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Entrevistas

“El teatro se convirtió en la mejor ventana del mundo, para crear, comprender, transformar los aspectos más difíciles”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Hay un regreso, una vuelta hacia atrás, pasos en el mundo de la infancia. Memorias, adentro y afuera, conectadas por una palabra insonora, encuentran el lenguaje más allá del lenguaje. Y una ventana que se abre, como si nunca hubiera estado cerrada: los ojos escuchan el sonido de las manos.

Decile que soy francesa es una obra que habla del mundo de los sordos, de aquello que los ojos son capaces de escuchar, de otros lenguajes como vías de comunicación con el mundo de afuera.

Escrita y actuada por Gabriela Bianco y codirigida por Daniel Cinelli, la obra cuenta una historia de vida surgida de las vivencias de la actriz.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta la experiencia de narrar y actuar su propia vida.

—Comencemos esta charla poniendo la mirada en las “ventanas de nuestros cuerpos”: los órganos de los sentidos. Por distintos motivos puede ocurrir que una de esas ventanas se encuentre cerrada. Y si esto sucediera, seguramente se interrumpiría una de las vías de comunicación con el mundo de afuera. Pero el cuerpo siempre encuentra nuevas maneras de percibir ese afuera, otros lenguajes para comunicarse. A modo de presentación y a partir de tus propias vivencias, ¿cómo se logra atravesar las “ventanas cerradas”?

—En verdad no hubo ventanas cerradas para mí. Probablemente esas ventanas del oír que mis padres no abrieron nunca se transformaron en doble mundo para mí, porque en casa los ventanales estaban en los ojos: oír por todos y ver para hablar y crear imágenes a partir del movimiento. Me gusta trabajar con el concepto de ideograma físico cuando pienso en la poética de la lengua de señas, esa lengua herencia que ha nutrido mi vida y mi trabajo en la escena.

—Justamente a partir de esas experiencias, de lo que viviste, fuiste haciendo distintos recorridos con el lenguaje, ¿de qué manera surge tu vínculo con el teatro?

—Ya a los 16 años me acerqué a un taller que había en el Centro Cultural San Martín. Luego a otro y a otro. Creo que se trababa más bien de encontrar un canal para transformar mi propia realidad. El teatro como rito, como tiempo fuera del tiempo, un cierto espíritu religioso que me acompaña desde toda la vida me instaló ahí, para siempre. Si bien no fue lo único que hice, el teatro se convirtió en la mejor ventana del mundo, siguiendo tu metáfora, para comprender, crear, transformar los aspectos más difíciles, tanto personales como colectivos.

—¿Qué aportes de la antropología teatral te ayudan a construir las escenas de tus obras?

—La antropología teatral me ayudó a confiar en que la lengua de señas contiene potencialmente un lenguaje artístico singular, una forma no cotidiana que se acerca a la energía de la acción escénica. La aplicación de sus principios, el contacto a través de mi participación en la ISTA (Internacional School of Theatrical Antropologhy) en el año 2000 con formas de teatro codificadas tanto de Oriente como de Occidente, terminaron de dar impulso y forma a la experimentación teatral. Ya en 1999 realicé un espectáculo sobre Isadora Duncan totalmente codificado, y en un lenguaje cercano al teatro danza. 

—Hablemos de “Decile que soy francesa”, una obra que codirigís con el actor y productor Daniel Cinelli, ¿cómo y cuándo surge el germen de este proyecto?

—Hace años que le doy vuelta a la posibilidad de realizar un espectáculo inspirado en las vivencias de las y los hijos de personas sordas. Estuve un buen tiempo para concretar un primer texto. No me cerraba, un poco por descreer que pudiera ser una historia interesante para el público en general y otro poco por pudor. Trabajar elementos biográficos en un giro de ficción no es sencillo (aunque ahora se haya puesto un poco de moda todo esto de las biopic, el biodrama, el teatro documental). Quería construir una historia inspirada en experiencias personales que prescindiera de mí. Es decir, sí trabajar sobre mi propio mito para construir una ficción. La asistencia a un taller de dramaturgia ayudó mucho. Marco Antonio de la Parra, en el contexto del CELCIT, me dio confianza en que la historia y el texto valían la pena. Me dio el “toque Zen” de comprensión en el sentido profundo de esta creación. Y también supe que tenía que ponerle el cuerpo a ese personaje, así que pedí a Daniel, con quién nos conocemos hace más de 30 años, una codirección y busqué armar un grupo de trabajo que conoce bastante bien de qué va toda historia de ser CODA (por sus siglas en inglés, Child of deaf parents). Finalmente, ocurre que la historia desborda lo anecdótico para volverse una reflexión práctica sobre infancias singulares, arrojadas precozmente a la vida adulta. Todo con mucho humor y las dos lenguas que me albergan.

—Y ya instalados en el universo de esa historia, si pudieras elegir un rincón o algún objeto de la escenografía que represente el espíritu de la obra, contanos cuál sería y por qué.

Gastón Joubert creó un espacio hermoso para esta obra. Cada uno de los objetos, casi todas miniaturas, hacen parte. Pero si tuviera que elegir un rincón, sin dudas es el centro desde donde la presencia de un tocadiscos mueve el recuerdo y hace girar el tiempo de esta historia.

—Vayamos a las protagonistas: Ella niña y adulta. ¿Cómo trabajaron para lograr entrelazar esos dos personajes en los que hay una fusión de lenguajes?

—El texto está escrito en una sola voz. En el trabajo de ensayos fuimos viendo que esa voz, el lenguaje del texto, tenía dos presencias claras: la de aquella niña que transita sus vivencias sin ningún juicio de valor y la de la adulta que recuerda y se detiene en algunas circunstancias de su sentir ahora, muchos años después. Finalmente, queríamos que la obra tuviera una versión que fuera accesible también a las personas sordas, en mi “lengua herencia”, la lengua de señas, así que primero pensamos en eso, en tener el unipersonal y la versión accesible con la incorporación de Daniela Fortunato Lynch como actriz señante. Entonces, en esta nueva dramaturgia que llamo de Escena Visual Accesible, surgió una nueva puesta en escena. Nos pareció que esa era realmente la naturaleza escénica que pide este texto. Nos dimos cuenta de que esta historia en el cuerpo de dos actrices potencia la escena, crea una poética singular que contempla la accesibilidad en sí misma.

—¿Qué es lo que más te gustaría destacar del vestuario de tus protagonistas?

—El vestuario destaca la diferencia entre la adulta y la niña y a la vez sitúa a la adulta en el espacio del recuerdo; cierta atemporalidad la sitúa en el lenguaje específicamente de la ficción teatral.

—¿De qué manera colaboran la música y la iluminación en el desarrollo dramático de la historia?

—El diseño sonoro está al servicio de las distintas anécdotas. Hay una voz en off que marca cierta presencia de aspectos de “lo auditivo”, a cargo de Patricio Barton, y una canción central que compuso Ale Dolina (h). El diseño de luces, a cargo de Verónica Alcoba, viaja entre presente y pasado y sitúa cada escena en un tono emocional distinto, tanto en los momentos de mayor humor como en las instancias más dramáticas del relato.

—¿Cuándo y dónde se podrá disfrutar de “Decile que soy francesa”?

—A partir del 2 de junio, los viernes a las 20 en la sala Galpón de Area 623, de Pasco 623 de CABA.

—Para terminar, ¿podrías elegir una palabra que sintetice la emoción predominante en el escenario?

—Ternura, humor, amor…no me alcanza una sola.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
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