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María Teresa Andruetto: “Es a ese ser real que se genera dentro de mí al que persigo con la escritura”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca)
Edición: Walter Omar Buffarini //

Cada paisaje tiene su propia voz. En los intersticios de la vida se ocultan las palabras que nos constituyen y que, cada tanto, emergen para recordarnos el sitio al que pertenecemos. María Teresa Andruetto está atenta y escucha, logra adentrarse en esa lengua que teje la historia de los pueblos, se introduce en los rincones y posa sus ojos en los fragmentos con los que construye cada una de sus ficciones.

Es allí, en el interior de esos mundos imaginarios, donde vierte, gota a gota, los textos que forman parte de su esencia, como si de esa manera pudiera convertirse en cada uno de los paisajes recorridos y volverse poema en erupción sobre las voces que mutan para permanecer.

En diálogo con ContArte Cultura la escritora cordobesa mira el camino recorrido, cuenta sus vivencias con la palabra y presenta su libro “Poesía reunida”.

Mirando hacia atrás en la ruta recorrida, ¿Recordás en qué bordes del camino se despertó tu interés por las palabras y las múltiples posibilidades que las habitan?
—El interés por las palabras creo que está desde siempre. Yo vivía en una casa donde había mucho relato, más allá de que había libros y que eran algo muy valorado. Era una casa sencilla, modesta. Y cuando yo era chica la condición era francamente pobre, pero con una pobreza transitoria, en el sentido de que dentro de esa estrechez existían fuertes capitales culturales y precisamente entre ellos estaba el libro. Mi mamá era lectora y mi papá transitaba con los recuerdos de su vida en Italia, su conocimiento de la música, de la literatura, de la historia italiana. Insisto en que era una casa donde había relatos, muchos de ellos respecto de la vida que habían tenido ellos antes, de sus familias, de los vecinos de su infancia, de la historia de sus pueblos. Lo de mi papá se justifica mucho porque él quería que nosotros estuviéramos al tanto de la vida de toda su familia en Italia, y en mi mamá porque era algo muy natural en ella, era una persona que sabía contar muy bien. Todo eso hizo que la palabra, el relato, y la musicalidad de las palabras también, estuvieran desde siempre en mí. Aprendí a leer antes de ir a la escuela, después me volví una lectora voraz y luego empecé a borronear escritos, a contarle historias a mis compañeras de curso buscando que me quisieran, para hacerme amiga, después estudié Letras… siempre estuvo ahí, a la mano para mí, la palabra, la música de la lengua, los relatos.

—¿De qué manera lográs construir con el lenguaje la arquitectura de tus ficciones, esos otros mundos en los que se esconde y se proyecta el nuestro?
—Nunca busco deliberadamente un asunto para escribir, nunca jamás lo he hecho. Tampoco lo he necesitado porque hay muchas cosas que me llegan, que me impactan sin que yo las busque, y esa sorpresa que tengo frente a algo que veo o escucho es lo que me lleva a escribir. Ese es el origen, después se mezcla con muchas cosas que suceden mientras escribo, o que recuerdo. A mi me parece que lo que uno hace finalmente cuando escribe es como meter en una coctelera un montón de elementos que van apareciendo, que piden ser incluidos sin que no sepa muy bien por qué, y con todo eso se va armando algo que va tomando temperatura. Es el lenguaje que se va calentando, se va haciendo una cocción, de modo que podría decir que, como en el caso de la coctelera, la escritura es batir los distintos elementos que aparecen, que como digo son elementos no buscados y que llegan tanto a la cabeza como al corazón. A veces una sabe por qué, y a veces ni siquiera eso.

—¿En qué lugares se detiene tu mirada para regresar con las imágenes que despiertan tu creatividad? ¿Cómo despiertan los personajes en tu interior? ¿Hay un encuentro de voces con cada uno de ellos?
—Veo algo en la calle, una imagen que después me lleva a preguntarme por qué esa persona hace eso o por qué estará en esa situación, y ahí empiezan a aparecer cosas de la memoria, cosas que están almacenadas. Tengo un gran registro de memoria emotiva, porque tengo una profunda empatía con las personas, entonces algo se guarda en algún lugar sin que yo lo prevea para un futuro uso escritural. Allí se funden, se unen. Respecto al encuentro de voces con los personajes, debo decir que yo no le doy la palabra a nadie si no lo he escuchado hablar en mi interior. Tengo que oír esa voz. En definitiva, lo que veo y lo que escucho, todo se hace real dentro mío y es a ese ser real que se genera dentro de mí al que persigo con la escritura.


