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En el fin, al fin – Mireya Guzmán Burgos

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La escritora española Mireya Guzmán Burgos lee su poema En el fin, al fin.


En el fin, al fin

Por haber evitado el latir en el pecho,
habitó congelado el anhelo.
Cabalgaron los años al trote, torpes…
y vaciaron los jugos de la vida, apagándose.

Ya sus ojos cansados y viejos,
consumieron el brillo guardado hasta entonces.

Se secaron los labios de besos,
por no darse en las mieles, excelsos.

Por haberse evitado.
Por no haberse dado.

Fracturada en pedazos la frágil tinaja,
que guardaba presas las caricias del alma.
Desbordó sangrante el corazón aplastado
y brotó el amor.

Despertando en la muerte… a la vida.

Desgajando el alma,
hasta entonces vacía.


Mireya Guzmán Burgos

Es una escritora española conocida en el mundo de la poesía con su seudónimo Mirelha.
Nacida en Pamplona, Navarra, el 7 de abril de 1973, desde muy temprana edad mostró su gusto por lo artístico en general, en especial la escritura, la interpretación y el canto.
Además, es actriz de teatro, cine y doblaje, y modelo de fotografía.
La propia autora destaca: “Escribo desde los 14 años, poesía y relatos. Me aparté de la escritura hace unos años, por circunstancias y volví a retomar con fuerza en enero del 2021. Realicé el Taller de Escritura de Novela Creativa en 2021 en la escuela Española de escritores de Carmen Posadas. La poesía siempre me ha brotado, escribo todos los días y recito mis poemas. A veces recito poemas de otros poetas”.
Mirelha perteneciente al colectivo Amazionante, es imagen del medio de comunicación salvadoreño El Norteño News (ennewssv.com), en su sección dominical de cultura, Huella poética, para “fomentar e incentivar a la lectura y el amor por la poesía y las artes”.
Guzmán Bugos ha sido una de las cuatro ganadoras del II Concurso Internacional de Poesía J. Bernavil 2021, en homenaje a la escritora Pilar Paz Pasamar y a la poesía andaluza.
El poema galardonado, “En el fin, al fin” aparecerá en su antología poética, junto con los otros 5 ganadores y 34 menciones honoríficas.
Asimismo, la escritora presentará en el corto plazo su primer poemario titulado “En el aire suspendido”.

Instagram: @mireyaguzmanburgos

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A brazadas – Susana Szwarc

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Susana Szwarc lee su poema inédito A Brazadas, del libro Caracú que publicara Pixel Editora para la Feria de Editores de octubre de 2021.


A brazadas

Za shtil, majnicht cain gueride…
(De una canción popular. Para las artistas como Laura)

No, no  hagas ruido.
¿No ves que hay en ese hacer (mecer)
lo  frágil intenso que desmenuza
las columnas?

En cada girar (de página)
la intemperie
hace chispas.
Casi a la manera de Odradek
que busca  cuerpo.
Ahora Odradek se mueve 
ruidoso y causa
en ella
el moverse de la niebla.
(La mueve con un pie,
la sostiene sobre el empeine,
la alza como a una flor
redonda, verde todavía.
Después la acerca.)
En esa niebla, a veces
se desdibuja el mundo.
En esa niebla –cuando espesa-
los desdenes se empujan
lejos.

Los dedos sobre las cejas.
No todos juntos
sino uno por vez. Y otra vez.

Torsiona/desliza/escribe:
¿Abrir y cerrar una ventana?
¿Reforzar la brazada o el efecto
de luz sobre el perfil de cada pasajero?

No hagas ruido.
No estropees el silencio.
¿No ves acaso que ella insiste
dibuja envolvente el sol entre las manos?
Alza el índice
después el pulgar
y cubre el sol y te alivia la extrañeza
del ojo.

Dobla en cuatro el papel.
El sol tropieza en la ventanilla.
Decimos palabras que suenan
como vértebras y reímos más
de la paradoja.

Vuelta.
Otra vuelta de página.
Entrelíneas.
Con delicadeza.

En tempo.

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Dilema – Susana Vaquero por Graciela Aletti

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Graciela Aletti adapta para su narración el cuento Dilemas, de Susana Vaquero.


La página está en blanco, debo poblarlas de letras que formen palabras que se enlacen en frases que tengan sentido, con las comas en su lugar; no abusar del punto y coma y no olvidarme del punto final. Los signos para enfatizar o preguntar al inicio y fin de la oración, como debe ser. Ni hablemos de los errores, que para eso existe el diccionario de la Real Academia.

Los verbos en presente si hablo de hoy, pero ayer iban en pasado, con el futuro veré que hago. Tal vez olvido algunas reglas, aunque éstas son suficientes para empezar con la escritura.

