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Sucari: “El estereotipo es la cáscara, y cuando una empieza a ver qué hay más allá se acaban los lugares comunes”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini /
Foto de portada: Manuel Iniesta //

Algo se mueve, es un latido, una vibración imperceptible, una voz que se corre de lugar, rompe el silencio. Es un eco que se refleja, se escapa en letras, se busca, es un hilo que arrastra más voces, sonidos que resbalan de las manos, todo es fugaz, efímero, como si adentro no hubiera luz, como si el viento pudiera hablar por encima de las palabras.

La escritora Leila Sucari, autora de las novelas “Adentro tampoco hay luz” y “Fugaz” y de numerosos cuentos, poemas y crónicas que fueron marcando su camino, está atenta a las voces, escucha, se deja arrastrar por las palabras y se entrega a las historias que escribe, como si ella misma fuera una palabra en movimiento.

ContArte Cultura charló con ella para entrar en su mundo creativo y conocer los detalles o vivencias cotidianas que la llevan a escribir.

—Comencemos esta charla con un juego de presentación. Para eso vamos a detenernos en una imagen simbólica y misteriosa que aparece en tu segunda novela: una ballena encallada. ¿Cuál es la primera palabra que ves salir de la boca de esa ballena quieta en las arenas de tu imaginación? ¿Qué nos pueden contar de vos esa palabra y esa imagen?

PH: Roberta Ríos

—Sueño con ballenas desde los 15 años, desde muy chica y todo el tiempo. Es mi sueño recurrente. La ballena es un animal que me habita y me acompaña. Y me interesa trabajar con las apariciones que ocurren a nivel inconsciente, con las imágenes y las palabras que llegan y que no dependen de una voluntad, de una conciencia, sino que aparecen, y bucear un poco ahí, en esos lenguajes más del orden del misterio. También me atrae lo desmesurado o lo mínimo. Los extremos que no encajan en la supuesta normalidad, en el tamaño de la vida cotidiana. Eso que pasa desapercibido o que impacta por el desborde. Y la ballena fue un poco un disparador para ahondar en eso y en las fuerzas de las atracciones sin lógica, de lo que irrumpe. Es un animal que está muy presente en mí. Nunca me puse a tratar de desentrañar por qué pero sí me resuena, me conmueve, y por eso llevé la ballena a la escritura.

—¿Recordás en qué momento de tu historia personal descubriste tu gusto por la escritura?

—Escribo desde muy chica, desde los 7 años. Apenas aprendí a leer y escribir… Recuerdo cuando terminé de leer una primera novela, un libro para niños, que fue una emoción tremenda y me puse a llorar porque me dije “este universo en donde estuve habitando todos estos días ya se terminó” y no lo podía comprender. Ahí fue que comencé a escribir. La lectura y la escritura juntas. Y tengo cuadernos “Rivadavia” con cuentos de animales que se pierden. Era mi temática de niña. Y mi escritura fue mutando, de cuentos a poemas, de poemas a cuentos, después pasé por la crónica narrativa, después por la ficción. Fue un verdadero camino de búsqueda a través de los distintos géneros.

—¿Qué es lo primero que percibís cuando una historia comienza a moverse en tu interior?

—Depende de la historia. No hay una forma o una manera de aparecer siempre igual, entiendo que cada vez es distinta. Pero sí es como una suerte de presencia difusa. No es una imagen concreta, mucho menos una idea o un proyecto. Sino una presencia, una voz, un clima, una sensación, una forma de decir particular. Algo que está, que empieza a aparecer, como un modo de ver, y a partir de ahí está el trabajo de sentarse, buscar, indagar.

—Una vez que encontraste la voz o las voces de tus personajes, ¿cómo sigue el proceso creativo de eso que querés contar?

—Como venía diciendo, la voz es para mí lo primero y encontrarla, poder abrir un primer párrafo que sea potente, es abrir la ventana hacia ese mundo. Luego escribo mucho en escritura automática, que quiere decir que escribo mucho en mi cabeza. No tanto el armado de la estructura, sino estar habitando ese mundo. Cuando escribía Fugaz estaba con las ballenas, con los mares, con ese pueblo y la voz de esa narradora todo el tiempo presente. Cuando salía a caminar, cuando iba a hacer las compras, cuando me daba una ducha o cocinaba, siempre había algo ahí macerándose dentro de mí. Por eso es que siempre tengo algún cuadernito para tomar notas, tal vez una palabra, una frase. Voy armando una suerte de collage, constelación de ideas, sensaciones, miradas. Es como estar muy alerta a cómo mira esa voz. También uso mucho de mi experiencia, pero deformada: empiezo a mirar mi realidad y mi cotidiano atravesado por esa voz con la que estoy trabajando.

—¿Cuáles son las cosas que no pueden faltar en un personaje de Leila Sucari?

—En realidad los personajes son voces que aparecen, aunque sí encuentro ciertas cuestiones que me interesan y que insisten. Pero hablar de personajes me resulta medio acartonado, raro, me gusta más llamarlos voces que tienen que ver con búsquedas, con salirse de situaciones o lugares de confort e ir a buscar algo más. Cierta insatisfacción con lo dado, cierto impulso hacia el deseo que siempre está en otro lado y mucha presencia de la naturaleza, los animales, el movimiento en la palabra.

