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Luis Carranza Torres: “La traición fue un motor para canalizar otras temáticas y sentimientos”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

La guerra vibra entre las páginas, atraviesa las letras. Estallan palabras contra los cuerpos. Nada es lo que parece. Un movimiento apenas perceptible rompe las reglas y los mandatos. La traición corre como pólvora encendida, cuestiona y en medio de la incertidumbre sucede la verdad.

“La traidora”, la nueva novela de Luis Carranza Torres, editada por Del fondo editorial, transcurre en 1982, en medio de la guerra de Malvinas, un escenario en el que el misterio envuelve a los personajes y los conduce más allá, donde detonan los silencios.

Contarte Cultura charló con el autor cordobés para conocer los detalles de esta obra que ya comenzó su camino entre los lectores.

—Para comenzar esta charla y a modo de presentación nos gustaría detenernos en la palabra que es un poco el motor que pone en marcha tu nueva novela: Traición. Si pudieras elegir un objeto o imagen que represente esa palabra a lo largo de las páginas que escribiste, ¿cuál sería y por qué?

—Es un poco dificultoso porque la percibo más a nivel de actos o sentimientos. En el título está usada con un deliberado doble sentido. La traición ha sido siempre un acto de consideración ambivalente, en cualquier tiempo de la humanidad. “Un traidor es un hombre que dejó su partido para inscribirse en otro. Un convertido es un traidor que abandonó su partido para inscribirse en el nuestro”, decía Georges Clemenceau. En la misma línea, Pedro Calderón de la Barca expresaba: “Siempre el traidor es el vencido y el leal es el que vence”. Pasa en la vida que a veces, siendo leales a lo que los demás nos inculcan o esperan de nosotros, terminamos siendo traidores de nosotros mismos. Ese es quizás el “lead motiv” para usar una palabra de la época de la novela, situada en 1982, que tiene la trama. Puesto a elegir, quizás el cambio de peinado de Gabbs pueda ser eso. Aunque no lo sepa, allí subliminalmente está rompiendo con muchísimas cosas. Deja un modo de ser para buscar otro que todavía no entiende demasiado cuál es. 

—¿Recordás de qué manera surgió la idea original de esta historia? ¿Creés que ese objeto del que hablamos podría tener alguna relación con aquellos comienzos?

—Sí, fue hace más de diez años. Cuando leí el libro de Hugh Bicheno sobre la guerra, la parte que cito al inicio de la novela. Me impresionó el hecho que un historiador inglés hablara de alguien que siendo inglés espió para la Argentina y que en los libros nuestros sobre Malvinas no apareciera.  Más cuando no era un autor cualquiera quién lo decía, sino un antiguo alto oficial del MI6, el servicio de espionaje exterior inglés. Y que estaba en plena actividad cuando ocurrió la guerra del Atlántico Sur en 1982. Indagué al respecto desde una perspectiva histórica al estar como director de una obra colectiva por las tres décadas del conflicto que se llama “Malvinas. Historias ocultas de la guerra”. Allí también, dicho sea de paso, fuimos de los primeros en rescatar el papel de la mujer en el conflicto, que, por ese tiempo, año 2012, no se hablaba como ahora. En algún punto, el novelista se encaramó sobre los datos del historiador y empecé a imaginar cómo quién podría ser y cómo lo hizo. Como de una y otra cosa no se tienen realmente muchos datos, esa línea de pensamiento era algo decididamente literario que terminó siendo una novela. Recordé la historia de Richard Sorge, el espía soviético de origen alemán durante la Segunda Guerra Mundial y a partir de allí la imaginación hizo su camino.

—La guerra suele ser una temática recurrente en tus obras, casi como si se tratara de un protagonista más, ¿qué es lo que te seduce de las guerras a la hora de escribir?

—Es lo más terrible e intenso por lo que puede pasar un ser humano. Y por lo mismo, un ambiente de sobrevivencia, de estar todo en juego casi todo el tiempo, que desnuda a la gente como pocas circunstancias, acaso como ninguna, mostrando las virtudes y miserias de los seres humanos. Los conflictos de ordinario desnudan a la gente. Y los de carácter armado, todavía más.

—Y si hablamos de protagonistas, Gabbs es un personaje en el que tuviste que trabajar atravesando fronteras para darle una vida desdoblada, ¿cómo viviste el proceso de ir creando sus mundos posibles?

