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Literatura

Viggo Mortensen en Argentina: “El poema parte de un deseo imposible”

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Por Juan Rapacioli (*)

“Los poemas son una mentira, el registro de un fracaso y una bomba que podría estallar. Creo que hay que proteger a la poesía de los poemas y de los poetas sobre todo”, dijo el actor, director y escritor Viggo Mortensen en la presentación de “Ramas para un nido” -su primer libro publicado en Argentina-, realizada el domingo junto a su amigo, el escritor y poeta Fabián Casas, ante una cúpula repleta del Centro Cultural Kirchner.

La infancia, la memoria, el misterio intrínseco de la poesía y la dificultad de la escritura fueron algunos de los temas abordados por ambos Mortensen y Casas en una charla amistosa donde no faltaron bromas, risas y referencias a San Lorenzo de Almagro, el club al que ambos le dedican su afición futbolera. “Los versos de Mortensen son duros, cortos, como golpes de karate”, definió el autor de “Últimos poemas en Prozac” y “Los Lemmings y otros”.

Nacido el 20 de octubre de 1958 en Nueva York, hijo de un danés y una estadounidense, el actor de “La carretera” oscila entre el estrellato hollywoodense y el arte independiente. En 2002, luego del éxito de la saga épica de Peter Jackson, fundó Perceval Press, una editorial especializada en libros de arte, crítica literaria y poesía que publicó, en 2009, la “Antología de la nueva poesía argentina”, donde figuran autores como Martín Rodríguez, Fernanda Laguna, Fabián Casas y Patricia Suárez.

Además, el artista tiene una íntima relación con Argentina (de niño vivió en Chaco, Córdoba y Buenos Aires), expresada en su pasión por el Club Atlético San Lorenzo de Almagro. Es conocido por llevar el escudo o la bandera del Ciclón a rodajes de películas, entregas de premios y eventos como la alfombra roja de los Oscars.

El libro de Mortensen, presentado por Casas el jueves pasado en el Centro Cultural de la Cooperativa Obrera de Bahía Blanca, fue publicado por Vox / Lux, un proyecto independiente a cargo de Gustavo López y Carlos Mux, que, con casi 300 títulos, viene editando, desde los años 90, a referentes como Mario Arteca, Sergio Raimondi, Gabriela Bejerman, Mario Ortiz, Laura Wittner y Arturo Carrera, entre muchos otros.

Durante la presentación en el CCK, el actor comenzó hablando de sus lecturas variadas. “Literatura escandinava, mi papá es danés; la poesía de Inglaterra, de Irlanda. Empecé a leer en público en Los Ángeles; la gente piensa que como Nueva York tiene mucha cultura, Los Ángeles es una mierda, que no tiene cultura, que es una vasta ciudad sin alma. Pero no es verdad, hay resistencia, es un poco como Bahía Blanca. Hay muchos poetas buenísimos en Los Ángeles pero no se jactan de ser importantes”, dijo.

Multifacético y ecléctico, Mortensen se mueve en terrenos diversos: desde su célebre papel de Aragorn en la trilogía de “El Señor de los Anillos” hasta sus películas con David Cronenberg, pasando por su afición a la música, la fotografía y la pintura.

“Cuando leés un poema o lo publicás, ya no es tu poema -señaló el actor-. Como cuando se hace una película, la gente se apodera, y es su película. No la podés cambiar. No podés explicar. Si tenés que explicar un poema, quiere decir que tenés que volver a casa y trabajar un poco más”.

Luego, el protagonista de “Crimes of the Future”, la película más reciente de David Cronenberg (a quién se refirió como un poeta), leyó parte de su obra: “Después de intentar escribir poesía durante casi 50 años, concluyo que un poema es la flor de la mentira que son las palabras. Nunca alcanzan, no representan fielmente el corazón de lo que pienso o siento. Lo cierto es que con o sin un poema, para intentar recordar lo vivido la memoria siempre me traiciona”.

“He leído buenos poemas de otros y confío en la posibilidad de escribir uno, o sea que existen los buenos poemas, pero tampoco sé si eso es cierto. Puede que sea imposible escribir un poema realmente bueno, porque nunca va a ser la verdadera representación de la experiencia, del sentimiento o el pensamiento que lo impulsó”, reflexionó el artista.

Y apuntó: “Un poema es el registro de un fracaso; no digo que el poema tiene que ser un fracaso, aunque puede que todos los poemas sean fracasos, como todos los cuadros, las esculturas, las fotos, los recitales, los bailes. Pero el poema parte de un deseo imposible, de querer meter, aunque sea mínimamente, o de forma inconsciente, la experiencia individual, personal, en un contexto universal”.

