Literatura
El nuevo libro de Gabriel Rolón: “Si existe la felicidad, tiene que ser incómoda”
Por Emilia Racciatti (*)
El psicoanalista y escritor Gabriel Rolón problematiza en su reciente libro “La felicidad” qué implica esa emoción en una coyuntura que nos impone el disfrute como mandato y la euforia como forma de bienestar, para proponer despojar de imperativos la posibilidad de ser felices y asumirla ligada a una falta, a algo que se presenta limitado y carente: “Después de todo, es posible una felicidad doliente, pero no una felicidad anestesiada. Y mucho menos una felicidad cobarde”, plantea.
Primero en la lista de ventas de las últimas semanas de 2023 y sostenido en ese lugar una vez comenzado el 2024, “La felicidad” confirma la fidelidad de esa comunidad lectora que acompaña a Rolón (La Matanza, 1961) desde su primera publicación, “Historias de diván” en 2007, y lo consagró como uno de los autores más leídos de los últimos años con títulos como “Los padecientes”, “Historias inconscientes”, “El precio de la pasión” y “El duelo”, entre otros.
“Para tener sentido, la vida requiere de un vacío, una ausencia que genera un movimiento al que llamamos deseo. Una falta que abre la posibilidad de ser feliz. Faltacidad”, dice el autor en este trabajo compuesto por cinco capítulos en los que se retoman historias escuchadas en el consultorio, otras arrancadas a la mitología griega y algunas también tomadas de obras literarias.
Así, bajo los títulos “Territorios y tiempos de felicidad”, “Einstein, Freud y el poeta”, “La felicidad depende de uno”, “La felicidad en tiempos de disfrute” y “A pesar del horror”, los cinco capítulos van desarrollando algunas de las ideas que Rolón fue hilvanando en sus columnas del programa radial “Perros de la calle”, conducido por Andy Kutnetzoff, quien, según recupera en el prologo, lo desafió a proponer al final de sus columnas una fórmula para ser feliz.
Si bien al principio se negó porque consideró que para un psicoanalista no existen las recetas ni los consejos, después aceptó el desafío proponiendo un límite: “que sean 10 ideas”. Esas aproximaciones se fueron construyendo en columnas en las que aparecen planteos de los oyentes o de quienes integran el programa para conversar sobre temores, frustraciones, proyectos o vínculos que los conmueven.
Rolón cuenta en ese prólogo que con esas ideas nació este libro, con la premisa de pensar la felicidad como “en un vacío, en un borde, en un espacio intermitente que de pronto se percibe y luego se va, quién sabe adónde. Como el Inconsciente”.
Claro que la pregunta por cómo el psicoanálisis interviene para poder acercarnos a la felicidad insiste a lo largo de las casi 400 páginas del libro. “El análisis no es un lugar placentero, aunque a veces el placer resulta indispensable para alcanzar la felicidad. Pero el placer no es el disfrute constante que promueve nuestra cultura. Ese disfrute es goce, ese impulso irrefrenable del Superyó que nos empuja a la búsqueda infructuosa de una completud imposible”.
“La felicidad” es el libro número 12 que publica Rolón pero no es el primero que encabeza las listas de ventas desde que llega a librerías. Sus obras se ubican rápidamente como referentes de la divulgación y han llegado a superar más de dos millones y medio de ejemplares vendidos en los últimos años.
Ese fenómeno tiene su correlato en el teatro, donde se presentó con obras como “La pasión” o “El amor y las pasiones”, con las que llenó salas en Argentina pero también en Uruguay. Desde 2023 se presenta con “Palabra plena”, un espectáculo dirigido por Carlos Nieto, con música de Gabriel Mores que vuelve a escena el 22 de enero en Córdoba y cerró el año pasado con funciones agotadas en la Ciudad de Buenos Aires.
Sin embargo desde el 25 de enero las presentaciones comenzarán en la costa: primero en Villa Gesell pero la agenda sigue en Pinamar, San Bernardo, Necochea y Mar del Plata y se trasladará en marzo a Miami.
En esta puesta, el también músico desafía a pensar evitando las trampas de la comodidad con la premisa de que “las cosas importantes de la vida son incómodas”, tal como dice en el texto que invita a la obra. “La palabra es abismo. Es al mismo tiempo herramienta y conflicto. Comunicación y malentendido. Verdad y mentira. Habitamos en la confusión. Y en esa confusión nos jugamos la vida”, se lee en el texto de invitación.
Así, entre los libros y las presentaciones teatrales, Rolón logra convocar a un espacio de reflexión sin certezas ni respuestas cerradas, algo que empezó con sus participaciones en los programas de trasnoche de Alejandro Dolina “La venganza será terrible” como uno de los integrantes de esa mesa en la que también estaban Elizabeth Vernaci, Guillermo Stronati, Jorge Dorio, Gillespi, Coco Silly y Patricio Barton.
