Literatura
Un adelanto de la Literatura Infantil y Juvenil del 2022 que se avecina
Libros ilustrados de pequeñas editoriales que apuestan con la misma solvencia a la sinergia entre arte y palabra, una novedad de colección para los fanáticos de Harry Potter, o nuevos títulos de Liliana Cinetto, Poly Bernatene, Nicolás Schuff y Norma Huidobro mapean algo de lo que infancias y juventudes leerán en 2022, un año que volverá a reflejar la diversidad de la industria editorial, entre rescates, originalidad, nuevas voces y tendencias.
La pottermanía despega fuerte en 2022 con el estreno, el 1 de enero del año próximo, de la serie por los 20 años de Harry Potter y la editorial Penguin Random House se suma a las celebraciones con una edición ilustrada de “Quidditch a través de los tiempos”, de J.K. Rowling, ese libro sobre la historia del entrañable deporte del mundo mágico. No se trata de un libro de impresión común y corriente, la edición tiene una autenticidad que sólo los fanáticos reconocerán: se trata de una copia del ejemplar que está en la biblioteca del Colegio Hogwarts.
Otra novedad para jóvenes viene de la mano de la influencer gastronómica Paulina Cocina, quien se concentra esta vez en esa franja que está dando sus pasos en una cocina propia, esas generaciones recién independizadas o que están aprendiendo a vivir sin otros adultos. Bajo el título “Manual de supervivencia: Guía práctica para enfrentar tu primera cocina”, la cocinera con más de dos millones de seguidores en redes ofrece trucos y consejos.
En el opuesto de la cronología etaria, la editorial Norma expande su preciosa colección Buenas Noches para los más chiquitos con un libro de dos firmas que son dupla anfitriona de la casa: Liliana Cinetto y Poly Bernatene. “Floriana y el dragón” da nombre a esta nueva historia protagonizada por un dragón, una pequeña princesa y un bosque tenebroso. Y si de series se trata, el mismo sello suma un nuevo libro a la colección “Los casos de Anita Demare”, la saga de Norma Huidobro protagonizada por una niña curiosa a la que le encantan los policiales.
En su colección de primera novela, la editorial Ralenti publica “Nadar perrito” de Florencia Gattari -la autora detrás de “Flor de Loto, una princesa diferente”-, con ilustraciones de Marina Zanollo. Según adelantan, la novela trata sobre “un perro que no sabe nadar aunque vive en el Delta, rodeado de agua. Una nena a la que le cuesta tomar decisiones porque cambia de idea a cada rato”, una historia “de dos que sin querer y queriendo van hacer equipo frente a las dificultades”.
También la pandemia, o los ecos de la crisis sanitaria, intervienen en el catálogo editorial de 2022 con el libro “Cuando volvamos a ver el mar” (Norma), de María Fernanda Heredia, donde tres hermanos se ven obligados a una cuarentena con un tío poco sociable. “A pesar de sus diferencias -adelanta la sinopsis del libro-, encontrarán el modo de acercarse, intercambiar sus secretos y aprender nuevos modos de convivencia familiar”.
El escritor Nicolás Schuff vale por cuatro en este 2022, o en todo caso, con al menos cuatro títulos: por un lado publica “Vida de un lápiz” (Limonero) junto a Martina Trach, libro que narra el recorrido de un lápiz y todas las vidas que toca en su camino, mientras que por el otro, de la mano de Fondo de Cultura Económica, reedita “Las interrupciones” con ilustraciones de Mariana Ruiz Johnson, un texto divertido por lo insólito donde las interrupciones son menos problemáticas de lo que parecen. Pero también junto a Ralenti saca un nuevo título de la serie “Estrambóticos” y otro titulado “Abecedario” con ilustraciones de Paula Maneyro.