Los pensamientos se organizan en bandos sugiriendo hacia dónde debe ir la trama. ¡Un policial!, de aquellos donde el asesino no tiene piedad por la víctima y cree que terminará impune, hasta que el novato de la comisaría encuentra la pista, por casualidad, lo arresta, es condecorado y la muchacha más linda del pueblo se enamora de él.

Sin sangre –dice el bando del drama– aceptando a la muchacha más linda del pueblo, ya casada con el novato condecorado y embarazada casi por parir cuando una terrible enfermedad la condena a la silla de ruedas y prefiere morir.

¡Comedia! Grita el bando de los pensamientos rezagados y beodos por efecto del tinto que estaba en mi copa, ahora vacía. Ellos también aceptan a la muchacha más linda del pueblo pero casquivana, mintiéndole al novato condecorado, cada vez que salía en el patrullero de ronda nocturna, total si resultó ser un tonto de capirote al que se le escapaban los presos que terminaban en la alcoba con su mujer.

Un minúsculo grupo formado por éticos, existencialistas y desencantados porque sí, con voz grave vociferan ¡Un manifiesto!, pero otra copa de vino tinto los anula y de tan mareados entran a discutir entre ellos hasta hacer mutis detrás de una neurona.

Los escucho a todos al mismo tiempo y cuando estaba por decidirme por alguno de ellos, el maldito corazón, endulzándome los oídos, susurra: “De Amor, las páginas en blanco hay que llenarlas de Amor”.

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Una larga noche negra – María Verónica Puyó por Mariano Rodríguez

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Mariano Rodríguez lee el cuento Una larga noche negra de María Verónica Puyó


Era de día y, sin embargo, la noche se irguió de repente. No lo notamos al principio, pero el manto negro se extendió tan veloz como una gran mancha de aceite. Hasta entonces éramos felices.
Lo éramos. Pero un péndulo de acero glacial nos rozaba las cabezas y nos soplaba su aliento de verdugo. Y nosotros, inmutables, permanecíamos latiendo, viviendo a nuestro antojo sin medir ni calcular finales.
Un buen día me dijiste algo del miedo. Ciertamente no presté mucha atención, te escuché sin oír lo que decías. Simplemente recuerdo que hablaste de algo así como de un monstruo voraz y sanguinario. Siempre tenías esos temas, no me pareció extraño, pero ahora que trato de visualizar tus ojos, me doy cuenta que tenían un fulgor distinto, más brillante. Después dijiste que no había que dejarse morder por el miedo, que nunca lo harías. Sinceramente, no sabía de qué hablabas.
Poco después de aquella tarde vinieron a buscarte. Estaba oscuro y el toque de queda había barrido las calles como una feroz tormenta de otoño. A esa hora tomábamos un té en la cocina, era como una ceremonia, y el mundo podía caérsenos encima mientras tanto sin que nosotros soltáramos las tazas. Entonces oímos patear la puerta, y unas sombras desnudas se arrinconaron tras el cristal. Me levanté asustada y fui a ver qué querían. Creo que te paraste y permaneciste como congelado al lado de la silla. Cuando abrí se lanzaron como buitres, te vieron, te ataron las manos en la espalda y, sin oír mis preguntas aterradas, te apoyaron un revólver en la sien. Enmudecí y los ojos se me nublaron. Me parece verte pálido todavía, diciéndome algo del miedo, y yo no te escuchaba.
Te sacaron sin decirme una palabra, me cerraron la puerta y alcancé a verte tras el vidrio empañado, subiendo a un auto verde con los ojos perdidos. Grité y no me escuchaste, y entonces, solo entonces, comprendí lo del miedo.
Esa noche no dormí y por la mañana corrí temprano a preguntar dónde estabas. Me atendió un hombre alto, de anteojos, que, pasando varias veces el dedo de arriba a abajo en el papel lánguido me dijo que no estabas en la lista de los detenidos, como otros cientos. No se cómo volví a casa, ni cómo esa noche, recostada en el sillón, te soñé caminando mientras un niño pequeño te arrastraba de la mano hasta un precipicio. En el borde, a punto de caer, me gritabas algo, y yo no te oía. Te alcancé una mano y la tuya se escurrió como agua entre mis dedos. Resbalaste al vacío y, desesperada, quería caerme contigo pero no podía.
He escuchado muchos toques de queda desde entonces y creo que, desde algún lugar, desde alguna celda fría o pozo oculto continúas llamándome. Muchas veces me pregunté qué habías hecho, y otras muchas me respondí que no habías temido, que no habías aportado tu cuota al régimen del temor soberano. Hoy, tras años de preguntas sin respuestas, de calabozos sin registros, de silencio y noche negra; hoy, recién, aclara el día. Y sin embargo para mí la noche no se ha ido.

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