—En tu primera novela “Adentro tampoco hay luz” (Tusquets) es la voz de una niña la que conduce la historia, pero existen otras voces que enredan la trama. ¿Cómo construiste a esos otros personajes que interactúan con la niña?

—Los otros personajes fueron apareciendo. En un principio estaba la nena con la abuela y fue un trabajo de ir hacia adelante. De pronto una frase me llevó a otra, un párrafo a otro, y el mismo texto, el mismo material, la misma palabra y la misma historia iban pidiendo. Nunca trabajo con proyecto o plan, con ideas definidas o preconcebidas, sino que es escuchar lo que se está escribiendo, y si uno escucha lo que está escribiendo va apareciendo la necesidad. El tema es estar alerta ahí.

—¿Por qué elegiste el campo como escenario de esta novela?

—Al campo no lo pienso como escenario, sino que también es parte. El paisaje no es un escenario, es un personaje, un componente más y es clave. La novela no podría ser esa novela en otro lugar, esa niña no podría ser esa niña si estuviera en el mar o en la ciudad. El espacio me resulta clave en la construcción, y así era esa niña en el campo con la abuela, la relación con los animales, ese límite entre lo salvaje y lo civilizado. Todo el tiempo buscando esa frontera que el campo presentaba como posibilidad de ahondar, investigar y meter los pies en el barro.

—“Fugaz” (Tusquets), tu segunda novela, también es una historia de vínculos, de ausencias y presencias, de movimientos como búsquedas, ¿qué fue lo primero que sentiste que necesitabas contar de la protagonista? ¿Cómo viviste ese proceso de contar los vínculos fuera de todo estereotipo?

—Los vínculos, presencias y ausencias, los movimientos, creo que están siempre presentes en mi escritura. Eso de movimientos como búsquedas me parece está en todo lo que escribo. Cuando una rasga la superficie los estereotipos se caen muy fácilmente. El estereotipo es la cáscara y cuando una empieza a ver qué hay más allá de la cáscara se acaban los lugares comunes, porque cada persona tiene un universo propio y único. Particularmente, en Adentro tampoco hay luz me interesaba salir de la idea de “la abuela”, “la madre”, “lo que se supone que”, salir de los roles estáticos. Busqué permitir ver cómo es esa relación en particular. Salir de la idea y de lo general e ir hacia lo particular, a lo chiquito, al gesto. En el caso de Fugaz necesitaba contar esa fuerza del deseo de la protagonista que la empujaba a moverse todo el tiempo, a ir, a salir, esa intuición como una fuerza arrasadora que primero la saca de su lugar, de su pueblo, de su pareja, y la lleva a la ciudad en una suerte de deriva que no sabe bien hacia dónde va ni dónde va a terminar, pero ella sigue porque siente ese deseo, esa intuición, y la atracción de las ballenas como una fuerza que la desterritorializa todo el tiempo. Nunca encontrar un lugar de comodidad, un lugar fijo y estático, sino pensar el deseo, el movimiento y lo vital como algo que está todo el tiempo transformándose. También quería cuestionar ese lugar de madre, esa maternidad edulcorada y de revista Para Ti, y poder así indagar e interiorizar y ver cómo es. Mostrar qué compleja y salvaje puede ser la relación entre una madre y un hijo, entre una mujer que materna y a la vez tiene deseo. Busqué poner ahí, sobre el papel, todas esas tensiones.

—Si tuvieras que elegir una palabra o una imagen que resuma la esencia de tu libro de poemas “Baldío”, ¿cuál sería y por qué?

Baldío habla sobre lo roto, sobre la herida. También tiene bastante erotismo, como un modo de sanar y de salvarse de esos lugares rotos. El mismo título lo muestra. Es un terreno abandonado, pero en ese abandono y salvajismo empiezan a crecer plantas, frutos inesperados, esa potencia de lo que es y lo que continúa más allá de los escombros.

—Para terminar, ¿qué nos podés adelantar de “Te hablaría del viento” (Editorial Excursiones), tu última obra publicada?

Te hablaría del viento es un libro en el que cruzo muchos géneros. Son crónicas, relatos autobiográficos, mezcla de prosa poética en donde hay muchos textos muy cortitos, otros más largos. Es un libro que estuve trabajando durante los últimos cincos años y en el que me interesaba rescatar la poesía en el medio del caos cotidiano, cómo se puede encontrar en medio del devenir, del día a día, un destello que abra la poesía en ese sentido, aquello que genera una grieta, una fisura en el lugar común, que abre, que irrumpe y que nos muestra un poco de belleza. También hay muchas lecturas, sueños, pensamientos. Es difícil de definir porque justamente es un cruce a lo que me interesa cada vez más trabajar. Entre los géneros y también las disciplinas. Estoy muy contenta con el libro, entiendo que hicimos un gran trabajo de estructura, de qué pasa con el tiempo, con esos fragmentos en donde no hay un orden cronológico sino que existe una suerte de convivencia temporal, casi como si fuera una pintura donde no existe un tiempo lineal. Ahora es el tiempo de esperar que se lea y que abra también nuevos sentidos.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
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