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Entrevistas

Eloísa Tarruella: “La escritura son esos zapatos color rojo rubí que puedan hacerme volar”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

La poesía se mueve con ella. Sus pies recorren un camino de palabras, como huellas de un lenguaje familiar que crece y se multiplica.

Eloísa Tarruella es licenciada en Artes Visuales, directora de cine, dramaturga y actriz. El arte atraviesa su vida y es metáfora en cada una de sus creaciones.

Sus personajes invitan al espectador a ser parte de la trama, como si lograra borrar con su voz la invisible línea que separa la ficción de la realidad.

En diálogo con ContArte Cultura, la artista abre las puertas de su mundo creativo y comparte sus vivencias.

—Te invitamos a comenzar esta charla a la distancia con un juego de presentación. Para eso vamos a entregarte un par de zapatos, se trata de un objeto imaginario, un símbolo del camino recorrido y de las huellas dejadas. ¿Cuál es la primera imagen que se te aparece? ¿Cómo son esos zapatos? ¿Qué dicen de vos?
—La primera imagen que se me aparece son los zapatos de color rojo rubí del personaje de Dorotea en el libro El mago de Oz, con una textura de lentejuelas. Pienso en esta imagen y en la metáfora que la implica. Dorotea tiene puestos estos zapatos mágicos, pero ella desconoce ese poder y piensa que necesita ayuda para poder volver a su hogar. Por eso emprende la travesía por el reino de Oz. Hasta que la percatan que ese poder está en ella misma. En sus pies que pueden volar y llevarla hacia donde desee. Estoy en un momento especial, de mucha reflexión interna, encontrando mi poder. Muchas veces nos extraviamos y perdemos el eje. Y pienso que ese eje, en mi caso, está en la escritura. La escritura son esos zapatos color rojo rubí que puedan hacerme volar.

(PH: Trigo-Gerardi)

—¿Recordás en qué rincones de tu infancia fuiste dando los primeros pasos en el camino del arte?
—Esos primeros pasos los di en la casa de mi infancia, en el barrio de Barracas, donde vivía junto a mis padres (ambos escritores) y mi hermano. Transité esos primeros años de vida rodeada de música y libros. El primer poema que escribí fue a mis cuatro años: “El color del corazón es del color que uno sueña”. Desde ese momento, siempre tuve la necesidad de expresarme a través de la escritura, tenía varios diarios íntimos y anotadores donde escribía mis sensaciones cotidianas. También a mis 7 años, entré en el grupo de teatro “Catalinas Sur” donde descubrí el universo teatral que marcó una huella fundamental. Otra imagen que me viene es el recuerdo de las tardes con mi familia en el cine viendo películas. Amaba esa adrenalina de los segundos de oscuridad previa a la imagen en la pantalla y después zambullirme en las historias. Estas tres huellas que menciono, la escritura, el teatro y el cine, hoy son mi profesión. Hay una frase de Louis Gluck que dice “observamos la vida una sola vez en la infancia, el resto es memoria”, y en mi caso, así fue. Las distintas pisadas de la niñez se fueron dirigiendo hacia un mismo camino.

—¿De qué manera percibís el punto de partida de una historia que merece ser contada?
—En cada proceso creativo que emprendí me sucedieron distintas cosas con respecto al punto de partida. En el caso de Anais, obra que escribí y dirigí inspirada en la vida de Anais Nin, tenía muy clara la potencia del personaje y lo que quería transmitir. El punto de partida era Anais y sus pasiones. Pero en Amorar, que fue mi primera obra teatral, la idea vino de una imagen: una mujer haciendo las valijas para irse de la casa de su novio en plena separación. Él la observa, pero en otro tiempo; un tiempo futuro, donde revive los recuerdos. En esa imagen vi la semilla de lo que sería una historia de amor trazada a través de dos puntos de vista. Hay una frase que dice Octavio Paz: “Arrastrados por el río de las imágenes, rozamos las orillas del puro existir y adivinamos un estado de unidad, de final de reunión con nuestro ser y con el ser del mundo”.Con El mundo en mis zapatos, obra que coescribimos junto a Brenda Fabregat, quien también es la intérprete del unipersonal, la idea partió de la vida real de la actriz. Lo biográfico como forma de narración. Introducir al espectador en el universo íntimo. Me interesa dejarme llevar por la intuición. Ese palpitar que tengo cuando siento que será un buen camino para recorrer en esa imagen, personaje o conflicto que me interesa abordar. El buen camino es el deseo de investigar. Lo comparo con el trabajo de los buzos cuando se introducen en el océano. Nadan a través de las distintas capas acuáticas hasta llegar a lo profundo. Así siento al punto de partida: animarse a bucear.

