Literatura
Murió María Kodama, la viuda y heredera universal de Jorge Luis Borges
La escritora y traductora María Kodama, última esposa de Jorge Luis Borges y heredera universal de su obra, falleció a los 86 años como consecuencia de un cáncer de mama que le había sido detectado en los últimos tiempos, un hecho que no le había impedido lanzar hace dos meses su último libro: “La divisa punzó”, una historia del caudillo Juan Manuel de Rosas que escribió a cuatro manos junto con Claudia Farías Gómez.
La noticia de su muerte fue confirmada por su abogado, Fernando Soto, quien escribió en Twitter: “Ahora entrarás al ‘gran mar’ con tu querido Borges. Que en Paz Descanses María”. La viuda de Borges padecía cáncer de mama desde hace unos meses y en su etapa final permaneció recluida en su casa de la localidad de Vicente López.
Kodama se consideraba japonesa porque su padre tenía esa nacionalidad, aunque había nacido en Buenos Aires el 10 de marzo de 1937. Era hija de María Antonia Schweizer, de ascendencia suizo-alemana, inglesa y española, y del químico japonés Yosaburo Kodama. Tras haber cursado una Licenciatura en Letras, participó de varios cursos, en uno de los cuales se reencontró con Jorge Luis Borges, a quien contó más de una vez que había conocido a los 12 años cuando un amigo de su padre la llevó a una de sus conferencias.
Cuando se conocieron él era 38 años mayor pero eso no fue un impedimento para una relación que se extendió por más de una década y que recién se formalizó legalmente en abril de 1986, dos meses antes de la muerte del escritor, que curiosamente también falleció, como ella, a los 86 años.
“Mi madre me decía que Borges podía ser mi abuelo y tenía razón. Por esa diferencia de edad (él cincuenta y cuatro y yo dieciséis) era una adelantada. Pero, por otro, cuando éramos adolescentes mis amigos hablaban de la familia y los hijos, y yo no quería formar ninguna familia porque mis padres estaban separados y yo al cuidado de mi abuela. Cuando me hablaban de esposas yo solo conocía a las que se les ponían a los presos. Desde los cinco años en mi cabeza ya primaba el razonamiento: yo no quería casarme para ser una prisionera y menos tener hijos que me iban a absorber toda la vida, no quería generarme una esclavitud: quería ser libre”, había contado en una entrevista reciente con la agencia de noticias Télam.
Juntos firmaron dos libros: “Breve antología anglosajona”, una recopilación de una de sus grandes pasiones conjuntas, la literatura inglesa; y “Atlas”, un libro de sus viajes publicado en 1984 con las impresiones del escritor. Esta segunda obra a dúo funciona como una bitácora de los cuantiosos viajes que realizaron. “María Kodama y yo hemos compartido con alegría y con asombro el hallazgo de sonidos, de idiomas, de crepúsculos, de ciudades, de jardines y de personas, siempre distintas y únicas. Estas páginas querrían ser monumentos de esa larga aventura que prosigue”, se lee en el prólogo escrito por el autor de “El Aleph”.
La obra incluye una foto emblemática de Borges en la que se lo percibe de perfil, sonriente, viajando en globo, una experiencia que el narrador pudo vivir pese a las prevenciones de los encargados de estas travesías que la desaconsejaban por las limitaciones a las que lo exponía la ceguera. Kodama, sin embargo, se jactaba de no restringir los deseos de su marido en nombre de su discapacidad visual.
“Todo el mundo condicionaba a Borges por sus capacidades (porque era ciego, sobre todo) y yo, por lo contrario, soy la libertad. Entonces él sabía que libertad es hacer lo que se le antoja y además correr con las consecuencias de eso que se me antoja. Eso es libertad, como fui educada por mi padre. Yo le decía: ‘Mire, los peligros que corren son estos, ¿acepta o no acepta?’ Y él quería. Entonces yo le decía: ‘Bueno, después no llore, eh’. Estaba feliz. Disfrutaba de todo”, evocaba ella.
