Literatura
“Pyongyang”, un libro en busca de respuestas
“Pyongyang”, de Hernán Vanoli, es un libro que reúne cuatro cuentos largos a través de los cuales el joven sociólogo y editor bucea en los mitos y creencias de las sociedades contemporáneas y usa a la tecnología como excusa para descifrar la metafísica de ciertos fenómenos y tendencias, desde la fertilización asistida hasta la militancia en redes sociales.
Ángeles caídos que deambulan por la ciudad en un servicio de “carpooling”; una secta que promete fertilidad y una sociedad nueva; cintas de correr que se revelan contra la humanidad; y un grupo de heterodoxos personajes capaz de torcer una elección son algunos de los argumentos que se hilvanan a través de la tecnología en el libro, publicado por Random House.
“Se trata de situaciones cotidianas (un duelo, un embarazo, un grupo que estrecha lazos) que uso para buscar qué es lo que persiste de creencia y mito en una época donde parece que las soluciones hacia la vida y los procesos parecieran estar dadas por la tecnología”, dice Vanoli (Buenos Aires, 1980), editor de la revista Crisis y del pequeño sello Momofuku, y autor de novelas como “Cataratas”.
Así, para analizar cómo opera la tecnología y sus promesas en la actualidad, Vanoli se detiene en fenómenos como los runners, el crossfit y en tribus urbanas que se refugian en templos holístios o se retiran a vivir en countries tras la promesa de una vida más sana y elevada.
Todo eso, atravesado por un clima de ciencia ficción donde heladeras y paraguas complotan contra máquinas corredoras en una lucha en común contra la humanidad.
Contra todas las ideas y especulaciones sobre la evolución ilimitada de la técnica, en estos cuentos la tecnología falla.
La tecnología siempre se atasca, me interesaba ver cómo juega la fantasía en torno a lo tecnológico, la que uno se hace y la que te quieren vender, cómo van operando esas ficciones en la vida cotidiana. En primer cuento, “Ursus americanus kermodei”, aparece un sistema de carpooling (servicio de viajes en el que se comparte auto para abaratar costos) sobre la falsa idea de seguridad. El segundo, “Los sintonizadores”, se desarrolla sobre la creencia de que cada vez podemos tener más dominio sobre la vida, una especie de mito de Frankenstein ‘aggiornado’ y cruzado con la idea de paternidad. Mientras que en “Pionyang” la tecnología es muy precaria (las máquinas de correr que protagonizan el cuentos te dan patadas eléctricas como en la vida real). Creo que el cuento surgió de mi interés en el fanatismo por correr y de la idea de que las máquinas pueden centralizar y procesar información para sus propios fines.
Seguís haciendo un poco de sociología mientras escribís.
Un poco los conceptos los vas arrastrando y vuelven aunque te quieras desprender de ellos. La sociología es una disciplina que se consolidó en el siglo XIX y hoy cambiaron muchísimas cosas, y la literatura me permite tratar cuestiones más humanas y cercanas con mayor libertad. Hace poco oí que en Ciencias Sociales cada vez se anota menos gente, las universidades tienen un vínculo cada vez más problemático con la sociedad si no se renuevan de acuerdo a los tiempos que corren, donde los cambios son muy rápidos. Este es un tema que la literatura puede pensar sin ataduras ni compromisos. Al estar tan poco mercantilizada, porque nadie vive de escribir, adquiere una autonomía que le permite hacerse preguntas que no se pueden terminar de hacer ni en la universidad ni en la sociedad.
Hay una inquietud ontológica que atraviesa todo el libro.
Me parece que hay una generación bisagra que está en los bordes de los millennials, y que no es la X ni la Y, que tiene contradicciones muy interesantes de pensar desde los antropológico. Una generación conformada por gente que tiene modelos de socialización diferente y recuerdos de no tener teléfono cuando ahora todos viven hiperconetados desde sus celulares, lo cual te permite una perspectiva muy interesante para dimensionar algunos cambios y contarlos. Un poco eso hago en estos cuentos, me parece que las generaciones que vienen después ya no tienen tanta perspectiva para pensar por ejemplo cómo era el mundo sin Internet.
¿Cuánto te interesa la ciencia ficción?