A tono con el fenómeno de revisar y reponer personajes de la historia, Ana María Shua presenta un libro de veinte biografías de personas que lucharon por sus ideales, desde Túpac Amaru, Mahatma Gandhi y María Montessori hasta Martin Luther King Jr. Maestra del microrrelato y las adaptaciones libres, en su versión para todas las edades Shua ha publicado varios libros con adaptaciones de historias y leyendas de montones de pueblos de todo el mundo.
El calendario de publicaciones de Libros del Zorro Rojo amalgama secretitos inhallables, clásicos del under y voces a veces desconocidas en estas latitudes. Por ejemplo, prevé publicar “Hombre Luna”, un libro del francés Tomi Ungerer, el autor de “Los tres bandidos” que en 1998 fue distinguido con el Premio Hans Christian Andersen. En esta oportunidad, se publica un libro que originalmente fue lanzado en 1967 y que hasta la fecha tiene más de 15 traducciones.
El mismo sello trae una nueva edición de “Los Pájaros”, libro álbum creado a cuatro manos por la pareja suiza Germano Zullo y Albertine, dupla que ya legó libros conmovedores como “Mi pequeño”, donde abordan el vínculo entre madre e hijo. En “Los Pájaros”, el tema es otro: la aparición de un detalle que puede cambiarlo todo, una metáfora sobre la importancia de aprender a reconocer el valor de las pequeñas cosas, como anticipan desde la editorial.
Si de rescates se trata, Limonero reedita un poema del italiano Gianni Rodari (1920-1980), “Esperanza”, con ilustración de Francesa Ballarini. Maestro, divulgador, pedagogo, Rodari es el creador de una literatura propia donde combina fantasía y humor, registro que plasmó en los geniales relatos de “Cuentos por teléfono” o “Cuentos al revés”, entre otros títulos que lo convirtieron en una referente de la LIJ y uno de los autores distinguidos con el Hans Christian Andersen, el premio más importante de la literatura infantil y juvenil que en nuestro país también lo ganó, en 2012, la escritora cordobesa María Teresa Andruetto.
Algunos proyectos de autores internacionales que están pisando fuerte en el mercado internacional los traen La Marca Editora y Pípala: la primera publica “¿Quién es más ecológico? de Paule Batault y “Garabatear” del francés Hervé Tullet, mientras que el sello infantil de Adriana Hidalgo lanza “La gran expedición”, de Clémence Dupont -un libro desplegable de más de ocho metros sobre los distintos períodos y eras de la historia de la Tierra- y “Zorrito”, de Edward van de Vendel y Marije Tolman, dos holandeses muy celebrados.
La editorial Iamiqué tiene en proceso tres nuevos títulos sobre biología y filosofía, o sobre el conocimiento en general, sin necesidad de encasillarlo en saberes especializados: a su clásica serie Sopa de ciencia le suma “Biología hasta en la sopa” coescrito por Cecilia Di Prinzio y Valeria Edelsztein e ilustrado por Pablo Picyk; y presenta “Una gran familia” del epistemólogo Santiago Ginnobili, un libro que, adelantan, “habla de personas que buscan respuestas mejores y nuevas, que plantean preguntas que nunca nadie había planteado antes”, así como también de Darwin, quien “investigó con valentía y nos ayudó a entender mejor quiénes somos y de dónde venimos”.
La tercera novedad que trae Iamiqué y que aporta a la bibliografía informativa sobre temas de educación sexual lleva el título “¡Es tu cuerpo!”, un libro de Katharina von der Gathen y Anke Kuhl que se traduce del alemán al castellano y aborda temas del cuerpo, cambios físicos, diversidades, géneros, sentimientos, patrones hegemónicos de belleza y corporalidad, sexualidades, sentimientos y placer, entre otros tópicos.