En 1988, Kodama creó la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, que presidió hasta su muerte. Por el celo con que buscó preservar la circulación de la obra del escritor, mantuvo varios litigios legales. El más resonante fue contra el escritor Pablo Katchadjian, a quien en 2015 le inició una demanda por presunto plagio y defraudación luego de que en 2009 usara “El Aleph”, de Borges, para un libro titulado “El Aleph engordado” que consistió en sumarle 5600 palabras al texto del narrador. Katchadjian fue sobreseído definitivamente en 2017 y la Justicia Civil finalmente intimó a Kodama a pagar 888.500 pesos de costas y honorarios.
En 2021, la escritora y profesora de Letras se atrevió a hablar de sí misma y de su historia previa a su encuentro con Borges en la autobiografía “María Kodama. Esclava de la libertad”, que escribió junto al periodista Mario Mactas. Allí se explayaba en dos aspectos: la envidia que despertó en “amigos” la decisión del escritor de nombrarla heredera de su obra y la insistencia de él en querer casarse.
En el libro publicado por Ediciones de la Flor y escrito por Mactas se puede ver claramente cómo la vida de Kodama se puede dividir en tres etapas: la primera abarca hasta los 16 años -momento en el que conoce a Borges-, la segunda recorre sus años junto al autor de “El Aleph”, y la tercera, su vida como viuda del escritor argentino. En uno de los tramos más sorprendentes llega a revelar los celos de Borges y cómo ella nunca soportó ninguna presión, ni ninguna posesión.
“Yo me di cuenta de que era una persona celosa porque habíamos ido a ver como cincuenta veces la película “Lawrence de Arabia”. Borges un día me dijo que quizá yo estaba aburrida de ir a verla. Yo le contesté que todo lo contrario, porque Peter O’ Toole era una persona genial. Seis meses después me dice: ‘Estuve pensando en algo que usted me dijo. Ese actor jamás podría ser su pareja porque los irlandeses beben mucho y usted no ha probado alcohol en su vida y Peter O’ Toole es un enano y a usted le gustan los hombres altos'”, recordaba Kodama.
Hace dos meses, Kodama había presentado su libro “La divisa punzó”, escrito a cuatro manos con Claudia Farías Gómez y centrado en la figura del “Restaurador” Juan Manuel de Rosas. La obra había surgido de las múltiples y contradictorias bibliografías sobre su figura, así como de la correspondencia entre el estanciero y San Martín, de las propias anotaciones personales del exgobernador de Buenos Aires, y también de algunos diálogos con la viuda de Borges había mantenido con el escritor.
Durante una entrevista con Télam, la escritora contó que habló muchas veces con Borges sobre Rosas, ya que su figura siempre la atrajo y, en cierto modo, despertó su simpatía a pesar del entorno totalmente adverso y de la educación que recibió: “La profundización en el tema, me llevó a convalidar lo que yo intuía. Cuando hablábamos de los caudillos federales y de Rosas, Borges empezaba el debate y yo en broma, aludiendo a que él le dedicó a Facundo un espléndido poema, le decía: ‘Borges, El General Quiroga va en coche al muere’, a lo que él respondía, ‘Bueno. Cambiemos el tema'”, reveló durante la charla.
(Fuente: Agencia de noticias Telam)
Textos para escuchar
El niño de las avispas – Victoria Bayona
Victoria Bayona lee su cuento El niño de las avispas
“¿Por qué lo seguían?”, se preguntaban los habitantes de Cuerno Callado. Por un tiempo, nada más. Después, aunque parezca difícil de creerse, se olvidaron de él. Como si se hubiera desvanecido, no recordaban si había existido o lo habían soñado.