Mucho, hoy en día la ciencia ficción está en un gran momento por una cuestión paradójica: cuando la gente pensaba que el mundo tendía a permanecer más igual a sí mismo, la ciencia ficción venía a ampliar esos límites, pero ahora cumple un rol parecido al que en algún momento podría llegar a cumplir el realismo, que es el de relatar los padecimientos y las contradicciones del presente. Piensa los traumas y los mitos de lo que se está viviendo en el presente.
Pareciera que a largo del libro trabajaste una mirada con perspectiva de género, en la que las acciones no se definen por el sexo: las máquinas se enamoran entre ellas, gobiernan, luchan; Selva piensa igual que Damián sobre la compra de bebés, y desarma esa construcción cultural que vincula al instinto maternal con el sexo femenino.
Tiene que ver con la importancia de pensar el género desde una perspectiva un poco más abierta, menos apegada a los roles tradicionales. Si bien narrar como una mujer tiene sus particularidades y muchas veces no me gusta cómo lo hago, no me parece raro ni difícil, muchas veces tengo situaciones de mancounión más fuerte con una mujer que con un varón. Con las máquinas, por ejemplo, me cuidé mucho de nunca definir el género. Si bien tienen una impronta femenina en cómo está construida la palabra o cómo se las adjetiva, sus comportamientos no tienen género. Cuando están enamoradas, se enamoran de un ser.
Ahí podría inscribirse tu mirada sobre la amistad entre varones que desarrollás en “Comando central”.
Creí que había algo en la amistad masculina muy elementalmente humano y genuino, de compañerismo, una idea bien cultural, y me interesó desandar eso, buscar los matices. Por eso pensé en una amistad con un extranjero, en el marco del típico rebusque de la clase media: alquilarle tu casa a un extranjero, y luego eso de que no son amigos de siempre, no es una relación tan absorbente o pegada como la amistad masculina tradicional que deja fuera todo lo demás. La relación de las máquinas también es amistad. Me interesa plantearme esas cosas porque son cuestiones en general poco complejizadas en los productos culturales donde siempre tiene que haber romance, dentro de ciertos cánones o mandatos ya caducos que me interesa volver a mirar. La literatura tiene de bueno eso, nos permite pensar esas cosas con más libertad.
Literatura
Martín Caparrós, Doctor Honoris Causa de la Universidad de Guadalajara
El escritor y periodista argentino Martín Caparrós fue distinguido con el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Guadalajara (UdeG), en una ceremonia realizada en la sede del Instituto Cultural de México en Madrid.
Se trata de la máxima distinción honorífica que otorga la institución mexicana, que reconoció en el autor su “compromiso ético e intelectual con la verdad, la memoria y la dignidad humana”, además de su “extraordinaria contribución al periodismo narrativo y a la literatura contemporánea”.
Durante el acto, la rectora del campus CUCEA de la UdeG, Mara Robles, definió a Caparrós como “un sembrador de dudas”, una cualidad que, según señaló, la universidad busca fomentar en sus estudiantes. En ese marco, leyó un fragmento de “El hambre”, uno de los libros más emblemáticos del autor, cuya reflexión inicial sobre la experiencia cotidiana y la distancia con el hambre estructural conmovió visiblemente al homenajeado.
La ceremonia reunió a unas treinta personas, entre ellas periodistas y escritores como Alex Grijelmo, Jorge Volpi y el exdirector del diario El País Javier Moreno. También participaron familiares, amigos y becarios de la Universidad de Guadalajara, quienes desde ahora quedarán simbólicamente “bajo la tutela” intelectual de Caparrós. El público cerró el acto con un prolongado aplauso en reconocimiento a su trayectoria.
Al tomar la palabra, Caparrós confesó que México fue una asignatura pendiente en su vida y que siempre deseó vivir en ese país, influido por la obra de Carlos Fuentes y por los vínculos tempranos que allí forjó hace más de cuatro décadas, cuando comenzó a adoptar su característico bigote.
La Universidad de Guadalajara concede el Doctorado Honoris Causa a personalidades eminentes, mexicanas o extranjeras, por contribuciones excepcionales en el ámbito del conocimiento, las artes o por una obra de vida vinculada a las causas más nobles de la humanidad. En los últimos años, la distinción fue otorgada, entre otros, a Joan Manuel Serrat, Sergio Ramírez, Leonardo Padura y Miguel Ángel Navarro Navarro.
