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Cristina Bajo: “La novela histórica es la mejor forma de llegar a la gente común, para que aprenda disfrutando”

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Por Andrea Viveca Sanz

Iluminada por el fuego de la palabra, la escritora se entrega a contar. Su voz se desdibuja y va tomando forma de letras, que más tarde definen los contornos de los hechos atesorados, inmóviles, entre las páginas de sus libros. Allí, esperan el momento oportuno para manifestarse vivos ante los ojos de los lectores que desean ese encuentro mágico, en el cual la realidad se esfuma en la ficción y retorna transformada en un cuento que trasciende la historia.

Enredada en hechizos, conjuros, pestes y un gran  abanico de sensaciones, ella se hace parte de la esencia misma de los personajes que crea y los acompaña desde el otro lado de las páginas, aguardando el momento oportuno para abrirles la puerta que los dejará libres para siempre, en la eternidad de las palabras compartidas.

Así, alrededor de un fuego imaginado, Cristina Bajo recibe a ContArte Cultura, y nos invita a prestar atención y a mirar. Tiene mucho para compartir y lo hace regalándonos anécdotas cargadas de vida.

—Imaginemos una escena alrededor de un fuego en la que se cuenta una historia en la que vos sos la protagonista ¿Cómo comenzaría esa narración para presentarte?
—”Había una vez” me sigue gustando hasta hoy, pero suelo comenzar diciendo “¿Sabían que…?” Con esas palabras todos te miran y te prestan atención.

—¿Cuándo nace tu pasión por las letras?
—Era muy chica, estaba en el primario. Ya inventaba historias y a una monja -mi maestra- le pareció que tenía alma de escritora y comenzó a darme lecciones de redacción o de composición –así se llamaba la materia- cuando terminábamos de hacer los deberes –estábamos medio-pupilos- a la tarde. Me ayudó muchísimo.

—Describinos el espacio en el que se gestan tus libros.
—Tengo dos espacios. Primero, la cama, antes de dormirme, pero ya con la luz apagada, y antes de levantarme, todavía con la luz apagada. Siempre me ha dado resultado concentrarme en esas horas crepusculares.
El otro ambiente es mi escritorio, donde comienzo a tomar notas y separar libros que puedan hacerme falta. Pero tengo papel y biromes en todas las habitaciones de mi casa, por si se me presenta una idea que, si no la anoto, seguramente se borrará de mi memoria.

—¿Qué aporte crees que pueden hacer las novelas históricas a la historia de nuestro país?
—Muchísimo y bueno, si se escriben con la conciencia de que hay que investigar verdaderamente y tratar de no dejarse llevar por las ideologías personales.
Con ese sentido nació el género histórico, en Escocia, de la mano de Walter Scott, cuando el país estaba sumido en la pobreza económica y moral, después de ser vencidos por los ingleses.
Es la mejor forma de llegar a la gente común, para que aprenda a través del disfrute de un cuento lo que no leerían en un libro de historia pesado y que a lo mejor tiene un léxico que no todo lector lo entiende.
Lo he probado, con buenos resultados, con estudiantes que no podían sacar promedio en esta materia y se iban irremediablemente a marzo.

—¿Cómo nace un personaje en tu imaginación y cuál es el proceso para darle la forma y la personalidad que requiera la historia?
—Creo que los personajes ya los tengo adentro, esperando que les abra una puerta para presentarse y decir “aquí estoy”. Luego les desarrollo un carácter y una psicología que no les inventé, pero que se va formando con pequeñas cosas, actitudes, gustos, caprichos. Y después de un tiempo, ya no soy dueña de sus acciones: ellos deciden qué van a hacer, y no puedo contradecirlos.

