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Soledad Leone, Paula Flaks y la satisfacción de mostrar su “Fortaleza”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
PH: Carlos García / Edición: Walter Omar Buffarini //

Esperan. Todo es incierto. No hay respuestas. Cada vida es una réplica, los pies en las raíces, una repetición inconclusa, un vínculo dentro de otro, proyectados como telas, como ventanas donde es posible encontrarse, un espejo que refleja las sombras y despierta a los fantasmas.

Con música en vivo y una gran puesta en escena, la obra “Fortaleza mujer en la hoguera de lo inconcluso”, del poeta y dramaturgo Marcelo Pérez, vuelve a los escenarios.

Soledad Leone y Paula Flaks, sus protagonistas, charlaron con ContArte Cultura para acercarnos al fuego que sostiene la trama.

—Para comenzar esta charla vamos a situarnos en un escenario imaginario. Es el centro de una gran hoguera donde las llamas consumen un momento inconcluso, ¿cuál es el primer recuerdo que se les aparece y que les permita presentarse?

Paula Flaks: Soy una persona pasional, básicamente vivo en una hoguera donde los momentos son inconclusos frente a la posible pérdida de los vínculos amorosos. Esa hoguera en la que me quemo es al mismo tiempo la que me rescata y con Sole nos une la salvación en el juego del teatro. Nos conocemos hace muchos años pero en un momento atormentado de mi vida nos volvimos a reencontrar en una función y surgió este nuevo vínculo amoroso. Trio, familia elegida, salvación, rescate y profundos deseos de permanecer ancladas en la hoguera, en el fuego del juego teatral, el único lugar donde no me siento sola y nuestra amistad creció, nos hermanó, y hoy forman parte de mi vida, y no podría pensarme sin ellos en mi cotidiano. El deseo fue motor, junto con Marce al que también conozco hace muchísimos años, de unirnos, de seguir este camino, de apostar por los deseos, de creer en los sueños, en el empuje constante, de saber y sentir que juntos podemos hacer la obra más hermosa del mundo, porque nos descarnamos en ella, porque exponemos nuestras tripas. Simplemente le gritamos al mundo quiénes somos y qué sentimos. Esa hoguera hoy es para mí un lugar cálido, el refugio dónde podemos salvarnos, donde me salvo, el teatro, mi casa, mi potencia, mi lugar.
Soledad Leone: En mi caso, en la hoguera de lo inconcluso están los que amo, mi hija, mi compañero, los amigos, mi familia. Inconcluso porque todavía esto no se termina, esa gente está ahí, vive en mis sueños, los domingos soñamos con esa hoguera, que nos alberga, nos mantiene calentitas pero nos hace arder con la misma fuerza que nos hizo arder cuando nos encontramos.

Paula y Soledad junto a Norman Briski (2019)

—¿Cuánto hace que transitan el camino de la actuación?

PF: Comencé a estudiar teatro a los 16 años, en el Teatro Calibán, con Norman Briski, el único año que él personalmente dio un seminario para adolescentes, y ahí comenzó todo. Nunca más a partir de ese momento dejé de actuar, de estudiar, de jugar este juego, el mejor de mundo. Hoy tengo 49 años… saca la cuenta vos, a mí me baja la presión (risas).
SL: Yo empecé a actuar a los 15 años, en talleres, y me encantó. Hice mimo, de todo. Después dejé un tiempo y volví con todo. Mi gran maestro es Norman, a quien amo y quien me enseñó casi todo. Con él estudie seis años y allí nos conocimos todos. Pero también pase por talleres de entrenamiento de Sergio Boris, Susana Varela, Ivan Moschner.

—¿Cómo llegan a protagonizar “Fortaleza mujer en la hoguera de lo inconcluso”, la opera prima del dramaturgo y poeta Marcelo Pérez, quién además la dirige?

PF: Bueno, un poco conté en el principio que nos conocemos hace muchísimos años y nos encontramos en otra función en la que Marcelo dirigía a Sole. En ese  momento también estaba haciendo otras dos obras con Marce, en este caso él como actor, y fui a ver su trabajo de dirección sin saber que Soledad era la protagonista. Allí me reencontré con ella después de mucho tiempo y me entusiasmo mucho su trabajo, sentí que teníamos una energía muy similar en el escenario y en el entusiasmo post función, nos abrazamos fuerte y nos dijimos “tenemos que trabajar juntas” y le gritamos a Marce de lejos “¿Por qué no te escribís algo para nosotras?”. Él sonrío y no dijo mucho: “Puede ser, quizás”. A la semana siguiente mandó escrita la primera escena de Fortaleza. Nos preguntó si nos gustaba y realmente a mí me había volado la cabeza. A la otra semana, escribió la segunda escena y creo que una semana después nos juntamos en un bar y pusimos en marcha el proyecto. A medida que íbamos avanzando fueron apareciendo más y más escenas, entre conversación y conversación Marce se iba generando la tercera, la cuarta y la quinta escena de esta obra.

Las actrices en pleno ensayo junto a Marcelo Pérez

SL: Es como cuenta Paula, Fortaleza nace del deseo de juntarnos a hacer algo, las dos habíamos trabajado anteriormente con Marcelo pero entre nosotras no. Y ese deseo se transformó en poesía y esa poesía en dramaturgia y allí nace la obra. Llegamos a ensayar con un temporal tremendo en la ciudad, donde el teatro donde nos juntábamos se inundaba pero no impidió que siguiéramos desde arriba de unas sillas. No se podía parar, estaba ahí tan latente desde el principio que nos atravesó.

