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Historias Reflejadas

Historias reflejadas: “El repliegue de las cosas perdidas”

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El repliegue de las cosas perdidas

En un repliegue del mundo, justo allí donde nadie recordaba bien las palabras, se encontraban ocultas las cosas perdidas.

Pequeño, aunque no demasiado, oscuro y por momentos algo profundo, el extraño repliegue guardaba en su interior las penas propias y ajenas.

Algunos decían que se trataba de una especie de remolino viviente que arrastraba a su antojo todo lo que deseaba, sin distinción de colores, tamaños o distancias.

Otros aseguraban que tenía la forma de una gran boca, capaz de deglutir sin medida aquello que añoraba.

Un recuerdo, una voz, un par de anteojos, un amor, la imagen de la luna del otro lado de una ventana, eran manjares para él.

Cuentan por ahí que, en cierta ocasión, el repliegue se atrevió con algunas letras y esto trajo serias consecuencias. Una cosa llevó a la otra y de repente muchas palabras se encontraron en problemas.

Unos sonidos curiosos se enredaron en la lengua de las personas y ellas comenzaron a perderse en medio de gestos capaces de espantar a la propia sombra.

Desorientados, los habitantes del planeta buscaron lo que estaba perdido y pudieron sentir la presencia de un fantasma gigante y juguetón: el miedo.

Entre sollozos y penas se dejaron llevar por las aguas del amor y solo así pudieron descubrir que aquello que les faltaba estaba delante de sus ojos. Bastaba mirar justo allí, por encima del repliegue que cubría su propio mundo, ese en el que muchas veces estamos perdidos.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “A Lucas se le perdió la A”, de Silvia Schujer; el cuento “El fantasma juguetón”, del libro “Fantasmas traviesos y juguetones” de Emilio Breda; el cuento “El hombre que perdió su sombra”, del libro “Los cuentos de la abuela” de María Elena Togno; el cuento “Historias de amor con final de río”, del libro “De boca en boca Córdoba” de Graciela Bialet; y el cuento “Mirar la luna”, del libro “Saber de las galaxias y otros cuentos” de Adela Bach.

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“El origen de las leyendas”

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El origen de las leyendas

Apretada en las oscuridades de la nada, la palabra dormía eternidades. El tiempo le fue dando forma, ligera y volátil, de manera que ella pudiera elevarse y asumir su libertad.

Primero fue un susurro robado al mismo viento, luego un tímido balbuceo de letras vivas, capaces de emanciparse para levantar vuelo, y más tarde grito, canto y protesta.

Los animales se unieron con sus voces al trueno y a la lluvia, al murmullo del agua y al temblor de la tierra. La melodía extendió sus brazos y despertó temprano en los primeros hombres necesitados del verbo.

Una araña invisible fue hilando su tela con palabras de seda que se pegaron al silencio primario y se desparramaron en verdades imposibles de detener.

La trama enredada entre sus patas fue abrazando a los pueblos con sonidos nuevos, para luego anidar en el corazón de cada habitante en forma de leyendas.

Escondidas en las bocas de los hombres y mujeres viajan las historias que lo explican todo y calman el alma. La palabra entonces toma vida y se libera, dando forma a cada una de las cosas que se cuentan, que se esparcen en el aire de los tiempos, renovándose para permanecer.

Coloreadas por la imaginación y enriquecidas por la repetición, las leyendas se convierten en arte en movimiento. Las leyendas son y serán la raíz y el fruto que representa a cada pueblo.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Lo que cuentan los guaraníes”, de Miguel Ángel Palermo con ilustraciones de María Rojas; “Leyendas, cuentos y otros relatos mapuches”, por Fernando Córdova e ilustrados por Huadi; “Me lo dijo un indio viejo”, de Aída Marcuse; “Cuentan que cuentan que les contaron”, de Olga Drennen y Patricio Olivier.

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“Emociones congeladas”

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Emociones congeladas

En los infinitos dobleces de la memoria, se ocultan oscuros los recuerdos de un tiempo que no fue.

Debajo de la piel, adormecida de dolor, late el pasado y las hebras del destino se ramifican determinando la esencia de aquellos que se permitieron el olvido.

Cada latido se manifiesta y se vuelve pesadilla, imagen desdibujada en una niebla que interpela y avanza soltando preguntas sin respuestas.

Emociones congeladas en un ovillo de vivencias lacerantes, toman forma para luego mutar en sombras que se convierten en presencias silenciosas.

Allí, en esos vacíos, las raíces se pierden para dar lugar a otros, tan distintos de sí mismos, que resultan desconocidos.

El ser, multiplicado en heridas que no sanan, no encuentra rostro ni identidad en los espejos que lo reflejan.

En un eco lejano sus nombres se pierden en una frontera borrosa que divide lo que fueron de lo que otros decidieron que fueran.

Sin embargo, en un diminuto rincón de la existencia todavía es posible retornar, volver a sí mismos a través del encuentro.

En los infinitos dobleces de la memoria, la tibieza de un amor verdadero, es capaz de liberar el lado salvaje de cada uno, esa esencia recuperada, capaz de desplegar sus alas para lograr volar en algún abrazo hacia la tan ansiada libertad.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “En brazos de mi enemigo”, de Andrea Milano; “Pasiones en guerra”, de Cynthia Wila; “Tu lado salvaje”, de Magalí Varela; y “El cautivo de la niebla”, de María. E. Sherriff.

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“Los animales se hacen cuento”

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Los animales se hacen cuento

En los orígenes, allí donde la nada y el vacío se llenaron de todo, sucedió el milagro. Dicen que una cosa llevó a la otra y de pronto, primero en las aguas y después en la tierra, los animales dijeron presente.

Sus cuerpos de diseños perfectos fueron pincelados con colores diversos y después comenzaron a moverse hasta llegar a los rincones más insólitos del planeta. Nadaron, caminaron, corrieron, treparon y volaron, hasta que un día se hicieron cuento.

Encerrados en las páginas de los libros muchos de ellos viven y cuentan sus historias y nos invitan a ser parte de sus aventuras, a mirar la vida desde otro lado, más arriba, más abajo, en las profundidades del agua o en lo alto del cielo.

Con ellos nos ponemos alas y levantamos vuelo, nos sumergimos para descubrir la vida que burbujea y olfateamos el peligro que hay del otro lado.

Las letras se hicieron palabras para enredarse en historias que alguien dejó escondidas. Después vinieron los lápices y los pinceles que tiñeron de colores las formas dibujadas para dales vida.

Aferrados al papel, los animales se hicieron cuento y también leyenda, se subieron a un arca, se escondieron de los cazadores, se asustaron, cambiaron de color, y pintaron sonrisas en cada uno de los niños que recorrieron las páginas de los libros en los cuales esperan.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Cuentos de la Patagonia”, de Ana María Shua, Gabriela FabryKant y Paloma Fabrykant; “La paciencia de Noé”, de Fabián Sevilla; “Bichos que vuela”, de Patricia Suárez; y “Nube” de Mario Méndez.

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