Por su parte, Casas, hablando de la memoria, dijo que “todos tenemos recuerdos implantados, es decir, recuerdos que nunca vivimos”. Y leyó partes del prólogo del libro, titulado, “Lo único imposible es la inmortalidad”: “Antes y después del fin del mundo, Viggo me estuvo enviando postales desde diferentes países donde estaba trabajando; me pareció increíble que las postales llegaran hasta los diferentes domicilios en los que estuve viviendo en los últimos diez años”.

“Por un lado, cualquier tipo de encomienda corre el peligro de perderse en el camino, de la misma manera que uno se pierde en un barrio que conoce o en una ciudad desconocida; las valijas no llegan junto con el avión a destino, las llaves se caen sin que las percibamos, un nombre se escabulle en nuestra memoria”, reflexionó.

Y continuó: “Lo que me impacta, era que algo tan inactual, como una postal, en la era de la virtualidad, pudiera recorrer el camino hasta mi casa, más si tenemos en cuenta que las postales que mandaba Mortensen solo eran postales porque tenían un matasellos que certificaban que él había pagado el envío en una oficina de correo. No eran postales compradas, eran, por ejemplo, un rectángulo largo de papel brilloso con forma de señalador; de hecho, yo la usé de esa manera con mis libros. Y del otro lado, en vez de un paisaje, había una marca de yerba”.

“Había otras postales que no decían nada -recordó-. Una, por ejemplo, era el rectángulo del tamaño de una mano abierta: de un lado, tenía una publicidad de una serie televisiva; del otro, el sello del correo, ni nombre ni dirección, solo una flecha dibujada señalando mi nombre. Y nada más, ni siquiera estaba firmada. Era como una postal firmada por John Cage. Era una postal sobre nada o sobre todo. Era, pienso, el solo hecho de enviarla”.

A lo largo de la charla, Mortensen reflexionó también sobre su pasión futbolística, luego del partido de San Lorenzo y River: “El partido de anoche me hizo pensar un poco en la historia sociopolítica de Argentina, pero también de Estados Unidos, sobre todo ahora. Una lucha muy apasionada, todos entregados, un poco de miedo, la violencia selectivamente sancionada, un empate sin conclusión, pero con la posibilidad de un futuro mejor. Al mismo tiempo, nunca hubo la real posibilidad de un gol”.

Y siguió discurriendo sobre su relación con el arte. “Sigo buscando un vínculo entre lo que pienso y lo que me rodea, aunque casi siempre termino insatisfecho -sostuvo-. Pero sigo escribiendo. Un poema es una bomba casera: más o menos bien construida, si logra estallar, sus fragmentos pueden alcanzar a alguien, armar una nueva idea, frase, una bomba más potente. Pero los poemas no funcionan por sí solos. Un poema no va a matar a nadie ni puede eliminar a la poesía por mucho que podamos odiarla”.

(*) Agencia de noticias Telam.

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Literatura

Se celebra en la Argentina el Día del Escritor

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Este 13 de junio, como sucede cada años, se celebra en la Argentina el Día del Escritor. La conmemoración es en honor al nacimiento de Leopoldo Lugones (1874-1938), un artista que a través de sus variadas obras lideró la vanguardia literaria del modernismo de finales del siglo XIX.

Lugones nació en la localidad cordobesa de Villa María del Río Seco, se suicidó el 18 de febrero de 1938 en un hotel del Tigre y fue la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), la que estableció la fecha de su nacimiento para esta conmemoración.

Poeta, narrador, bibliotecario, pedagogo y ensayista, en su obra forjó de hecho una vanguardia literaria que rompió con la herencia hispanista y sentó así las bases de una literatura moderna, siempre en la búsqueda de una lengua propia para nuestro país.

Fue autor de una treintena de libros, entre ellos, “Los crepúsculos del jardín”, “Las fuerzas extrañas”, “Las horas doradas” y “La guerra gaucha”, que fue llevada al cine en 1942 por Lucas Demare.

Para Lugones el rol del escritor estaba unido al destino de su país y, por lo tanto, debía ser parte de su acción política. Admirador de las bibliotecas populares, dirigió hasta su muerte la Biblioteca Nacional de Maestros y contribuyó a diseñar una reforma para la educación secundaria argentina.

Al mismo tiempo, algunos de sus ensayos se constituyeron en hitos de la cultura argentina. Las conferencias que brindó en el teatro Odeón sobre el “Martín Fierro”, en las que comparaba al guacho con la épica homérica, tienen mucho que ver en su constitución como “libro nacional”.

