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Fabián “FAFO” Villamil: la ruta de un cancionista

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Por Walter Omar Buffarini 

“Músico y docente, en ese orden”, así se define Fabián ‘FAFO’ Villamil, rodeado de instrumentos en una de las aulas de Espacio Mapu, en donde recibió a ContArte Cultura, en el barrio platense de La Loma.

El lugar es tan grande como permita la imaginación. Una batería corona el espacio, en donde guitarras, bajos, teclados, amplificadores, micrófonos y cables conforman el ecosistema musical.

FAFO promete unos mates, pero la cebada se demora porque, según él mismo confiesa, “me gusta la situación de entrevista”. Y cómo hablamos de música, ese es el tema que más le interesa y el mate debe esperar.

“Toda mi vida estuvo relacionada con la música, empecé a aprender guitarra a los ocho años y después, fútbol de por medio, a los 14 comencé a estudiar con un maestro que se llamaba Gabriel Marotta, quien tenía la particularidad de ser un autodidacta y todo lo que había aprendido de algunos profesores lo había bajado a un formato súper práctico. Y su forma me marcó en la manera de vivir la música y es el sistema que hoy yo uso para enseñar”, recuerda FAFO, quien evoca sus comienzos con la misma pasión con la que hoy se describe como “un cancionista”.

La pava eléctrica aguarda, desenchufada y vacía, que FAFO se decida a calentar el agua y cumplir la promesa, pero el mate descansa en sus manos tan vacío de yerba como cuando se ubicó en el taburete del batero que eligió para sentarse.

Fabián sigue concentrado en lo que está contando y profundiza en la descripción de lo que narra: “A pesar de contar con dos títulos oficiales –Músico Profesional de la Escuela de Música Contemporánea y Profesor de Guitarra del Centro de Estudios Musicales-, me despegué de la cuestión netamente académica para vivir la cosa más desde la práctica y nunca dejé de tocar, siempre tuve bandas de distintos estilos, cuestión que se fue ampliando desde que empecé a estudiar. Así me volqué a la música popular, tuve bandas de rock, de cover, canté en una murga uruguaya, toqué candombe, folklore, cumbia, y con el tiempo me fui quedando con mis canciones, la música que a mí me brota”.

Y así redondea el concepto: “Soy cancionista, porque soy cantautor y también soy interprete”.

Y la razón de autodenominarse cancionista surge en el momento de tener que encuadrar su estilo musical: “Ese es un gran tema. Nos decimos cancionistas porque somos un montón de gente que venimos haciendo música y que básicamente nos engloba un sinnúmero de estilos. Está el rock metido ahí. Está el jazz, el folklore, la cumbia. Pero básicamente es la canción. Para nosotros es bien importante la letra. No nos da lo mismo ‘lo que dice’. No utilizamos la letra como una excusa para tocar algo, sino que partimos desde la letra”.

En este momento del relato de FAFO vuelve a aparecer el docente. Porque no duda resaltar el camino elegido y acentúa que “valoramos el sonido de la palabra y el sonido de la música, y desde ahí la pensamos. Y también desde ese lugar nos conectamos con la educación. Para nosotros las canciones son muchas veces la excusa para atraer a la gente hacia la música”.

Cancionistxs

Hace un impase y el ruido de la bombilla en el recipiente aún vacío lo saca por un breve instante de la entrevista. Entre risas cumple su promesa, prepara el mate, lo seba y se dispone a continuar la charla.

En el caso particular de FAFO, convertirse en un cancionista no fue una casualidad, sino que surgió como una necesidad de crecimiento artístico. “Desde hace un tiempo empecé a sentir la necesidad de darle una vuelta de tuerca a mis presentaciones, ya no me alcanzaba con ir y sólo cantar mis canciones”, detalla a la vez que explica: “Como siempre tuve ese ímpetu de armar cosas, veladas, noches, muestras de mis alumnos, y lo hice desde distintos lugares, es que tomé cosas de antiguas experiencias y comencé a delinear lo que hoy es el grupo Cancionistxs”.

“Se trata de cinco cantautores por noche, o mejor dicho cinco cancionistas, que hacen cinco canciones cada uno, pero a su vez en esas noches también hay gente que dibuja, gente que pinta, o exposiciones de fotos. Todo por una sola razón, porque le hace bien a la música”, afirma Fabián Villamil, quien rememora al grupo De la Guarda, quien se transformó en punta de lanza en ese tipo de shows, continuados hoy por Fuerza Bruta. “Luego de presenciar aquellos espectáculos cambió mi forma de ver las cosas”, asegura.

