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Historias Reflejadas

“Gatos dibujados”

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Gatos dibujados

Todo comenzó con una línea que se convirtió en bigote, a la que siguió una curva y más tarde otra con la que se formó una oreja. Los pasos que el lápiz dio sobre el papel se convirtieron en una danza de formas y colores que después de un rato, fueron una familia de gatos.

Blancos, negros, marrones y moteados, de ojos vistosos, olfato preciso y garras oportunas, se lanzaron a caminar juntos por las páginas de un libro sin historia.

En una noche de luna nueva, justo cuando el ilustrador se quedó dormido, entre ellos apareció un extraño personaje. Sobre el final de una hoja, asomaba tímido un gato sin cola. Todos repararon en su situación y se propusieron despertar al dibujante para que completara su obra, pero eran tales sus ronquidos que el pobre minino tuvo que aceptar esa vida diferente que le había tocado. Después de todo, cada uno era diferente del otro.

Tal era el caso del gato marrón, sobre el que bailaban sin poder detenerse unas pocas pulgas que, de tan contentas, se multiplicaron para saltar felices entre los cuerpos de todos los felinos. Tanto les picaba que se pusieron a correr. Una carrera imprevista se desató entre aquellas hojas blancas, que todavía no eran un cuento porque el ilustrador no dibujaba y no había escritor que lo contara.

Sobre un renglón, aferrada con sus dos manos, había una abuela a la que no le gustaban para nada los gatos, porque olían mal y dejaban muchos pelos. Por eso se escondía, al menos hasta ese momento. Lo que pasó después fue una verdadera abuelada.

Entre las páginas de aquel libro, con olor a gato, con sabor a pescado y sonidos maullados, apareció de repente un gato que hacía negocios. Con mucha honradez se dispuso a vender ratones y ahí sí se complicó la cosa porque, en pocos minutos, los pequeños roedores se comieron el papel en el que todos estaban dibujados.

Sin papel no había dibujos y sin dibujos no había cuento posible. Entonces, la abuela entusiasmada reunió gatos y ratones y tras largas deliberaciones decidieron que juntos despertarían al dibujante, para soplarle al oído la única historia que merecía ser contada.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Las aventuras de Bigote, el gato sin cola”, de Ruth Kaufman con ilustraciones de Gustavo Mazali; “Los negocios del señor Gato”, de Gianni Rodari con ilustraciones de Montse Ginesta; “El gato de Berta tiene pocas pulgas”, de Ema Wolf con ilustraciones de Carlus Rodríguez; “La gran carrera”, de Beatriz Doumere y Gabriel Barnes con ilustraciones de Petra Steinmeyer; y “A mi abuela no le gusta mi gato”, de María Inés Falconi y María Lavezzi.

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1 comentario

1 comentario

  1. maría c. saez

    15/07/2018 a 18:31

    Hermosa “historia reflejada”!!! y me sentí identificada con la abuela!! a mi tampoco me gustan los gatos pero creo que también hubiera actuado como la abuela….. y alguna estrategia hubiera creado para despertar al Dibujante!!!!!! hermoso relatos relacionando todos los cuentos!!! Felicitaciones querida Andrea!!!

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“Alquimia de culturas”

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Alquimia de culturas

La historia no duerme. En los círculos del tiempo sus brazos se extienden uniéndolo todo. Lo que pasó vuelve a repetirse una y otra vez, ciclos cien veces vividos reflejan la existencia de hombres y mujeres de todos los tiempos hermanados en verdades y mentiras, en amores y odios, en venganzas y traiciones que marcaron el rumbo de pueblos diferentes y tan parecidos.

El bien y el mal separados por un hilo invisible que desdibuja sus límites y pinta de grises los hechos y las circunstancias.

Unos contra otros sembrando terror, se pierden en contiendas que nacen en el corazón y se desparraman en el camino.

Tierras, cargadas de sombras, desvían sus destinos guiadas por palabras que pronto desaparecen en senderos en los que la muerte es irremediable y se convierte en olvido.

Entonces sucede la guerra, ese monstruo que afila sus garras para mostrar la soberbia y la ambición de unos pocos, y lastima las entrañas de los pueblos cuyas lágrimas de sangre se derraman en ríos de miedo y de ausencias.