—La novela se reescribió varias veces. En la primera versión, hace diez años, él tenía mucho más protagonismo que ella. No me terminó de cerrar. Al retomarla el año pasado, me di cuenta que no mostraba lo principal: la transformación de Gabbs, de alguien pisada por el mundo a rebelarse para poder ser dueña de su propia vida, teniendo en el camino que tomar decisiones muy difíciles. La reescribí prácticamente de nuevo, pero el resultado no me dejó ninguna duda: ella era la verdadera protagonista y la historia debía contarse de esa manera. En ese camino, me ayudó que estuve un tiempo en Londres, siendo más joven que Gabbs y once años después del tiempo en que se sitúa la novela. Pero en la “old england” como le gusta decir a algunos, ciertas cosas no cambian y pude utilizarlas para la novela. Rasgos del londinense típico, que para nosotros pueden ser bastante curiosos. También Stella Rimington con su alter ego Liz Carlyle, aportó esa mirada femenina del mundo de los espías que me sirvió para darle forma. Alguien que sabe de lo que habla. Fue la primera mujer (y hasta ahora la única, creo) en dirigir el MI5, el servicio de inteligencia interno de Gran Bretaña. Es decir, con quienes deberá lidiar Gabbs.

—También el misterio y la intriga suelen colarse entre tus letras. ¿De qué elementos te nutriste para construir a tu “hombre fantasma”?

—La novela es también una suerte de homenaje a ciertos escritores del género, que fueron las primeras lecturas de joven que tuve. El best seller de suspenso y espionaje marcó en mi caso esa primera etapa lectora cuando uno deja las historias infantiles. Si ven un nombre conocido, es por eso. También lo extendí a algunas de las series de espías que miré de chico: Los profesionales y El Agente de CIPOL. Buscando entre los espías de ficción más difundidos para caracterizarlo, a James Bond lo descarté de movida. Debía ser algo mucho más real. Graham Greene con su espía en la novela Factor Humano, John Le Carré con George Smiley y, particularmente, Len Deighton con su personaje de Bernard Samson aportaron en cuanto al estilo, al igual que Robert Ludlum y Ken Follet, aunque en menor medida. Pero a la hora de caracterizarlo, siempre volvía a las enseñanzas de Frederick Forsyth en El día del Chacal. Por eso, algún personaje menciona la novela en la trama y no por casualidad. Se trata, El Fantasma, de un hombre que habla por lo que no dice, que ha vivido tanto siendo tantas otras personas que no tiene muy claro algunas cuestiones personales suyas. Y al que Gabbs va a ayudar en más de un sentido, aunque en la superficie parezca lo contrario. 

—Jugando un poco con ese suspenso, ¿te animarías a ponerle un color al capítulo que más te costó escribir y a decirnos por qué?

—Decididamente, el negro para el primer capítulo. Es como ve Gabbs todo lo que le pasa, en ese día terrible en que todo parece derrumbarse en su vida.

—¿Creés que la traición que conduce la trama te ayudó a desplegar otras temáticas que atraviesan la realidad de las guerras? ¿Y el amor?

—Sí, fue un motor impresionante para canalizar otras temáticas y sentimientos como el amor, la lealtad, la amistad, la pérdida. Las historias secundarias que se narran son producto de esa potencia de la trama principal. Y me permitieron mostrar un fresco a nivel humano de una época y cómo se pensaba y actuaba en ese tiempo.

—Contanos cuándo y dónde vas a presentar “La traidora”.

—En la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires lo presentamos junto a otras autoras de la editorial, el 30 de abril a las 16 en la sala Alejandra Pizarnik del Pabellón Amarillo, en el predio de la Rural. Y una hora después, a las 17, firmamos ejemplares y charlamos con los que quieran acercarse en el Stand 1522 de Del Fondo Editorial, en el mismo Pabellón Amarillo, que es la editorial que ha editado la novela.

—Para terminar, si pudieras elegir una frase que resuma el espíritu de tu novela, ¿cuál sería?

—La última oración de la contratapa: “Tal vez no esté traicionando a nadie, sino encontrándose, por primera vez, consigo misma”. Ese ha sido el largo y azaroso camino que ha transitado Gabbs. También, lo que ella le dice a su padre: “Yo no soy ninguna traidora. Ustedes me traicionaron antes, y desde hace mucho tiempo”. Ser leal a quienes no merecen nuestra consideración, en el fondo es traicionarse a sí mismo. Esa es la idea que anida y sobrevuela la historia. Al menos, al entender del autor. Puede ser posible que los lectores encuentren otra aún mejor. Suele suceder al leer un libro y es algo maravilloso. Porque quien lee, en definitiva, es quien termina de dar significado a lo que uno escribe.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
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