—¿De qué manera construyeron a sus personajes?

PF: Los personajes empezaron a aparecer a través de la improvisación, en el juego vincular y de las consignas que Marcelo nos tiraba para jugar. Se fueron constituyendo de a poco los ejes de conducta de cada uno de los roles y un día sin darnos cuenta ya estaban vivos, presentes, latiendo.
SL: Los construimos a pura intuición, juego y dirección. Explorando lugares que no sabíamos que teníamos vivos. Rompiendo algunas reglas, sin juzgarnos, confiando ciegamente en la mirada del director como motor para incentivarnos a explorar esos recovecos que a veces no nos animamos a mostrar.

—¿Cuáles es la temática principal que aborda la obra?

PF: Podría decir que me gusta pensar que el tema principal de la obra es el sentir femenino.
SL: Podría decirse que Fortaleza es un resumen atemporal del vínculo entre dos mujeres, dos señoras, dos militantes, que a través de reflexiones compulsan un conflicto inexistente, la espera que humilla, reminiscencias de Esperando a Godot pero indefectiblemente argentino y femenino. Ya no hay paramo, ni bomba, si hay una línea continua de la desesperación de las féminas.

—¿Cómo trabajaron desde el cuerpo y desde los gestos el conflicto que las refleja?

PF: El trabajo del actor se basa en  prueba y error. Probamos ensayo tras ensayo formas diferentes de encarar el trabajo, tanto desde lo corporal y lo gestual como desde lo intelectual, en el razonamiento de cuál es el conflicto que nos enfrenta. El trabajo se dio a partir del disparador del texto y la improvisación constante, el ensayo sistemático, ininterrumpido durante casi 2 años previo al primer estreno. El proceso creativo que tuvimos fue enorme, paciente y en conjunto, en grupo, como para mí se trabaja el teatro. Las voces de los tres siempre fueron escuchadas, todas las ideas fueron respetadas, probadas, si funcionaban quedaban, si no se probaba algo nuevo.
SL: Esta obra la trabajamos siempre con la premisa de la improvisación, si bien estaba ya escrita por Marcelo y cada módulo tenía aspectos personales de las dos, improvisamos mucho, mucho. El cuerpo está muy presente ya que cada escena nos pone en lugar, de ridículo, de seriedad, dolor, risas, entonces todo fue juego para llegar a esos lugares. Jugamos seriamente, sin parar, hasta el día de hoy.

—¿Cuáles son los soportes musicales, de iluminación o escenográficos que acompañan ese “tiempo de espera” que marca el ritmo de la trama?

PF: Los recursos técnicos y artísticos son sorprendentes y variados. ¡Vengan a verla, no voy a adelantar eso!
SL: El mundo yace hace rato entre tinieblas. Es un gran paramo. La obra se divide en módulos y entre cada uno de ellos ese impasse está acompañado por música en vivo, cada uno por su propio universo musical. La música es vital para sensibilizar la atmosfera. La puesta en escena es el imaginario de huir por años. Atravesar bosques, llegar a este lugar, a este paramo, caer en un pozo y preguntarse “¿quién soy?”. Si bien es imponente en términos de magnitud, desparece la sala de teatro, pero a la vez estamos rodeadas de nada, solo los versos tenemos, y nuestros cuerpos. Despojadas, con la visión del director de potenciar las actuaciones, las luces y el vestuario.

—¿Y qué nos pueden contar de ese vestuario?

SL: Fue realizado en su mayoría con telas que eran de mi abuela María Purificación, traídas de España, así que tiene un significante especial en mí caso, ya que al fin se usarían después de tantos años para crear este sueño. La creación estuvo a cargo de Cristina Tavano y su enorme talento tanto para proponer como para interpretar lo que el director quería expresar. Esos pies como raíces, esos vestidos, extensiones de nuestro propio cuerpo. Polleras arrastradas por siglos, cargadas de historia, encarnando a nuestras ancestras. Telas anudadas, como si en cada nudo pudiéramos expresar la cantidad de emociones viejas que aquí y ahora, presentes en el teatro, pidieran ser transformadas.
PF: ¡Es un vestuario hermoso! Nos acompaña perfectamente en esta hoguera. Que los lectores entren al Instagram de Fortaleza, donde hay muchísimas fotos.

—¿Dónde y cuándo se podrá ver “Fortaleza mujer en la hoguera de lo inconcluso?

SL: La obra se puede ver en el Teatro Caliban de Norman Briski, en la calle México 1428 Dto. de la Ciudad de Buenos Aires, los domingos a las 19 con todos los cuidados y el protocolo exigidos.

—Para terminar dejamos abierta una ventana donde pueden soltar un deseo, como una llama.

PF: Deseo que esta obra no termine nunca, que pueda ser eterna, que pueda ser vista y escuchada por mucha, mucha, mucha gente. Que sigamos con temporada tras temporada, contando cómo nos sentimos nosotras las féminas y que crezca, crezca, crezca.
SL: Mi deseo es que el que venga a verla se lleve algo de todo lo que inspira y genera Fortaleza, de pensarnos al salir del teatro. Para mí, ese sería un lindo sueño, llegar al otro a través de esta obra tan inmensa, que abarca no solo a las féminas, sino al ser humano.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
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