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Amigos por el viento – Liliana Bodoc

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Julieta Díaz
lee el cuento Amigos por el viento, de Liliana Bodoc.

A veces, la vida se comporta como un viento: desordena y arrasa. Algo susurra pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta lo que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.
Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojo con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve mas rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresara la calma.

Así ocurrió el día que papá se fue de casa. La vida se nos transformó en viento casi sin dar aviso. Yo recuerdo la puerta que se cerró detrás de su sombra y sus valijas. También puedo recordar la ropa reseca sacudiéndose al sol mientras mamá cerraba las ventanas para que, adentro y adentro, algo quedara en su sitio.

– Le dije a Ricardo que viniera con su hijo. ¿Qué te parece?
– Me parece bien – mentí.

Mamá dejó de pulir la bandeja, y me miró:

– No me lo estás deciendo muy convencida…
– Yo no tengo que estar convencida.
– ¿Y eso que significa? – preguntó la mujer que más preguntas me hizo en mi vida.

Me vi obligada a levantar los ojos del libro:

– Significa que es tu cumpleaños, y no el mío – respondí.

La gata salió de su canasto, y fue a enredarse entre las piernas de mamá.
Que mamá tuviera novio era casi insoportable. Pero que ese novio tuviera un hijo era una verdadera amenaza. Otra vez, un peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento en el horizonte.

– Se van a entender bien – dijo mamá -. Juanjo tiene tu edad.

La gata, único ser que entendía mi desolación, saltó sobre mis rodillas. Gracias, gatita buena.
Habían pasado varios años desde aquel viento que se llevó a papá. En casa ya estaban reparados los daños. Los huecos de la biblioteca fueron ocupados con nuevos libros. Y hacía mucho que yo no encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disimuladas como estalactitas en el congelador, disfrazadas de pedacitos de cristal. “Se me acaba de romper una copa”, inventaba mamá, que, con tal de ocultarme su tristeza, era capaz de esas y otras asombrozas hechicerías.

Ya no había huellas de viento ni de llantos. Y justo cuando empezábamos a reírnos con ganas y a pasear juntas en bicicleta, aparecía un tal Ricardo y todo volvía a peligrar.
Mamá sacó las cocadas del horno. Antes del viento, ella las hacía cada domingo. Después pareció tomarle rencor a la receta, porque se molestaba con la sola mención del asunto. Ahora, el tal Ricardo y su Juanjo habían conseguido que volviera a hacerlas. Algo que yo no pude conseguir.

– Me voy a arreglar un poco – dijo mamá mirándose las manos. – Lo único que falta es que lleguen y me encuentren hecha un desastre.
– ¿Qué te vas a poner? – le pregunté en un supremo esfuerzo de amor.
– El vestido azul.

Mamá salió de la cocina, la gata regresó a su canasto. Y yo me quedé sola para imaginar lo que me esperaba.
Seguramente, ese horrible Juanjo iba a devorar las cocadas. Y los pedacitos de merengue quedarían pegados en los costados de su boca. También era seguro que iba a dejar sucio el jabón cuando se lavara las manos. Iba a hablar de su perro con tal de desmerecer a mi gata.
Pude verlo por mi casa transitando con los cordones de las zapatillas desatados, tratando de anticipar la manera de quedarse con mi dormitorio. Pero, aún más que ninguna otra cosa, me aterró la certeza de que sería uno de esos chicos que en vez de hablar, hacen ruidos: frenadas de autos, golpes en el estómago, sirenas de bomberos, ametralladoras y explosiones.

– ¡Mamá! – grité pegada a la puerta del baño.
– ¿Qué pasa? – me respondió desde la ducha.
– ¿Cómo se llaman esas palabras que parecen ruidos?

El agua caía apenas tibia, mamá intentaba comprender mi pregunta, la gata dormía y yo esperaba.

– ¿Palabras que parecen ruidos? – repitió.
– Sí. – Y aclaré -: Plum, Plaf, Ugg…

¡Ring!

– Por favor – dijo mamá -, están llamando.

No tuve más remedio que abrir la puerta.

– ¡Hola! – dijeron las rosas que traía Ricardo.
– ¡Hola! – dijo Ricardo asomado detrás de las rosas.

Yo mira a su hijo sin piedad. Como lo había imaginado, traía puesta una remera ridícula y un pantalón que le quedaba corto.
Enseguida, apareció mamá. Estaba tan linda como si no se hubiese arreglado. Así le pasaba a ella. Y el azul les quedaba muy bien a sus cejas espesas.