“La escritura es batir los distintos elementos que aparecen, que son elementos no buscados y que llegan tanto a la cabeza como al corazón”


—En las aguas de la literatura nadan las palabras que se dicen y las que se callan, ¿Crees que los silencios también ayudan a dar vida a un relato? ¿Puede aquello que no se dice convertirse en una voz que emerge en esas olas de silencio?
—Claro que los silencios ayudan a los relatos, diría más bien que es indispensable que en un relato haya silencios. Puede ser un silencio de la voz o puede ser algún asunto silenciado que el lector infiere pero que no está en superficie. Si no lo hubiera, si no existieran cosas sumergidas, omitidas, tampoco habría voz. Eso es algo que los escritores aprendemos de la música. Yo soy torpe para hacer música, aunque estudié doce años piano, pero si soy una escucha atenta. En la música uno aprende el equilibrio entre el silencio y el sonido, y la escritura es también así. Escribo tratando de oír la musicalidad de lo que redacto. Me interesa mucho eso.

¿Qué cosas pueden provocar la erupción de un poema dentro tuyo?
En mi caso, a la poesía ha ido lo más autobiográfico, entonces lo que provoca la erupción de un poema es algo que me ha pasado más directamente a mí. Algo de orden muy emocional, que tiene que ver con mi entorno muy próximo y muchas veces con mi historia. Porque me interesa mucho el poema-relato, contar una pequeña historia, pero contarla de un modo musical, de un modo distinto al del relato puro, con un modo que no renuncia a la musicalidad. Aunque en el relato la musicalidad también está presente, en la poesía tiene una intensidad mucho mayor. 

—Contanos acerca de tu libro “Poesía reunida”, ¿cómo nace la idea y de qué manera la llevaron adelante con la editorial?
—La idea de hacer Poesía reunida fue del editor Javier Cófreses, de Ediciones en Danza. Él fue quien me escribió y me dio esta sorpresa. No es que fuéramos amigos, lo que para mí lo hace más valioso todavía. Me escribió y después seguimos en contacto telefónico. Luego vino a casa en Sierras Chicas, desde Buenos Aires, para proponerme que hagamos el proyecto. Todo fue muy conversado. Él quiso que estuvieran todos mis libros, pero yo tenía dudas sobre los primeros, pero Javier me convenció de que tenían que estar todos. Entonces le pedí ir desde el presente hacia el pasado, y agregué algunos poemas inéditos, que revisé y pulí para esta publicación. Javier también le pidió el prólogo a Jorge Monteleone, que es realmente excepcional por la profundidad y la generosidad tremenda con la que se ha metido en mis poemas. Y también de Javier fue la idea de agregar algunas fotos privadas, familiares, que se conectan con los poemas porque, como ya he dicho, la poesía va hacia ese lugar más íntimo, y entonces revisa mi entorno más privado, mis abuelos, mi madre, mi papá, mi hermana, mi compañero, mis hijas, mi casa, la familiar y la que casa en donde vivo. Por ahí van los poemas, nunca han ido por otro lado.


“La poesía va hacia un lugar más íntimo, en cambio en la narrativa miro el mundo de los otros. En fin, así se ha distribuido mi corazón… entre los géneros”.


—¿En qué proyectos estás trabajando por estos días?
—Tengo dos libros en proceso de edición que seguramente saldrán en marzo del año próximo. Uno se llama Selene y es un cuento largo que va a salir en una colección para jóvenes en Editorial Sudamericana, que está ilustrado por el artista plástico Germán Wendel y que es la historia de una chica con una mujer que la cuida a raíz de una imposibilidad que ella tiene, pero es el pretexto porque es un poco la confrontación entre dos culturas: la de la chica, más urbana y joven, de niña grande, y la de la mujer que la cuida, más rural, más norteña. El otro pertenece a Random House Mondadori, y es un libro de crónicas que todavía no tiene el título definitivo, aunque estamos trabajando en ello. Es la escritura de unas crónicas orales que realizo en la radio los días viernes. Son breves textos e historias de gente que he conocido, de la que sé, y que de alguna manera se vinculan con la literatura. Luego tengo un cuento que se mantiene inédito y que no sé muy bien que voy a hacer con él. Es un mismo relato contado tres veces con finales distintos. Y también estoy empezando con una novela, que tampoco tiene título aún, en la que espero avanzar en el verano.

—Para concluir, si pudieras guardar un deseo en una sola palabra, ¿cuál sería la palabra elegida?
—Si pudiera guardar un deseo en una sola palabra, esa sería amor. Empatía con el otro. Deseo de un mundo más justo.

(Fotos: Diario La Voz de Córdoba / Hugo Suárez Fotografía)
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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
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