear en las noches, mirar un poco más allá para que la luna valiera la pena.

En medio de tanto enredo, el niño, que después fue un grande, hizo un descubrimiento que le permitió mirar el lado oculto de las cosas, las cercanas y las lejanas.

Cierta tarde, cuando sus preguntas se habían enmarañado en una tristeza inexplicable, una lágrima se convirtió en respuesta. Primero fue una idea y muy pronto su imaginación se puso en marcha. Fue justamente por eso que a partir de entonces la vida del niño se transformó. Había nacido un genio, de esos que inventan cosas para que las verdades se revelen.

Un tiempo después, aquel pequeño inventor miraba por la ventana con un gran catalejo todo lo que había más allá de la luna. A su lado otra Luna, que había estado jugando a las escondidas, movía la cola.

 Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Galileo y el cataestrellas”, con textos de Carlos Pinto e ilustraciones de Leo Bolzicco; “Una luna junto a la laguna”, de Adela Basch con ilustraciones de Alberto Pez; “La mejor luna”, de Liliana Bodoc; y “El hombre que creía en la luna”, de Esteban Valentino.

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