Desde esas primeras intervenciones radiales hasta hoy, el psicoanalista sostuvo un recorrido en los medios que se consolidó con la venta de sus libros, que siempre tuvieron reimpresiones y presentaciones multitudinarias en ferias del libro en distintas ciudades del país.
El sello que lo edita, Planeta, asegura que se trata del autor “más leído de Sudamérica” y ahí están los dos millones de libros que lleva vendidos. De hecho este fin de semana había librerías que habían agotado todos los ejemplares que tenían de este último título. Por su parte, la cadena Cúspide anuncia en su web que “La felicidad” está primero en ventas y no cuentan con stock de manera temporal. Así que todo indica que habrá reimpresiones.
Rolón dice que “hay quienes sostienen que la felicidad es una meta a alcanzar” pero no acuerda, ya que considera que no es ni un derecho ni una meta sino un desafío, el de “sostener la mirada frente a la idea de la muerte sin desmoronarse”.
Otra de las características que tiene la felicidad en este libro es que es incómoda: “Si existe la felicidad, tiene que ser incómoda” , escribe en uno de los últimos capítulos.
“Al igual que la esperanza, la comodidad invita a detener el deseo, porque el deseo es cambio, es riesgo. A quien busca el confort se lo puede dominar con muy poco. En cambio, un sujeto lanzado a la búsqueda de la felicidad es una persona muy difícil de manejar. Es un ser dispuesto, incluso, a arriesgar su vida por un ideal de libertad, de justicia. O por un amor”, asevera el autor.
Al final, cuando repasa el rompecabezas de relatos que arman el libro, el psicoanalista dice que este trabajo fue pensado como una propuesta a no refugiarse en lo pasado ni en lo por venir, y en cambio pensar en una felicidad siempre en falta: “Después de todo, es posible una felicidad doliente, pero no una felicidad anestesiada. Y mucho menos una felicidad cobarde”.
(*) Agencia de noticias Telam.
Textos para escuchar
El niño de las avispas – Victoria Bayona
Victoria Bayona lee su cuento El niño de las avispas
“¿Por qué lo seguían?”, se preguntaban los habitantes de Cuerno Callado. Por un tiempo, nada más. Después, aunque parezca difícil de creerse, se olvidaron de él. Como si se hubiera desvanecido, no recordaban si había existido o lo habían soñado.
Fermín nació una madrugada en la que las estrellas parecían querer quedarse un tiempo más para esperarlo. Alrededor de las siete, un llanto menudo resonó en la casa. Los primeros insectos atravesaron la ventana poco después. Rodearon la cesta de trigos enlazados que les había regalado el hijo de un terrateniente. La madre reposaba aun dolorida por el parto, y fue el padre quien se encargó de espantarlos. Cerró las hojas de vidrio y vio cómo se agolpaban al otro lado. Buscaban cualquier resquicio para ingresar, rodeando el hogar con zumbidos y golpeteos. Lo que en un principio pareció un capricho curioso de la naturaleza, a los padres terminó por asustarles.
Cubrieron la cuna con velos, sellaron cada hueco, se ocuparon cuidadosamente de abrir solo unos segundos las puertas al entrar y salir, y consiguieron, por escasos meses, mantener a los invasores a raya. Pero Fermín crecía y, después de gatear, caminó. Tan pronto pudo acercar los bancos a los picaportes, era él quien dejaba entrar la plaga y la casa se llenaba de nubes bulliciosas.
Fue examinado por médicos, brujos y curanderas. Nada parecía explicar la atracción que sentían las criaturas por el niño. Picaban a cuanta persona estuviera al alcance. Al niño no. A él lo perdonaban de sus aguijones. Los padres entendieron que algo estaba realmente mal cuando escucharon que la primera palabra que su hijo pronunció fue “avispa”.
—¡No podemos seguir así! —gritó la madre un día, mostrándole al marido sus brazos lacerados—. ¡No podemos!
Lloraba a los gritos, y el niño la observaba parado, aferrado a los barrotes de la cuna. Al menos diez avispas revoloteaban a su alrededor. Cada vez que alguno de sus padres quería levantarlo, lo atacaban.
—Esto tiene que parar —repetía la mujer, hecha un ovillo sobre la cama—, tiene que parar.
Un extraño resentimiento crecía en sus corazones hacia el hijo. Al principio intentaron protegerlo, pero se fueron dando cuenta que los insectos no eran una amenaza para él, al contrario, parecía disfrutar su compañía. Pasaban los años y, aunque aun no pudieran confesarlo en voz alta, comenzaban a planear cómo deshacerse de él.
