En un apasionante recorrido a través del tiempo, Jordi Díez se introduce en la vida de los pueblos que formaron parte del pasado y los escucha.
Su oído atento convierte en letras lo que aquella gente le susurra a través de documentos o evidencias. Un latido silencioso de quienes han transitado otros tiempos, lo convoca para narrar sus historias. Es justamente por eso que se detiene en lo cotidiano, en las vivencias invisibles de esa humanidad olvidada y les da vida.
Sus palabras definen imágenes que se convierten en fotos de esas voces perdidas en otras épocas, rescatan la historia y la recrean.
En diálogo con ContArte Cultura, el autor español comparte con nosotros su aventura al pasado.
—A modo de presentación ¿Qué relato elegirías para un viaje al pasado en el que fueras el protagonista?
—Hace unos años tuve la fortuna de visitar el museo egipcio del Cairo, y una de las áreas que más me sorprendió fue la zona dedicada a las esculturas de escribas, estatuas de señores vestidos apenas con un delantal, una pluma en la mano y una tabla de escriba sobre sus piernas cruzadas. Ese es el viaje que me hubiera gustado hacer, el de un señor pequeñito, imperceptible, con gafas, sentado en una esquina de la historia tomando nota de todo lo que cree ver y mezclándolo con lo que se inventa. Allí, acurrucado junto a Marco Polo en su viaje al este, Alejandro Magno en sus conquistas, sentado en una silla de cualquier calle de una urbe egipcia bajo el mandato de Akhenaton, mirando por la ventana del taller de Leonardo, detrás de Charles Duke en el lanzamiento del Apolo XI, escribir sobre el amor en el siglo XIX, describir las caras de la gente mientras escuchaban por primera vez La flauta mágica, o ver el desfile de autoridades en el entierro de Newton,… lo cierto es que acostumbro a soñar con estas cosas, a pensar en ellas cuando viajo y quizá una de las grandes ventajas de ser escritor es que mientras escribes una historia de éstas, consigues formar parte de ella.
—¿En qué momento comenzó tu aventura en el mundo de las letras? —No recuerdo mi vida sin un libro. Desde que apenas tengo memoria de mi niñez siempre he estado con algo que leer en las manos. Cuentos, comics (que entonces se llamaban tebeos), libros ilustrados, de todo. Es algo que no puedo dejar de agradecer a mis padres y abuelos, porque no había fiesta de cumpleaños, reyes o celebración en la que no me cayeran un buen número de lecturas. Con la escritura me atreví más tarde, ya bien entrado en los treinta. A raíz de un momento muy convulso de mi vida y un viaje a Perú, me atreví con la que fue mi primera novela “seria”: La virgen del Sol. Con anterioridad había escrito cuentos, historias para engatusar a alguna novia, esas cosas, pero en el trabajo que supone escribir una novela, el tedio de su corrección, las horas de documentación, en la escritura y soledad que este trabajo necesita no me había metido de lleno hasta bien entrado en la edad adulta.
—¿Cuáles son las grandes temáticas que despiertan tu imaginación para escribir? —Sin duda lo cotidiano de la gente. No puedo dejar de preguntarme cómo vivían nuestros antepasados, cómo resolvían sus conflictos emocionales, qué los animaba a levantarse cada día. Para mí la vida es de una complejidad infinita, no comprendo nada de ella, y como también me fascina la historia o, mejor dicho, las historias dentro de la historia, no dejo de preguntarme si esta misma situación de desconcierto la vivieron nuestros ancestros. ¿Era más feliz un cantinero en la Roma imperial que el camarero de un McDonalds? Es cierto que todo se ha escrito ya, de hecho, cuando se pusieron a ello los griegos clásicos ya nos dejaron sin temática al resto de la población humana, pero aun reconociendo esto, cada persona es una historia y me gusta imaginarlas. Cuando alguna me llama la atención más de la cuenta, intento escribirla.