—¿Creés que la palabra poética que caracteriza tu obra es el hilo conductor de los diversos lenguajes que experimentás, ya sea la imagen en el cine o el cuerpo en movimiento en el teatro?
—Pienso que la palabra poética traza un puente en toda mi obra. Como un telar de sensaciones que se va hilvanando con sus diferentes texturas, componiendo un todo singular. La poesía aparece no solo en la palabra de algunos personajes sino también en la mirada poética de la puesta en escena. Contar desde la metáfora, las grietas, las sombras que rodean las historias. Ese es el desafío que me propongo. Hay un pensamiento que me identifica. “El reino de la poesía es el: ojalá. La poesía es deseo. El deseo aspira siempre a suprimir las distancias”, dice Octavio Paz. El arte busca suprimir las distancias, por eso pienso que los distintos lenguajes que abordo están hilvanados. Además de la poesía, en mis obras el tiempo es otro elemento presente. El tiempo como concepto subjetivo. Esto me permite romper con la linealidad y adentrarme en el sendero de las emociones, que al igual que los recuerdos no tienen tiempo, aparecen de repente y nos modifican. “Nada de lo que recordamos es verdad, nada de lo que imaginamos es mentira”, dice la autora Clara Obligado. En mi Anais jugaba con dos instancias que se iban alternando: Anais niña y Anais mujer. La escritura presente en esas dos instancias. Anais es ambas. En El mundo en mis zapatos, la ruptura del espacio-tiempo es constante. Brenda salta por sus recuerdos como por un trampolín, revive su infancia, la adolescencia, y su decadencia emocional. Leo tus labios lo construí como un rompecabezas a nivel estructura dramática. Cada escena sucede en distintos momentos de la vida de los personajes. El espectador debe ir reconstruyendo el armado de la historia a través de cada pieza/escena. En las películas que dirigí también aparece la palabra poética. Gené, en escena, film que hice en homenaje a mi maestro Juan Carlos Gené, transcurre en sus clases de teatro y tiene ese sello. La mirada de alumnos y alumnas, el recorrido por su obra… En el objeto de mi amor y Bailar la sangre, ambas películas codirigidas junto a Gato Martínez Cantó, lo poético ya estaba presente en los guiones. En el caso de la primera, cada objeto en las historias de amor son una entidad poética. En Bailar la sangre, film inspirado en Bodas de sangre de Federico García Lorca, todo estaba teñido de ese espíritu.

Gene en clase (PH: Trigo-Gerardi)

—A la hora de escribir, ¿cuáles son los renglones en los que el teatro y el cine se funden y en qué cosas se diferencian?
—Hay una diferencia fundamental entre el cine y el teatro a la hora de escribir. En el cine la imagen tiene un lugar primordial donde puede o no haber diálogos. En cambio, en el teatro la base de la dramaturgia es la palabra, los demás elementos giran en torno a eso. Otra diferencia es la variedad de espacios que puede abarcar el cine, que es más complejo trasladar al teatro a nivel escenográfico. Las cosas en común que visualizo en ambos lenguajes son, en primer lugar, los personajes como hilo conductor. Tanto en los textos teatrales como en los guiones audiovisuales, los personajes conducen las historias. Entonces se le dedica un espacio fundamental a la profundización de los arcos de transformación, la ruta de los personajes. Lo mismo sucede con el conflicto. Definirlo, trabajarlo para que los personajes puedan accionar en función de su deseo y vencer los obstáculos, es otro aspecto similar.

—¿Cómo construís los escenarios de tus obras, tanto en la imagen cinematográfica como sobre las tablas?
—En el caso de mis obras teatrales, me suelen decir que tiene mucho de cinematográfico el universo que construyo. Creo que me animo a coquetear con ciertos elementos propios del lenguaje audiovisual en el espacio teatral: elipsis (saltos temporales), conjugación de dos tiempos en un mismo instante (como si fuera una pantalla divida, pero sin pantalla). En Leo tus labios, precisamente en la primera escena mientras los personajes realizan un baile de re-encuentro, sucede el sonido de la voz en off (sus propias voces superpuestas) de una escena que vendrá a continuación, como un adelanto de diálogo. Este recurso se utiliza en el cine propiamente. Me gusta que el espacio pueda tener distintas capas o niveles. En Anais está dividido en tres: La casa de Anais Nin, en el centro un espacio comodín donde sucedían distintos sucesos y había una pantalla que proyectaba imágenes, y la casa de Henry Miller. Los tres lugares se comunicaban y alternaban. En Como el clavel del aire hay división en dos: 2019 y 1976. Una interacción constante de estos dos espacios unidos por la trama. Creo, definitivamente, que me interesa abordar lo poético y lo subjetivo, el universo de los personajes, rompiendo lo literal.