Casi sin mediar palabra, fueron construyendo una casita entre Cuerno Callado y Casadelmar, rodeada de árboles frondosos, bastante alejada del pueblo. Le pusieron un camastro rústico, una mesa, alacenas repletas de comida. Su plan era ir cada mediodía y cada noche a alimentarlo, que el niño durmiera allí, rodeado de los insectos sin que los afectara a ellos.
Cuando llegó el día, la madre tenía un ojo inflamado por una picadura. El padre ponía sobre las suyas un ungüento que les había formulado una curandera de Puerto Espinos. Hartos del martirio, esperaron a que Fermín, que ya tenía seis años, estuviera dormido. Lo envolvieron en una manta y lo dejaron en la cama que habían hecho para él. Lo miraron unos segundos. Cuando las avispas comenzaron a habitar la casa, huyeron.
Al día siguiente amanecieron sintiéndose extraños. El silencio era pesado. Poderoso. No había dentro de su casa un solo insecto. Nada les picaba. El cuerpo no ostentaba nuevas picaduras. Pero su hijo les faltaba. La madre rompió en llanto. El padre lloró también.
—¿Qué hicimos? —se reprocharon.
Salieron disparados rumbo a la casilla. Se convencieron de que encontrarían otras maneras de poder criarlo, que lo que habían ideado era una locura, que habían estado bajo los influjos de la alucinación producida por las picaduras. Que quizás el niño no hubiera despertado y nunca se enterara de que había pasado la noche lejos.
Cuando llegaron, Fermín no estaba. Desde entonces lo buscaron por todas partes. Pero el niño de las avispas nunca apareció.
Abrió los ojos. El olor era nuevo. Olor a madera. A bosque. Esa no era su casa, no era su cama, sin embargo se sentía bien ese despertar. Tan pronto se incorporó, varias avispas lo rodearon. Miró a un lado, a otro, era una casa pequeña. ¿Por qué estaba ahí? ¿Cómo había llegado? No sabía las respuestas a muchas de esas preguntas, pero en su inocencia terminó de entender algo que rompió su corazón: sus padres ya no lo querían.
Una extraña libertad latió en el pecho lastimado: nada lo aferraba al mundo en el que le tocó nacer. Si no corrió antes había sido por quedarse con ellos. Pero en ese momento, confirmó que había ocurrido algún error y que al fin podía enmendarlo. Extendió la mano con la palma al cielo y varios insectos se posaron en ella. Sonrió. Se sentía conectado con esas criaturas que habían sido desde siempre su familia. Por fin estaba en casa.
Corrió a través de los árboles añosos hacia lugares donde nunca había ido antes. Las avispas lo guiaban. Formaban hordas numerosas y, al pasar, los habitantes del bosque los miraban asombrados. Después de mucho tiempo, se detuvieron. Llegaron a una pared de roca que en su base tenía una zona ahuecada. Fermín sintió muchas ganas de descansar allí. Se quitó la ropa y se acurrucó en la superficie dura y fría, pero no le incomodó. Había algo reconfortante en esa rusticidad, en ese estar desnudo sin nada que lo separara de la naturaleza. Cerró los ojos y se sumió en un sueño muy profundo. Tan profundo que no advirtió las redes que los insectos tejían a su alrededor.
Despertó después de muchos meses. No abrió los ojos porque ya no tenía párpados. Simplemente pudo ver, ver. Una película lo separaba del mundo. Extendió sus brazos y rompió la crisálida que lo albergó durante su sueño. Podía sentirlo todo. La savia fluyendo en las venas de las plantas, el andar de las hormigas, el latir acelerado en el corazón de los animales. La brisa, la tierra que palpitaba en la base de sus pies. Se llevó las manos a la cara. La sintió huesuda. Sabía que algo se había transformado y quería verlo. Caminó, el instinto le indicaba dónde encontraría agua. Un séquito de avispas lo siguió.
Finalmente, el reflejo de un lago le sirvió de espejo. Su rostro se había alargado y sus ojos eran redondos, negros y brillantes. Su nueva apariencia no le disgustaba. Estaba aún estudiando sus facciones cuando sucedió lo más maravilloso: detrás de su espalda comenzaron a desplegarse destellos transparentes, un abanico mágico, el sueño que había tenido incluso antes de existir: le habían crecido alas.
Eran miles los insectos que se habían agolpado a presenciar el gran fenómeno. De pronto sus zumbidos se aunaron en uno y parecieron entonar una curiosa melodía. Estaban dándole la bienvenida. Él zumbó también. Hablaba la lengua de los insectos. Con ellos fue que se asentó en un lugar apartado y juntos construyeron un avispero magnífico, la fortaleza de cera y barro que se convertiría en el castillo de Fermín.