En julio pasado, la Universidad de Buenos Aires también reconoció a Caparrós con un galardón honorífico similar.
Textos para escuchar
La grasita – Mercedes Pérez Sabbi
La escritora Mercedes Pérez Sabbi lee un fragmento de La grasita, su nueva novela (Editorial Comunicarte).
“Llegamos al Café Tortoni para buscar a Dora, pero no podíamos entrar por la puerta principal porque los empleados y los familiares entran por la puerta de atrás. Vi que era hermosísimo el café. Con una puerta de madera con cortinitas blancas y adornos de bronce para abrirla. Pero no, no la abrimos, porque dimos la vuelta por la calle Rivadavia, y entramos por un pasillo con cajones de botellas y bolsas con mercadería, parecido al depósito del almacén de mi papá. Ahí preguntamos por Dora Rodríguez. Un muchacho de delantal, gorrita blanca y camisa desteñida nos dijo que enseguida la llamaba. Al ratito apareció Dora, arregladita como para salir de paseo. Alta estaba, por los zapatos con plataforma.
—Las hice esperar para cambiarme. ¿Les gustaría pispear el bar?
—Sí, me gustaría —dije.
—Bueno, las hago mirar por acá, porque por el frente solo entran los clientes.Pasamos por otro pasillo y Dora nos corrió unos cortinados de terciopelo azul. Hermoso lo que vimos: las paredes de madera y papel con flores, el techo con cuadraditos de vidrios de arabescos de colores, unas columnas gigantes de mármol marrón, las sillas tapizadas de negro, las mesas redondas con señoras de sombreros elegantes y señores de trajes muy distinguidos… Parecía un palacio de película.
—¿Puedo ir al baño que me hago pis…? —le pregunté a Dora.
—Bueno, andá al baño principal porque el del personal está medio cochino —y me señaló el lugar—. Ves allá que hay una mesa grande redonda, seguís a la izquierda y ahí está el tualet de damas. Te esperamos acá.
—¿El tualet?
—Sí, es baño en francés. Acá es así.
—Dejame el tapado así vas más cómoda —me dijo mi mamá.Y me quedé con mi pollera escocesa y mi saquito azul. Bonitos.
Tualet, tualet, tualet…
Toalette, decía en la puerta, con una figurita de mujer.
Adentro había una señora de sombrero azul con su hija de bucles rubios. Saludé y me quedé mirando adónde ir, porque había varias puertas y lavatorios y espejos con lámparas como copas. La señora se dio cuenta de algo y me preguntó:
—¿De dónde sos?
—De Maizoro.
—¡Ah! ¿dónde queda eso? —me preguntó mientras se pintaba los labios y la nena me miraba.
—Lejos. Hay que tomar un tren en Constitución y después otro.
—Podés pasar ahí —me cortó señalándome uno de los baños.
—Gracias —y entré.Desde el inodoro escucho que la nena le pregunta:
—¿Quién es mami?
—Una grasita —le respondió, mientras se cerraba la puerta.
Historias Reflejadas
“Un territorio sin conquista”

Un territorio sin conquista
El agua guardaba una historia, las palabras balanceándose entre las olas y sobre la espuma, un vaivén de preguntas. Iban y venían, de una costa a la otra, como naves sin destino.
Un viento, cómplice de otros vientos, sostenía recuerdos, las voces enraizadas en el origen, un nombre que abarcaba a las palabras, al otro lado de la historia, justo en el puerto de la memoria.
Aquí y allá, un desencuentro de orillas, los conquistadores y los conquistados, un argumento sin rumbo.
Hubo sangre y hubo guerra, las voces callaron y fueron leyenda, sutiles fragmentos de un territorio que permanece sin conquista.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “En los orígenes los aborígenes”, de Adela Basch con ilustraciones de Elissambura; “DescubriMiento de América”, de Marcelo Valko con ilustraciones de Dolores Mendieta; “La conquista española de América”, de Ramón Tarruela con ilustraciones de Matías Lapegüe; y “Leyendo leyendas”, de María Inés Falconi con ilustraciones de Sandra Lavandeira.
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