—Contanos cómo es el espacio físico en el que tus palabras toman vida para convertirse en historias. —Por las vicisitudes de nuestra propia vida nos hemos mudado de casa doce veces en estos últimos diez años, así que mi espacio ha ido cambiando continuamente. Por fortuna, o no, en estos momentos parece que esta parte se ha estabilizado y mi querida compañera me ha regalado un lugar maravilloso, un despacho de unos diez metros cuadrados en el que vivo rodeado de libros y recuerdos, y desde cuyas paredes me observan los ojos de Audrey Hepburn, la figura imponente de Caonabó y Anacaona y me muestran burlones sus cuartos traseros Rocinante y el Rucio con sus majestades Don Quijote y Sancho Panza a lomo, en busca siempre de una nueva aventura. Una ventana al jardín delantero de la casa me distrae cuando la pantalla se me hace muy pequeña, o demasiado grande, y sobre la mesa, junto al ratón y el teclado, una botella de dos litros de agua compite en altura con la computadora, de la que cuelgan dibujos hechos por nuestro hijo, y con la cantidad de material que uso para documentarme. Hojas impresas, libros, notas, papeles y papeles que se apilan a la izquierda del teclado bajo una lámpara de flexo anudada al extremo del escritorio, y en el techo un ventilador que remueve el aire caliente del Caribe.
—¿De qué manera surgen tus personajes? —Antes de meterme en este mundo de la escritura, recuerdo que a veces escuchaba a los autores decir aquello de “mis personajes cobran vida”, o “mis personajes me hablan y me buscan”, y yo, mientras oía semejantes afirmaciones, pensaba que los autores eran tipos con un ego y una tontería que no cabía ni en una edición millonaria de sus novelas. Si el personaje lo creas tú, ¿cómo va a cobrar vida? Lo del ego debo reconocer que se ajusta a algunos que conozco, pero eso de la vida propia de los personajes es una realidad absoluta. Los personajes no surgen, te llaman. Es como en esas películas en las que sólo el protagonista es capaz de ver algo mientras los demás lo tratan de loco, algo así ocurre con los personajes y los autores, o con algunos de nosotros por lo menos. Después, a medida que estos personajes se perfilan en las letras, ellos mismos te explican cómo son y qué quieren hacer. La inteligencia del autor creo que se basa justamente en entender esos diálogos y trasmitirlos al papel. También creo que estos síntomas deben estar perfectamente tipificados en los manuales de medicina moderna bajo algún nombre derivado del griego o el latín.
—¿Cómo fue el proceso creativo de “La virgen del sol”? —A principios de siglo realicé un viaje al Perú incaico acompañado de un grupo de personas maravillosas, unas gentes de una libertad de espíritu y de vida como yo jamás había disfrutado. Un grupo de amigos que decidíamos, entre otras cosas, la ruta del día mediante la oscilación de un péndulo de cuarzo sobre un mapa de la zona, de hecho, fue un viaje tan maravilloso que, en el valle del Urubamba, camino a Machu Pichu, comprendí por primera vez el significado de una epifanía. Además, coincidió con un momento turbulento de mi vida y decidí que debía dejar por escrito todo lo sentido durante el viaje. Poco a poco, lo que pretendía ser un cuaderno para el recuerdo propio fue mutando a una historia con personajes que se convirtió en una novela tras muchas, muchas, muchas horas de escritura y un par de viajes más al Perú, en los que me pude documentar in situ de las historias que habrían de vivir los buenos de Nuba y Nemrac y los incas Pachacutec y Tupac Yupanqui. La Virgen del Sol es una novela sencilla que esconde muchos secretos y que no son pocos los lectores que me escriben para decirme que en cada relectura de la misma descubren una nueva enseñanza. Es una novela mágica que se gestó en un momento único de mi vida.
—¿Qué nos podés contar de “El péndulo de Dios”? —Esta novela es del todo diferente a La virgen del Sol. Es un entretenimiento, una aventura para pasarlo bien, un thriller alejado de la reflexión personal, aunque también haya de eso en sus páginas. Es mi novela Best Seller, con un par de cientos de miles de ejemplares vendidos. Es la única traducida a varios idiomas y fue el libro más vendido en español por meses tras publicarlo en la plataforma Amazon. Es una historia que habla del miedo a la muerte, de hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar para conseguir la tan ansiada inmortalidad, una aventura que arranca en los primeros años de nuestra era y que acaba en nuestros días. Es una novela que deja mucho trabajo al lector, pues no viene masticada, y que lo obliga a trazar ciertos pasajes de la trama a través de las pistas y las historias de la novela como ocurre con los protagonistas de la misma.
Hace unos meses se publicó en italiano y un grupo de lectura, tras escogerla como libro del mes, me hizo saber que la fuerza de la trama recae en los personajes femeninos de la historia, siendo por contra el protagonista un tipo que pasa sin pena ni gloria. Me gustó porque me vi reflejado inmediatamente en Cècil, el protagonista de la misma.