“Hay algunos que se inclinan simplemente a tocar y no tanto a cantar, pero el ámbito en el cual estudiamos o las obras que abordamos son las canciones”

FAFO también recuerda un viaje al sur con sus hermanas actrices que influyó sin dudas en su forma de vivir el arte: “Vengo de una familia relacionada con el teatro. Cuando tenía 15 años compartí una experiencia por el sur con mis hermanas y un grupo en el que había actores, directores de orquesta, de teatro, cineastas. Ahí descubrí que todas las disciplinas tienen algo que comunicar desde lugares distintos y a todos nos involucran de diversas maneras. Y eso hace a la experiencia y a la sensibilidad”.

Si bien en los espectáculos de Cancionistxs “la idea es que todo lo que se hace tenga que ver entre sí”, Fabián confiesa que “a veces se da y a veces no. Es un poco difícil porque desde ya las cinco canciones de cada cancionista no están relacionadas, y ni hablar entre cada uno de ellos, pero, por ejemplo, sí se logra con los dibujantes, porque ellos casi siempre dibujan a quien está cantando, y eso lógicamente conecta el espectáculo y la gente se predispone de una manera diferente, especial”.

Para Fabián, otra de las cosas importantes es que “quien va a una presentación de Cancionistxs va a escuchar cinco cantautores, cada uno con cinco canciones, es decir veinticinco canciones originales y en versiones originales. Aunque haya escuchado el disco de alguno de ellos, Cancionistxs es acústico, por lo que las versiones siempre terminan siendo originales”.

Pensar la música sin prejuicios

La puerta de un salón continuo se abre y de allí sale uno de los alumnos de Espacio Mapu. El sonido de la guitarra había acompañado la entrevista y ahora el silencio hace ruido en la atmósfera musical que se respira.

La interrupción sirvió para empezar a hablar de las expectativas de quienes se acercan a aprender música y los mitos sobre qué es música y quién puede hacerla.

“Como músicos populares, la experiencia del trabajo nos demuestra que debemos agarrar nuestros prejuicios y guardarlos en un bolsillo. Con prejuicios no podés ser músico popular”, no dudó en asegurar FAFO, quien explicó que “cuando alguien viene y nos cuenta qué es lo que quiere, intentamos respetar su búsqueda, pero con el tiempo buscamos mostrarle el abanico de posibilidades que le brinda la música”.

Fabián y quienes lo acompañan en su función docente tienen la certeza de que “todos los estilos tienen algo para enseñar y también creo que todas las personas, de alguna manera, se pueden conectar con la música”.

“Lo que también creo es que no todas las personas pueden conectarse con todas las facetas musicales o con todos los instrumentos, y eso es lo que intentamos transmitir”, reflexiona.

Insistiendo en esa relación hombre-música, FAFO está convencido de que “cada persona tiene una sensibilidad especial que la conecta con algún instrumento en particular. No es lo mismo tocar percusión, que vos le pegás y suena, a un instrumento quizás más sofisticado como es el piano, o un instrumento con mucha más exposición como es cantar o tocar la guitarra. Esa conexión muchas veces tiene que ver con la personalidad de quien ejecuta”.

Componiendo un sueño

Por las características familiares, la decisión de Fabián de construir su futuro junto a la música no hizo demasiado ruido, y la coyuntura nacional tras la crisis de 2001 tal vez lo ayudaron a tomar y hacer pública la decisión. “Si los médicos manejaban taxis, qué peor me podía salir a mí”, recuerda haber analizado en aquel momento.

“Siempre fue difícil vivir sólo de tocar, pero eso no significa que no se pueda vivir de la música”, lo asegura hoy, despojado de la incertidumbre de otros momentos y con la experiencia de haber logrado encaminar su profesión.

Pensando el futuro referencia el pasado: “Cuando empecé a andar este camino, tocar en Buenos Aires parecía la meta a alcanzar. Hoy, por suerte, se convirtió en algo habitual y las expectativas están enfocadas en cosas nuevas”.

Y así, Fabián FAFO Villamil, integrante de la banda Lusber, solista, cancionista y docente de Espacio Mapu, sigue componiendo un sueño al que no renuncia, el de transitar un circuito en el que fluya la música.

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Entrevistas

Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
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