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Historias Reflejadas

“Escombros”

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Escombros

Algo se rompe, estalla, seca la savia que recorre su cuerpo, los vacíos en el laberinto de su mente.
Es un agujero, un poro diminuto. Las palabras saltan, se escapan.
Es antes y después.
Hay una partición del espacio. Los restos flotan, se deslizan sobre una ola, como si fueran espuma en la distancia de la memoria.
Busca la mirada en el reflejo de sus ojos. No hay nadie. Ella se ha ido.
Lo que sobra y lo que falta se funde en las pupilas.
No es verdad.
La casa es un agujero, un espacio vacío de nombres, que cuelgan de las paredes como hilos transparentes y flotan en sus humores, justo en el punto de quiebre, justo donde mueren las palabras.
Y se instala el silencio.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “Partida de nacimiento”, de Virginia Cosin; “El hombre que duerme a mi lado”, de Santiago Loza; “Bicho taladro”, de María Insúa; y “La perra”, de Pilar Quintana.

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Historias Reflejadas

“El Punto”

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El punto

Existe un punto en el que confluyen todas las cosas visibles e invisibles. Hay que saber mirar por debajo de su superficie y perderse entre las minúsculas partículas que encierran su verdad.

En el sótano de la existencia se escucha el eco de voces atrapadas en un infinito de historias, en las que todo sucede una y otra vez.

Miles de escaleras conducen a los bordes del universo, réplica de tantos que se prolongan en busca de límites que los contengan.

Es necesario descender a la oscuridad para encontrar los peldaños que nos lleven más allá, en donde arden los fuegos que iluminan al mundo.

Sobre un rincón de nuestras vidas, cuelgan serenas las telarañas que envuelven nuestros destinos.

En una hora exacta, justo cuando una respuesta encuentra su pregunta, alguien ascenderá desde su culpa y la verdad se hará visible y liviana.

Oculto entre los túneles que nos abarcan, un punto multiplica en nosotros la totalidad y nos invita a encontrarnos en el fondo de nuestras diferencias.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia los siguientes cuentos: “El Aleph” (El Aleph), de Jorge Luis Borges; “El mundo” (El libro de los abrazos), de Eduardo Galeano; “El cuarto sin ventanas” (Historias desaforadas), de Adolfo Bioy Casares; y “La mujer que llegaba a las seis” (Ojos de perro azul), de Gabriel García Marquez.

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Historias Reflejadas

“La otra cara del destino”

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La otra cara del destino

Todo vuelve al punto exacto del que ha partido, al lugar en el que duermen los recuerdos y todo vuelve a empezar.

Es necesario atravesar el laberinto de la vida para llegar a su centro, allí donde la esencia de las cosas se hace nítida para manifestarse.

En el camino están las respuestas que se extienden más allá de los muros que nos limitan.

Detrás de una puerta cerrada, la esperanza levanta vuelo. En el aire se escucha apenas un murmullo que se repite como un eco lejano para que nadie la olvide.

El tiempo se detiene un instante y, sin embargo, avanza entre las partículas de aquellos seres y objetos que cuentan una historia preservada en las voces que sostienen el recuerdo.

Es posible regresar, recuperar las verdades escondidas al principio, viajar hacia el origen para no naufragar.

El destino se da vuelta y nos muestra su cara más oscura, cargada de sombras que prolongan sus brazos y nos cautivan.

Del otro lado del destino, en el vértice opuesto a la oscuridad, renace luminosa la palabra libertad.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Todos los soles mienten”, de Esteban Valentino; “Las luces de septiembre”, de Carlos Ruiz Zafón; “El espejo africano”, de Liliana Bodoc; e “Izanaghi, el náufrago del tiempo”, de Javier Alberto Breitenbruch.

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Historias Reflejadas

“Palabras liberadas”

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Palabras liberadas

Hilos de letras se entrelazan para contornear los fragmentos del alma que calla y prefiere el olvido.

Detrás, un vacío tácito, cargado de sombras, deja escapar las sílabas que se convierten en voces escritas.

En los espacios intermedios, allí donde se resguarda lo negado, nace el deseo de dejar caer las máscaras que constituyen la trama del silencio.

Existen fisuras por las que emergen apuradas las sensaciones dormidas, trozos diminutos capaces de convertirse en historias.

Un vaivén de sensaciones estalla y se multiplica en imágenes delimitadas por palabras que logran contenerlas en un abrazo de líneas.

Todo vibra y el ser se deja arrastrar para dar lugar a la fermentación de lo viejo y transmutarlo.

Gotas de tinta derramadas en busca de libertad, no de la propia sino la de quien escribe, se vuelven densas en las formas que las obligan a avanzar o retroceder.

Hay un punto de quiebre, ruptura de aquello que no pudo ser, espejos enfrentados que muestran a lo lejos tan solo una sombra de lo que hemos sido.

Palabras liberadas fluyen para contar aquello que hemos olvidado y provocan en el alma la alquimia de un recuerdo.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Pintar el tiempo”, de Sara Bonfante; “En breve cárcel”, de Sylvia Molloy; “En el eterno sur”, de Magalí Varela; y “El secreto de Jane Austen”, de Gabriela Margall.

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