También hace apenas unas semanas que se ha publicado en versión de audiolibro dramatizado, y la sensación que uno tiene al escucharla es que va a entrar en una gran aventura.
—¿Cuál es el hilo conductor de “Anacaona”? —Anacaona es mi última novela, Anacaona, la última princesa del Caribe, y es sin duda alguna la que más trabajo me ha costado escribir. En ella se narra el desembarco de los primeros conquistadores en la isla de la Hispaniola, los actuales Haití y República Dominicana, sin embargo creo honestamente que no es una novela más sobre el descubrimiento, sino que es la historia que no se había contado hasta ahora, o que por lo menos yo no he sabido encontrar, y que no es otra que la visión de la conquista no sólo por parte de los invasores, sino también desde los ojos de los taínos, los aborígenes que vivían antes de la llegada de los colonizadores. Todos hemos leído y escuchado las historias de que los españoles
engañaron a los indios con cristalitos y espejuelos a cambio de oro, de las hazañas de la conquista y del valor, que sin duda lo tuvieron, de aquellos locos que se embarcaron en tres cascarones para cruzar el océano Atlántico, y sin embargo nadie sabe ni siquiera cómo se llamaban los padres o los hijos de los mandatarios que encontraron en la isla, más allá de cuatro nombres concretos y de lo que los historiadores han podido rescatar de algunos restos arqueológicos. Nada o muy poco se sabe de aquellos hombres y mujeres a los que finiquitaron como pueblo, como cultura, como seres humanos.
Anacaona fue una de esas personas, la hermana de uno de los jefes territoriales y posterior sucesora tras la muerte de su hermano. Una mujer que dicen fue la Semiramis del Caribe, que fue esposa de otro cacique, Caonabó, el más beligerante con los conquistadores, que aprendió español, así como a leer y escribir, que fue objeto de deseo de los conquistadores por su belleza y que al final de su vida acabó siendo la cabecilla de la una gran rebelión en contra de ellos. Una vida de película que he intentado desgranar en esta novela.
Como decía, es la novela que más me ha costado escribir y la que más me emociona al hablar de ella, quizá por la cercanía temporal con la historia, y que he podido documentar y narrar en primera persona desde todos los escenarios descritos en la novela.
—¿Ya estás pensando en el escenario para una próxima historia? —La verdad es que en estos momentos tengo tres novelas empezadas, las tres muy diferentes entre sí, pero con las que no consigo enganchar con la pasión que requiere la escritura… y si el propio autor no siente esa pasión, difícilmente podrá trasmitirla al lector, así que tengo muchos escenarios, muchos pensamientos, pero en los que en ninguno de ellos me siento cómodo aún. Ahora es cuestión de avanzar despacio, de transitar atento hasta que las voces de los protagonistas me llamen y no me quede otra opción que escribir sobre ellos para que me dejen tranquilo.
—¿Cuál sería la fotografía de un sueño por cumplir? —Cualquiera que me hagan dentro de cien años y aún me queden dientes para sonreír.
Jordi Díez
Nació en Terrassa, Cataluña, fotógrafo y viajero aficionado, ha recorrido numerosos entornos de medio mundo y América Latina hasta establecerse en la zona caribeña de República Dominicana, un lugar hermoso y acogedor en el que combina su trabajo en el sector turístico con la escritura.
Su primera novela, La virgen del Sol (Ediciones B, 2007), ambientada en la expansión del imperio Inca precolombino, y documentado a golpe de viaje, se convirtió en un bestseller internacional cosechando excelentes críticas por parte de la prensa especializada y los lectores.
Su segunda novela, El péndulo de Dios, un thriller trepidante y adictivo, alcanzó docenas de miles de descargas en Amazon.com y permaneció por más de un año entre los libros más descargados en lengua española de la plataforma. En 2012, la editorial española Ediciones B, la publicó bajo su sello B de Books. En la actualidad la novela está siendo traducida a varias lenguas.
La que es su última novela, Anacaona, la última princesa del Caribe, narra la conquista de la isla de la Hispaniola desde el punto de vista de los taínos, los aborígenes que vivían en ella, y que debieron enfrentar a un invasor terrible y muy superior tecnológicamente armados tan solo con su valor. Una historia de una de una fuerza vital tan brutal que encogerá los corazones de sus lectores.
Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) / Edición: Walter Omar Buffarini //
Es un viaje dentro de otros, un movimiento sutil, la música desperezándose en gotas de rocío, notas evaporadas sobre las aves del campo, es el vuelo hacia el espacio urbano, un recorrido temporal. Es antes y después. Es ahora y siempre, una melodía que llega desde lejos, de otras patrias, del mismo viento que corre y desparrama en el lugar justo y en el instante oportuno.
“Del Buen Ayre”, el próximo espectáculo y disco del dúo platense Aguirre–Rodríguez es un viaje por el tiempo y por distintos espacios, una relectura en modo actual de la música rural bonaerense.
Contarte Cultura charló con sus integrantes, Cynthia Aguirre y Alejandro Rodríguez para que nos cuenten acerca de ese caminar que la canción propone.
—Porque los espacios y las cosas que forman parte de ellos suelen hablar de quienes los habitan, nos gustaría comenzar esta charla deteniéndonos en su lugar de trabajo, en el espacio creativo de su música y en los objetos que los rodean en este momento. Si pudieran elegir un rincón o un objeto, el que mejor los represente como dúo y nos cuente algo de ustedes, ¿Cuál sería?
—El lugar, nuestra casa, y el rincón nuestra sala, en la que se va gestando todo el resultado final de lo que hacemos como músicos. Creo que estos espacios hablan de nosotros y de nuestra manera de entender la realidad y el arte.
—Y desde ese espacio viajamos en el tiempo, ¿cómo y cuándo se encuentran Cynthia Aguirre y Alejandro Rodríguez en el camino de la música para dar comienzo al dúo Aguirre–Rodríguez?
—Nos encontramos en la escuela de arte de la ciudad de Berisso, hace muchísimos años, en situación de alumna y profesor, pero rápidamente comenzamos a compartir producciones por fuera de la escuela. Con los años volvimos a encontrarnos, ya específicamente en el terreno del tango con la orquesta Los inmigrantes en el año 2005. Cuando el tiempo de la orquesta se terminó, continuamos en dúo.
—¿Cómo fueron esos comienzos?
—Fue un muy hermoso comienzo, pero rápidamente el dúo se fundió dentro de un cuarteto que con el tiempo se convirtió en sexteto de tango. Me refiero a Tangor. Con esa agrupación trabajamos durante más de 10 años. Por otro lado, Cynthia participaba como invitada permanente en el grupo La Sonora, proyecto que venía caminando desde el año 1989.
—Como decías, con el correr de los años el tango se instaló entre ustedes, ¿qué cosas los llevaron a explorar en este género que nos representa?
—El tango siempre estuvo como lengua principal en nosotros. Como una especie de lengua madre. Rastrear el porqué de esto es complicado, creo que tiene que ver con nuestras historias personales y la idiosincrasia de nuestras familias de origen. Lo que es claro es que ha sido fundacional en nuestro vínculo con la música. Nuestra mirada como habitantes de este tiempo siempre nos llevó a buscar puentes entre el tango, otras músicas y otros conceptos artísticos.
—¿De qué manera llega el primer disco “Mundo Tango”, grabado en 2011?
—Ganamos un premio a la Producción Fonográfica del FNA (Fondo Nacional de las Artes) y generamos nuestro primer CD. En ese entonces, si bien el CD se llamó Mundo Tango, abarcamos otros lenguajes musicales, algunas cosas del folclore y canciones provenientes de la cantera del rock.
—Por estos días están en proceso de grabación de su segundo disco “Del Buen Ayre”, ¿qué recorridos espacio-temporales tuvieron que hacer para dar vida a los temas que forman parte de esta obra?
