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Historias Reflejadas

Historias reflejadas: “Rescatados por el amor”

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Rescatados por el amor

La luna fue un testigo silencioso de amores que habían logrado sobrevivir a pesar de todo.

Su presencia callada era una señal indiscutida de que la luz se sobreponía a toda oscuridad.

Nada podía borrar las llagas que quedaban tatuadas en las almas dolidas. La tristeza se escurría desde el fondo del pozo en el que la vida se había detenido.

Lo que está escrito finalmente sucede y el encuentro con el amor había sido el único camino para desandar las penas que, como una espada, atravesaban sus vidas.

Se miraron, se descubrieron en medio de las heridas, se perdieron en un abrazo y sólo entonces encontraron la paz en medio de la guerra que todavía libraban en sus corazones.

Se rescataron mutuamente y decidieron apostar a la vida más allá de las muertes que anidaban en sus almas.

Las tormentas pasadas habían lavado cada uno de los instantes que todavía sangraban.

El miedo se evaporaba en esos ojos capaces de redimir tanto dolor.

Sólo el espíritu los mantendría vivos, ese espíritu capaz de capturar el aroma de los frutales que tornaban exquisita la existencia, que se desprendía inundando el aire y los envolvía invitándolos al olvido.

Había que rescatar las pequeñeces, las cosas buenas que les sucedían a quienes eran capaces de arriesgarlo todo, a quienes se elevaban más allá de toda maldición, más allá de los truenos o de las bombas que habían partido sus vidas en dos partes que jamás podrían juntarse.

Ellos apostaron y juntos se atrevieron a volar por encima de todas las situaciones que los habían marcado.

Sus horas nuevas lograron aquietarse bajo el hechizo del amor y desde entonces sus minutos lograron mimetizarse para sanarlos.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Tormentas del pasado”, de Gabriela Exilart; “Promesa bajo la luna”, de Ana Emilia Moglia; “Las maldecidas”, de Fernanda Pérez; y “Secuelas, un amor en Malvinas”, de Silvina Ruffo.

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Historias Reflejadas

“Desandar el camino, encontrar el paraíso”

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Desandar el camino, encontrar el paraíso

En la rueda de la vida a veces es necesario partir, romper la estructura que nos contiene para adentrarse en lo desconocido, lo que está por venir.

Es posible atreverse a caminar sobre las dudas para encontrar tesoros más allá, en los lugares donde aún no hemos mirado.

Avanzar desandando el camino de lo que hemos sido para comenzar a ser, excavando en las profundidades del alma para llegar a destino.

Permitir que nuestros pasos atraviesen el desierto, se internen en el monte o se pierdan en las arenas de una playa solitaria para lograr encontrarnos.

Del otro lado del espejo en que buscamos nuestro reflejo, se esconden realidades diferentes capaces de mostrarnos nuestra otra parte.

La naturaleza murmura sonidos nuevos, voces desconocidas renuevan nuestra existencia y nos empujan descascarando las sombrías capas que nos protegen.

Allí, en esos espacios infinitos en donde lo cotidiano parece lejano, es posible hallar lo que buscamos.

Si cerramos los ojos y somos capaces de internarnos en el vacío, la misma oscuridad traerá sus respuestas.

Enterrado en un desierto, acunado por las olas o pendiendo de la invisible hermandad de los árboles puede esconderse el amor.

Del otro lado del espejo es posible encontrar el paraíso.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Con los ojos cerrados”, de Ana Emilia Moglia; “Rey de monte”, de Susana Biset; “Huellas en el desierto”, de Gabriela Margall; y “Ópalos de Fuego”, de Elizabeth Haran.

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“Gatos dibujados”

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Gatos dibujados

Todo comenzó con una línea que se convirtió en bigote, a la que siguió una curva y más tarde otra con la que se formó una oreja. Los pasos que el lápiz dio sobre el papel se convirtieron en una danza de formas y colores que después de un rato, fueron una familia de gatos.

Blancos, negros, marrones y moteados, de ojos vistosos, olfato preciso y garras oportunas, se lanzaron a caminar juntos por las páginas de un libro sin historia.

En una noche de luna nueva, justo cuando el ilustrador se quedó dormido, entre ellos apareció un extraño personaje. Sobre el final de una hoja, asomaba tímido un gato sin cola. Todos repararon en su situación y se propusieron despertar al dibujante para que completara su obra, pero eran tales sus ronquidos que el pobre minino tuvo que aceptar esa vida diferente que le había tocado. Después de todo, cada uno era diferente del otro.

Tal era el caso del gato marrón, sobre el que bailaban sin poder detenerse unas pocas pulgas que, de tan contentas, se multiplicaron para saltar felices entre los cuerpos de todos los felinos. Tanto les picaba que se pusieron a correr. Una carrera imprevista se desató entre aquellas hojas blancas, que todavía no eran un cuento porque el ilustrador no dibujaba y no había escritor que lo contara.

Sobre un renglón, aferrada con sus dos manos, había una abuela a la que no le gustaban para nada los gatos, porque olían mal y dejaban muchos pelos. Por eso se escondía, al menos hasta ese momento. Lo que pasó después fue una verdadera abuelada.

Entre las páginas de aquel libro, con olor a gato, con sabor a pescado y sonidos maullados, apareció de repente un gato que hacía negocios. Con mucha honradez se dispuso a vender ratones y ahí sí se complicó la cosa porque, en pocos minutos, los pequeños roedores se comieron el papel en el que todos estaban dibujados.

Sin papel no había dibujos y sin dibujos no había cuento posible. Entonces, la abuela entusiasmada reunió gatos y ratones y tras largas deliberaciones decidieron que juntos despertarían al dibujante, para soplarle al oído la única historia que merecía ser contada.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Las aventuras de Bigote, el gato sin cola”, de Ruth Kaufman con ilustraciones de Gustavo Mazali; “Los negocios del señor Gato”, de Gianni Rodari con ilustraciones de Montse Ginesta; “El gato de Berta tiene pocas pulgas”, de Ema Wolf con ilustraciones de Carlus Rodríguez; “La gran carrera”, de Beatriz Doumere y Gabriel Barnes con ilustraciones de Petra Steinmeyer; y “A mi abuela no le gusta mi gato”, de María Inés Falconi y María Lavezzi.

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“Las compuertas del silencio”

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Las compuertas del silencio

La sangre late verdades que abren las compuertas del silencio y liberan secretos.

En los márgenes del tiempo, la vida se dispersa en la muerte para reflejarse en un espejo que revela lo invisible.

El pulso de la existencia marca el ritmo de las horas en las que es necesario buscarse para encontrar las respuestas que burbujean en el alma.

Alguien decide entre sombras y replica en los otros la imagen de sus deseos. Sobre ella, una cadena de mandatos arrincona los recuerdos y deja al costado de la vida a aquellos que se enredan con sus hilos mezquinos.

Vínculos sin rostro se pierden en una memoria fragmentada, un destino sin historia rueda incierto en un laberinto de emociones que encarcelan las palabras.

En un remanso del camino, como si decidieran levantar vuelo en medio de una noche oscura, esas mismas palabras logran escapar de una boca sellada y se elevan por encima de toda circunstancia para liberar los secretos.

Las máscaras caen y las verdades encuentran su cauce. Se han abierto las compuertas del silencio.

La sangre late en libertad…

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Más allá del mar”, de Laura G. Miranda; “Como clavel del aire”, de Patricia Coria; “La mirada de los otros – Mentiras”, de Natalia Romina Bártoli; y “Secreto compartido”, de Sabrina Mercado.

 

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
Registro DNDA Nº 2022-106152549
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