Fermín nació una madrugada en la que las estrellas parecían querer quedarse un tiempo más para esperarlo. Alrededor de las siete, un llanto menudo resonó en la casa. Los primeros insectos atravesaron la ventana poco después. Rodearon la cesta de trigos enlazados que les había regalado el hijo de un terrateniente. La madre reposaba aun dolorida por el parto, y fue el padre quien se encargó de espantarlos. Cerró las hojas de vidrio y vio cómo se agolpaban al otro lado. Buscaban cualquier resquicio para ingresar, rodeando el hogar con zumbidos y golpeteos. Lo que en un principio pareció un capricho curioso de la naturaleza, a los padres terminó por asustarles.
Cubrieron la cuna con velos, sellaron cada hueco, se ocuparon cuidadosamente de abrir solo unos segundos las puertas al entrar y salir, y consiguieron, por escasos meses, mantener a los invasores a raya. Pero Fermín crecía y, después de gatear, caminó. Tan pronto pudo acercar los bancos a los picaportes, era él quien dejaba entrar la plaga y la casa se llenaba de nubes bulliciosas.
Fue examinado por médicos, brujos y curanderas. Nada parecía explicar la atracción que sentían las criaturas por el niño. Picaban a cuanta persona estuviera al alcance. Al niño no. A él lo perdonaban de sus aguijones. Los padres entendieron que algo estaba realmente mal cuando escucharon que la primera palabra que su hijo pronunció fue “avispa”.
—¡No podemos seguir así! —gritó la madre un día, mostrándole al marido sus brazos lacerados—. ¡No podemos!
Lloraba a los gritos, y el niño la observaba parado, aferrado a los barrotes de la cuna. Al menos diez avispas revoloteaban a su alrededor. Cada vez que alguno de sus padres quería levantarlo, lo atacaban.
—Esto tiene que parar —repetía la mujer, hecha un ovillo sobre la cama—, tiene que parar.
Un extraño resentimiento crecía en sus corazones hacia el hijo. Al principio intentaron protegerlo, pero se fueron dando cuenta que los insectos no eran una amenaza para él, al contrario, parecía disfrutar su compañía. Pasaban los años y, aunque aun no pudieran confesarlo en voz alta, comenzaban a planear cómo deshacerse de él.
Casi sin mediar palabra, fueron construyendo una casita entre Cuerno Callado y Casadelmar, rodeada de árboles frondosos, bastante alejada del pueblo. Le pusieron un camastro rústico, una mesa, alacenas repletas de comida. Su plan era ir cada mediodía y cada noche a alimentarlo, que el niño durmiera allí, rodeado de los insectos sin que los afectara a ellos.
Cuando llegó el día, la madre tenía un ojo inflamado por una picadura. El padre ponía sobre las suyas un ungüento que les había formulado una curandera de Puerto Espinos. Hartos del martirio, esperaron a que Fermín, que ya tenía seis años, estuviera dormido. Lo envolvieron en una manta y lo dejaron en la cama que habían hecho para él. Lo miraron unos segundos. Cuando las avispas comenzaron a habitar la casa, huyeron.
Al día siguiente amanecieron sintiéndose extraños. El silencio era pesado. Poderoso. No había dentro de su casa un solo insecto. Nada les picaba. El cuerpo no ostentaba nuevas picaduras. Pero su hijo les faltaba. La madre rompió en llanto. El padre lloró también.
—¿Qué hicimos? —se reprocharon.
Salieron disparados rumbo a la casilla. Se convencieron de que encontrarían otras maneras de poder criarlo, que lo que habían ideado era una locura, que habían estado bajo los influjos de la alucinación producida por las picaduras. Que quizás el niño no hubiera despertado y nunca se enterara de que había pasado la noche lejos.
Cuando llegaron, Fermín no estaba. Desde entonces lo buscaron por todas partes. Pero el niño de las avispas nunca apareció.