En Mundo Tango nos referimos a una idea acerca del tango, como un estado del ser que no solo aparece en esta región del mundo (por algo el tango impacta como impacta en todo el globo). Aquí nos referimos más a la génesis de este género y la música de la provincia de Buenos Aires. Este nuevo trabajo propone un recorrido desde la música campera de principio de siglo XX (El Gardel Gaucho, pasando por compositores icónicos de ese lenguaje como Omar Moreno Palacios) para adentrarse en el tango clásico de la época de oro y llegar hasta composiciones actuales que revitalizan el género. También este trabajo, a diferencia del otro, está estructurado por un material que fue ampliamente mostrado y fogueado. Es música que hemos tocado mucho en vivo y está planteado desde esa impronta. Los arreglos, si es que los hay, fueron construyéndose a lo largo del tiempo y de las distintas actuaciones. Los músicos invitados jugaron en ese mismo tono también. Se les envió un cifrado y una grabación como referencia, pero el armado de los distintos temas se resolvió en el estudio, mientras Manzana Ibarrart (gran amigo y comandante del Estudio Sonosfera) montaba los mics y seteaba todo. Luego se eligieron las mejores tres tomas de cada tema. El resultado tiene un aroma a “trazos sueltos” que nos encanta en lo particular.
—Sin dudas se trata de un viaje a través de la música, ¿cuál es el aroma que elegirían para simbolizar a este álbum?
—El múltiple aroma de los viajes…si bien es un CD local en cuanto al repertorio, es bastante global en tanto a que lo que suena proviene de muchísimas fuentes y no solo de la tanguera. Lo hemos tocado tanto en tantos países diferentes, que para nosotros tendría ese olor a viaje, a aeropuerto, a trenes.
—El 3 de agosto estarán presentando este disco en La Salamanca, un reconocido espacio cultural platense, ¿qué podrán disfrutar esa noche quienes se acerquen a compartir su música?
—Haremos algunos de los temas de nuestro espectáculo Del Buen Ayre, como antesala al espectáculo Filogenia de Victoria Moran y el Dúo Puentes Reyes.
—Mencionás que ese día estarán acompañados por la cantante Victoria Morán, entonces la pregunta va para ella. Victoria, ¿Cómo nace “Filogenia”, ese recopilatorio de obras de música popular argentina? Contanos quiénes serán parte de ese recorrido el 3 de agosto y qué sentís al compartir noche con el Dúo Aguirre-Rodríguez.
9- Filogenia surge de la necesidad de contar nuestro ADN musical a través de las canciones que nos definen. Es una suerte de viaje musical hacia la fuente, hacia la memoria imperecedera que une un recuerdo con otro. Este espectáculo viene a despertarnos la fibra sensible con canciones que nos nombran, enlazando a Homero Manzi con Víctor Heredia, al Cuchi con Fito, a los que fuimos con los que somos. El compartir con compañeros y compañeras músicos y músicas siempre es una alegría, y en este caso será además una sorpresa para el dúo Puentes-Reyes y yo, porque jamás nos hemos cruzado en un escenario y esperamos anhelantes ese ida y vuelta mágico que siempre augura la música compartida.
—Para terminar, ¿cuál es el próximo destino de la música que los mueve?
—Tenemos por delante algunas fechas en nuestra ciudad, como el próximo 29 de agosto, día en el que estaremos compartiendo escenario junto al cantor Carlos Cabrera en el Café Metro. Octubre nos encuentra realizando nuestra segunda gira europea, con conciertos en países como Italia, Francia, España y Portugal. A nuestro regreso estaremos presentando oficialmente nuestro álbum Del Buen Ayre, con la participación de los músicos que fueron parte de la grabación.
Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) / Edición: Walter Omar Buffarini //
Todo gira, se mueve en una circularidad compartida. Las emociones suben y bajan, cuelgan de nuestros cuerpos, se desprenden como hojas secas. Regresan, son brotes, transformados en otra cosa.
Celina Cocimano es terapeuta emocional y a partir de sus vivencias y de su trabajo de muchos años necesitó dejar huellas, sembrar palabras para que germinen a través de sus libros.
“El juego de las emociones de Uma”, su último libro, está dedicado a las infancias. A través del juego logra acercarse a los territorios del miedo, de la ansiedad o de la frustración para atravesarlos.
ContArte Cultura charló con ella para conocer las rutas que la llevaron a indagar en ese universo.
—Las emociones forman parte de nuestras vidas, van y vienen, se mueven y nos movemos con ellas. Por eso, para comenzar y a modo de presentación, nos gustaría que elijas al menos tres emociones que te atravesaron al momento de escribir tu último libro y que a cada una de ellas les otorgues un sabor o un aroma.
Frustración, sabor a cebolla
Ansiedad, aroma a menta
Alegría, aroma a vainilla
—Y ya instalados en esa imagen, vayamos a tus comienzos, ¿qué vivencias te llevaron a transitar el camino de la terapia emocional?
