Literatura
Ediciones Bonaerenses, un sello que nació para “estimular la aparición de nuevas voces”
Por Walter Omar Buffarini
Ediciones Bonaerenses es el sello editorial oficial de la provincia de Buenos Aires. Fue creado por decreto en mayo de 2020 y presentado en sociedad un mes más tarde, en el marco de una conferencia en la que el gobernador Axel Kicillof planteaba la necesidad de “rescatar el patrimonio histórico de la provincia y poner en discusión la cuestión de la identidad”.
En plena pandemia de coronavirus y con los obstáculos que en principio podrían haber demorado la puesta en marcha del proyecto, el mismo no solo se constituyó en una realidad, sino que a poco más de un año y medio de su creación ya cuenta con tres libros publicados y varios más en carpeta que verán la luz en este 2022.
ContArte Cultura dialogó con Guillermo Korn, director editorial del sello, para conocer un poco más sobre los caminos recorridos para la publicación de esos tres primeros textos (“Contra cielo plomizo”, “Buenos Aires Fantástica” y “Antecedentes y textos constitucionales de la Provincia de Buenos Aires 1820-1994”) y develar los proyectos que la editorial se plantea a corto y mediano plazo.

—Durante 2021 Ediciones Bonaerenses lanzó tres títulos (“Contra cielo plomizo”, “Buenos Aires Fantástica” y “Antecedentes y textos constitucionales de la Provincia de Buenos Aires 1820-1994”) que si bien tienen diferencias de género apuntan a una política particular. Contanos precisamente cuál es el objetivo político y cultural de un proyecto como el que pusieron en marcha.
—La editorial surgió en 2020 bajo algunas ideas rectoras amplias, como fueron promover la educación y la divulgación del pensamiento. La idea de cuidar, fortalecer y expandir el patrimonio cultural provincial como tarea del Estado, también estuvo en los principios de su creación. A eso agregaría la idea de democratizar la palabra, de sumar a una editorial pública de estas características en la mesa de debate de cómo se publica en este tiempo, con sus lógicas propias que conviven con otras, pero sobre todo con la idea de estimular la aparición de nuevas voces, los modos de llegada del libro a otros espacios y también la de apelar a nuevos lectores.
—Existen proyectos similares que inspiren el trabajo del sello de la provincia.
—Sí, hay varios antecedentes -con sus distintas particularidades- si nos referimos a la tarea editorial relacionada a una política pública. En Latinoamérica, los dos ejemplos más emblemáticos son -desde mediados de los años 30- el Fondo de Cultura Económica, que comenzó publicando en México textos de economía para estudiantes y desde entonces amplió sus catálogos hacia temas filosóficos, educativos, históricos y literarios, por un lado, y la Biblioteca Ayacucho, creada a mediados de los años 70, como una institución pública de Venezuela, destinada a reeditar y publicar clásicos de la literatura del continente. En Argentina, la experiencia de Ediciones Culturales Argentinas, la de Eudeba y las editoriales universitarias, y más para acá, las ediciones de la Biblioteca Nacional, bajo la dirección de Horacio González, son fundamentales. Otra experiencia que me parece muy importante es la de la Editorial Municipal de Rosario, que lleva varias décadas.
—“Contra cielo plomizo” y “Buenos Aires Fantástica” surgieron de la realización de concursos literarios, ¿cuál entendés que es la importancia de este tipo de eventos para la producción de literatura?



—Concursos literarios como los que dieron por resultado estos dos títulos permiten dar a conocer autores nuevos, potenciar sus escrituras y reponer una experiencia importante para un autor novel como es la de poder compartir su creación con los demás. Si pensamos que del Concurso Haroldo Conti, para mencionar el certamen que se recuperó en 2020 y que dio como resultado Contra cielo plomizo, han participado en sus primeras ediciones autores como Martín Kohan, Leopoldo Brizuela, Samanta Schweblin, Hernán Ronsino, Carlos Gamerro, Carlos Ríos, Juan José Becerra, por mencionar algunos autores importantes que hicieron sus primeros pasos desde la experiencia de los concursos literarios, me parece que da la chance de pensar la importancia de seguir apostando a esas convocatorias para la literatura actual y la que leeremos en los próximos años.
—¿Tienen previstos nuevos concursos con ese fin?
—Sobre los concursos de los que hablábamos la convocatoria fue realizada, en el caso de Contra cielo plomizo, por la Dirección de Bibliotecas y Promoción de la Lectura (Ministerio de Producción) y el Ministerio de Comunicación Pública, mientras que para Buenos Aires Fantástica, el concurso lo organizó la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia y la Unidad Bicentenario, del Ministerio de Comunicación Pública. En estos primeros pasos de Ediciones Bonaerenses no están dadas todavía las condiciones de pensar nuevas convocatorias desde la editorial. Ojalá en breve se pueda.