Abrió los ojos. El olor era nuevo. Olor a madera. A bosque. Esa no era su casa, no era su cama, sin embargo se sentía bien ese despertar. Tan pronto se incorporó, varias avispas lo rodearon. Miró a un lado, a otro, era una casa pequeña. ¿Por qué estaba ahí? ¿Cómo había llegado? No sabía las respuestas a muchas de esas preguntas, pero en su inocencia terminó de entender algo que rompió su corazón: sus padres ya no lo querían.
Una extraña libertad latió en el pecho lastimado: nada lo aferraba al mundo en el que le tocó nacer. Si no corrió antes había sido por quedarse con ellos. Pero en ese momento, confirmó que había ocurrido algún error y que al fin podía enmendarlo. Extendió la mano con la palma al cielo y varios insectos se posaron en ella. Sonrió. Se sentía conectado con esas criaturas que habían sido desde siempre su familia. Por fin estaba en casa.
Corrió a través de los árboles añosos hacia lugares donde nunca había ido antes. Las avispas lo guiaban. Formaban hordas numerosas y, al pasar, los habitantes del bosque los miraban asombrados. Después de mucho tiempo, se detuvieron. Llegaron a una pared de roca que en su base tenía una zona ahuecada. Fermín sintió muchas ganas de descansar allí. Se quitó la ropa y se acurrucó en la superficie dura y fría, pero no le incomodó. Había algo reconfortante en esa rusticidad, en ese estar desnudo sin nada que lo separara de la naturaleza. Cerró los ojos y se sumió en un sueño muy profundo. Tan profundo que no advirtió las redes que los insectos tejían a su alrededor.
Despertó después de muchos meses. No abrió los ojos porque ya no tenía párpados. Simplemente pudo ver, ver. Una película lo separaba del mundo. Extendió sus brazos y rompió la crisálida que lo albergó durante su sueño. Podía sentirlo todo. La savia fluyendo en las venas de las plantas, el andar de las hormigas, el latir acelerado en el corazón de los animales. La brisa, la tierra que palpitaba en la base de sus pies. Se llevó las manos a la cara. La sintió huesuda. Sabía que algo se había transformado y quería verlo. Caminó, el instinto le indicaba dónde encontraría agua. Un séquito de avispas lo siguió.
Finalmente, el reflejo de un lago le sirvió de espejo. Su rostro se había alargado y sus ojos eran redondos, negros y brillantes. Su nueva apariencia no le disgustaba. Estaba aún estudiando sus facciones cuando sucedió lo más maravilloso: detrás de su espalda comenzaron a desplegarse destellos transparentes, un abanico mágico, el sueño que había tenido incluso antes de existir: le habían crecido alas.
Eran miles los insectos que se habían agolpado a presenciar el gran fenómeno. De pronto sus zumbidos se aunaron en uno y parecieron entonar una curiosa melodía. Estaban dándole la bienvenida. Él zumbó también. Hablaba la lengua de los insectos. Con ellos fue que se asentó en un lugar apartado y juntos construyeron un avispero magnífico, la fortaleza de cera y barro que se convertiría en el castillo de Fermín.
Con el tiempo fue olvidando sus años con los hombres. Olvidó primero el sabor de la comida, las camas, las plantas en macetas, el idioma de Cuerno Callado. Olvidó los horarios, las rutinas. Las visitas y los cantos. Y lo último que olvidó, como si no hubiera querido olvidarlas nunca, fueron las manos de su madre y la risa de su padre. Vivía con sus amigos en su nuevo hogar, recorría los alrededores, en ocasiones auxiliaba a aquellos animales que lo necesitaban. Se había convertido en un ser generoso que trabajaba por el bienestar del bosque.
Pasó una mañana. Escuchó un sonido como ningún otro. Se acercó, sigiloso, hacia donde si oído lo guiaba. En medio de un claro entre los árboles, la vio. Una joven muy bella seleccionaba y recogía plantas para luego guardarlas en su delantal. Mientras realizaba su labor, cantaba. Su canto le devolvió todo lo que había olvidado.