—En tus obras también le das un papel de relevancia a la iluminación… —Es fundamental. La luz conforma también lo espacial, puede recortar un espacio, modificarlo completamente de acuerdo a lo que intento transmitir. La obra Almost a Widow que dirigí (escrita e interpretada por Susana Hornos), fue un desafío muy interesante a nivel espacial porque había muy pocos elementos escenográficos: una mesa pequeña, dos sillas y una valija. Y mi propuesta fue trabajar los climas a través de la luz. En un momento de la obra Susana, contaba un momento dramático en su vida donde la lluvia estaba presente y se me ocurrió que ella tomara dos paraguas, los abra para invertirlos, y que el interior tenga una iluminación fría que la envuelva. Fue hermoso ese proceso de poder contar la luz como elemento primordial y constructor del espacio escénico. El diseño de iluminación de esa obra la hizo Leandro Crocco.

¿En las películas te manejas con los mismos patrones?
—En mis películas los escenarios están relacionados directamente con la propuesta del guión. Por eso no puedo definir un patrón tan preciso, pero sí contar que El objeto de mi amor fue filmada en Argentina, Francia e Italia. Los espacios elegidos para grabar en Europa eran los lugares históricos-simbólicos de las historias de amor: El balcón de Romeo y Julieta en Verona, el cementerio Peré-Lachaise en París donde yace la tumba de Heloise y Abelardo. Estos espacios adquieren una resignificación a través de los objetos que representan las historias de amor. En Bailar la sangre el espacio donde transcurre mayormente la película es en el IMPA, que actualmente es una fábrica recuperada y a la vez Centro Cultural. Allí los personajes bailan con músicos en vivo. La idea fue darle una reinterpretación a esta pieza, jugar con la universalidad que tiene Lorca. Pienso que los espacios deben ser narrativos, deben contar algo, revelar lo que no se dice en palabras.

—¿Cuál fue la primera puerta que se abrió para que pudieras ingresar al mundo del cine?
—Cuando cumplí los quince años recuerdo que le dije a mi padre (Alejandro Tarruella): “quiero ser directora de cine”. Tuve esa certeza. Cuando terminé el secundario, hice el ingreso a la ENERC (Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica – INCAA) para la Carrera de Dirección y ahí quedé entre las diez personas que entran, ya que hay un cupo muy limitado de ingresantes. Creo que ese momento fue un antes y un después. También, a mis 25 años gané el “Premio Talento” por mi cortometraje Otoño en el Festival UNIFEST de Madrid. Fue un momento significativo, sobre todo en cuanto a mi propia confianza.

—¿Y al universo del teatro?
—En teatro, sin duda fueron mis maestros Juan Carlos Gené y Verónica Oddó (CELCIT) los que me mostraron lo esencial sobre ese universo. Cuando empecé a estudiar con ellos ya había finalizado mis estudios en cine y me dio deseos de dirigir teatro, escribir. A partir de ese momento, nunca dejé de hacer ambas cosas.

Como el clavel del aire (PH: Trigo-Gerardi)

—Contanos qué hilos tejen la historia de tu obra “Como clavel del aire”.
—La concebí en dos tiempos: 2019 y 1976 (última dictadura cívico-militar Argentina). El personaje de Olivia (Julia Azar), de más de 70 años, vive en una casa de toda la vida. Una empresa constructora, aliada a la Municipalidad, quiere obligarla a desprenderse de su hogar para realizar un emprendimiento de construcciones de torres modernas. Ella se niega. Comienza a cobrar importancia su vínculo con Paula (Brenda Bianchimano), abogada que viene a presionarla para que venda. Olivia es escritora y está dedicando su tiempo a una novela que transcurre en 1976, acerca de la historia de dos hermanas: Sara y Chavela (Julieta Puleo y Brenda Fabregat). Con esta premisa se inicia un diálogo entre ese pasado y ese presente. En esta obra vuelvo a jugar con el tiempo como elemento central. También hablo de la vejez, a través del personaje de Olivia, mostrando otra cara de la que se suele abordar. Olivia es una mujer deseante y activa. Una luchadora. En la historia también está la presencia de la poesía (a través de la pluma de Olivia) y también lo epistolar: las cartas que Chavela le enviaba a su amante en 1976 y las cartas del exilio. Hay algo en el idioma epistolar que me parece atractivo y también indago. Las cartas están dichas en simultáneo en los dos tiempos, como un diálogo que cruza el umbral de lo posible. Hay un fragmento especial en una carta que quedó como una especie de leitmotiv y define el espíritu de la obra: “Siempre crece una flor en el medio del desierto, en las grietas del asfalto, en los muros, en los océanos, en las selvas. Siempre habrá una flor. Como el clavel del aire que se abre a la vida buscando el sol, a pesar de todo, a pesar de todos”.

