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Historias Reflejadas

“La libertad de las palabras”

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La libertad de las palabras


Atardecía, las rejas invisibles que acompañaban al niño sin nombre recibían los últimos rayos del sol. Quizás por eso las palabras habían tomado otro color y ese niño gris brillaba entre los otros que rodeaban la gran jaula.

Adentro, un ave murmuraba su pena, una pena que guardaba debajo de sus alas tristes, enredada entre sus plumas descoloridas por el encierro.

Una brisa suave, como un quejido, anunciaba el final. Sin embargo, el susurro multicolor que provenía de las bocas infantiles auguraba el principio de una libertad compartida.

El niño sin nombre se sintió de pronto atraído por los secretos escondidos en el libro que leían para liberar al ave.

Imaginaron y desearon, un idioma diverso dio lugar a una lluvia de palabras justas, que cayeron como frutas maduras para dejar sobre el suelo semillas de esperanza. El niño desplegó sus alas y por primera vez se atrevió a volar.

El ave sintió sobre su cuerpo dolorido la caricia del viento, extendió su gran pico y haciendo una reverencia se entregó a un vuelo sin rejas, como el del niño, que empezaba a escribir una nueva historia, de colores, con letras recién nacidas.

Atardecía cuando el niño sin nombre escuchó por primera vez la palabra amigo. Sus ojos brillaron cómplices con los del ave que se alejaba en busca de su tierra, de la misma manera que él encontraba su lugar.

Había una vez un libro, capaz de soñar mil historias nuevas, en el que cada palabra encerrada adquiría la fuerza de la libertad.

Por Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Palabras de colores”, cuento del libro “Griten a los cuatro vientos, los niños tienen derechos” de Olga Drennen y Ana Inés Castelli; “Tucán aprende una palabra”, de Márgara Averbach; “Había una vez un libro”, de Adela Basch con ilustraciones de María Delia Lozupone; y el cuento “Nadie lo puede negar”, de Olga Drennen del libro “Antología Picnic de lecturas”.

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Historias Reflejadas

“La aventura de ser”

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La aventura de ser

Hace mucho tiempo, protegido por las hojas de un árbol, vivía un pájaro que escuchaba las palabras del viento. Y no solo esas, sino las que susurraba el río y las que cantaba la lluvia. Desde las alturas ponía música al paisaje y conectaba sus plumas con cada uno de los seres que lo rodeaban. Con elegancia y picardía, los invitaba a viajar entre sus alas capaces de mover las ramas de la imaginación. Cada viaje compartido era una fiesta de colores mezclados que se juntaban en pinceladas fugaces que contaban historias.

Desde las alturas era posible descubrir lo que pasaba en los oscuros senderos de la vida.

Así fue que día tras día muchos decidieron subirse a esas alas mágicas y pudieron ver lo que sus ojos no podían.

Allá abajo, un camaleón que recién despertaba, aprendía una lección. Confundir los colores no es cosa seria, porque las apariencias engañan y las diferencias enriquecen. Comprendieron que lo verdaderamente importante anida en el corazón, y es justamente ahí donde nacen las aventuras que se transmiten de boca en boca, como las de un tal Pedro, que atraviesa los miedos y se arriesga a descubrir cosas nuevas. Que es capaz de hacer brotar monedas de un árbol, de cocinar en una olla mágica, de compartir un rato con una perdiz que pone huevos de oro o de saltar con un conejo muy especial.

Y en ese trajinar de plumas también descubrieron que era posible llegar a un planeta en el que los sueños se hacen realidad, que sólo hay que aprender a abrir los ojos interiores, a desplegar las alas y animarse a mirar mucho más allá de lo visible.

Sólo quienes logran subirse a las alas de la imaginación lograrán dar vida a todo aquello que se supone no existe.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Esmeralda, el planeta de los sueños”, de Florencia Bovio; “Cuentos del bosque”, de María Cristina Ramos; “Cuentos de Pedro Urdemales”, de Gustavo Roldán; y “Los colores de Wilmar”, de Walter Rossi.

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“Confusión animal”

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Confusión animal

Los animales de un libro estaban aburridos de tanto aburrimiento y solo por eso decidieron emprender un viaje. Los que ocupaban las primeras páginas comenzaron a caminar hacia adelante, en cambio los que estaban en las últimas se desplazaron en sentido contrario. Hubo un punto de encuentro, exactamente en la página 20, justo en la mitad del libro.

Cuando todos se miraron descubrieron las diferencias, de color, de textura, de altura y de peso, pero además también descubrieron muchas habilidades que cada uno de ellos no tenían.

En ese revoltijo de patas, pelos, dientes y manchas, muchos de ellos quisieron ser otros y por un instante alguien muy especial les concedió el deseo. Tal fue la magia del momento que cada uno se arriesgó demasiado y terminaron en el suelo sin saber quién era quién. Una vaca presumida se arrepentía de haberse probado la vestimenta de una oveja. Mientras tanto esa oveja lloraba cuando descubrió las manchas de su amiga vaca moverse sobre su cuerpo y taparle la cara. Un yaguareté viajero se perdió escuchando los consejos de un armadillo y un hipopótamo se agotó tratando de trepar a un árbol.

Un cuis muy gris se tropezó con todos cuando buscaba un ramito de menta para su mamá, pero se levantó muy rápido y se cruzó con un lobo que necesitaba amigos y lo invitó a su fiesta de cumpleaños. Tras apagar las velitas se despidió del lobo y siguió buscando la página en la que estaba su cueva.

De repente, un lápiz seguro y una goma ayudaron a los animales a recuperar su aspecto, y despacito cada uno de ellos fue volviendo a sus respectivas páginas tal cual eran.

El dibujante estaba contento de haberlos ayudado y ellos habían descubierto que allí no todo era tan aburrido.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Animalísimo”, de Pablo Bernasconi; “El lobo Rodolfo”, de Claudia Vera y Nora Hilb; “El viaje de un cuis muy gris”, de Perla Suez; y “El yaguareté que quería viajar”, de Adela Basch.

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“Encuentro”

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Encuentro

Tomó el hilo que desandaba la madeja del tiempo en la cual se habían guardado todos los secretos. Su vida se entrelazó con otras que ni la distancia ni las circunstancias pudieron evitar. El encuentro sucedió en el momento oportuno, cuando las finas hebras del destino hilvanaron aquello que estaba destinado a suceder. Nada impidió la perfecta unión de sus almas, tan distintas, tan cercanas. Atravesaron ojales de miedo y de dolor, el hilo se tensó demasiado pero no pudo cortarse. El presente se cosió al pasado, todo en una misma puntada, y una luna eterna fue testigo de lo que estaba prohibido.

Deshilachando los silencios que se tragaron las palabras de otros, ellos se aferraron a la verdad y desataron los nudos que anidaban en aquella madeja de historias. Las diferencias los habían unido en ese natural espacio de tradiciones encontradas, fusionadas ahora en una única raíz que los contenía. Las mentiras y los secretos ovillados en el tiempo, empezaron a soltarse y por primera vez fueron libres. Enterradas en el olvido, quedaron las cenizas de un ayer distorsionado. Se aferró al hilo que conectaba sus vidas y caminó hacia el futuro. El círculo se cerraba, la espera había concluido. Tenía la certeza de que sus almas estaban destinadas a encontrarse una y otra vez en la madeja del tiempo.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejaron en este cuento las siguientes historias: “La magia de la vida” de Viviana Rivero, “La mujer de los mil secretos” de Bárbara Wood, “Palmeras en la nieve” de Luz Gabás y “Noche de luna larga” de Gloria Casañas.

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