– Podrían ir a escuchar música a tu habitación – sugirió la mujer que cumplía años, desesperada por la falta de aire. Y es que yo me lo había tragado todo para matar por asfixia a los invitados.

Cumplí sin quejarme. El horrible chico me siguió en silencio. Me senté en una cama. Él se sentó en la otra. Sin dudas, ya estaría decidiendo que el dormitorio pronto sería de su propiedad. Y yo dormiría en el canasto, junto a la gata.
No puse música porque no tenía nada que festejar. Aquel era un día triste para mí. No me pareció justo, y decidí que también él debía sufrir. Entonces, busqué una espina y la puse entre signos de preguntas:

– ¿Cuánto hace que se murió tu mamá?

Juanjo abrió grandes los ojos para disimular algo.

– Cuatro años – contestó.

Pero mi rabia no se conformó con eso:

– ¿Y cómo fue? – volví a preguntar.

Esta vez, entrecerró los ojos.
Yo esperaba oír cualquier respuesta, menos la que llegó desde su voz cortada.

– Fue… fue como un viento – dijo.

Agaché la cabeza, y dejé salir el aire que tenía guardado. Juanjo estaba hablando del viento, ¿sería el mismo que pasó por mi vida?

– ¿Es un viento que llega de repente y se mete en todos lados? – pregunté.
– Sí, es ese.
– ¿Y también susurra…?
– Mi viento susurraba – dijo Juanjo -. Pero no entendí lo que decía.
– Yo tampoco entendí. – Los dos vientos se mezclaron en mi cabeza.

Pasó un silencio.

– Un viento tan fuerte que movió los edificios – dijo él -. Y éso que los edificios tienen raíces…

Pasó una respiración.

– A mí se me ensuciaron los ojos – dije.

Pasaron dos.

– A mí también.
– ¿Tu papá cerró las ventanas? – pregunté.
– Sí.
– Mi mamá también.
– ¿Por qué lo habrán hecho? – Juanjo parecía asustado.
– Debe de haber sido para que algo quedara en su sitio.

A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.

– Si querés vamos a comer cocadas – le dije.

Porque Juanjo y yo teníamos un viento en común. Y quizá ya era tiempo de abrir las ventanas.

(Audio extraído del programa Calibroscopio del Canal Pakapaka)

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Historias Reflejadas

“Más allá de la luna”

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Más allá de la Luna

Alguien se había robado la luna. O una parte de ella. Justo ahora que la otra Luna se había ido sin avisar. En eso estaba el niño, que más tarde sería un grande, cuando pudo escuchar lo que los animales comentaban.

No importa lo que dijo la rana, ni el gato, ni los otros gatos del tejado. Ni siquiera es importante lo que susurró la paloma. Lo verdaderamente terrible es que, fuera por el motivo que fuera, la luna había desaparecido. ¿Cuántas lunas había? ¡Qué confusión!

Tal vez, pensaba el niño, a la luna le gustaba cambiar y como era muy coqueta había días en los que no se dejaba ver. En esas noches oscuras, cuando ella estaba sin estar, muchos artistas la pintaban en cielos dibujados para que nadie dejara de admirarla. “¿Y mi Luna?” se preguntaba.

Había que buscar las tres caras de la luna. ¡Además de la suya! ¿Sólo por coquetería a veces se escondía?  Era necesario bucear en las noches, mirar un poco más allá para que la luna valiera la pena.

En medio de tanto enredo, el niño, que después fue un grande, hizo un descubrimiento que le permitió mirar el lado oculto de las cosas, las cercanas y las lejanas.

Cierta tarde, cuando sus preguntas se habían enmarañado en una tristeza inexplicable, una lágrima se convirtió en respuesta. Primero fue una idea y muy pronto su imaginación se puso en marcha. Fue justamente por eso que a partir de entonces la vida del niño se transformó. Había nacido un genio, de esos que inventan cosas para que las verdades se revelen.

Un tiempo después, aquel pequeño inventor miraba por la ventana con un gran catalejo todo lo que había más allá de la luna. A su lado otra Luna, que había estado jugando a las escondidas, movía la cola.

 Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Galileo y el cataestrellas”, con textos de Carlos Pinto e ilustraciones de Leo Bolzicco; “Una luna junto a la laguna”, de Adela Basch con ilustraciones de Alberto Pez; “La mejor luna”, de Liliana Bodoc; y “El hombre que creía en la luna”, de Esteban Valentino.

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Propietario: Contarte Cultura
Domicilio:La Plata, Provincia de Buenos Aires
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