

Historias Reflejadas
Historias reflejadas: “Rebobinar”

Rebobinar
Las palabras buscaban su lugar en la memoria, necesitaban aquietarse en el sitio exacto, el espacio al que pertenecían. Como una correntada que arrastraba los recuerdos, como un viento imprevisto, los hilos del pasado se desenrollaban sobre el presente. Eran barro y cenizas, imágenes sin materia, sólo voces inventadas.
Había huecos sin nombres, mundos vacíos en los que la vida avanzaba sin retorno y, sin embargo, desde allí provenían las voces, resonancias de un tiempo viejo, que se filtraba como un resto, como un silencio obligado a manifestarse.
Las hebras del destino se enredaban en nudos de angustia y de deseo, las partículas de vida afloraban como brotes de esperanza entre los agujeros del miedo. Todo mutaba y todo estaba quieto, como si nunca hubiera sucedido, a pesar de las palabras, más allá de las voces, era suficiente rebobinar para poder avanzar.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia las siguientes obras literarias: “Agosto”, de Romina Paula; “Magdalufi”, de Verónica Sánchez Viamonte; “El lecho”, de Esteban López Brusa; y “Cruzar la noche”, de Alicia Barberis.

Historias Reflejadas
“Laberintos de la cordura”


Laberintos de la cordura
Dejó caer las palabras como si fueran pétalos secos. Un sonido viejo enmudeció sobre el papel. Los instantes, desparramados en una migración sin fronteras, destejieron la trama. El silencio avanzó como una sombra entre las letras. Tres lágrimas se alargaron en ese segundo oscuro. Volvió a llover esa lluvia sin gotas. Sus recuerdos embarrados se alargaron por encima de las paredes, cada fragmento era una mancha húmeda descomponiéndose en las nubes de su memoria.
¿Dónde era afuera? ¿En qué lugar del silencio era posible atravesar los ruidos de la mente?
¿Dónde era adentro en los límites de aquellas manchas?
La nada crecía sobre ese papel en el que se buscaba. Una coma en el camino, los recuerdos flotando debajo de los recuerdos, las voces del más allá inventando un renglón para aquietarse. Y al final, un punto, como una puerta que encerraba a los fantasmas, como otro silencio; aunque pronto se volviera letras y pudieran atravesar los límites de la locura para trascenderla.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “Invisible”, de Juan Solá; “La pieza del fondo”, de Eugenia Almeida; “Pequeña flor”, de Iosi Havilio; y “Mal de muchas”, de Marcela Alluz.
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“Cáscaras del alma”

Cáscaras del alma
Ella quería escapar, necesitaba huir de sí misma y de todas las circunstancias que la rodeaban.
Tenía el alma anudada por el dolor. Capas de angustia escondidas en las dudas del tiempo se convirtieron en durezas. Allí quedaron atrapados sus sentires y de alguna manera su libertad.
Sus pies acompañaron la marcha hacia un destino despojado de certezas. El miedo y las mentiras estarían al acecho, serían fieras de rostros sombríos. Miles de pájaros anidarían en su cabeza hilvanando pensamientos oscuros y desafiantes serpientes venenosas se interpondrían en su camino, enroscándose entre sus piernas para obligarla a mirar atrás.
Era inútil, cuando uno emprendía un viaje ya no se regresaba igual. Un acontecimiento se enlazaba con otro y este con el siguiente para formar la perfecta cadena de la vida.
Le hubiera gustado ser diferente pero simplemente fue lo que pudo, la consecuencia de lo que otros, a lo mejor, nunca pudieron.
El pasado se hizo añicos y las palabras que habitaban en el fondo de su alma levantaron vuelo y se convirtieron en verdad. Sus manos lograron reparar pronto lo que la vida había roto despacio. Cubrió con paciencia lo que estaba resquebrajado y colocó pegamento entre sus penas. Una pátina de esperanza convirtió en nuevo lo viejo y le permitió por primera vez mirar el futuro.
Más allá de las circunstancias y del vacío que se escondía detrás de aquel rostro, en algún lugar, aún era posible ver crecer un sueño.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Elisa, la rosa inesperada” de Liliana Bodoc, “Búscame donde nacen los dragos” de Emma Lira, “Las veladuras” de maría Teresa Andruetto y “Comer, rezar, amar” de Elizabeth Gilbert.
Historias Reflejadas
“Semillas de amor”

Semillas de amor
No había distancia posible cuando el amor se filtraba entre las almas de dos seres, a veces tan distintos, otras tan etéreos. A través del espejo en el que ella se miraba, asomaban apenas las delicias de un encuentro, extraño e inevitable.
El pasado se colaba en el presente y creaba vínculos. Semillas plantadas alguna vez, germinaban ahora curando heridas que habían sangrado durante mucho tiempo.
Las diferencias no existían entre aquellos que habían sido tocados por los brotes de la pasión que, guardada en un germen lejano, se perdía en las vueltas del tiempo para despertar en el momento oportuno.
Sin embargo, a veces sucedía el desencuentro obligado, el desarraigo fatal de culturas o guerras que las circunstancias de la vida se encargaban después de reparar.
Voces distantes la llamaron para completar sus sueños truncos, a terminar lo que otros dejaron inconcluso, a sanar tantos dolores olvidados.
No existían las fronteras cuando dos mundos opuestos intentaban unirse en el amor.
Se introdujo en la inmensidad del paisaje que la llamaba y fue parte de su memoria. Buscó las huellas que el destino había dejado. Ahora eran un mensaje grabado bajo sus pies. Tomó entre sus manos la semilla que daría vida a aquella historia enterrada. Después caminó decidida, como nunca antes lo había hecho, al encuentro inevitable de ese ser que la había estado esperando desde siempre.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Tierra India” de Susana Biset, “Adorado John” de Cristina Loza, “Al otro lado del océano” de Ana Moglia, y “Tierra de fugitivos” de mariana Guarinoni.
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