La joven actriz y escritora Carolina Unrein también desembarca en las librerías con un nuevo libro, luego de “Pendeja: diario de una adolescente trans” (Chirimbote) y “Fatal, una crónica trans” (Planeta), donde recorre en nueve capítulos una trama de resurrecciones que tuvieron lugar después de una historia de abuso y de la vaginoplastia a la que sometió para retirar de su cuerpo los últimos vestigios de una genitalidad que no la representaba.
Por su parte, el sello Puck, el responsable detrás de éxitos editoriales de marca internacional como “Asesino de brujas”, amplía su catálogo con “El reino de los malditos” de Kerri Maniscalco, y “Fable” de Adrianne Young. También suma a la autora argentina Victoria Bayona, conocida como Vika Barton, que para 2022 presenta la continuidad de “Casa de Fieras”, cuyo segundo volumen lleva como título “El portal del norte”.
Los libros de la saga “Una familia anormal” de Lyna Vallejos y los del team “anormal” de otros autores del núcleo familiar incorpora en este 2022 dos títulos nuevos: por un lado, Lyna -la impulsora de este fenómeno editorial, autora de cuatro títulos con más de 250 mil ejemplares vendidos- presenta “Las aventura del team anormal”, un libro para que cada lector pueda decidir qué hacen los protagonistas. Pero esto no es todo: también el próximo año Melina Vallejos, la hermana menor de Lyna, lanza un título que se va a llamar: “Una hermana anormal y un viaje inesperado”.
(Fuente: Agencia de noticias Telam)
Textos para escuchar
Borges y yo – Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges recita “Borges y yo“, su minicuento.
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, las etimologías, la tipografía del siglo XVIII, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mi podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar.
Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.
Historias Reflejadas
“Tiempo de cosecha”
Tiempo de cosecha
El tiempo se había detenido en una de sus innumerables vueltas. En aquella selva de pasiones y olvidos, la naturaleza contaba en ciclos las historias de cada especie. Unos a otros se acompañaban en una melodía perfecta en la que las noches se adherían a los días y las estaciones se hermanaban armoniosas una y otra vez, anunciando la vida y convocando a la muerte.
La niña sabía que tan solo una cortina apenas visible los separaba del mundo de los que habían partido. Es que en realidad para ella nunca lo habían hecho, porque sus ojos sabios aún los reconocían a través de la densa niebla que se empeñaba en separar lo evidente. El armonioso decir de cada uno de los seres que habitaban aquel espacio sin horas, resguardado de malicias, le llegaba justo para comunicar lo importante y para advertir acerca de los peligros. Y era la misma muerte la que ahora hablaba a través de ese árbol de ramas retorcidas y raíces firmes la que enredaba a todos con sus palabras vivas.
La niña pudo verla y escucharla. La mujer que habitaba más allá de las ramas, y que por momentos se desvanecía entre las raíces, tenía un claro mensaje para darles. Les tocaba a ellos resguardar cada uno de los tesoros que los rodeaban. Hubo un tiempo en el que la imprudencia y la codicia de los hombres devastaron esas tierras. También existió otro en el que las semillas volvieron a germinar y se abrieron paso atravesando la tristeza de cada partícula de tierra intentando un futuro. Hoy eran árboles capaces de recrear la vida y esos seres, recortados en un tiempo nuevo, estaban allí para protegerlos. La mujer que habitaba detrás de la vida se sumó al destino, alargó sus manos nudosas, afirmó sus pies enraizados con su árbol y dispersó sobre ellos nuevos brotes que multiplicarían la esencia de aquel pueblo detenido en alguna de las vueltas del tiempo, en la eternidad.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejaron en este cuento “La mujer habitada” de Gioconda Belli, “Donde el corazón te lleve” de Susanna Tamaro, “Los días de la sombra” de Liliana Bodoc, “La ciudad de las Bestias” de Isabel Allende.
Textos para escuchar
Casa tomada – Julio Cortazar
Julio Cartazar lee su cuento Casa tomada
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.
Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
-¿Estás seguro?
Asentí.
-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
-No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.
(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.
-No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
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