—Contanos brevemente cuál fue el trabajo que debieron realizar junto al Instituto Levene para la confección de “Antecedentes y textos constitucionales…”
—Este libro había sido pensado y compilado, entre 2016 y 2017, por investigadores del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires “Dr. Ricardo Levene”, una institución provincial casi centenaria. Pero su publicación quedó sin efecto entonces. Los motivos, en detalle los desconozco, aunque pueden preverse: un libro que permita repasar y pensar la historia constitucional de la Provincia ‘podría no ser bien visto’. Por eso, en 2020, se pensó que el bicentenario de la Provincia era una ocasión propicia para dar a conocer este trabajo. A lo realizado, que comprendía la recolección de artículos, los trabajos de presentación y estudio por parte de tres investigadores de carrera del propio Archivo (Claudio Panella, Fernando Barba y Marcelo Raimondi), se pidió y agregó –precisamente en el marco del Bicentenario- un prólogo al Gobernador de la provincia (Axel Kicillof) y un estudio introductorio encargado a Marcela Ferrari y Ana Laura Lanteri, historiadoras de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
—¿Cuáles serían los títulos que se encuentran en carpeta para ser editados y publicados durante 2022 por Ediciones Bonaerenses?

—Los próximos libros a publicar son Luces de mercurio, que reúne los cuentos premiados en el Concurso Haroldo Conti de 2015, pero que por el cambio de gobierno había quedado sin publicar oportunamente; Pasajeras esas nubes, donde se reúne la producción de siete poetas del sur de la provincia (Lorena Curruhinca, Alejandra Sagui, Carolina Rack, Laura Forchetti, Eva Murari, Agostina Paradiso, Natalia Molina), compilado por Roberta Iannamico y el que dará comienzo a la colección Clásicos Bonaerenses. Es un volumen con trabajos periodísticos de Haroldo Conti, con varios que nunca habían sido publicados en libro. Hay varios títulos más sobre los que estamos trabajando, pero estos que comenté serán los primeros en aparecer en 2022.
Textos para escuchar
El niño de las avispas – Victoria Bayona
Victoria Bayona lee su cuento El niño de las avispas
“¿Por qué lo seguían?”, se preguntaban los habitantes de Cuerno Callado. Por un tiempo, nada más. Después, aunque parezca difícil de creerse, se olvidaron de él. Como si se hubiera desvanecido, no recordaban si había existido o lo habían soñado.
Fermín nació una madrugada en la que las estrellas parecían querer quedarse un tiempo más para esperarlo. Alrededor de las siete, un llanto menudo resonó en la casa. Los primeros insectos atravesaron la ventana poco después. Rodearon la cesta de trigos enlazados que les había regalado el hijo de un terrateniente. La madre reposaba aun dolorida por el parto, y fue el padre quien se encargó de espantarlos. Cerró las hojas de vidrio y vio cómo se agolpaban al otro lado. Buscaban cualquier resquicio para ingresar, rodeando el hogar con zumbidos y golpeteos. Lo que en un principio pareció un capricho curioso de la naturaleza, a los padres terminó por asustarles.
Cubrieron la cuna con velos, sellaron cada hueco, se ocuparon cuidadosamente de abrir solo unos segundos las puertas al entrar y salir, y consiguieron, por escasos meses, mantener a los invasores a raya. Pero Fermín crecía y, después de gatear, caminó. Tan pronto pudo acercar los bancos a los picaportes, era él quien dejaba entrar la plaga y la casa se llenaba de nubes bulliciosas.
Fue examinado por médicos, brujos y curanderas. Nada parecía explicar la atracción que sentían las criaturas por el niño. Picaban a cuanta persona estuviera al alcance. Al niño no. A él lo perdonaban de sus aguijones. Los padres entendieron que algo estaba realmente mal cuando escucharon que la primera palabra que su hijo pronunció fue “avispa”.
—¡No podemos seguir así! —gritó la madre un día, mostrándole al marido sus brazos lacerados—. ¡No podemos!
Lloraba a los gritos, y el niño la observaba parado, aferrado a los barrotes de la cuna. Al menos diez avispas revoloteaban a su alrededor. Cada vez que alguno de sus padres quería levantarlo, lo atacaban.
—Esto tiene que parar —repetía la mujer, hecha un ovillo sobre la cama—, tiene que parar.
Un extraño resentimiento crecía en sus corazones hacia el hijo. Al principio intentaron protegerlo, pero se fueron dando cuenta que los insectos no eran una amenaza para él, al contrario, parecía disfrutar su compañía. Pasaban los años y, aunque aun no pudieran confesarlo en voz alta, comenzaban a planear cómo deshacerse de él.
