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Historias Reflejadas

Historias reflejadas: “La jaula”

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La jaula

Las rejas de una jaula inventada se desvanecían para dejar salir a las palabras. Afuera era igual que adentro, ya no quedaba nada porque las voces se habían ido apagando, nombre tras nombre. Era allí, sobre esa extraña morfología de letras, donde amanecía la continuidad de la vida, aún después de la muerte.

Cada nombre definía las formas y las circunstancias y, tal vez por eso, se expandía en las geografías circundantes determinando el destino de las cosas.

Un cuadrado con imágenes superpuestas se perdía en la anatomía de una pintura, en cuyo interior habitaban los deseos silenciados. Más tarde, alguien soñaba sus huellas, atrapadas en recuerdos que se borraban sobre sus mentes confusas.

¿Quién era quién en aquel paraíso perdido? ¿Acaso se habían convertido en animales de laboratorio, incapaces de salir de los límites impuestos?
El afuera era tan solo un espejismo, agua sobre el pavimento de la vida que chorreaba ironías detrás de las rejas, entre las que sus cuerpos se desvanecían mientras salían las palabras.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Adán en Edén”, de Carlos Fuentes; “La cena”, de César Aira; “Space invaders”, de Nona Fernández Silanes; y “Las ratas”, de José Bianco.

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Historias Reflejadas

“Sin fronteras”

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Sin fronteras

En la gran colmena que constituyen cada uno de los países del mundo, el encuentro aún es posible.

Un rítmico decir de tambores lejanos, clama desde el continente negro. ¿Lejano para quiénes?

Culturas que se interpelan unas a otras, caminos cruzados de penas y dolores.

África sangra ausencias, llora angustias de mujeres despojadas de su esencia, obligadas a enterrar el precioso tesoro de la libertad, se lamenta por aquellos hombres encadenados a los deseos caprichosos de algunos, que ambicionan y controlan, y mira con dolor a miles de niños abrazados por los sonidos de la selva, que se entregan abandonados a los latidos de un destino sin final feliz.

Si lográramos mirar más allá de nuestra propia celda, si por un instante pudiéramos detenernos a escuchar el llamado de los tambores lejanos y hacernos uno con sus latidos, tal vez sería posible desdibujar las fronteras que aíslan y lastiman.

En la gran colmena que constituye este planeta, es tiempo de desplegar las alas, levantar vuelo y crear una corriente de respeto, amor y paz.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Bajo el sol de Kenia” de Bárbara Wood, “Caballo de Fuego (Congo)” de Florencia Bonelli, “La masai blanca” de Corinne Hofmann y “Africa, tormenta de libertad” de Hernán Lanvers.

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“Laberintos de la cordura”

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Laberintos de la cordura

Dejó caer las palabras como si fueran pétalos secos. Un sonido viejo enmudeció sobre el papel. Los instantes, desparramados en una migración sin fronteras, destejieron la trama. El silencio avanzó como una sombra entre las letras. Tres lágrimas se alargaron en ese segundo oscuro. Volvió a llover esa lluvia sin gotas. Sus recuerdos embarrados se alargaron por encima de las paredes, cada fragmento era una mancha húmeda descomponiéndose en las nubes de su memoria.

¿Dónde era afuera? ¿En qué lugar del silencio era posible atravesar los ruidos de la mente?

¿Dónde era adentro en los límites de aquellas manchas?

La nada crecía sobre ese papel en el que se buscaba. Una coma en el camino, los recuerdos flotando debajo de los recuerdos, las voces del más allá inventando un renglón para aquietarse. Y al final, un punto, como una puerta que encerraba a los fantasmas, como otro silencio; aunque pronto se volviera letras y pudieran atravesar los límites de la locura para trascenderla.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “Invisible”, de Juan Solá; “La pieza del fondo”, de Eugenia Almeida; “Pequeña flor”, de Iosi Havilio; y “Mal de muchas”, de Marcela Alluz.

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“Cáscaras del alma”

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Cáscaras del alma

Ella quería escapar, necesitaba huir de sí misma y de todas las circunstancias que la rodeaban.

Tenía el alma anudada por el dolor. Capas de angustia escondidas en las dudas del tiempo se convirtieron en durezas. Allí quedaron atrapados sus sentires y de alguna manera su libertad.

Sus pies acompañaron la marcha hacia un destino despojado de certezas. El miedo y las mentiras estarían al acecho, serían fieras de rostros sombríos. Miles de pájaros anidarían en su cabeza hilvanando pensamientos oscuros y desafiantes serpientes venenosas se interpondrían en su camino, enroscándose entre sus piernas para obligarla a mirar atrás.

Era inútil, cuando uno emprendía un viaje ya no se regresaba igual. Un acontecimiento se enlazaba con otro y este con el siguiente para formar la perfecta cadena de la vida.

Le hubiera gustado ser diferente pero simplemente fue lo que pudo, la consecuencia de lo que otros, a lo mejor, nunca pudieron.

El pasado se hizo añicos y las palabras que habitaban en el fondo de su alma levantaron vuelo y se convirtieron en verdad. Sus manos lograron reparar pronto lo que la vida había roto despacio. Cubrió con paciencia lo que estaba resquebrajado y colocó pegamento entre sus penas. Una pátina de esperanza convirtió en nuevo lo viejo y le permitió por primera vez mirar el futuro.

Más allá de las circunstancias y del vacío que se escondía detrás de aquel rostro, en algún lugar, aún era posible ver crecer un sueño.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Elisa, la rosa inesperada” de Liliana Bodoc, “Búscame donde nacen los dragos” de Emma Lira, “Las veladuras” de maría Teresa Andruetto y “Comer, rezar, amar” de Elizabeth Gilbert.

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