Con el tiempo fue olvidando sus años con los hombres. Olvidó primero el sabor de la comida, las camas, las plantas en macetas, el idioma de Cuerno Callado. Olvidó los horarios, las rutinas. Las visitas y los cantos. Y lo último que olvidó, como si no hubiera querido olvidarlas nunca, fueron las manos de su madre y la risa de su padre. Vivía con sus amigos en su nuevo hogar, recorría los alrededores, en ocasiones auxiliaba a aquellos animales que lo necesitaban. Se había convertido en un ser generoso que trabajaba por el bienestar del bosque.
Pasó una mañana. Escuchó un sonido como ningún otro. Se acercó, sigiloso, hacia donde si oído lo guiaba. En medio de un claro entre los árboles, la vio. Una joven muy bella seleccionaba y recogía plantas para luego guardarlas en su delantal. Mientras realizaba su labor, cantaba. Su canto le devolvió todo lo que había olvidado.
—Mamá —murmuró, en aquella lengua que no había usado en años.
Los ojos se le volvieron acuosos y su corazón pareció quebrarse una vez más.
Así lo encontró la joven. Aferrando sus rodillas, con la cabeza oculta.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
Su voz era extremadamente dulce, como si no hubiera dejado de cantar.
Fermín alzó la vista. Por un segundo la muchacha se sobresaltó al enfrentarse a esos ojos negros y profundos. Solo después reparó en sus alas. Intentó que su asombro no se reflejara en sus facciones.
Fermín era un adolescente ya y había acumulado muchos años de rencores. Ver a la muchacha le abrió una herida aneja. De pronto estaba enojado. Enojado con su pasado, con sus padres, con sentirse solo en su singularidad. No lo pensó. La aferró entre sus brazos y voló hasta el castillo de cera, a encerrar a la joven que dolía en una torre de polen y de miel.
Historias Reflejadas
“Carrera”

Carrera
Corrían. Los pasos se alargaban más allá de sus cuerpos en busca de respuestas.
Avanzaban sobre un tiempo muerto, sin formas, las horas quietas en puntos suspensivos. El pasado se hacía presente, como una sombra, como un vidrio sucio donde se escondían las preguntas.
Corrían y en sus pies se enredaban las mentiras, una detrás de la otra; el cuerpo en movimiento, fijo en el instante, dejándose reposar en ese balanceo de la vida, para no caer en la opresiva sensación de las circunstancias.
Corrían, viajaban sobre sus pensamientos, cada pisada un encuentro con la inevitable memoria de sus cuerpos; la búsqueda y el vacío.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “Asco”, de Carolina Perrot; “Una mujer corre”, de Bibiana Ricciardi; “Vidrio”, de Gabriela Borrelli; y “Cada despedida”, de Mariana Dimópulos.
Literatura
Tres jóvenes fundaron una editorial que apuesta por la literatura de riesgo
Por Gastón Marote
Tres jóvenes emprendedores fundaron la editorial independiente La Tarea de Escribir, que ya publicó siete libros y apuesta por escrituras radicales y autores emergentes, con una propuesta estética que prioriza “lo raro antes que lo bueno”.
La editorial fue creada en 2025 por Juan Rey (27), Vinicius Fonseca (28) y María Josefina Pesado (29), y surge como continuidad del taller homónimo activo desde 2021.

Según explicaron sus fundadores, el proyecto busca acompañar obras que “se atrevan a pensar desde el borde” y no temen al error o a la incomodidad.
“Creemos que una editorial no es una vidriera sino un dispositivo de pensamiento”, sostienen los creadores, que acompañan cada libro con materiales complementarios como prólogos, notas, entrevistas o piezas visuales disponibles en un soporte digital propio.
En un comunicado, destacaron que trabajan con autores “nuevos, invisibles o directamente ilegibles para la mirada estándar del presente editorial”, y que la curaduría está guiada por una apuesta estilística abierta y desafiante.
Entre sus influencias mencionan tanto editoriales independientes como N Direcciones o la mítica 18 Whiskys, como también autores consagrados y contemporáneos como César Aira, María Negroni, Gabriela Cabezón Cámara o Pablo Katchadjian.
Los objetivos de La Tarea de Escribir están divididos en tres escalas: a corto plazo, construir un catálogo pequeño e incisivo y obtener visibilidad en eventos como la Feria del Libro o la FED; a mediano plazo, formar una comunidad interesada en la experimentación; y a largo plazo, producir un archivo vivo que integre edición, taller e investigación.
Definen a su público como lectores curiosos, móviles, interesados en lo anómalo y en obras que “se presenten como objetos capaces de abrir preguntas, no de clausurarlas”.
La circulación de sus libros se enfoca en librerías independientes, ferias, universidades y espacios culturales, aunque no descartan expandirse comercialmente para sostener el proyecto.
(*) Agencia Noticias Argentinas
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