Alquimia de culturas en las que todo es posible, dos orillas que se acercan y se juntan en las aguas del amor capaces de sanar y reparar tanto dolor y de unir a pesar de las diferencias.

En el viaje de la existencia es posible renacer dejando de lado la ceguera que afecta el alma.

En el amanecer de las vidas que trascienden la muerte se puede descubrir el verdadero rumbo y reconocer la riqueza de los destinos que se han cruzado tan solo para iluminar el futuro.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Indias blancas”, de Florencia Bonelli; “Yporá”, de Gloria Casañas; “Como vivido cien veces”, de Cristina Bajo; y “Tierra en sombra”, de Camucha Escobar.

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“Sabiduría encriptada”

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Sabiduría encriptada

Enrollada en las letras de los siglos, la sabiduría reclama su palabra y se convierte en chispa que enciende, sutil, las verdades más negadas.

Lo que no se quiere ver, aquello que se entierra porque duele y cuestiona y aun así puja por salir a respirar el aire de lo certero, es más tarde infierno y pasión, ciega guerra de unos contra otros, duelo de creencias enfrentadas, que escinden y empujan al hueco de las diferencias donde cada uno es tan solo una imagen en el espejo de la existencia.

Lenguas de fuego devoran presurosas todo lo que no debe saberse, aquello que molesta porque es capaz de visibilizar lo que parece invisible.

Secretos escondidos, guardados en los profundos y oscuros túneles del olvido, buscan la luz atravesando las tinieblas del miedo y el silencio de la muerte.

Vidas entretejidas que no encuentran la paz, se cruzan desatando los nudos de un destino de mandatos y traiciones.

Más allá de lo que se ve, hay un mundo subterráneo por el que corre la savia que alimenta, aquella que derriba los supuestos que estigmatizan a las personas, muchas veces convertidas por otros en horribles criaturas que en verdad no son.

Descender a las oscuras cavernas para encontrar aquello que nos salva, trascender la opresión de la negrura para dar con el centro del ovillo de nuestra existencia.

Atravesar las noches en las que las sombras envuelven y confunden, es quizás el único camino para dar a luz a la verdadera sabiduría, aquella que sólo se encuentra en la profundidad del ser.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Más allá del temple”, de Lola Nieva; “La hermandad de la sábana santa”, de Julia Navarro; “El maldito”, de Adriana Hartwig; y “El último manuscrito”, de María Correa Luna.

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“Palabras mágicas”

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Palabras mágicas

La magia, ese personaje escondido detrás de los otros, que asoma entre letras y rueda sobre las palabras transformándolo todo.

Sube y baja, extiende sus manos entrelazando las cosas eternas, aquellas que merecen guardarse en los rincones de la memoria, aquellas que se convierten en recuerdos y que son capaces de expandirse más allá de lo imaginado cada vez que son narradas.

Es justamente en ese juego donde la magia invita y convoca, obligándonos a despertar, a prestar atención a lo importante, a encontrarnos en lo invisible para hacerlo visible.

Ser mago es atravesar los puentes de los sentidos para dejarse llevar por esa luz que modifica todo.

Es lograr que lo imposible se haga posible, desafiando a los miedos y a las dudas, rodando entre las palabras que cuentan nuestra historia.

Es descubrir conejos que se esconden entre las letras de un cuento para acariciar el alma de un niño.

Es escuchar el susurro de sílabas capaces de formar palabras siempre nuevas, que se guardan en las cuevas del tiempo donde sucede el pasado y crece el futuro.

Es descubrir que una página puede cambiar infinitas veces, que todo depende del misterioso contacto entre lectores y autores que hacen incompletas todas las enciclopedias del saber galáctico.

Porque sólo la magia es capaz de completar la página en blanco de nuestra existencia y de convertir cada instante en una nueva oportunidad.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Soy mago”, de Leo Batic; “Saber de las galaxias”, de Adela Basch; “La rebelión de los conejos mágicos”, de Ariel Dorfman; “Hechizos y descubrimientos (Alas para los dinosaurios)”, de Márgara Avervach; y “Relatos de los confines (Oficio de Búhos)” , de Liliana Bodoc, quien permanecerá por siempre con su magia.

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