—La insatisfacción personal, haberme descubierto cómo estafadora de mi propia vida, creando personalidades adquiridas para moldearme al gusto de la mirada ajena, siempre con esa sed emocional de ser alguien para los demás, ser aceptada, reconocida, querida y encantar a todos. Mientras estudiaba para contadora, sentí un apagón emocional, la apatía era mi única compañera en esos tiempos, hasta que mi cuerpo también “habló” con un síntoma muy sentido. Empezaba a hacerme pis por las noches siendo ya grande, más adelante entendí que eso sucedía en cada hogar o lugar donde me sentía a gusto, de esa manera, “intentaba” aferrarme a algún territorio, sentirlo al menos, por momentos, un lugar donde era yo. Como los animales que marcan su territorio orinando sobre él. Eso era lo que faltaba para que mi vida se vistiera de insatisfacción y cambie totalmente de rumbo, mejor dicho, empiece a vivir y dejar de aparentar lo que mis vacíos necesitaban cubrir.
—Seguramente al ir recorriendo ese camino fue necesario dejar huellas y de esa manera llegaron los libros, ¿cómo vivís la experiencia de escribir para que las palabras sean instrumento de sanación?
—Mi primer libro, “Despierta”, nació como algo catártico de la etapa que comenté anteriormente. Aún no sabía qué era lo que estaba viviendo y, sinceramente, pensaba que me moría por esos tiempos, entonces empecé a escribir cómo fue ese tránsito a mí destrucción de las corazas hacia mi reconstrucción emocional. Después, al compartir mi vivencia con muchas personas, me di cuenta que varios pasamos por ciertos procesos similares, por lo que se me ocurrió darle forma de libro y agregar reflexiones y ejercicios terapéuticos y de autogestión emocional. Los otros 3 -“Diamantes”, “Rotas”, y “El juego de las emociones de Uma”-, fueron pensados basándose en las historias que atiendo y buscando dejarle una “biblioteca” de recursos emocionales a mi hija para cuando sea más grande y, a las personas, que encuentren en estos libros, escrito en palabras, el propio sentir descarnado y sin filtro de las emociones que abordo en cada uno de ellos y luego, ofrecerles dinámicas, reflexiones, ejercicios para que encuentren en ellos formas de transitar el campo emocional sin tanto dolor y con valentía.
—Si pudieras resumir en una palabra el espíritu de cada uno de tus libros, ¿cuáles serían?
Despierta: Integridad
Diamantes: Osadía
Rotas: Coraje
El juego de las emociones de Uma: Autenticidad
—Tu último libro, “El juego de las emociones de Uma”, transita los paisajes de la infancia con todas sus gamas de colores, ¿cuál o cuáles fueron los disparadores de esta historia?
—Mi hija, a los 8 años, comenzó a transitar por un tiempo la conocida “Crisis de ansiedad y angustia”. Yo me opuse a que esté medicada siendo tan pequeña, y desde mi saber en el campo emocional de los adultos, junto a una gran observación sobre ella y sus crisis, se me ocurrió trabajar juntas para buscar soluciones a su sentir. Buscamos opciones en el juego infantil, en la creatividad, desarrollando distintos escenarios, armando una rutina de ejercicios y, sobre todo, busqué acercarla a la autogestión emocional. Así fue que se me ocurrió compartir cada ejercicio que funcionó en ella en este cuento, que no solo tiene el fin de que los niños empiecen a desarrollar desde pequeña edad sus propias respuestas emocionales ante cierta situaciones, sino que es un libro que pide gran compromiso de los adultos que acompañan al niño, y esa compañía, con el estar, el hablar su idioma, mejorar la calidad del vínculo, validar sus emociones, respetarlos y comunicarse con ellos, es lo que hace casi la mayor magia del trabajo de fortalecimiento emocional.
—Y justamente, a partir de tus propias vivencias decidiste contar desde el juego y desde las imágenes. Explicanos cómo fue el proceso de elegir esas duplas emocionales sobre las que querías hablar.
—Busqué las que a su edad son dentro de todo fáciles de interpretar, como decimos los adultos: de “etiquetar”. Son parte de las emociones primarias y la dupla fue pensada para dejarles el mensaje de que no son ni buenas ni malas, simplemente son y cada una es mensajera de un sentir, una acción a llevar a cabo y una particular respuesta emocional. También al ponerlas en duplas, cuando ellos/as sientan, por ejemplo, tristeza además de procesarla en todo su ser, sepan que pueden aprender a transportarla en alegría, ir de la ansiedad a la calma. Es decir, que conozcan cuál es la emoción que se necesita para equilibrar una con otra.
