Historias Reflejadas
“Alquimia de culturas”
Alquimia de culturas
La historia no duerme. En los círculos del tiempo sus brazos se extienden uniéndolo todo. Lo que pasó vuelve a repetirse una y otra vez, ciclos cien veces vividos reflejan la existencia de hombres y mujeres de todos los tiempos hermanados en verdades y mentiras, en amores y odios, en venganzas y traiciones que marcaron el rumbo de pueblos diferentes y tan parecidos.
El bien y el mal separados por un hilo invisible que desdibuja sus límites y pinta de grises los hechos y las circunstancias.
Unos contra otros sembrando terror, se pierden en contiendas que nacen en el corazón y se desparraman en el camino.
Tierras, cargadas de sombras, desvían sus destinos guiadas por palabras que pronto desaparecen en senderos en los que la muerte es irremediable y se convierte en olvido.
Entonces sucede la guerra, ese monstruo que afila sus garras para mostrar la soberbia y la ambición de unos pocos, y lastima las entrañas de los pueblos cuyas lágrimas de sangre se derraman en ríos de miedo y de ausencias.
Alquimia de culturas en las que todo es posible, dos orillas que se acercan y se juntan en las aguas del amor capaces de sanar y reparar tanto dolor y de unir a pesar de las diferencias.
En el viaje de la existencia es posible renacer dejando de lado la ceguera que afecta el alma.
En el amanecer de las vidas que trascienden la muerte se puede descubrir el verdadero rumbo y reconocer la riqueza de los destinos que se han cruzado tan solo para iluminar el futuro.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Indias blancas”, de Florencia Bonelli; “Yporá”, de Gloria Casañas; “Como vivido cien veces”, de Cristina Bajo; y “Tierra en sombra”, de Camucha Escobar.
Historias Reflejadas
“Sabiduría encriptada”
Sabiduría encriptada
Enrollada en las letras de los siglos, la sabiduría reclama su palabra y se convierte en chispa que enciende, sutil, las verdades más negadas.
Lo que no se quiere ver, aquello que se entierra porque duele y cuestiona y aun así puja por salir a respirar el aire de lo certero, es más tarde infierno y pasión, ciega guerra de unos contra otros, duelo de creencias enfrentadas, que escinden y empujan al hueco de las diferencias donde cada uno es tan solo una imagen en el espejo de la existencia.
Lenguas de fuego devoran presurosas todo lo que no debe saberse, aquello que molesta porque es capaz de visibilizar lo que parece invisible.
Secretos escondidos, guardados en los profundos y oscuros túneles del olvido, buscan la luz atravesando las tinieblas del miedo y el silencio de la muerte.
Vidas entretejidas que no encuentran la paz, se cruzan desatando los nudos de un destino de mandatos y traiciones.
Más allá de lo que se ve, hay un mundo subterráneo por el que corre la savia que alimenta, aquella que derriba los supuestos que estigmatizan a las personas, muchas veces convertidas por otros en horribles criaturas que en verdad no son.
Descender a las oscuras cavernas para encontrar aquello que nos salva, trascender la opresión de la negrura para dar con el centro del ovillo de nuestra existencia.
Atravesar las noches en las que las sombras envuelven y confunden, es quizás el único camino para dar a luz a la verdadera sabiduría, aquella que sólo se encuentra en la profundidad del ser.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Más allá del temple”, de Lola Nieva; “La hermandad de la sábana santa”, de Julia Navarro; “El maldito”, de Adriana Hartwig; y “El último manuscrito”, de María Correa Luna.
Historias Reflejadas
“Palabras mágicas”
Palabras mágicas
La magia, ese personaje escondido detrás de los otros, que asoma entre letras y rueda sobre las palabras transformándolo todo.
Sube y baja, extiende sus manos entrelazando las cosas eternas, aquellas que merecen guardarse en los rincones de la memoria, aquellas que se convierten en recuerdos y que son capaces de expandirse más allá de lo imaginado cada vez que son narradas.
Es justamente en ese juego donde la magia invita y convoca, obligándonos a despertar, a prestar atención a lo importante, a encontrarnos en lo invisible para hacerlo visible.
Ser mago es atravesar los puentes de los sentidos para dejarse llevar por esa luz que modifica todo.
Es lograr que lo imposible se haga posible, desafiando a los miedos y a las dudas, rodando entre las palabras que cuentan nuestra historia.
Es descubrir conejos que se esconden entre las letras de un cuento para acariciar el alma de un niño.
Es escuchar el susurro de sílabas capaces de formar palabras siempre nuevas, que se guardan en las cuevas del tiempo donde sucede el pasado y crece el futuro.
Es descubrir que una página puede cambiar infinitas veces, que todo depende del misterioso contacto entre lectores y autores que hacen incompletas todas las enciclopedias del saber galáctico.
Porque sólo la magia es capaz de completar la página en blanco de nuestra existencia y de convertir cada instante en una nueva oportunidad.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Soy mago”, de Leo Batic; “Saber de las galaxias”, de Adela Basch; “La rebelión de los conejos mágicos”, de Ariel Dorfman; “Hechizos y descubrimientos (Alas para los dinosaurios)”, de Márgara Avervach; y “Relatos de los confines (Oficio de Búhos)” , de Liliana Bodoc, quien permanecerá por siempre con su magia.
Historias Reflejadas
“Un cuento especial”
Un cuento especial
Atrapado en un colorín muy colorado, gritaba furioso un lápiz. De su punta alterada escapaban patadas rayadas, suspiros dibujados y letras rabiosas.
No era cualquier lápiz. ¡No! Este lápiz bailarín era capaz de enredarse en las travesuras más traviesas, y entre tropezones y tropiezos fue capaz de lanzarse sobre un papel que lo miraba, blanco del susto y que de tanto miedo se puso a llorar, o a llover, aunque este detalle ya no era importante. Fue en ese momento exacto cuando ocurrió el milagro. Porque juntos, entrelazados por la lluvia o por las lágrimas, lápiz y papel dieron nacimiento a un cuento pasado por agua.
No “había una vez” en este cuento tan mojado, porque se lo había llevado la inundación y se había hundido tan profundo que era difícil encontrarlo. Tanta agua acumuló el llanto que se convirtió en laguna, mientras el lápiz seguía dibujando animales que se perdían entre risas y cantos, entre sueños y leyendas, entre adivinanzas y enojos. Pelos, plumas y escamas se caían de a trazos cuando el lápiz danzaba. Todos eran uno en esa historia empapada que una abuela contaba en algún lugar del planeta. Y así, de abuela en abuela, llegó a las manos de una que era muy moderna, porque era capaz de guardar sus relatos en un disco, el propio, ya que se trataba de una abuela electrónica. Claro que por su condición ella no podía mojarse y así se complicaron las cosas, las del cuento mojado y las de la abuela, que con el agua empezó a desprender chispas y estas detuvieron el cuento que ya no podía contarse.
Atrapado en el colorín colorado, había una vez un cuento que un lápiz no pudo terminar de escribir.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Había una vez un lápiz” y “Había una vez un cuento”, de Adela Basch; “La abuela electrónica y algunos cuentos de su diskette”, de Silvia Schujer; y “Noches de laguna llena”, de Silvia Paglieta.
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