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Historias Reflejadas

“La sonrisa de un monstruo”

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La sonrisa de un monstruo

Los monstruos existen. Así quedó demostrado aquella tarde en la que llovieron monstruos desde una nube muy negra.

Largos, cortos, peludos y crujientes, con garras o con gorros, se aferraron a las gotas y precipitaron en líneas de miedo sobre una calle silenciosa.

Uno a uno se fueron ordenando para encontrar su lugar en el espacio que se disponían a conquistar.

—¡Un monstruo! —gritó la madre.

—¿Un monstro? —preguntó el abuelo.

—Ningún monstruo —dijeron los niños.

Cada horrorosa criatura, haciendo uso de sus propiedades, comenzó a enredarse en los pensamientos de las personas en las que tejieron sus sueños.

Con sus hilos, brillantes y pegajosos, lograron esconderse en sus palabras. Más tarde, brotaron desde sus lenguas como burbujas peludas y se perdieron entre la gente.

Ni buenos, ni malos, los monstruos eran seres especiales, capaces de modificar los instantes. Entrelazados en una lluvia de miedos se convertían en buscadores de respuestas.

Ellos estaban allí, visibles o invisibles, marcaban con sus garras el paso de las horas y se ocultaban en el olvido.

A medida que las últimas gotas se evaporaban, unas extrañas huellas se desdibujaban y atrapaban en el suelo la sonrisa de un monstruo.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Petit, el monstruo”, de Isol Misenta; “El monstruo tejedor”, de Andrea Braverman; “Monstruos de colección”, de Graciela Sverdlick; y “Mi abuelo es un superhéroe”, de Fernando Aguzzoli y Juan Chavetta.

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Historias Reflejadas

“Viaje de letras”

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Viaje de letras

Cierta tarde, cansadas de tanto silencio, las letras que habitaban en un viejo libro comenzaron a deslizarse por los bordes de las páginas. Nadie había percibido la sutileza de sus pasos; se trataba de un rumor que bajaba lentamente, como un susurro de hojas inquietas, desde el estante más alto de la biblioteca.

Como si fueran una larga fila de hormigas, atravesaron los contornos de otros libros, caminaron por encima de sus historias y abrieron los ojos de una puerta invisible. Detrás, un viento fuerte desparramaba los capítulos de la realidad y los trituraba. En ese laberinto de papel picado, las palabras avanzaron, la historia se perdió en el movimiento y levantó polvo sobre las olas de la imaginación. Un remolino desordenó las páginas y todo se volvió confuso.

Sobre el suelo rodaron personajes sin nombre y las baldosas se llenaron de voces. Adentro era igual que afuera, los puntos se mezclaron con las comas y las letras tomaron tantas formas que fue imposible encontrar el final.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “El secreto de Suburbia”, de Emilia Casiva y Matías Lapezzata, con ilustraciones de Mariana Robles; “Achimpa”, de Catarina Sobral; “El cuento fantasma”, de Jaime Gamboa, con ilustraciones de Wen Hsu Chen; y “El placer de leer”, de Alicia Salvi, con ilustraciones de Matías Acosta.

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Historias Reflejadas

“Derrumbe”

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Derrumbe

La vida se derrumbaba. Las olas del pasado arrastraban los recuerdos. Sin embargo, entre los escombros, sus miradas lograron encontrarse.

Sus ojos se buscaron por encima de las cenizas, más allá de las fronteras de la muerte. Los límites se desdibujaron, las voces, una distinta de la otra, múltiples, diversas, se fundieron sobre el suelo que las unía.

El agua arrojó las palabras, como el viento del monte, como la tierra que temblaba y se abría en una boca sin nombres; como la fiebre y la guerra, que eran voces invisibles dispuestas a manifestarse.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia las siguientes novelas: “Renacer de los escombros”, de Gabriela Exilart; “La canción del mar”, de Gloria Casañas; “La princesa de las pampas”, de Gabriela Margall; y “Los amantes de San Telmo”, de Graciela Ramos.

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Historias Reflejadas

Puro cuento

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Puro cuento

La vida es puro cuento, un ovillo de historias que ruedan sobre los objetos, como si fuera un viaje de palabras. Como si las palabras crecieran y se multiplicaran en las ruedas de mi bicicleta, que arrastra los hilos y los enreda.

En el manubrio, una mariposa naranja sostiene mi canción de primavera, puro deseo de oruga, que de tanto repetirla se le hizo costumbre y de tanta costumbre, letra cantada, siempre distinta, siempre canción, puro cuento.

Una pelota cruza por el aire y atraviesa mi camino, puro cuento. La veo caer y transformarse. Veo un castillo y un secreto que me llevo en las ruedas de la bicicleta, que canta, que viaja, que se convierte en mariposa; hasta que se posa en la tele de mi casa, justo sobre la novela de mi mamá. Y ahí se terminan los vuelos y me tengo que encerrar en mi capullo para no escuchar lo que ya sé de memoria, puro cuento.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “Edelmira Latele”, de Adela Basch; “En la puntita de una hoja”, de Magdi Kelisek; “El sueño de Magrela”, de Rita Taraborelli; y “Secretos”, de Teresa Prost.

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