—Mamá —murmuró, en aquella lengua que no había usado en años.
Los ojos se le volvieron acuosos y su corazón pareció quebrarse una vez más.
Así lo encontró la joven. Aferrando sus rodillas, con la cabeza oculta.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
Su voz era extremadamente dulce, como si no hubiera dejado de cantar.
Fermín alzó la vista. Por un segundo la muchacha se sobresaltó al enfrentarse a esos ojos negros y profundos. Solo después reparó en sus alas. Intentó que su asombro no se reflejara en sus facciones.
Fermín era un adolescente ya y había acumulado muchos años de rencores. Ver a la muchacha le abrió una herida aneja. De pronto estaba enojado. Enojado con su pasado, con sus padres, con sentirse solo en su singularidad. No lo pensó. La aferró entre sus brazos y voló hasta el castillo de cera, a encerrar a la joven que dolía en una torre de polen y de miel.
Historias Reflejadas
“Carrera”

Carrera
Corrían. Los pasos se alargaban más allá de sus cuerpos en busca de respuestas.
Avanzaban sobre un tiempo muerto, sin formas, las horas quietas en puntos suspensivos. El pasado se hacía presente, como una sombra, como un vidrio sucio donde se escondían las preguntas.
Corrían y en sus pies se enredaban las mentiras, una detrás de la otra; el cuerpo en movimiento, fijo en el instante, dejándose reposar en ese balanceo de la vida, para no caer en la opresiva sensación de las circunstancias.
Corrían, viajaban sobre sus pensamientos, cada pisada un encuentro con la inevitable memoria de sus cuerpos; la búsqueda y el vacío.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “Asco”, de Carolina Perrot; “Una mujer corre”, de Bibiana Ricciardi; “Vidrio”, de Gabriela Borrelli; y “Cada despedida”, de Mariana Dimópulos.
Literatura
Tres jóvenes fundaron una editorial que apuesta por la literatura de riesgo
Por Gastón Marote
Tres jóvenes emprendedores fundaron la editorial independiente La Tarea de Escribir, que ya publicó siete libros y apuesta por escrituras radicales y autores emergentes, con una propuesta estética que prioriza “lo raro antes que lo bueno”.
La editorial fue creada en 2025 por Juan Rey (27), Vinicius Fonseca (28) y María Josefina Pesado (29), y surge como continuidad del taller homónimo activo desde 2021.

Según explicaron sus fundadores, el proyecto busca acompañar obras que “se atrevan a pensar desde el borde” y no temen al error o a la incomodidad.
“Creemos que una editorial no es una vidriera sino un dispositivo de pensamiento”, sostienen los creadores, que acompañan cada libro con materiales complementarios como prólogos, notas, entrevistas o piezas visuales disponibles en un soporte digital propio.
En un comunicado, destacaron que trabajan con autores “nuevos, invisibles o directamente ilegibles para la mirada estándar del presente editorial”, y que la curaduría está guiada por una apuesta estilística abierta y desafiante.
Entre sus influencias mencionan tanto editoriales independientes como N Direcciones o la mítica 18 Whiskys, como también autores consagrados y contemporáneos como César Aira, María Negroni, Gabriela Cabezón Cámara o Pablo Katchadjian.
Los objetivos de La Tarea de Escribir están divididos en tres escalas: a corto plazo, construir un catálogo pequeño e incisivo y obtener visibilidad en eventos como la Feria del Libro o la FED; a mediano plazo, formar una comunidad interesada en la experimentación; y a largo plazo, producir un archivo vivo que integre edición, taller e investigación.
Definen a su público como lectores curiosos, móviles, interesados en lo anómalo y en obras que “se presenten como objetos capaces de abrir preguntas, no de clausurarlas”.
La circulación de sus libros se enfoca en librerías independientes, ferias, universidades y espacios culturales, aunque no descartan expandirse comercialmente para sostener el proyecto.
(*) Agencia Noticias Argentinas
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