—Las semillas del libro fueron plantadas, ¿creés que tus palabras ya comenzaron a germinar y son brotes en los lectores?
—Sorprendentemente sí. Como comenté, yo me dedico a adultos no a infanto, y este libro que se publicó en abril del 2024 ya se está imprimiendo la segunda edición. Lo han comprado mucho abuelas y abuelos para compartirlo con sus nietos, en colegios para abordar ciertas emociones en el aula ya que también hay un capítulo sobre el bullying. Y muchas madres me compartieron que sus hijos o hijas mientras que se les leía el cuento ya comenzaban a incorporar los ejercicios sugeridos, o que empezaban a identificar sus propias emociones, tenían armados sectores en su cuarto como se encuentran en algunos capítulos. Incluso los que son más grandes, según cómo se sentían, buscaban en la biblioteca el libro y se encerraban en su cuarto a leer exclusivamente el capítulo que contiene la emoción que estaban sintiendo en ese día o ese tiempo. También compartió nota de Revista junto a Unicef en el día internacional contra el Bullying de 2024.
—¿En qué proyectos estás trabajando actualmente?
—Tengo dos libros más en camino, uno para adultos sobre la depresión, y otro para infanto, más expansivo aún, con un viaje al campo emocional que sea para ellos y para sus padres o tutores también, digamos que será un libro revelador en muchos aspectos.
—Para terminar, te invitamos a elegir la textura que represente a tu libro “Las emociones de Uma”.
—La textura sería cálida, pomposa, con colores desde pasteles a fuertes, con ganas de descubrirla y sentirla, y con distintos aromas que vayan cambiando según cada paso de la mano o de los pies sobre ella.
Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) / Edición: Walter Omar Buffarini //
Hay un rumor, un murmullo por encima y por debajo. La evidencia flota, va y viene. Pero el agua arrastra las palabras, se lleva las voces, esconde. No se ve lo que no se quiere ver. O lo que no se debe. La verdad se hunde, toca fondo. Es barro entre los dedos. Y mancha.
En “Aguas Turbias”, la última novela de Florencia Ghio editada por El Emporio, flotan varias verdades, como un rumor debajo de lo que se lee, van y vienen. Se convierten en imágenes, en sonidos y en aromas, mientras ella bucea para rescatarlas. Para que la verdad nunca se manche.
En diálogo con ContArte Cultura, la escritora cuenta cómo nació la obra y de qué manera descubrió a los protagonistas de esta historia.
—Vamos a comenzar esta charla haciendo foco en una palabra que flota entre las páginas de tu novela: justicia. A modo de presentación del libro y de sus protagonistas, si pudieras elegir una imagen o un objeto simbólico que represente esa justicia, ¿cuál elegirías y por qué?
—Elegiría la clásica estatua de la justicia pero con su balanza completamente inclinada hacia un lado y sus ojos vendados. Porque es un poco eso lo que se ve en esta novela, una justicia que es ciega, y también sorda, por eso el protagonista de mi libro, que dice ser el chivo expiatorio de un crimen que no cometió, tiene que venir desde un pueblo del sur y salir a clamar su inocencia por altoparlantes en un subte de Buenos Aires.
—Y a partir de esa imagen viajemos al principio. Sin dudas, siempre existe un germen que da vida a las cosas. Seguramente tu novela también es producto de ideas o situaciones que fueron semillas en la tierra de tu imaginación. ¿Recordás cómo y cuándo comenzaste a sembrar esta historia?
—Yo digo que en lo que va de mi carrera de escritora, en las dos novelas que escribí y en la que estoy escribiendo ahora, me pasó que no busqué las historias sino que las historias me buscaron a mí. Aguas Turbias está inspirado en un caso real, y surgió a partir de que viera por televisión a un joven que se había fabricado una máscara de chivo y andaba por los subtes suplicando que alguien lo escuchara. Había estado preso por el crimen de su madrastra que él juraba no haber cometido, y le aterraba la idea de que lo condenaran. Me impresionó el mecanismo, recurrir a su creatividad para escapar de ese infierno, eso me llevó a averiguar qué le había pasado y me inspiró para escribir la novela, en donde los personajes, lugares y la mayoría de los sucesos son ficticios, pero ese fue el puntapié inicial que me sumergió en esta novela.
