Historias Reflejadas
“El libro prohibido”
El libro prohibido
No fue fácil desprenderse de la magia. Ella estaba escondida en un libro. Un libro que no se podía tocar porque era muy peligroso.
Alguien, que era muy curioso, se atrevió a espiar entre sus páginas y desde ese momento ya no fue posible detener el viento que salió su interior.
Lo que volaban eran historias. Todas juntas y con una rapidez que arrastraba a letras y personajes.
En el aire, un monstruo protegido por la niebla se veía reflejado en otro que habitaba en el suelo, y se tomaba el agua de un molino.
De pronto las palabras cayeron todas juntas en un recreo y allí, apretadas y curiosas, fueron parte de otra historia en la que había que leer para aprender y divertirse.
Un susurro de vocales y consonantes cayó en los oídos de un relator que supo de inmediato que una princesa estaba en apuros. Envuelta en un hechizo, tendría que elegir entre tres príncipes para casarse.
La magia siguió su rumbo y con su soplo logró despeinar a una madre que parecía un puerco espín, pero esto último quedó guardado en el libro como un verdadero secreto de familia.
Dentro de aquella obra prohibida, siempre sería posible soñar historias nuevas.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “No te acerques a este libro”, de Cecilia Pisos; “Tres príncipes para Belinda”, de Patricia Suárez; “El muelle de la niebla”, de Franco Vaccarini; “En el recreo me divierto y leo”, de Adela Basch; y “Secreto de familia”, de Isol Misenta.
Historias Reflejadas
“La libertad de las palabras”
La libertad de las palabras
Atardecía, las rejas invisibles que acompañaban al niño sin nombre recibían los últimos rayos del sol. Quizás por eso las palabras habían tomado otro color y ese niño gris brillaba entre los otros que rodeaban la gran jaula.
Adentro, un ave murmuraba su pena, una pena que guardaba debajo de sus alas tristes, enredada entre sus plumas descoloridas por el encierro.
Una brisa suave, como un quejido, anunciaba el final. Sin embargo, el susurro multicolor que provenía de las bocas infantiles auguraba el principio de una libertad compartida.
El niño sin nombre se sintió de pronto atraído por los secretos escondidos en el libro que leían para liberar al ave.
Imaginaron y desearon, un idioma diverso dio lugar a una lluvia de palabras justas, que cayeron como frutas maduras para dejar sobre el suelo semillas de esperanza. El niño desplegó sus alas y por primera vez se atrevió a volar.
El ave sintió sobre su cuerpo dolorido la caricia del viento, extendió su gran pico y haciendo una reverencia se entregó a un vuelo sin rejas, como el del niño, que empezaba a escribir una nueva historia, de colores, con letras recién nacidas.
Atardecía cuando el niño sin nombre escuchó por primera vez la palabra amigo. Sus ojos brillaron cómplices con los del ave que se alejaba en busca de su tierra, de la misma manera que él encontraba su lugar.
Había una vez un libro, capaz de soñar mil historias nuevas, en el que cada palabra encerrada adquiría la fuerza de la libertad.
Por Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Palabras de colores”, cuento del libro “Griten a los cuatro vientos, los niños tienen derechos” de Olga Drennen y Ana Inés Castelli; “Tucán aprende una palabra”, de Márgara Averbach; “Había una vez un libro”, de Adela Basch con ilustraciones de María Delia Lozupone; y el cuento “Nadie lo puede negar”, de Olga Drennen del libro “Antología Picnic de lecturas”.
Historias Reflejadas
“Las criptas de la verdad”
Las criptas de la verdad
En los pasillos de la memoria se ocultan las partes de un todo, hilos invisibles conectan el extenso entramado de complicidades compartidas.
No hay una única verdad. Sus diminutos fragmentos se expanden como remolinos a lo largo del tiempo para desafiar a aquellos que se aferran a la rigidez de sus formas, tan cambiantes como los ojos que la miran, tan volátiles como las almas traicioneras.
Existen signos que marcan los pasos, huellas perdidas en los laberínticos caminos de palabras calladas, custodiadas por los labios que alguien ha sellado con las hebras del miedo.
Mentiras disfrazadas se enredan en pasadizos oscuros y se convierten en secretos que laten en las páginas de antiguos manuscritos, atrapados en un silencio que interroga desde las sombras.
Un lenguaje multiforme se quema en las llamas y desborda imágenes contenidas en un libro mudo, alojado en las cajas del pasado.
Los fantasmas que nos esclavizan emergen desde el fondo de un abismo, que los expulsa para revelar lo negado.
La sangre se enreda en el veneno de las palabras y se derrama sobre la historia de los pueblos, que no encuentran un espejo en el que puedan mirarse.
El fuego, cómplice del viento, se ha llevado todo y con su presencia ha reivindicado el silencio.
Sólo en las criptas del tiempo la verdad resplandece en fragmentos y se manifiesta.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco; “Custodios del secreto”, de María Correa Luna; “La estrella de Babilonia”, de Bárbara Wood; “El quinto códice maya”, de Tom Isbell; “La conspiración del templo”, de Peter Harris.
Historias Reflejadas
“Presencias silenciosas”
Presencias silenciosas
Las velas permanecían encendidas. Una llama débil, aunque persistente, evocaba a aquellos que ya no podían verse.
El tiempo sobraba. Ellos flotaban en la densidad de un pasado al que no podían regresar. Ellos eran el sueño de otros, enredados en sus pensamientos eternos.
Desde algún sitio lejano, una madeja de recuerdos comenzaba a rodar imágenes viejas en las que era posible descubrirse.
En el fondo de un pozo, cargado de miedos pegajosos, crecía la muerte y daba forma a los fantasmas que habitaban en sus almas errantes.
Los sentidos, paralizados por las sombras, lograban ganar la batalla para mirar más allá, en el sitio exacto en el que una luz indicaba el camino correcto para encontrar la verdad.
Del otro lado de un espejo roto, alguien buscaba los huesos que la reflejaban y se perdía en la locura de no poder encontrarse.
Las velas permanecían encendidas. La noche soltaba secretos que iluminaban las silenciosas presencias.
Ellos se atrevieron a atravesar el vacío que los separaba para reparar, por fin, lo que estaba quebrado.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Socorro Diez, libro pesadillesco”, de Elsa Bornemann; “Sexto sentido”, de Esteban Valentino; “Fantasía y terror en Cuerno Callado”, de Victoria Bayona; y “Wunderding y otros escalofríos”, de Olga Drennen.
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