—¿Cuál es tu vínculo con lo sobrenatural, teniendo en cuenta que es una parte importante de la esencia de algunos personajes de tus novelas?
—Lo sobrenatural me fascina, y me ha tocado profundamente en algunos momentos de mi vida. Cuando chica, en las sierras, teníamos una niñera que no nos dejaba jugar en un lugar cerca del arroyo, donde a mi hermano y a mí, con menos de  diez años, nos encantaba jugar: era un círculo de talas con una gran piedra en el medio.
Cuando ya tenía como 40 años, descubrí en un libro de folclore del interior del país que, según los serranos cordobeses, esos círculos son “casitas” o “guaridas” del diablo o de las ánimas del lugar.
He conocido “médicas” que mataban de palabra si se enojaban; me han hablado de “despenadoras” que existían hasta principios del S.XX; de serranas analfabetas que te miraban el iris y te decían si esperabas un niño o una niña. Y además, vivo con un fantasma (Ver aparte).

—Contanos cómo fue el largo proceso para escribir la saga de los Osorio.
—Comenzó con la idea de contar parte de la historia argentina para hacerla conocer en un formato más atractivo: el de la novela. Me guiaban libros y películas como Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchel, Desirée, de Annemarie Selinko, La gloria de don Ramiro, de Enrique Larreta y las novelas históricas de Manuel Gálvez.
Lo que determinó que eligiera como centro a Córdoba, fue una apuesta que hice con una amiga; le dije algo así cómo “no sólo voy a escribir una novela histórica argentina, sino que lo haré más difícil: la ubicaré en Córdoba”, ya que por entonces no se conseguía fácilmente tanta bibliografía si no eras universitaria.
Luego mi padre, que estaba encantado con la idea, me regaló el Facundo, de Ramón J. Cárcano, que tenía árboles genealógicos y fotos e ilustraciones, y las Memorias Póstumas, del general José María Paz. La batalla de La Tablada, de las Memorias, y la muerte de Facundo, del libro de Cárcano, me decidieron por la época que quería contar: nuestra Guerra Civil, los enfrentamientos entre unitarios y federales.
Después fueron naciendo los personajes, las situaciones, y si bien el segundo tomo iba a corresponder cronológicamente a la saga -ya estaba empezado-, no eran los mismos personajes. Y cuando casi terminaba Como vivido cien veces, se me ocurrió que, cambiando el apellido o los nombres de algunos personajes, tenía no sólo una saga histórica, sino una saga familiar. De ahí, todo fue, como decía mi abuela, “coser y cantar”.

—¿Cuáles fueron tus vivencias al publicar la antología de cuentos góticos “Alguien llama a la ventana”?
—Disfruté mucho haciendo ese libro. Creo que el verbo “hacer” está bien empleado. Fue rescatar de mi memoria libros amados, autores que me deslumbraron, recorrer mi infancia, mi adolescencia, mi madurez, mi vejez a través de los escritores elegidos. Fue recordar viejas y nuevas películas, novelas guardadas por años, todas subrayadas. Fue recordar las viejas revistas de mamá que traían poemas o cuentos de autores que no sabía ni quiénes eran ni – en los años ‘40, ‘60- averiguar quiénes eran, como Katherine Mansfield, o Saki.
Fue recordar personas que influyeron en mis gustos literarios, como un hermano menor, Pedro, que me hizo conocer a Lovecraff, Bradbury, a Lafcadio Hearn.
Si a eso le sumás haber hecho un trabajo de búsqueda de ilustraciones, determinar dónde iba cada una, poder usar de portada el cuadro de un pintor inglés al que amo por su vida y su obra, creo que podés hacerte una idea del maremágnum de vivencias que resultó de eso.
Sin contar que tuvo una segunda edición en poco tiempo y que obtuvo, en general, muy buenas críticas.

—¿Estás escribiendo por estos días? ¿Hay una nueva saga en proceso?
—Tengo una idea que me está dando vueltas, pero aún no la termino de concretar. Mientras tanto, estoy terminando un libro sobre las primeras capillas de Córdoba, y estoy formando, con una amiga, una editorial para editar cuentos clásicos para niños, con ilustraciones antiguas, y quizás nos atrevamos a rescatar novelas inolvidables pero por ahora perdidas.

—Volvamos a la escena de la primera pregunta ¿Con qué sueña la protagonista de la historia que se cuenta junto al fuego?
—Con vivir unos años más para terminar lo que tengo comenzado; con conseguir una casa en las sierras, con visitar Gran Bretaña, con ver recibirse a mis nietos. Y volver a pintar y aprender a bordar.