—Aleida, tu protagonista, es una mujer que lucha por sus ideales, va en busca de justicia pero también pelea contra sus propios monstruos. ¿Cómo viviste el proceso de construir ese mundo interior con tantos matices?
—Aleida San Martín es un personaje que rescaté de mi anterior novela El Ciudadano. Es una abogada honesta e idealista, de esas que estudió derecho porque ama la justicia. Al mismo tiempo, es una guerrera; logró superar una historia familiar traumática, para convertirse en una funcionaria pública que trata de rescatar a toda persona que atraviesa un infierno, porque ella sabe lo que es estar ahí y no quiere que nadie más lo tenga que vivir. Aguas Turbias la va a encontrar en un tramo de su vida en que está en caída libre, porque ahora, aun con las secuelas de sus anteriores traumas, tiene que luchar contra el acoso laboral, se siente muy sola, y todo eso le provocó una fuerte adicción al casino, que en esos momentos encuentra como su única vía de evasión. En estas condiciones se cruza a García Robledo en el subte y, conforme a su esencia, no puede quedar indiferente a su historia. Intuye que él no miente, pero ella no puede ejercer la profesión por ser funcionaria, y además vive en Buenos Aires, así que veremos si, en su estado, logra tomar decisiones tan difíciles para ayudar al chico de la máscara. Para el proceso de construcción de este personaje me ayudó mi especialización en violencia familiar y también hablé con psicólogas expertas en ludopatía.
—También el personaje de García Robledo, el chico de la máscara, tiene sus claroscuros, ¿qué fue lo primero que percibiste de este protagonista al momento de escribirlo?
—García Robledo es un muchacho que antes de pasar por ese infierno amaba la vida, pero luego de esto se ha decepcionado completamente de ella. Descree de las instituciones de su localidad pero, al igual que Aleida, es un guerrero que, en su caso, salió de su pueblo a buscar si al menos en alguna otra parte existía esa justicia que no lograba encontrar. El lector tendrá que averiguar si con toda esa lucha la logra despojar de la venda que tiene en sus ojos y cambiar la inclinación de esa balanza que parece desvencijada.
—Como ya comentaste, hay una cierta continuidad de “Aguas turbias” con “El ciudadano”, tu anterior novela, ¿qué hilos temáticos presentes en ambas historias te gustaría seguir sosteniendo en un futuro?
—Por el momento los casos judiciales reales o ficticios han sido fuentes de inspiración, no sé si quisiera mantener algún hilo temático en particular, pero sí escribir el tipo de literatura que a mí me gusta leer, aquella que no es puro entretenimiento sino que te deja reflexionando y retrata distintos tipos de realidades, algunas veces invisibilidades o desconocidas para quien no las transita, así como en El Ciudadano abordé, además de la violencia familiar y el funcionamiento de la justicia, la política migratoria argentina. Creo que esa también puede ser una de las funciones de la literatura y de la cultura en general. Como lectora, a los libros que solo me entretienen los olvido no bien termino la última página, en cambio el otro tipo de literatura es la que me ha marcado como persona, no solo la recuerdo sino que en determinados momentos de mi vida regreso a ella para releer, aunque más no sea algún párrafo.
—Como en todo policial, en esta novela hay un crimen alrededor del cual se teje la trama. ¿Cuáles son las emociones que te atraviesan al transitar esos escenarios con la palabra y con la imaginación?
—Creo que en Aguas Turbias, que tiene componentes del policial pero también es un drama y tiene romance, el lector va a atravesar una variada gama de emociones y estados de ánimo. Se me ocurren, por ejemplo, indignación, tristeza, intriga, alegría, entre otras.
—¿Seguirá la doctora Aleida San Martín presente en próximas historias?
—En la novela que estoy escribiendo ahora la doctora San Martín no es parte, pero no descarto que en algún momento vuelva.
—Para concluir, ¿cuál sería el color que elegirías para representar el espíritu de tu novela y por qué?
—Elijo el gris topo, por todo lo que acontece.- El lector tendrá que averiguar si ese color puede llegar a cambiar en algún momento de la novela.
Jorge Luis Seco
31/05/2018 a 22:59
Un gran escritor y excelente ser humano. Felicitaciones