Casi sin mediar palabra, fueron construyendo una casita entre Cuerno Callado y Casadelmar, rodeada de árboles frondosos, bastante alejada del pueblo. Le pusieron un camastro rústico, una mesa, alacenas repletas de comida. Su plan era ir cada mediodía y cada noche a alimentarlo, que el niño durmiera allí, rodeado de los insectos sin que los afectara a ellos.
Cuando llegó el día, la madre tenía un ojo inflamado por una picadura. El padre ponía sobre las suyas un ungüento que les había formulado una curandera de Puerto Espinos. Hartos del martirio, esperaron a que Fermín, que ya tenía seis años, estuviera dormido. Lo envolvieron en una manta y lo dejaron en la cama que habían hecho para él. Lo miraron unos segundos. Cuando las avispas comenzaron a habitar la casa, huyeron.
Al día siguiente amanecieron sintiéndose extraños. El silencio era pesado. Poderoso. No había dentro de su casa un solo insecto. Nada les picaba. El cuerpo no ostentaba nuevas picaduras. Pero su hijo les faltaba. La madre rompió en llanto. El padre lloró también.
—¿Qué hicimos? —se reprocharon.
Salieron disparados rumbo a la casilla. Se convencieron de que encontrarían otras maneras de poder criarlo, que lo que habían ideado era una locura, que habían estado bajo los influjos de la alucinación producida por las picaduras. Que quizás el niño no hubiera despertado y nunca se enterara de que había pasado la noche lejos.
Cuando llegaron, Fermín no estaba. Desde entonces lo buscaron por todas partes. Pero el niño de las avispas nunca apareció.
Abrió los ojos. El olor era nuevo. Olor a madera. A bosque. Esa no era su casa, no era su cama, sin embargo se sentía bien ese despertar. Tan pronto se incorporó, varias avispas lo rodearon. Miró a un lado, a otro, era una casa pequeña. ¿Por qué estaba ahí? ¿Cómo había llegado? No sabía las respuestas a muchas de esas preguntas, pero en su inocencia terminó de entender algo que rompió su corazón: sus padres ya no lo querían.
Una extraña libertad latió en el pecho lastimado: nada lo aferraba al mundo en el que le tocó nacer. Si no corrió antes había sido por quedarse con ellos. Pero en ese momento, confirmó que había ocurrido algún error y que al fin podía enmendarlo. Extendió la mano con la palma al cielo y varios insectos se posaron en ella. Sonrió. Se sentía conectado con esas criaturas que habían sido desde siempre su familia. Por fin estaba en casa.
Corrió a través de los árboles añosos hacia lugares donde nunca había ido antes. Las avispas lo guiaban. Formaban hordas numerosas y, al pasar, los habitantes del bosque los miraban asombrados. Después de mucho tiempo, se detuvieron. Llegaron a una pared de roca que en su base tenía una zona ahuecada. Fermín sintió muchas ganas de descansar allí. Se quitó la ropa y se acurrucó en la superficie dura y fría, pero no le incomodó. Había algo reconfortante en esa rusticidad, en ese estar desnudo sin nada que lo separara de la naturaleza. Cerró los ojos y se sumió en un sueño muy profundo. Tan profundo que no advirtió las redes que los insectos tejían a su alrededor.
Despertó después de muchos meses. No abrió los ojos porque ya no tenía párpados. Simplemente pudo ver, ver. Una película lo separaba del mundo. Extendió sus brazos y rompió la crisálida que lo albergó durante su sueño. Podía sentirlo todo. La savia fluyendo en las venas de las plantas, el andar de las hormigas, el latir acelerado en el corazón de los animales. La brisa, la tierra que palpitaba en la base de sus pies. Se llevó las manos a la cara. La sintió huesuda. Sabía que algo se había transformado y quería verlo. Caminó, el instinto le indicaba dónde encontraría agua. Un séquito de avispas lo siguió.
Finalmente, el reflejo de un lago le sirvió de espejo. Su rostro se había alargado y sus ojos eran redondos, negros y brillantes. Su nueva apariencia no le disgustaba. Estaba aún estudiando sus facciones cuando sucedió lo más maravilloso: detrás de su espalda comenzaron a desplegarse destellos transparentes, un abanico mágico, el sueño que había tenido incluso antes de existir: le habían crecido alas.
Eran miles los insectos que se habían agolpado a presenciar el gran fenómeno. De pronto sus zumbidos se aunaron en uno y parecieron entonar una curiosa melodía. Estaban dándole la bienvenida. Él zumbó también. Hablaba la lengua de los insectos. Con ellos fue que se asentó en un lugar apartado y juntos construyeron un avispero magnífico, la fortaleza de cera y barro que se convertiría en el castillo de Fermín.