—”Bailar la sangre” es un film donde se fusionan la ficción con lo documental, ¿cómo llevaron adelante el proceso creativo para adaptar y dar vida, junto a Gato Martínez Cantó, a esta película basada en “Bodas de sangre” de García Lorca?
—La idea de abordar Bodas de sangre, fusionando la ficción y el documental, estuvo desde el inicio. Influenciados por el film de Saura y por la adaptación teatral de Juan Carlos Gené, donde se jugaba con varias capas -lo real y la ficción– para dar vida a estos personajes tan universales. En nuestra película nació esta pregunta: ¿Por qué amamos tanto a Lorca? Y desde esa premisa se investigó, abordando como eje la reconstrucción de cuatro cuadros de baile flamenco que representarán la esencia de Bodas de sangre con elementos mínimos. Con coreografía de Eva Iglesias y la música original de Flor Albarracín y Juan Matías Tarruella. La escenografía es el IMPA, el vestuario, diseñado por Soledad Gaspari, la música en vivo y por supuesto los actores/bailaores que dan vida a La Novia (Brenda Bianchimano), El Novio (Jonathan Acosta), Leonardo (Gastón Stazzone) y La Madre (Mimí Ardú). El backstage y la película misma son parte de lo que está sucediendo en el proceso creativo, habla de cómo ir redescubriendo a Lorca, y así interpela al espectador. También la mirada de Cristina Banegas y Jorge Dubatti, entrevistados en el film, otorgan un aporte fundamental, donde lo histórico y la influencia lorquiana se hacen presentes. Es un collage de miradas, pero con el acento puesto en que la historia de Bodas de sangre vuelva a atravesar la sensibilidad del espectador.

—Debido a la situación de pandemia que estamos viviendo, en mayo de este año vieron frustrado el estreno de la obra “Ribetes en tu piel rojos quedaron”, ¿de qué trata esa pieza?
—La obra está escrita por Darío Bonheur, será interpretada por María Nydia Ursi Ducó, la producción de Ale García y la asistencia de dirección de Lucía Castro. Aquí haré la dirección. Esperamos poder estrenarla en 2021 en el Teatro Hasta Trilce. Es una pieza que me entusiasma mucho hacer. Un unipersonal con dos monólogos de dos personajes distintos: Teresita (el primero) y Hombrecito (el segundo), ambos personajes actuados por María Nydia, una actriz impresionante, donde fluye la creatividad en conjunto. Los monólogos están hilvanados por la música. Habrá una pianista en vivo que será Florencia Caruso. El piano no sólo intervendrá desde lo musical, sino que tendrá una composición del sonido y será vital en los climas que se irán generando. Espero ansiosa el momento del estreno.

—Volviendo a nuestros zapatos del comienzo, si pudieras dejar la huella de un deseo, el primer paso del próximo sueño, ¿cuál sería?
—Poder seguir descubriendo nuevos universos dentro de mi universo.


Los próximos trabajos de Eloísa Tarruella


PROYECTO TELARES TITULADO “MUJER PÁJARO”
(Capítulo 4)

  • Actuación y coreografía de Eva Iglesias.
  • Texto y dirección de Eloísa Tarruella.
  • En octubre gratis por @telaresproyecto (Instagram)

EL MUNDO EN MIS ZAPATOS

  • Actuación de Brenda Fabregat.
  • Textos de Brenda Fabregat y Eloísa Tarruella.
  • Dirección de Eloísa Tarruella.
  • En octubre, online, por el sitio de Alternativa Teatral.
  • Entradas a la gorra.

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Entrevistas

Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
Registro DNDA Nº 2022-106152549
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