Hay un fantasma en mi casa

La casa en la que hoy habito la levantamos, a principio de los años ´70, sobre el terreno de una antigua quinta que era de la familia de mi marido. En realidad, era la quinta, de La Quinta, como quien dice.
En cuanto nos vinimos a vivir y comencé a acudir a los negocios de los alrededores, cuando preguntaban dónde vivía y yo les contestaba, comenzaron a decir: “¿Usted vive en la casa de la virgencita?”, o “¿Vive en la casa del ángel?”, o “¿Vive en la casa del fantasma?”. Cuando le pregunté a mi suegro, me comentó que había una vieja historia que decía que en mi terreno –sobre un frutal que tuvimos que hachar para construir la casa- solía verse una aparición. Pasaron muchos años hasta que la vi. Un día de otoño, mientras hablaba con una amiga por teléfono, me pareció que una mujer había entrado y me miraba desde un sauce que tenía en el patio. Aún no habíamos levantado la tapia y en la casona de atrás solían juntarse unas mujeres –de un hogar de ancianos vecino- a hacer yoga, que a veces se pasaban a mi patio. Pensé que era una de estas mujeres, corté el teléfono, abrí la ventana para decirle que era propiedad privada… y me di cuenta de que lo que estaba viendo no estaba afuera: era el reflejo de algo que estaba de pie a mi espalda. Cerré la ventana, crucé la puerta hacia la cocina y recé un Credo.
Cuando abrí la puerta, no había nadie en mi living, pero al asomarme al ventanal la vi de espaldas, perdiéndose bajo el sauce. Era una mujer de edad indefinida, con una especie de camisón blanco, de pelo oscuro y suelto. Nunca volví a verla, pero muchas veces la sentí cerca.
Una amiga mía, a quien hacía años que no veía, vino a visitarme y se quedó a dormir en casa. Esa noche se le apareció a ella, en el cuarto de huéspedes, tal cual la viera yo. Y otras personas también la han visto.
Después de muchos años de investigar, descubrimos la presunción de un crimen que había sucedido en la casona y que nunca se dilucidó. Después de eso, decidimos con mis alumnas rezar una novena para que su alma descansara en paz. Comenzamos el primer día en casa, y los ocho días restantes lo hizo cada una en la de ella. Unos 25 años después de su primera aparición, al concluir la novena, todo volvió a la normalidad.
Nunca le tuve miedo, producía tristeza, pero no temor. La gente que la vio creía que le gustaba refugiarse en los árboles. Hace unos años, después de una sequía grande, un vendaval volteó mi sauce. Ahora tengo nísperos, un quebracho blanco joven, he plantado unos frutales, y algunos cafetos.
De alguna manera, la extraño. No se puede vivir con un fantasma por tanto tiempo sin que deje alguna huella en nuestras vidas.
Cristina Bajo

Cristina Bajo

Nació en Córdoba (Argentina) en 1937. Es novelista y maestra rural.
Empezó a escribir muy joven, pero no fue hasta 1995 que publicó su primera novela, Como vivido cien veces, a la que le siguieron La señora Ansenuza y otras leyendas (1997), En tiempos de Laura Osorio (1998), el libro infantil El guardián del último fuego y otras leyendas argentinas (2001), los cuentos histórico-fantásticos Tú que te escondes (2004) con los que ganó el Premio de la Academia Argentina de Letras, y El jardín de los venenos (2005, originalmente Sierva de Dios, ama de la Muerte), una novela histórica ambientada en el siglo XVIII, con la que ganó el Premio Especial Ricardo Rojas, del gobierno de Buenos Aires para libros editados y fuera traducida a tres idiomas.
Sus libros siempre se encuentran durante meses en las listas de los libros más vendidos de Argentina.

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1 comentario

1 comentario

  1. María Irene

    28/03/2018 a 21:43

    Han transcurrido muchos años de la historia que desarrolla el libro Esa Lejana Barbarie sin embargo al leerlo lo fundamental de la obra, tan exquisitamente narrada es la familia y los vínculos indisolubles de la amistad y de como la casualidad marca sus destinos. Excelente novela. Muchas Gracias Señora Cristina Bajo

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
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