Con el tiempo fue olvidando sus años con los hombres. Olvidó primero el sabor de la comida, las camas, las plantas en macetas, el idioma de Cuerno Callado. Olvidó los horarios, las rutinas. Las visitas y los cantos. Y lo último que olvidó, como si no hubiera querido olvidarlas nunca, fueron las manos de su madre y la risa de su padre. Vivía con sus amigos en su nuevo hogar, recorría los alrededores, en ocasiones auxiliaba a aquellos animales que lo necesitaban. Se había convertido en un ser generoso que trabajaba por el bienestar del bosque.
Pasó una mañana. Escuchó un sonido como ningún otro. Se acercó, sigiloso, hacia donde si oído lo guiaba. En medio de un claro entre los árboles, la vio. Una joven muy bella seleccionaba y recogía plantas para luego guardarlas en su delantal. Mientras realizaba su labor, cantaba. Su canto le devolvió todo lo que había olvidado.
—Mamá —murmuró, en aquella lengua que no había usado en años.
Los ojos se le volvieron acuosos y su corazón pareció quebrarse una vez más.
Así lo encontró la joven. Aferrando sus rodillas, con la cabeza oculta.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
Su voz era extremadamente dulce, como si no hubiera dejado de cantar.
Fermín alzó la vista. Por un segundo la muchacha se sobresaltó al enfrentarse a esos ojos negros y profundos. Solo después reparó en sus alas. Intentó que su asombro no se reflejara en sus facciones.
Fermín era un adolescente ya y había acumulado muchos años de rencores. Ver a la muchacha le abrió una herida aneja. De pronto estaba enojado. Enojado con su pasado, con sus padres, con sentirse solo en su singularidad. No lo pensó. La aferró entre sus brazos y voló hasta el castillo de cera, a encerrar a la joven que dolía en una torre de polen y de miel.
Historias Reflejadas
“Carrera”

Carrera
Corrían. Los pasos se alargaban más allá de sus cuerpos en busca de respuestas.
Avanzaban sobre un tiempo muerto, sin formas, las horas quietas en puntos suspensivos. El pasado se hacía presente, como una sombra, como un vidrio sucio donde se escondían las preguntas.
Corrían y en sus pies se enredaban las mentiras, una detrás de la otra; el cuerpo en movimiento, fijo en el instante, dejándose reposar en ese balanceo de la vida, para no caer en la opresiva sensación de las circunstancias.
Corrían, viajaban sobre sus pensamientos, cada pisada un encuentro con la inevitable memoria de sus cuerpos; la búsqueda y el vacío.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “Asco”, de Carolina Perrot; “Una mujer corre”, de Bibiana Ricciardi; “Vidrio”, de Gabriela Borrelli; y “Cada despedida”, de Mariana Dimópulos.
Literatura
Tres jóvenes fundaron una editorial que apuesta por la literatura de riesgo
Por Gastón Marote
Tres jóvenes emprendedores fundaron la editorial independiente La Tarea de Escribir, que ya publicó siete libros y apuesta por escrituras radicales y autores emergentes, con una propuesta estética que prioriza “lo raro antes que lo bueno”.
La editorial fue creada en 2025 por Juan Rey (27), Vinicius Fonseca (28) y María Josefina Pesado (29), y surge como continuidad del taller homónimo activo desde 2021.

Según explicaron sus fundadores, el proyecto busca acompañar obras que “se atrevan a pensar desde el borde” y no temen al error o a la incomodidad.
“Creemos que una editorial no es una vidriera sino un dispositivo de pensamiento”, sostienen los creadores, que acompañan cada libro con materiales complementarios como prólogos, notas, entrevistas o piezas visuales disponibles en un soporte digital propio.
En un comunicado, destacaron que trabajan con autores “nuevos, invisibles o directamente ilegibles para la mirada estándar del presente editorial”, y que la curaduría está guiada por una apuesta estilística abierta y desafiante.
Entre sus influencias mencionan tanto editoriales independientes como N Direcciones o la mítica 18 Whiskys, como también autores consagrados y contemporáneos como César Aira, María Negroni, Gabriela Cabezón Cámara o Pablo Katchadjian.
Los objetivos de La Tarea de Escribir están divididos en tres escalas: a corto plazo, construir un catálogo pequeño e incisivo y obtener visibilidad en eventos como la Feria del Libro o la FED; a mediano plazo, formar una comunidad interesada en la experimentación; y a largo plazo, producir un archivo vivo que integre edición, taller e investigación.
Definen a su público como lectores curiosos, móviles, interesados en lo anómalo y en obras que “se presenten como objetos capaces de abrir preguntas, no de clausurarlas”.
La circulación de sus libros se enfoca en librerías independientes, ferias, universidades y espacios culturales, aunque no descartan expandirse comercialmente para sostener el proyecto.
(*) Agencia Noticias Argentinas
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